Ivan Terrance Sanderson fue un biólogo y escritor fantástico escocés. Nació en Edimburgo (Escocia) el 30 de enero de 1911 y falleció en Nueva Jersey (EE. UU.) el 19 de febrero de 1973. Sanderson es recordado por su interés en los fenómenos paranormales, y la criptozoología, una pseudociencia que estudia a animales como las serpientes marinas, los monstruos de lagos, losmokèlé-mbèmbé, bestia común de la mitología de varias culturas del África Centra, los yeti o los pie grandes. En los años treinta, Ivan Sanderson dirigió numerosas expediciones a zonas tropicales, haciéndose famoso por sus escritos acerca de sus viajes. Además Ivan Sanderson y sus colaboradores de la Society for the Investigation of the Unexplained (Sociedad para la Investigación de lo No Explicado), de Nueva Jersey, señaló la existencia de los que él llamó doce triángulos de la muerte, los más conocidos de los cuales son el Triángulo de las Bermudas y el Triángulo del Diablo. Se trataría de zonas con grandes perturbaciones magnéticas y en las que, curiosamente se han detectado numerosas observaciones ovni. Dos de dichos triángulos los encontramos en los Polos, y todos los restantes están en zonas marinas, excepto una única zona terrestre, en Afganistán. Curiosamente se encuentran alrededor de los 30º de latitud, tanto al norte como al sur del ecuador, con intervalos de 72º en cuanto a la longitud. Una de las personas que ha estudiado y escrito sobre este tema es Antonio Ribera i Jordà (1920 – 2001). Nacido en Barcelona, fue un reconocido escritor, ufólogo, traductor y submarinista. Se le considera el “padre” de la ufología en España, publicando numerosos libros sobre el tema, entre ellos Los doce Triangulos de la Muerte, en que me he basado para escribir este artículo. También fue cofundador del Centro de Estudios Interplanetarios (CEI) de Barcelona en1958. Estas zonas, más que triangulares son romboidales. Los mares y océanos, con una profundidad media de 4.000 metros, 3.000 mil millones de kilómetros cúbicos de agua y una densidad casi 800 veces mayor que la de la atmósfera terrestre, no dejan de sorprendernos. En estos mares y océanos se producen, desde tiempos remotos, extrañas anomalías y fenómenos misteriosos. Todas ellas son zonas donde los avistamientos de ovnis son frecuentes y numerosos. Casi todas ellas son cruzadas por la famosa línea BAVIC , descubierta por Aimé Michel, o se hallan en sus proximidades. Tal vez estos triángulos con grandes perturbaciones magnéticas sirven a los ovnis para orientarse en su exploración de la Tierra. Y en todas estas zonas se registran hechos inexplicables y desapariciones de barcos y aviones. Tenemos casos de navíos que aparecen a la deriva sin rastro de su tripulación; aviones y barcos que desaparecen también sin dejar rastro, así como se observan objetos extraños en los radares, etc.
Ya que hablamos de 12 triángulos, veamos la interesante simbología del número 12. Según Pitágoras: “Todas las cosas son números”. El número 12 tiene muchos significados simbólicos: 12 apóstoles, 12 horas diurnas y 12 nocturnas en el día, 12 meses del año, 12 signos del Zodíaco, 12 puertas de la Jerusalén Celeste, 12 frutos del Árbol de la Vida. Cada hora se divide en 5 × 12 minutos, y cada minuto en 5 × 12 segundos. La graduación usual de la circunferencia es 360º, es decir, 12 × 30º. En la mitología y la religión, la importancia de esta cifra es notable. En Sumer había 12 dioses principales. Para los griegos, los dioses olímpicos del Panteón eran doce, como también fueron una docena los trabajos encargados al mítico héroe romano Hércules como penitencia. En la mitología griega, los dioses principales eran 12: Zeus, Hera, Apolo, Afrodita, Atenea, Poseidón, Hefesto, Hermes, Ares, Artemisa, Deméter y Hestia. Eran 12 los caballeros de la mesa redonda del Rey Arturo. Según la Biblia, Jacob tuvo doce hijos, y en este mismo libro se menciona que hubo doce tribus de Israel y doce apóstoles. Asimismo, se escogieron doce apóstoles, que forman los fundamentos de la Nueva Jerusalén. Por todo lo anterior y por otros múltiples ejemplos, al número 12 se le considera el número solar por excelencia y una constante en la cultura mediterránea, símbolo del orden cósmico, de la perfección y de la unidad. Sobre el paralelo 30 de latitud Norte tendríamos el triángulo de las Bermudas; otro triángulo que ocuparía todo el mar de Alborán, tocando con una de sus puntas las islas Canarias; asimismo, el triángulo de Afganistán, que llega hasta el Golfo Pérsico, siendo el único que no es totalmente marítimo; también tenemos el triángulo del Mar del Japón, conocido asimismo como el triángulo del Diablo o del Dragón; por último tendríamos otro triángulo próximo a las islas Aleutianas. En el paralelo 30 de latitud Sur nos encontraríamos con un triángulo en Argentina y la Patagonia; otro triángulo estaría en la costa oriental de África; el siguiente triángulo estaría en el océano Índico; otro triángulo está en la zona de Nueva Zelanda; el último triángulo, curiosamente, está al sur de la isla de Pascua. Por último tenemos dos zonas en ambos polos, ubicadas en el Polo Norte y la Antártida. Por otro lado, tenemos que Aimé Michel, investigador francés, que estudió la gran oleada de ovnis de 1954, en su libro Los Misteriosos Platillos Volantes estableció, mediante un método riguroso, que los extraños objetos que surcaban los cielos de Francia parecían guiados por algún tipo de inteligencia. Un día, casi por casualidad, descubrió que las observaciones de un mismo día se alineaban impecablemente y con precisión extraordinaria sobre una misma línea recta, que bautizó como línea BABIC, aunque las observaciones estuviesen situadas en países tan alejados unos de otros como Inglaterra, Francia o el norte de Italia.
Investigando más a fondo, Aimé Michel descubrió que esta telaraña era muy característica, de tal forma que evocaba la idea de una exploración sistemática. En el centro de esta telaraña se pudo observar frecuentemente un objeto de grandes dimensiones y de forma alargada, que era luminoso durante la noche y del que entraban o salían a veces uno o varios objetos volantes más pequeños. Estos últimos fueron descritos como de forma circular, hemisférica por arriba y que cambiaba de aspecto en su parte inferior. Emitían una luz de variados colores y la forma de su salida del objeto alargado de mayor tamaño semejaba el movimiento de la caída de una hoja. Según algunos testimonios, durante esta oleada se produjeron aterrizajes y se vieron pequeños seres de poco más de 1 metro de altura, cubiertos por una escafandra de color claro, anchos de cuerpo y que marchaban balanceándose o a saltos. Su tez era oscura. Aimé Michel descubrió este comportamiento de los ovnis después de haber anotando sistemáticamente, en un mapa de Europa, el día y la hora en que los testigos declararon a la prensa haber tenido esas experiencias. Esto descartó por completo la posibilidad de engaños. Volviendo al tema de los triángulos de la muerte, la mayor parte de estas regiones se hallan curiosamente al este de las masas terrestres continentales, como vemos que pasa con el Triángulo de las Bermudas, donde las corrientes oceánicas cálidas, que se dirigen hacia el norte, chocan con las frías que van hacia el sur. Además, allí se encuentran también los puntos nodales en que las corrientes de superficie toman una dirección y las corrientes submarinas otra dirección. Estas últimas fluyen tangencialmente, y aparentemente, al sufrir la influencia de variaciones de temperaturas, provocan turbulencias magnéticas que afectan a la comunicación radial y quizá también afectan a la gravedad. Para entender algo del funcionamiento de las corrientes oceánicas, tenemos que tener en cuenta que es un movimiento superficial de las aguas de los océanos y en menor grado, de los mares más extensos. Estas corrientes se deben a multitud de causas. Principalmente son debidas al movimiento de rotación terrestre, que actúa de manera distinta y hasta opuesta en el fondo del océano y en la superficie. Pero también son influenciadas por los vientos planetarios, así como la configuración de las costas y la ubicación de los continentes. Generalmente se cree que el concepto de corrientes marinas se refiere a las corrientes de agua en la superficie de los océanos y mares, mientras que las corrientes submarinas no son sino movimientos de compensación de las corrientes superficiales. Esto significa que si en la superficie las aguas superficiales van de este a oeste en la zona intertropical, por la inercia debida al movimiento de rotación terrestre, que es de oeste a este, en el fondo del océano las aguas se desplazarán siguiendo ese movimiento de rotación de oeste a este.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las aguas en el fondo submarino se desplazan con la misma velocidad y dirección que dicho fondo, es decir, con la misma velocidad y dirección que tiene la superficie terrestre por debajo de las aguas oceánicas. En el fondo oceánico, la enorme presión de las aguas es lo que origina una temperatura uniforme de dichas aguas en un valor que se aproxima a los 4 ºC, que es cuando el agua alcanza su máxima densidad. Como resulta obvio, no existirá ningún desplazamiento relativo entre el fondo del océano y las aguas que lo cubren porque en el fondo oceánico, tanto la parte terrestre como oceánica, se desplazan a la misma velocidad. Y la excepción se presenta en las corrientes frías de la zona intertropical que se deben al ascenso de aguas frías procedentes del fondo submarino. El movimiento de compensación de las corrientes marinas no solo se produce entre la superficie y el fondo submarino, sino también en la propia superficie. La corrientes frías, después de un viaje de miles de kilómetros cruzando los principales océanos, llegan a convertirse en corrientes cálidas al llegar a las costas orientales de los continentes, como Asia, África y América. Actualmente se sabe que la estructura de las corrientes marinas a escala global es tridimensional, con movimientos horizontales en la superficie, en los que el viento y la inercia producida por la rotación terrestre juegan un importante papel. Con movimientos verticales, en los que la configuración del relieve submarino y de las costas modifican los efectos de la rotación de la Tierra, crea una fuerza centrífuga tendente a «abultar» el nivel oceánico a lo largo de la circunferencia ecuatorial. Se trata de la corriente ecuatorial que se dirige, por inercia, en sentido contrario a la rotación terrestre. En el fondo submarino, tanto del océano Atlántico como del Pacífico, el agua oceánica acompaña a la litosfera terrestre en el movimiento de rotación terrestre y ello se debe a la enorme presión que soportan esas aguas abisales. Pero al llegar a las costas occidentales de los continentes, el talud continental, que constituye un plano inclinado, actúa como una especie de “ascensor” para esas aguas profundas, haciéndolas subir y creando lo que se denominasurgencia de aguas frías, lo que viene a ocasionar una corriente, esta vez superficial, que se desplaza hacia el ecuador a lo largo de esas costas occidentales. Y al llegar a la zona ecuatorial son desviadas por la fuerza centrífuga del movimiento de rotación terrestre hasta tomar la dirección contraria a la que tenían las aguas profundas, es decir, de este a oeste. De esta manera se originan en las costas occidentales de los continentes corrientes de aguas sumamente frías, ya que emergen desde una gran profundidad. Recordemos que las aguas profundas del océano se encuentran a una temperatura de 4° C, ya que a esta temperatura es cuando alcanza su mayor densidad.
En resumen, los patrones de circulación de las aguas oceánicas se originan por una compleja síntesis de fuerzas que actúan de forma diversa y variable en el tiempo y en el espacio. Las más importantes de estas fuerzas son el movimiento de rotación terrestre y la fuerza centrífuga determinada por dicho movimiento, el movimiento de traslación terrestre y las variaciones estacionales en la latitud y dirección originadas por dicho movimiento, la configuración del fondo submarino, la forma de las costas y su influencia en la dirección de las corrientes, la desigual absorción y transporte de calor por la radiación solar absorbida por las aguas marinas, la influencia mutua entre las corrientes marinas y los vientos, el cambio de nivel de las aguas cálidas superficiales debido a las mareas, la desviación de las corrientes debido al efecto de Coriolis, que, a su vez, también se debe a los efectos de la rotación terrestre, etc. La creencia de que las corrientes marinas son ocasionadas por los vientos es muy antigua aunque incorrecta, a pesar de que, a grandes rasgos, suelen coincidir los patrones generales de dirección de los vientos con las direcciones y trayectorias de las corrientes marinas. Pero esa coincidencia es aparente y se debe, como es lógico, a que tanto los vientos como las corrientes marinas responden a las respuestas de dos fluidos, las aguas marinas y el aire atmosférico, a los movimientos de traslación y de rotación de nuestro planeta. El ejemplo más claro de esta idea se puede ver en los vientos monzónicos entre Asia y el Océano Índico. Son vientos estacionales que van del Índico al continente asiático, es decir, de sur a norte, en la época de calor, y de norte a sur durante la época de frío, mientras que las corrientes marinas en la zona intertropical del océano Índico van de este a oeste todo el año. Los efectos de la rotación de la Tierra son visibles en la dirección de las corrientes oceánicas, en los patrones que se observan en la dinámica atmosférica, en el efecto Coriolis, en los patrones de los vientos, especialmente de los planetarios, en la dinámica fluvial y en la surgencia de aguas frías de las profundidades submarinas en las costas occidentales de los continentes, específicamente de la zona intertropical. El efecto Coriolis, descrito en 1835 por el científico francés Gaspard-Gustave Coriolis, es la aceleración relativa que sufre un objeto, en este caso las aguas marinas, que se mueven dentro de un sistema de referencia en rotación. La rotación terrestre también es la responsable del abultamiento ecuatorial de nuestro planeta y del achatamiento polar, aunque probablemente, el abultamiento ecuatorial se produjo en períodos de la historia geológica de nuestro planeta en los que su temperatura era mayor, por lo que tenía una consistencia mucho más plástica y fácil de deformar. El abultamiento ecuatorial de la litósfera o parte sólida de la tierra es notable, ya que el diámetro ecuatorial es unos 21 km mayor que el diámetro polar.
Pero el de la parte líquida (hidrósfera) es aún mayor, lo cual significa que el diámetro polar en la superficie de los océanos sería bastante menor que el ecuatorial y ello se debe a que la hidrósfera es una capa fluida y de menor densidad, por lo que la fuerza centrífuga del movimiento de rotación actúa elevando el nivel del mar en la zona intertropical por encima del nivel que tendría de no existir dicho movimiento de rotación. Y en el caso de la atmósfera, la deformación es aún mayor, ya que en la zona intertropical el límite superior de la tropósfera es casi tres veces mayor que el que tiene en las zonas polares, lo cual puede demostrarse con la gran altura de las nubes de desarrollo vertical en dicha zona. Por ejemplo, la montaña más elevada de nuestro planeta sería el pico Huascarán, en el Perú, si tomáramos en cuenta la altura absoluta de dicha montaña con respecto al centro de la Tierra. El Everest, ubicado en la zona templada, aunque es la montaña más elevada del mundo con respecto al nivel del mar en las costas de la India, en el Océano Índico, tendría una altura mucho menor que el Huascarán si midiéramos dicha altura también con relación al centro de la Tierra. Es curioso cómo en las zonas de los triángulos, algunos vuelos suelen llegar con un asombroso adelanto. Hay aviones que han llegado con tanta anticipación respecto a su itinerario, que la única explicación es que hayan encontrado un viento de cola de una velocidad de unos 800 km/h. Parece como si dichos aviones se hubieran encontrado con una anomalía, pero hubiesen conseguido sortearla o evadirse del extraño supuesto agujero negro responsable de tantas desapariciones. Un ejemplo sería el de un Boeing 727 de la National Airlines, que se hallaba dentro de la pantalla de radar del centro de control, ya que se disponía a tomar tierra. A continuación desapareció abruptamente por un lapso de 10 minutos, tras los cuales reapareció y aterrizó sin dificultades. Según el piloto y la tripulación, no había ocurrido nada extraño. Sin embargo, la hora en los relojes de los viajeros y en diversos instrumentos horarios del avión estaba atrasada diez minutos respecto del horario real. Nikolai Koroviakov, ingeniero constructor de Tula, en Rusia, a finales del siglo XX enunció una teoría que podría dar explicación a este misterio. Según dicha teoría, nuestro planeta no gira de modo uniforme, ya que sigue una órbita elíptica y no circular. Esto daría lugar al desplazamiento permanente de las masas gravitacionales en el seno de nuestro planeta. La traslación elíptica de la Tierra y su irregularidad en la rotación a lo largo del año es conocida al menos desde el siglo V, en el que el astrónomo Johannes Kepler descubrió las leyes que rigen el movimiento de los planetas. Koroniakov descubrió que el núcleo de la Tierra, formado por metales pesados, hierro y níquel, asesta de vez en cuando, a través del magma, golpes hidráulicos contra la corteza, lo que movería los continentes, provocaría la subida de la superficie terrestre, inundaría extensas zonas y activaría los volcanes.
El desplazamiento del núcleo y del magma crea poderosos flujos magnéticos que influyen en muchos procesos terrestres. Y cada uno de los puntos donde golpea el núcleo es uno de estos triángulos, por lo que podría ser la causa de los doce puntos de anomalías geomagnéticas, así como su disposición regular a lo largo del globo terráqueo. Los triángulos de las Bermudas y del Japón son los más importantes a nivel de casuística, ya que registran mucho tráfico aéreo y marítimo. Todas ellas son zonas donde los avistamientos de ovnis son frecuentes y numerosos. Tal como hemos dicho, casi todas ellas son cruzadas por la famosa línea BAVIC, descubierta por Aimé Michel. Basta únicamente con disponer de un modesto globo terráqueo. Sobre el globo, en los 36º de latitud Norte, tenemos los 70º de longitud Oeste, los 2º de longitud Este, los 74º de longitud Este, los 146º de longitud Este y los 142º de longitud Oeste. Esto dividirá el paralelo 36º Norte en cinco partes iguales, separadas por intervalos de 72º. En el paralelo 36º Sur tenemos los 170,5º de longitud Este, los 117,5º de longitud Oeste, los 45,5º de longitud Oeste, los 26,5º de longitud Este, y los 98,5º de longitud Este. Esto dividirá el paralelo 36º Sur en cinco partes, también separadas por intervalos de 72º. Señalaremos también los polos Norte y Sur. Por último, trazaremos una línea desde cada uno de los puntos marcados al punto más próximo. El resultado de ello será una división muy regular del globo terráqueo. A consecuencia de esta operación, no sólo habremos dejado señalado el centro del Triángulo de las Bermudas, sino los de otras zonas romboidales de idéntica configuración e inclinación. En casi todas ellas se han registrado extrañas perturbaciones magnéticas y han ocurrido hechos inexplicables, especialmente desapariciones de barcos y aeronaves. El planeta está dividido en doce centros de aberraciones magnéticas, de acuerdo con la teoría de Ivon Sanderson. Las dos zonas que no aparecen en el mapa corresponden a ambos polos. Aparte de la zona de la Antártida, sólo una de estas zonas, centrada en Afganistán, es terrestre, si bien su borde occidental alcanza el golfo Pérsico. Las restantes zonas son marítimas. La más sorprendente característica de estos triángulos es su disposición absolutamente regular sobre la superficie del planeta, casi como si fuera obra de alguna inteligencia, tal vez extraterrestre. El único fenómeno natural preexistente digno de tomarse en cuenta tiene que estar forzosamente relacionado con el geomagnetismo, del que no lo sabemos todo ni mucho menos. Una cosa que si sabemos, por ejemplo, es que los polos no han ocupado siempre su posición actual, sino que se han desplazado sobre la superficie de la Tierra en el transcurso de las edades geológicas.
Las partículas magnetizadas de mineral de hierro que se encuentran en algunas rocas muy antiguas apuntan hacia otro Polo Norte magnético distinto del actual… Pero sería muy sorprendente que los antiguos polos magnéticos hubiesen coincidido con tanta precisión con los puntos regularmente espaciados de los «triángulos» actuales. Eso significaría que el eje del planeta ha ido cambiando sucesivamente de inclinación un número exacto de grados y minutos, como un mecanismo de relojería gigantesco. Cuando antes nos hemos referido a “esto dividirá el paralelo 36º Norte en cinco partes iguales, separadas por intervalos de 72º“, debemos hacer un apartado sobre el peculiar número 72. Es un múltiplo de 12 por 6, o cuando se multiplica por 5 da 360, el número de grados de un círculo. Ello es obvio. Pero, ¿qué representa el número 72? Los místicos de la Kaballah llegaron, a través de métodos de Gematría, al número 72 como el secreto numérico de Yahveh. Aunque oscurecido en el registro bíblico de la época, cuando Dios dio instrucciones a Moisés y a Aarón para que se acercaran hasta el Monte Santo y llevaran consigo a 70 de los ancianos de Israel, lo cierto es que Moisés y Aarón tuvieron 72 acompañantes: además de los 70 ancianos, Dios dijo que dos hijos de Aarón fueran invitados también, a pesar de que Aarón tenía 4 hijos varones, haciendo un total de 72. También hemos encontrado este extraño número 72 en el relato egipcio que trata del enfrentamiento entre Horus y Set. Al narrar el relato a partir de sus fuentes jeroglíficas, Plutarco, en De Iside et Osiride, donde equipara a Set con el Tifón de los mitos griegos, escribió que cuando Set atrapó a Osiris en el arcón de la fatalidad, lo hizo en presencia de 72 «camaradas divinos». ¿Por qué, entonces, 72 en tan diversos casos? La única respuesta plausible, según creemos, se debe buscar en el fenómeno de la precesión de los equinoccios. En astronomía, la precesión de los equinoccios es el cambio lento gradual en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica el eje de la Tierra en la esfera celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una circunferencia completa cada 25 776 años, período conocido como año platónico, de manera similar al bamboleo de un trompo o peonza. El valor actual del desplazamiento angular es de alrededor de 1° cada 72 años. Hasta el día de hoy no hemos estado seguros de cómo apareció el concepto del Jubileo, el período de 50 años decretado en la Biblia y utilizado como unidad de tiempo en el Libro de los Jubileos. Para los Anunnaki, para quienes una órbita alrededor del Sol equivalía a 3.600 años terrestres, la órbita atravesaba 50 grados precesionales (50 x 72 = 3.600).
Quizá sea algo más que una coincidencia el hecho de que el número secreto de rango del dios sumerio Enlil, y el número que buscaba el dios Marduk fuera también el 50. Pues era uno de los números que expresaban las relaciones entre el Tiempo Divino, originado por los movimientos de Nibiru, el Tiempo Terrestre, relacionado con los movimientos de la Tierra y la Luna, y elTiempo Celestial, o tiempo zodiacal, resultante de la Precesión. Los números 3.600, 2.160, 72 y 50 eran números que pertenecían a las Tablillas de los Destinos que estaban en el DUR.AN.KI, en el corazón de Nippur; y eran en verdad números que expresaban el «Enlace Cielo-Tierra». La Lista de los Reyes Sumerios afirma que pasaron 432.000 años, o120 órbitas de Nibiru, desde la llegada de los Anunnaki a la Tierra hasta el Diluvio. El número 432.000 es también clave en el concepto hindú y en otros conceptos de las Eras y de las catástrofes periódicas que caen sobre la Tierra. El número 432.000 abarca también al 72, exactamente 6.000 veces. Y quizás merezca la pena recordar que, según los sabios judíos, el cálculo de los años en el calendario judío, el 5.758 en el 1998 d.C. de nuestro calendario llegará a su finalización cuando llegue al 6.000, el 2240 d.C. en nuestro calendario. Será entonces cuando se complete el ciclo. Según el paleomagnetismo, los continentes se han desplazado millares de kilómetros en la superficie del globo, y el campo magnético terrestre se ha invertido periódicamente, pasando el polo Norte a ser el polo Sur y viceversa. La primera constatación reivindica definitivamente la teoría de la «deriva de los continentes», establecida en 1910 por Alfred Lothar Wegener (1880 – 1930), meteorólogo y geofísico alemán, uno de los grandes padres de la geología moderna al proponer la teoría de la deriva continental.. Pero el paleomagnetismo no nos explica la extraña separación uniforme entre los distintos triángulos. No obstante, nos dice algo inquietante: la Tierra se encuentra en el umbral de un cambio de polaridad. Es decir, que de un magnetismo normal pasaremos a un magnetismo invertido. Y no sabemos cómo afectará este hecho a la vida de los seres que pueblan el planeta, ya que no sabemos que quede ningún testimonio de un cambio de polaridad para contárnoslo. Se calcula que la última inversión se produjo hace un millón de años. Quizás uno de estos cambios de polaridad podría explicar las épocas glaciales, la extinción de los grandes saurios e inclusive la aparición del ser humano. Sabemos todavía muy poco sobre nuestro planeta y sobre nosotros mismos, considerados como especie.
Dos de los famosos triángulos de la muerte los podemos situar en el Polo Norte y en el Polo Sur, en realidad la Antártida. Cualquiera que haya viajado a los Polos, habrá comprobado que la brújula se vuelve loca en las proximidades del polo magnético, ya sea el boreal o el austral. Pero como ya se sabe, el polo magnético no coincide con el polo geográfico. Además, se sabe que la inversión de polaridad se produce regularmente. En la actualidad parece que estamos en los umbrales de uno de tales cambios de polaridad del campo geomagnético. Como en todas las zonas de anomalía magnética, en ambos polos la dimensión tiempo parece sufrir una extraña distorsión. En el caso del Polo Norte, algunos exploradores que caminaban por el hielo se han encontrado llegando a su punto de destino mucho antes o mucho después de lo que habían previsto. Tenemos constancia del mismo fenómeno en el caso de algunos aviones que sobrevolaban el Triángulo de las Bermudas. Tal vez habría quizá que acudir a la teoría del campo unificado, en la que trabajaba Einstein a su muerte, para hallar alguna posible explicación a estas anomalías temporales. El término teoría de campo unificado fue introducido por Einstein cuando intentó tratar unificadamente la gravedad y el electromagnetismo mediante una teoría de campos unificada. Previamente Maxwell había logrado en 1864 lo que denominaríamos primera teoría unificada, al formular una teoría de campo que integraba la electricidad y el magnetismo. La teoría unificada de campos trata de reconciliar las cuatro fuerzas fundamentales (o campos) de la naturaleza, desde la más fuerte a la más débil. La fuerza nuclear fuerte es responsable de la unión de los quarks para formar neutrones y protones, y de la unión de estos para formar el núcleo atómico. Las partículas de intercambio que median esta fuerza son los gluones. La fuerza nuclear débil es responsable de la radioactividad. Es una interacción repulsiva de corto alcance que actúa sobre los electrones, neutrinos y los quarks. Los bosones W y Z son los que median en esta fuerza. La fuerza electromagnética es la fuerza que actúa sobre las partículas cargadas eléctricamente. El fotón es la partícula de intercambio para esta fuerza. La fuerza gravitacional es una fuerza atractiva de largo alcance que actúa sobre todas las partículas con masa. Se postula que hay una partícula de intercambio que se ha denominado gravitón, aunque todavía no se ha podido comprobar. Éste es ,entre otros, uno de los puntos clave a desvelar en el proyecto del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN, en Ginebra. El tiempo, el espacio, el campo gravitatorio y el campo electromagnético posiblemente estén estrechamente interrelacionados, si no es que son una sola y misma cosa, de la que percibimos distintas facetas a las que arbitrariamente llamamos electricidad, magnetismo, etc., de las que aún sabemos muy poco. Conocemos la electricidad por sus efectos, pero se nos escapa su esencia. Otro tanto podría decirse del magnetismo y de la gravedad.
Tal vez «alguien» no sólo sabe lo que son estás fuerzas, sino que las domina y las maneja a su antojo. Nosotros no pasamos de utilizar la electricidad sin saber realmente qué es, así como algunas formas rudimentarias del electromagnetismo. En cuanto a la fuerza de la gravedad, sólo aprovechamos sus efectos, como la fuerza que produce la caída de determinados cuerpos. Si pudiéramos utilizar la fuerza de la gravedad tal vez podríamos crear un vehículo que pudiera manejar esa fuerza, anularla o dirigirla a voluntad, como aparentemente hacen algunos ovnis. Las regiones árticas del Polo Norte fueron posiblemente el origen de un extraño episodio que fue publicado por John Keel, estudioso norteamericano de lo insólito y director de una revista llamada Anomaly, donde recoge los hechos «condenados» que continúan produciéndose en el mundo. Se trataría de «aviones fantasma» que se vieron sobrevolando las regiones más inhóspitas de la península escandinava en los años 1932 y 1933. Lo verdaderamente sorprendente en estas extrañas observaciones es que los aparatos que las originaron eran capaces de efectuar maniobras imposibles para los aeroplanos convencionales de la época. Esto los incluiría en la categoría de «objetos misteriosos» y «platillos volantes». En este caso de Escandinavia, los «aviones fantasma» adoptaron la forma de grandes aviones de color gris, sin ninguna clase de distintivo. En las décadas de1920 y 1930 hay numerosos informes sobre aeroplanos misteriosos y dirigibles no identificados que sobrevolaron el norte de Europa. Una de las primeras noticias sobre aeroplanos fantasma que se publicó en el Dagens-Nyheter de Estocolmo en 1933, apareció el 24 de diciembre. Decía lo siguiente : «Un aeroplano misterioso apareció, procedente de Bottensea, alrededor de las seis de la tarde de la víspera de Navidad, pasó sobre Kalix y continuó rumbo al Oeste. De la máquina surgían rayos de luz que escudriñaban la zona». Estos «rayos de luz» son típicos en las noticias de 1934, del mismo modo como aparecen con frecuencia en los informes contemporáneos sobre ovnis. Los testigos afirmaban que estos haces luminosos eran muchas veces «cegadores» e iluminaban el terreno sobre el que cruzaban «como en pleno día».
Focos o reflectores idénticos figuran en las oleadas de 1896-1897 y 1909, sobre los Estados Unidos y norte de Europa. Aproximadamente el 35% de todas las observaciones conocidas de la oleada escandinava, que se registró en 1934, tuvieron lugar bajo pésimas condiciones meteorológicas. En numerosos informes se mencionan espesas nevadas, ventiscas y espesísimas nieblas. Los aeroplanos incluso volaban a muy baja altura durante las nevadas, haciendo acrobacias aéreas y pasando en vuelo rasante sobre aldeas, barcos y estaciones de ferrocarril en abruptas regiones montañosas. Esta extraña oleada fue seguida, en julio de 1946, por un intrigante episodio de «bólidos» que cruzaban los cielos de Escandinavia, procedentes del Norte. Este episodio de los «bólidos» de Escandinavia, que muchas veces invertían en 180º su trayectoria y hacían otras maniobras impropias de un «bólido», parece el preludio de la sistemática observación de nuestro planeta iniciada por los foo-fighters de la Segunda Guerra Mundial, y luego por los llamados «platillos volantes». El nombre “foo fighter” fue utilizado por aviadores de la Segunda Guerra Mundial para referirse a ciertos fenómenos aéreos que avistaban regularmente durante sus misiones de combate. Estos eran descritos como esferas de apariencia metálica o bolas luminosas, que aparecían individualmente o en grupos. Aunque muchas veces perseguían o acompañaban a los aviones militares, no existe constancia de que algún foo fighter haya intentado algún tipo de ataque o interacción. Se caracterizaban por su alta velocidad y maniobrabilidad más allá de las posibilidades desarrolladas en la época. Los relatos indican que podían acelerar o decelerar instantáneamente, o flotar estacionarios. Los “foo fighters” fueron observados por pilotos militares británicos, estadounidense, alemanes y japoneses. Los pilotos Aliados inicialmente pensaron que podía tratarse de algún arma secreta de los Nazis, sin embargo los dirigentes nazis pensaban que era un arma secreta de los Aliados. Se dice que ambos bandos investigaron el fenómeno, y abandonaron las investigaciones al comprobar que no eran una amenaza. Los primeros informes surgieron en 1941, por parte de pilotos británicos. Los estadounidenses, luego de varios avistamientos ocasionales, empezaron a reportarlos regularmente a partir de la entrada en servicio de los cazas nocturnos Northrop P-61 Black Widow. Se cree que los pilotos de estos aviones fueron quienes les dieron el apodo definitivo de “foo fighters”.
Cuando se ha querido minimizar el misterio de los triángulos, como el Triángulo de las Bermudas, o incluso de negar su existencia, se ha dicho que los barcos y los aviones suelen desaparecer en el mundo entero. El océano es enorme, los barcos son relativamente pequeños y las aguas están en perpetuo movimiento, tanto en la superficie como en las corrientes submarinas. Hay barcos y aviones pequeños que se han perdido entre las Bahamas y Florida, donde la Corriente del Golfo fluye hacia el Norte a más de cuatro nudos, y luego han aparecido a una distancia tan grande del punto en que se les vio por última vez, que se ha llegado a darlos por desaparecidos. No obstante, la velocidad de esta corriente es conocida por la Guardia Costera, cuyas misiones de búsqueda y rescate la tienen muy en cuenta, al igual que las desviaciones debidas a los vientos, cuando rastrean el área aproximada de la desaparición de alguna nave. Más aún, algunos barcos han desaparecido, para reaparecer luego en otro lugar, como ocurrió con el A. Ernest Miles, que naufragó con una carga de sal frente a la costa de Carolina. Cuando la sal se disolvió, el buque fantasma volvió a la superficie y fue inmediatamente recuperado. La Dahama, otro buque perdido, que resurgió desde el fondo del mar, es mencionado frecuentemente en relación con el Triángulo de las Bermudas. Se le dio por hundido en abril de 1935 y sus pasajeros fueron rescatados. Sin embargo, poco después El Aztec lo halló a la deriva frente a las Bermudas. Cuando los buceadores bajan hasta el fondo del océano, siguiendo las indicaciones del magnetómetro, ocurre a menudo que, en lugar de galeones españoles, encuentran aviones civiles o de guerra desaparecidos, diversos tipos de barcos y, como ocurrió en una ocasión, a muchos kilómetros mar afuera. Los caprichos de las corrientes y el fondo movedizo podrían explicar algunas de las búsquedas infructuosas de aviones y barcos. Sin embargo, estas zonas presentan características submarinas que podrían también esconder las huellas de algunas de esas desapariciones. En el Triángulo de las Bermudas existen unos extraños “agujeros azules“, dispersos entre los acantilados de piedra caliza y otras formaciones submarinas semejantes que se encuentran a lo largo de las Bahamas, junto a las anchas cornisas y las caídas abisales. Hace miles de años, estos agujeros eran cuevas de piedra que estaban en la superficie. Cuando el mar subió de nivel, como consecuencia del derretimiento de la tercera generación de glaciares, hace unos 12 a 15 mil años, las cuevas tomaron su forma actual y se convirtieron en un lugar favorito de pesca para buceadores. Estas cavernas y pasajes submarinos van directamente hasta el borde de la plataforma continental, y algunos continúan hacia abajo, a través de toda la formación calcárea, hasta una profundidad de 500 metros. Otros están conectados a través de túneles y más cuevas con lagos interiores y grandes charcas situadas en las islas Bahamas de mayor extensión.
Aunque se encuentran a muchos kilómetros de distancia del océano, estos pequeños pozos de agua suben y bajan de nivel según el ritmo de las mareas. Allí suelen encontrarse algunos peces que son transportados por las corrientes internas de este sistema submarino y aparecen de pronto kilómetros tierra adentro. En una ocasión, en uno de estos estanques situados a 35 kilómetros de la costa apareció un tiburón que medía seis metros de largo, causando sensación y gran alarma entre los habitantes de la región. Los agujeros azules se hallan en el interior del océano y situados a diversas distancias de la superficie. Las galerías parecen abrirse en muchas direcciones, confundiendo hasta a los peces, que suelen incluso nadar de arriba hacia abajo. Algunos de los pasajes que comunican las cavernas parecen estar tan simétricamente diseñados que los buceadores han llegado a buscar señales para verificar si fueron talladas a mano en la época en que los arrecifes se hallaban sobre el nivel del mar. También han notado las peligrosas y fuertes corrientes que penetran en los agujeros azules. Esto se debe al flujo de las mareas, que hace que grandes masas de agua entren en las cavidades y creen una especie de efecto de tiraje que produce fuertes remolinos en la superficie, a pesar de que en los alrededores no hay tierra sobre el nivel del océano. Semejantes remolinos podrían arrastrar un bote pequeño con su tripulación al interior de uno de los agujeros azules. Esta posibilidad cobró cierto grado de verosimilitud cuando el oceanógrafo Jim Thorne encontró un bote pesquero atrapado en una de las cavidades, a una profundidad de 25 metros, mientras participaba en una expedición submarina. Otros exploradores han encontrado también botes de goma y pequeñas embarcaciones dentro de los agujeros. Sin embargo, aunque algunos botes pequeños, o incluso los restos de otros más grandes pudieran haber ido a parar allí, permaneciendo atrapados en el interior de las cavernas, este efecto de remolino no explicaría la desaparición de buques más grandes ni la de aviones. Aunque las vorágines marinas suelen aparecer en distintas zonas del mundo, en épocas diversas, y especialmente dentro de la región de las Bahamas, en el Triángulo de las Bermudas, ninguno de esos fenómenos conocidos podría compararse con el remolino de Noruega, descrito por Edgar Allan Poe en su cuento “Un descenso al Maelstrom“, excepto tal vez algunos grandes movimientos sísmicos o perturbaciones atmosféricas.
Al describir este torbellino destructor de barcos, Edgar Allan Poe dice: “Jamás olvidaré las sensaciones de sobrecogimiento, terror y admiración con que contemplé lo que me rodeaba. Parecía como si la embarcación estuviese colgando, por arte de magia, a medias y apoyada en la superficie interior de un túnel de vasta circunferencia y prodigiosa profundidad, cuyos costados perfectamente lisos podrían haber pasado por superficies de ébano, a no ser por la asombrosa rapidez con que daban vueltas. Al sentir la sacudida del descenso, que me trastornaba, me así instintivamente, con más fuerza y cerré los ojos. Ahora, al contemplar la desolada inmensidad a que nos habían conducido, advertí que nuestra barca no era el único objeto atrapado por el abrazo del torbellino. Encima y por debajo de nosotros podíamos ver fragmentos de navíos, grandes masas de madera para construir y troncos de árboles junto a muchos objetos pequeños, como trozos de muebles de hogar, cajas rotas, barricas y duelas. Y entonces comencé a observar, con extraño interés, los numerosos artículos que flotaban en nuestra compañía. De pronto me oí decir: ‘Este abeto será sin duda el que habrá de desaparecer ahora, en esa terrible zambullida’, y luego me sentí decepcionado al comprobar que los restos de un barco mercante holandés se le adelantaban y se hundían primero“. Este tipo de narraciones puede haber influido sobre algunas de las teorías en torno de las desapariciones de barcos dentro del Triángulo y sobre las versiones acerca de la forma de “los abismos que nos arrastran” en el mar. Las grandes mareas que se levantan repentinamente, o incluso las trombas marinas, o los grandes tornados que se producen en el mar en algunas estaciones, levantando un vasto chorro de agua hacia el cielo, a gran altura, constituyen amenazas más verosímiles para las embarcaciones grandes y pequeñas que recorren esta zona. Una o varias trombas marinas pueden perfectamente destrozar una pequeña embarcación, o un avión que vaya volando bajo, de la misma forma en que los tornados que se desencadenan en tierra firme levantan casas, vallas, vehículos y personas hacia el cielo. Por otra parte, aunque las trombas marinas son visibles durante el día, cuando hay tiempo para eludir el peligro, por la noche son bastante más difíciles de eludir, sobre todo cuando el afectado es un avión que vuela en condiciones de escasa visibilidad. Pero los fenómenos más temidos en relación con los hundimientos repentinos de barcos son las grandes marejadas que se levantan repentinamente, como consecuencia, casi siempre, de terremotos submarinos. La aparición de estas enormes olas depende de varios factores, tales como maremotos, deslizamientos de tierra, presión atmosférica, vientos, tormentas y huracanes, que no se producen necesariamente en una zona próxima, o bien erupciones de volcanes sumergidos. También pueden aparecer olas gigantes en aguas serenas, por diversas razones, pero las que se levantan en mares tempestuosos suelen alcanzar, según observadores competentes, una altura de por lo menos 40 metros.
Las olas producidas por perturbaciones sísmicas (tsunamis) han llegado a elevarse hasta 60 metros, tan alto como un gran rascacielos. Estos tsunamis pueden sobrevenir sin advertencia previa y son capaces de hundir un barco, si está anclado, o de hacerlo zozobrar si se encuentra navegando. Algunas veces, incluso barcos de gran tamaño se han partido por la mitad ante el embate de estas olas. Aunque las embarcaciones más pequeñas pueden cabalgar sobre la cresta de las olas y deslizarse entre una y otra sin dificultades, se dio el caso de un destructor que resultó partido en dos, porque su largo era equivalente a uno y medio de estos senos que se forman sobre una oleada y la siguiente. Si hubiese medido lo mismo que uno, o dos de ellos, probablemente habría resistido. Existen también otras olas, muy poco usuales, pero muy destructivas, que suelen ser el resultado de deslizamientos submarinos de tierra causados por la ruptura de una falla de la corteza terrestre. Se les conoce con el nombre de seiche y son pequeñas de altura; no son tan espectaculares como los tsunamis, pero tienen un poder inmenso, y son seguidas por grandes masas de agua que se acumula detrás de ellas. Resultan más difíciles de reconocer y, por lo mismo, son todavía más peligrosas. Una de esas olas, presentándose de manera inesperada, podría destrozar un buque y esparcir sus restos a lo largo de grandes extensiones. Pero, si bien los barcos pueden ser literalmente tragados por una marejada repentina, no es concebible que un avión desaparezca en el aire a causa de estos movimientos marinos. Algunos observadores han visto aviones internarse en una nube sin reaparecer jamás, como si algo los hubiese desintegrado o arrebatado del aire durante el vuelo. En la atmósfera existen fuerzas que pueden compararse con las marejadas marinas, especialmente si un avión las enfrenta a gran velocidad. Un avión puede encontrar, en su trayectoria de ascenso o descenso, corrientes muy fuertes, de dirección contraria a la indicada por los instrumentos del aeropuerto. Si son en extremo violentos, pueden tener consecuencias nefastas para el aparato afectado. Este factor, semejante a una especie de “tenaza de viento“, juega un papel importante en las desapariciones de aviones y, en su forma más violenta, puede compararse con las olas tipo seiche, que se levantan inesperadamente, en un mar generalmente en calma. La turbulencia aérea puede desplazarse hacia arriba, hacia abajo, o en sentido horizontal y, cuando el cambio es suficientemente rápido, el efecto es casi como el de un choque contra una pared de piedra.
En general, resulta imposible predecir este tipo de turbulencias, aunque suele encontrárselas en los extremos de las corrientes atmosféricas que se mueven como lo hace la Corriente del Golfo a través del océano, pero a una velocidad considerablemente mayor, equivalente a 370 km/h, frente a los cuatro o menos de cuatro a que viaja la Corriente del Golfo. Estos tremendos movimientos podrían explicar quizás la pérdida de algunos de los aviones ligeros dentro del Triángulo de las Bermudas y otros triángulos. O bien los desintegran, según la presión que se ejerza sobre ellos, o bien los lanzan al mar, formando un vacío a su alrededor. Las mismas turbulencias son un misterio, ya que aparecen repentinamente, y son impredecibles. Sin embargo, resulta dudoso que un cambio repentino de presión haya sido la causa de todas las desapariciones de aviones ocurridas dentro de los triángulos y de la eliminación de sus comunicaciones radiales. Gracias a los nuevos y sofisticados sistemas de rastreo y computación que ahora existen, podrá resultar más fácil encontrar las naves aéreas que puedan perderse en esta zona. Los aviones actuales llevan también unos sistemas de memoria y computación llamados sistemas de información aeronáutica integrada que, en caso de desastre, conservan un registro detallado de lo ocurrido en el avión. También se están utilizando mecanismos desarrollados durante los vuelos espaciales y en las travesías de los submarinos atómicos, que registran automáticamente la posición y cualquier desviación de un avión o un barco. Existe un nuevo aparato para localizar un avión perdido que se llama baliza “de recuperación“. Es un pequeño transmisor de radio capaz de transmitir durante dos o tres días. Se le instala en la cola del aeroplano y es activado por la pérdida del sistema electrónico. Pero si los desastres que se producen dentro de los triángulos estuviesen conectados con silencios radiales, cabría suponer que estos nuevos aparatos también se verían neutralizados. Misteriosamente, el electromagnetismo y los desperfectos en los instrumentos son fenómenos que se repiten una y otra vez en esta región. El ingeniero electrónico Hugh Auchincloss Brown, autor del libro Cataclysms of the Earth, opina que “existen buenas razones para relacionar estos incidentes con el campo magnético de la Tierra. A lo largo de la historia de nuestro planeta se han manifestado aprehensiones a ese respecto, en diferentes períodos, y tal vez ahora se está desarrollando otra era de cambio en la situación magnética, que tiene como primeras manifestaciones de advertencia ciertos indicios de terremotos magnéticos que ocurren ocasionalmente. Esto podría explicar las perturbaciones que hacen que los aviones se estrellen y luego desaparezcan, cuando se hunden en aguas profundas. Pero ello no explicaría, naturalmente, las pérdidas de barcos...”.
El especialista en electrónica Wilbert B. Smith, que dirigió un proyecto sobre magnetismo y gravedad por encargo del Gobierno canadiense, en 1950, ha sugerido que estos elementos son un factor de importancia en la desaparición de aviones. Dijo que había hallado lugares específicos, a los que calificó de “áreas de alcance reducido“, que eran relativamente pequeños, de alrededor de 300 metros de diámetro, pero extendidos hacia arriba hasta una altura considerable, y que se caracterizaban por una turbulencia tal, que realmente podrían destrozar un avión. Las aeronaves no advertirían de antemano estas zonas de perturbaciones magnéticas y gravitacionales no señaladas en los mapas, hasta que ingresaran a ellas, con resultados fatales. Al comentar la aparente movilidad de estas áreas, Smith escribió: “No sabemos si estas regiones de alcance reducido se mueven o si sencillamente se desvanecen… Cuando tratamos de localizar algunas de ellas, al cabo de tres o cuatro meses, no pudimos hallar ni señales“. Un miembro de Búsqueda y Rescate, del Centro de operaciones de la Guardia Costera de los Estados Unidos, precisó también la importancia que tenían el magnetismo y la gravedad en sus investigaciones: “Francamente, no sabemos lo que ocurre en el llamado Triángulo de las Bermudas. Lo único que cabe, en relación con estas desapariciones inexplicables, es hacer conjeturas. La Marina está tratando de llegar hasta el fondo del misterio, con un programa llamado Proyecto Magnetismo, en el que se están investigando las perturbaciones atmosféricas y de gravitación electromagnética. Algunos expertos piensan que tales perturbaciones podrían haber sido la causa de la desintegración de aquellos aviones, en 1945. Un barco que navegaba por la zona informó haber visto una gran bola de fuego en el cielo, la que, naturalmente, pudo ser también un choque en el aire. Pero eso es algo bastante desusado cuando se trata de cinco aviones. El hecho es que no tenemos una verdadera opinión acerca de esta materia“. En épocas pasadas, las búsquedas intensivas, pero inútiles, por parte de la Guardia Costera norteamericana, a que dieron lugar algunos casos de desapariciones notorios, como el de un escuadrón completo de aviones tipo Avenger TBM, poco después de haber despegado en Fort Lauderdale, Florida, o el hundimiento sin dejar rastros del Marine Sulphur Queen, en el Estrecho de Florida, han dado crédito a la creencia popular acerca de los misterios y las cualidades sobrenaturales del Triángulo de las Bermudas. Han sido incontables las teorías que se han ofrecido, a través de la historia de esta región, para explicar las numerosas desapariciones.
Según la Guardia Costera norteamericana, la mayoría de las pérdidas pueden considerarse como debidas a las extraordinarias características que presenta la zona. Por ejemplo, el Triángulo del Diablo es uno de los dos lugares de la tierra en que un compás magnético señala hacia el Norte verdadero. Normalmente indica hacia el norte magnético. La diferencia entre los dos es conocida como variación del compás. El grado de variación cambia hasta 20 grados cuando uno circunnavega la Tierra. Si esta variación o error del compás no es compensada, el navegante podría llegar a encontrarse muy alejado de su rumbo y enfrentaría a serias dificultades. Existe una zona llamada Mar del Diablo por los marinos japoneses y filipinos que está situada frente a la costa Este de Japón y que también exhibe las mismas características magnéticas. Al igual que el Triángulo de las Bermudas, es conocida por las misteriosas desapariciones que allí se producen. Otro factor ambiental es el carácter de la Corriente del Golfo. Es extremadamente veloz y turbulenta y puede borrar rápidamente cualquier evidencia de desastre. Las impredecibles características meteorológicas del Atlántico, en la zona del Caribe, también desempeñan un papel importante. Las repentinas tormentas y trombas marinas suelen significar a menudo un desastre para pilotos y marinos. Por último, la topografía del fondo del océano varía mucho, desde los extensos bajíos que rodean las islas hasta algunas de las fosas marinas más profundas del mundo. Con la interacción de las poderosas corrientes que se mueven sobre los numerosos arrecifes, la topografía se halla en un flujo permanente y la navegación enfrenta constantemente nuevos accidentes. Tampoco debe subestimarse el factor fallo humano. Hay una gran cantidad de embarcaciones de placer que navegan por las aguas de la región situada entre la Costa Dorada de la Florida y Las Bahamas. Suelen intentarse muy a menudo travesías con embarcaciones demasiado pequeñas, con un conocimiento insuficiente de los imprevistos que se producen en la zona y falta de experiencia en pilotaje. Sin embargo, los aviones que desaparecen durante itinerarios normales y sometidos a la revisión constante de pilotos experimentados y personal de vuelo, ciertamente no se quedaron sin gasolina, y los aparatos que desaparecieron en grupo no se encontraron todos al mismo tiempo y a la misma presión con perturbaciones o turbulencias. Tampoco existe una explicación plausible acerca de la razón por la cual no se han hallado restos de tantas desapariciones, en contraste con lo que ocurre en otras regiones de los océanos y playas del mundo entero, ni de por qué han desaparecido tan abruptamente aviones. De todos modos, lo que puede ser aplicable a los aviones no lo es a los barcos y si todas las pérdidas aéreas pudiesen hallar una explicación, las desapariciones de barcos en el Triángulo de las Bermudas y otros, seguirían sumidas en el misterio. Los observadores estiman que hay una relación obvia, por lo menos en cuanto a intensidad, entre los dos tipos de desapariciones.
En los últimos meses de 1974, una organización llamada Centro Isis para la Investigación y el Estudio de las Artes y Ciencias Esotéricas, de Silver Spring, Maryland, debía realizar un crucero con intenciones de seminario, que fue calificado de “fronteras de la ciencia” y que debía realizarse en un barco alquilado, recorriendo las zonas del Triángulo de las Bermudas en que se han registrado los fenómenos más peligrosos. Según el presidente de Isis, Jean Byrd, los participantes en el crucero debían adquirir un seguro especial, debido al elemento de riesgo implícito en el viaje. Además, existía el propósito de practicar unos test psicológicos a los miembros de la tripulación mientras navegaban por las zonas “de peligro“, y muy especialmente por aquellas en que las alteraciones o falta de funcionamiento del compás evidenciaban muestras de desviación magnética. Los test tenían por objeto determinar si la actividad mental de los participantes reflejaba las tensiones magnéticas. Anteriormente se ha mencionado esta posibilidad, señalándola como una posible explicación de cómo las personas afectadas mentalmente por ondas magnéticas podían perder el control de aviones o barcos, haciéndolos estrellarse o hundirse, o sencillamente abandonaban la nave, debido a la presión psicológica. Sin embargo, hay que señalar que los sobrevivientes que alegaron haber hallado esas fuerzas del Triángulo todavía no identificadas, no recuerdan haber notado perturbación mental alguna, excepto las muy comprensibles reacciones de sorpresa y temor. Ante la falta de una explicación lógica y aceptable, algunos investigadores independientes han buscado las causas en cambios interdimensionales realizados a través de un conducto equivalente a un “agujero en el cielo“, en el que los aviones entran, pero del que no salen. Otros investigadores creen que todo es obra de seres del espacio interior o exterior, mientras otros, finalmente, ofrecen una teoría o combinación de teorías según las cuales el fenómeno podría ser causado básicamente por complejos poderes de origen humano que aún funcionarían y que corresponderían a una ciencia considerablemente distinta de las nuestras y mucho más antigua, como por ejemplo, conocimientos tecnológicos de la Atlántida. Los investigadores del Triángulo de las Bermudas han advertido hace tiempo la existencia de otra zona misteriosa en los océanos del mundo. Está situada al sudeste de Japón, entre este país y las islas Bonin, y más específicamente entré Iwo Jima y la isla Marcus. La señalan como un lugar de grave peligro para barcos y aviones. Ya sea que los barcos se han perdido allí como consecuencia de la erupción de volcanes submarinos, o de súbitas marejadas, lo cierto es que esta región, llamada Mar del Diablo, goza de una fama aún más siniestra que el Triángulo de las Bermudas. Después de la investigación realizada por un buque del gobierno, en 1955, las autoridades japonesas resolvieron declararla zona peligrosa.
El Mar del Diablo ha despertado temor desde antiguo entre los pescadores, que creen que está habitado por demonios y monstruos que se apoderan de los barcos desprevenidos. Naves de mar y aire desaparecieron regularmente allí durante muchos años. Pero en una época en que Japón gozaba de paz, entre 1950 y 1954, se perdieron nueve modernas embarcaciones, cuya tripulación total alcanzaba a varios centenares de personas y en circunstancias características de los acontecimientos que ocurren en el Triángulo de las Bermudas. Las dos zonas presentan coincidencias impresionantes. Las inexplicables desapariciones ocurridas en este equivalente japonés del Triángulo de las Bermudas movieron al gobierno japonés a realizar una investigación en 1955. Esta expedición incluía a un grupo de científicos que iban recogiendo datos mientras su barco, el Kaiyo Maru N.° 5, cruzaba el Mar del Diablo. Pero tuvo un final inesperado, ya que el barco investigador desapareció junto con su tripulación y los científicos. La existencia de varias zonas de desapariciones similares en los océanos del mundo ha movido a hacer algunas especulaciones. Se han elaborado teorías relativas a trastornos antigravitacionales, suponiendo que hay zonas en que las leyes de gravedad y de atracción magnética normal no funcionan de la manera que nos es familiar. Ralph Barker, autor del libro Great Mysteries of the Air, dice que los nuevos descubrimientos en el campo de la Física “demuestran la existencia de partículas de materias antigravitacionales” y sugieren “la presencia de materia antigravitacional de naturaleza totalmente distinta de las conocidas en este planeta, de asombroso poder explosivo cuando se aproxima a alguna materia de las conocidas, situada en ciertas regiones de la Tierra“. Barker deja entrever la posibilidad de que la causa de estos efectos haya llegado desde el espacio para depositarse bajo la corteza terrestre y, con mayor frecuencia, de los océanos. Esta teoría ofrece una posible explicación de los trastornos electrónicos y magnéticos dentro de algunas zonas, pero no explica en cambio las numerosas desapariciones de barcos y aviones que se hallaban cerca de tierra. En este sentido, cabe recordar los informes acerca de otras áreas de anomalías magnéticas, en que la fuerza de atracción de algo oculto bajo el agua resulta más poderosa que la del Norte Magnético Polar. En su artículo titulado “The Twelve Devil’s Graveyards Around the World” (Los doce cementerios diabólicos alrededor del mundo), escrito para la revista Saga, Ivan Sanderson hace un estudio más detallado del Triángulo de las Bermudas y otras regiones sospechosas. Al señalar los lugares del mundo en que se han producido desapariciones de aviones y barcos, Sanderson y sus colaboradores descubrieron, en primer término, que la mayoría ocurrieron en seis zonas, todas las cuales tenían más o menos la misma forma oblonga y estaban situadas entre las latitudes 30° y 40°, al norte y al sur del Ecuador. Entre ellas figuraban el Triángulo de las Bermudas y el Mar del Diablo.
Tal como ya hemos indicado antes, Sanderson definió una serie de doce “anomalías“, que se producen a intervalos de setenta y dos grados y tienen su centro exactamente en las latitudes 36° Norte y Sur. Son cinco en el Hemisferio Norte, cinco en el Sur y en los dos polos. La razón por la cual el Triángulo de las Bermudas es el más célebre es que allí hay más tráficos aéreo y marítimo. Las otras zonas en cambio, aunque menos recorridas, presentaban también evidencias notorias de perturbaciones magnéticas temporales y espaciales. La mayor parte de estas regiones se halla al este de las masas terrestres continentales, donde las corrientes oceánicas cálidas que se dirigen hacia el Norte chocan con las frías que van hacia el Sur. Además, allí se encuentran también los puntos nodales en que las corrientes de superficie toman una dirección y las submarinas otra. Estas últimas fluyen tangencialmente, y al sufrir la influencia de distintas temperaturas provocan turbulencias magnéticas que afectan la comunicación radial y quizá también la gravedad. En algunos casos, y cuando se presentan condiciones especiales, provocan la desaparición de aviones y barcos, haciéndolos dirigir aparentemente a otros puntos del tiempo o el espacio. Sanderson pone de relieve un aspecto interesante y extraño en estas zonas, cuando describe cómo algunos vuelos cuidadosamente programados suelen llegar con un asombroso adelanto. Hay aviones que han arribado con tanta anticipación con respecto a su itinerario, que la única explicación es que hayan encontrado un viento de cola de una velocidad de 800 kilómetros por hora. Tales incidentes pueden ser el resultado de vientos no registrados, pero parecen producirse con más frecuencia dentro del Triángulo de las Bermudas y otras zonas similares, como si dichos aviones se hubiesen encontrado con la anomalía pero hubiesen logrado sortearla o evadirse de un hipotético “agujero del espacio“. Ivan Sanderson indica que nuestro planeta opera sobre la base del electromagnetismo y se pregunta si el Triángulo de las Bermudas y algunas otras zonas no funcionaran como “enormes máquinas generadoras de otro tipo de anomalías. ¿No podrían tal vez crear torbellinos, dentro o fuera de los cuales los objetos materiales quedarían sometidos a una continuidad de tiempo y espacio diferente?“. Porque, curiosamente, aparte de las numerosas desapariciones ocurridas, en los últimos años se han producido un número inmensamente mayor de extrañas apariciones. Ningún investigador de los acontecimientos del Triángulo de las Bermudas puede eludir los informes acerca de apariciones de ovnis.
Los ovnis han dado lugar a miles de investigaciones en los Estados Unidos desde 1947, en que se produjo la primera serie de visiones de ovnis registrada en tiempos de paz. En el resto del mundo se han producido millares de apariciones; diez mil, solamente en 1966. También han sido descritos por observadores competentes desde el punto de vista científico. Como dijo el doctor J. Allen Hyneck, ex asesor de la Fuerza Aérea en esta materia, “la inteligencia de los que se dedican a observar estos objetos, y de quienes han informado haberlos visto, es por lo menos normal. En muchos casos está por encima de lo normal y en otros es embarazosamente elevada“. Los ovnis han sido observados siguiendo a aviones, en algunos casos los han interceptado o destruido, y en otras ocasiones han aparecido en número considerable sobre importantes ciudades. Durante la Segunda Guerra Mundial, cada uno de los dos bandos pensaba que los objetos luminosos que revoloteaban junto a los aviones de combate eran armas secretas del enemigo. Los informes sobre ovnis registrados en la zona de las Bahamas han sido y siguen siendo numerosos, mucho más que en cualquier otra región. Se les ha visto bajo aguas transparentes, en el cielo y viajando del cielo al mar y del mar al cielo. Los testimonios han provenido de observadores dignos de crédito y los lugares en que se han producido las visiones han dado pie a algunas teorías según las cuales su presencia está relacionada con las desapariciones que ocurren dentro del Triángulo de las Bermudas; o mejor dicho, para ser más explícito, que los ovnis han estado secuestrando aviones y barcos durante varias generaciones. Uno de los partidarios más elocuentes de esta versión es John Spencer, autor del libro Limbo of the Lost (Limbo de los perdidos). Spencer ha realizado estudios durante muchos años y piensa que la única explicación plausible en torno de la pérdida de aviones y barcos con sus tripulaciones y pasajeros, es que han sido y son “secuestrados” de los mares y cielos por los que viajaban. Spencer señala: “Puesto que la desaparición total de navíos de más de 175 metros de largo, en mares totalmente en calma y a 80 km de la costa, lo mismo que la de aviones a punto de aterrizar, no puede ocurrir, según, las normas terrestres, y sin embargo, siguen ocurriendo, me veo obligado a concluir que se los están llevando de nuestro planeta“. Spencer se refiere principalmente a los grandes ovnis capaces de transportar una docena o más de “platillos volantes”, que tal vez podría capturar y almacenar como muestra algunas embarcaciones y aviones. Este gigantesco aparato espacial de transporte correspondería a los objetos de enorme tamaño y forma oblonga o cilíndrica, “con forma de puro“, a los que se refieren los testigos de algunos avistamientos.
La teoría de Spencer acerca de la razón por la que los raptos espaciales se producen en tan gran escala resulta inquietante y es compartida por diversos investigadores, que parecen haber llegado a la misma conclusión de manera independiente. Podría ser que estas inteligencias foráneas estuviesen dispuestas a dejarnos seguir nuestro camino, observándonos, pero capturando ejemplares de muestra que conservarían como un ejemplo de la vida terrestre. En su libro The Case for the UFO’s (El caso de los ovnis), M. K. Jessup, astrónomo y especialista en la Luna, opinó que las famosas desapariciones de barcos y los misterios del Triángulo de las Bermudas, como las que afectaron al Freya, al Mary Celeste, al Ellen Austin y a tantos otros, fueron causadas por ovnis. Pero Jessup va más allá del Triángulo de las Bermudas y describe la desaparición de la tripulación completa del Seabird, un gran barco de vela, que se desvaneció después de enviar señales a un pesquero, cerca del puerto de Newport, en Rhode Island, en 1850. En el cuaderno de bitácora del Seabird se podía leer una nota escrita a 3,5 km del puerto, y en la mesa del comedor se halló dispuesta una comida completa. Aparentemente, el velero continuó su ruta hacia el puerto donde estaba anclado habitualmente, y fue a vararse en la playa “como llevado de la mano de un gigante“, y por la noche desapareció en medio de una tormenta. Tras examinar estos incidentes náuticos, Jessup llegó a la conclusión de que tales desapariciones eran “casi imposibles de explicar, excepto hacia arriba. Algo operaba desde arriba, con gran poder y velocidad de acción“. Jessup creía que el desarrollo de nuestra era aeronáutica “es de un gran interés para nuestros visitantes del espacio” y que allí podría estar la explicación del creciente número de visiones de ovnis habidas en años recientes, que estuvieron concentradas en gran medida en la zona del Triángulo de las Bermudas, situada frente a la costa de Florida y alrededor de Cabo Kennedy. El 10 de enero de 1964 se dio allí el caso de un OVNI que entró en el radio de seguimiento del radar durante el lanzamiento de un cohete Polaris y fue seguido en su extraño curso durante catorce minutos, antes de volver a dirigirse al Polaris. Aunque ampliamente comentada por los que se encontraban presentes, esta aparición nunca fue registrada por la prensa. La teoría de Jessup acerca del “interés” de los OVNI en nuestra era aeronáutica, se ha visto considerablemente fortalecida por algunos acontecimientos. Durante los lanzamientos de algunos cohetes, sobre todo los Géminis 4 y 7, se han observado algunos ovnis.
El doctor Manson Valentine, zoólogo, arqueólogo y oceanógrafo, ha estudiado durante varias décadas los extraños acontecimientos del Triángulo de las Bermudas. Mucha de la información de que dispone, especialmente la que recogió en sus últimas conversaciones con Jessup resulta asombrosa. Podemos leer que en esta región se producen más visiones que en ningún otro lugar. Ha habido muchas visiones recientes de aviones que e no son tales, y de naves submarinas que no son submarinos normales. En abril de 1973, el capitán Dan Delmonico vio uno de estos artefactos. Tuvo dos visiones casi idénticas de un objeto no identificado, bajo las aguas trasparentes de la Corriente del Golfo, ambas aproximadamente en la misma zona, a más o menos un tercio de la distancia de navegación entre Great Isaac Light, al norte de las Bimini y Miami, donde las aguas de la Corriente del Golfo son muy profundas. Ambas visiones se produjeron alrededor de las cuatro de la tarde, cuando el mar estaba en calma, el oleaje era normal y había una visibilidad excelente. En ambos casos hubo un objeto blanco-grisáceo, liso, y de una forma parecida a la de “un puro muy grueso, de bordes redondos“, que pasó rápidamente bajo la proa de su embarcación. Delmonico calculó que su tamaño era de unos 45 a 60 metros de largo, y su velocidad de por lo menos 100 a 110 km por hora. Cuando lo vio, de pronto, parecía que iba a chocar con su embarcación y le dio la impresión de que se aprestaba a salir a la superficie justo delante de él. Pero, quizás advirtiendo su presencia, después de pasar directamente por debajo de su embarcación, el objeto se hundió y desapareció. No hubo turbulencias ni una conmoción apreciable. El objeto no mostraba aletas, elevadoras ni ninguna otra protuberancia que alterase la superficie lisa. Tampoco tenía ventanillas u ojos de buey. Los pilotos de aviones y las tripulaciones de barcos han visto ovnis con tanta frecuencia en los cielos del Triángulo de las Bermudas, que ya se han convertido en algo muy habitual. Lo que resulta más inquietante es la presencia de algunos de estos objetos revoloteando sobre las cumbres de los árboles, en el pantano Okefenoke. Durante el gran apagón ocurrido hace años en la costa Este de Estados Unidos, fueron observados alrededor de una docena de ovnis.
El doctor Jessup tenía la teoría de que el poder de los campos magnéticos podía transformar y transportar materia desde una dimensión a otra. Creía que los ovnis podían entrar en nuestra dimensión y luego salir, llevándose muestras de seres humanos. Además, pensaba que algunos de los accidentes habían sido provocados por los rayos catódicos de los ovnis, que habrían creado un vacío en el cual se desintegraban los aviones que penetraban en aquel campo. Esto es probablemente lo que le ocurrió al capitán Thomas Mantel. El 7 de enero de 1948, el capitán Thomas Mantel y varios otros pilotos de la base Godman, en Fort Knox, persiguieron con sus Mustangs P-51 a un ovni “de enorme tamaño” que habían observado durante el día, cerca de la base. Cuando Mantel se elevó persiguiéndole, algunos testigos lo vieron desintegrarse. Mantel voló demasiado cerca del platillo y posiblemente cayó dentro del campo ionizado. Su aparato estalló en tantos pedazos que no se pudo encontrar ninguno mayor que un puño. Todos los que se hallaron estaban perforados. Sean lo que fuesen los ovnis, parecen crear un torbellino magnético temporal y un tipo de ionización que puede causar la desintegración de barcos y aviones. Antes de morir, Jessup creía que estaba a punto de descubrir la base científica de lo que estaba ocurriendo, que para él resultaba explicable según la “teoría de campo unificado” de Einstein. La base de esta teoría está en que todos nuestros conceptos de espacio-tiempo y materia-energía no son entidades separadas, sino transmutables en las mismas condiciones que la perturbación electromagnética. En realidad, la teoría de campo unificado ofrece otra explicación acerca de cómo los ovnis podrían materializarse y desaparecer tan repentinamente. En la práctica, es algo que tiene que ver con los campos magnéticos y eléctricos. Un campo eléctrico creado en un anillo induce un campo magnético en ángulo recto con relación al primero. Cada uno de estos campos representa un plano del espacio. Pero, puesto que existen tres planos del espacio, debe haber un tercer campo, que posiblemente es gravitacional. Mediante el enlazamiento de generadores electromagnéticos, de forma que produzcan un pulso magnético, sería posible crear este tercer campo, a través del principio de resonancia. Jessup dijo que pensaba que la Marina de los Estados Unidos tropezó inadvertidamente con este fenómeno durante un experimento de guerra que se realizó en un destructor y que recibió el nombre de Experimento Filadelfia.
Según Jessup, era una experiencia secreta que la Marina realizó en 1943, durante la guerra, en el mar y frente a Filadelfia. Su finalidad era verificar el efecto de un fuerte campo magnético sobre una embarcación de superficie tripulada. Esto había de realizarse utilizando generadores magnéticos. Se emplearon generadores para crear un enorme campo magnético sobre y alrededor de un barco inmovilizado. Los resultados fueron tan sorprendentes como importantes, aunque tuvieron consecuencias posteriores muy desafortunadas para la tripulación. Cuando empezó a realizarse la experiencia surgió una luz verdosa y opaca, similar a la luminosidad gris brumosa que según los testimonios de supervivientes también se produce durante los incidentes del Triángulo de las Bermudas. Muy pronto, el buque entero estaba cubierto por este velo verde y la nave, con tripulación y todo, empezó a desaparecer de la vista de los que se hallaban en el muelle. Sólo podía verse la línea de flotación. Posteriormente se dijo que el destructor había aparecido y desaparecido en Norfolk, Virginia, lo que podría estar relacionado con un fenómeno de viaje en el tiempo o de transportación. Un ex miembro de la tripulación informó que el experimento resultó exitoso, y que se produjo un campo de invisibilidad de forma esférica que se extendía a lo largo de cien metros, que dejaba ver la depresión causada por el barco, pero no el barco mismo. Al intensificarse la fuerza del campo empezaron a desaparecer algunos marineros. Se rumoreó que muchos marinos fueron hospitalizados, otros murieron y otros resultaron con perturbaciones mentales. En general, su capacidad física pareció haber aumentado. Algunos tripulantes conservaron los efectos de la transmutación causados por el experimento, y desaparecían y reaparecían temporalmente, en casa o mientras iban por la calle o estaban sentados en bares y restaurantes causando asombro y consternación entre transeúntes y camareros. Toda la cuestión del magnetismo es por ahora un misterio. Si desarrolláramos las sugerencias contenidas en la teoría del campo unificado de Einstein, que relacionan los campos gravitacionales y electromagnéticos con la teoría del espacio-tiempo, y si los campos magnéticos fuesen suficientemente fuertes, esa sería la causa de que los objetos y la gente cambien de dimensión, haciéndose invisibles. La respuesta a la cuestión del Triángulo de las Bermudas se halla tal vez en las aberraciones electromagnéticas, que se evidencian sólo en algunas épocas, cuando son activados por casualidad o a propósito. Y parece posible que la presencia de los ovnis cree las cargas de energía requeridas.
Jessup opina que es posible que los seres inteligentes que dirigen a los ovnis no estén sólo tomando muestras y verificando nuestro progreso científico, como lo demuestra su interés por Cabo Kennedy y las pruebas espaciales, sino que están retornando a lo que podrían ser antiguos recintos sagrados o quizá estaciones generadoras de energía que actualmente están cubiertas por el mar. En años recientes hemos descubierto, cerca de las Bimini y en otros lugares de las Bahamas, grandes construcciones en el fondo del mar, que constituyen indicios de que allí existía hace miles de años una civilización muy desarrollada. Resulta más que curioso que hayan ocurrido tantos incidentes en esta zona y que haya habido tantas visiones de ovnis, no sólo en el cielo, sino también entrando y saliendo del océano. Varios de los investigadores del Triángulo de las Bermudas coinciden al señalar que, puesto que no existe una explicación lógica acerca de las desapariciones de tantos barcos y aviones, la explicación podría ser extraterrestre, como la captura de naves y personas por intermedio de los ovnis. Además, la mayor parte de las visiones de estos objetos hablan de luces de distintos colores e intensidades, observadas durante la noche. Y algunas de las más espectaculares desapariciones de aviones se han caracterizado por extrañas luces observadas en el cielo. Algunos teóricos sugieren que la procedencia de los ovnis podría hallarse más en los océanos de la Tierra. Ivan Sanderson, en su libro Residentes invisibles, señala que casi tres cuartos de la Tierra yacen bajo el agua. Según Sanderson, en este planeta existe una “civilización” submarina que ha evolucionado aquí durante mucho tiempo. Sanderson señala que si una civilización como ésta ha podido desarrollarse bajo el agua, actualmente se encontraría mucho más adelantada que la que vive en la superficie y que abandonó el mar hace millones de años, para vivir sobre la tierra. Al permanecer en el océano habría tenido la ventaja inicial de mantenerse en su ambiente original, para luego crecer en el tiempo. La presencia de seres y actividades tecnológicas bajo los mares del mundo ha sido tal vez la causa de las numerosas leyendas conservadas a lo largo de la historia. Esto explicaría los ovnis que salen o entran en el mar y que han sido vistos en el Triángulo de las Bermudas. En cuanto a la posibilidad de que los ovnis vengan desde otra dimensión para secuestrar aviones, barcos y personas, existe la teoría relativa a otras dimensiones, coexistentes.
El almirante Richard Byrd, famoso explorador y piloto que voló en varias ocasiones sobre los intensos campos magnéticos de ambos polos, transmitió por radio un mensaje increíble mientras volaba sobre el Polo Sur, en 1929. Dijo que estaba penetrando a través de una niebla luminosa en una zona cubierta de vegetación y con lagos sin hielo. Agregó que veía grandes bestias, como bisontes y otros animales y seres que parecían hombres primitivos. La transmisión se perdió casi inmediatamente y el informe del almirante fue atribuido a cansancio o a una alucinación. El hecho de que Byrd hubiera transmitido aquel informe no hizo ningún bien a su reputación en los círculos científicos. Los partidarios de una teoría sobre la “tierra hueca” suponen que el almirante voló a través de un agujero en los polos de la Tierra. En todo caso, parece existir una similitud entre los campos magnéticos del tipo supuestamente creado por el Experimento Filadelfia y las condiciones existentes en los polos, siempre suponiendo que el informe de vuelo del almirante Byrd fuese verídico. Al examinar los incidentes del Triángulo de las Bermudas, no podemos dejar de recordar la frase de Haldane: “El Universo no es sólo más extraño que lo que imaginamos, sino más extraño que lo que podemos imaginar“. Entre las diversas explicaciones que se citan para justificar las inexplicables desapariciones, tenemos las siguientes: Seres del espacio exterior o interior capturarían en forma selectiva a seres humanos; otra posible explicación es que existiría un agujero dimensional en el cielo, en el que los aviones podrían entrar, pero del que no podrían salir, algo así como “un desgarrón magnético en la cortina del tiempo“; otra explicación es que habría ciertos vértices o torbellinos magnéticos que serían la causa de la desaparición de los aviones, o de su traslado a otra dimensión. Estas teorías no son ni más ni menos fantásticas que aquella otra que predica la existencia, dentro del Triángulo de las Bermudas, de antiguas máquinas o fuentes energéticas de una civilización anterior, como la atlante, que yacería en el fondo del océano, dentro del área del Triángulo, y que incluso ahora podrían ser ocasionalmente accionadas por aviones que, al sobrevolarlas, crearían torbellinos magnéticos y provocan perturbaciones magnéticas y electrónicas. En cierto sentido, estos aviones desencadenarían, en un momento preciso y bajo determinadas condiciones, la causa de su propia destrucción.
Se acepta generalmente que grandes porciones de la superficie de la Tierra estuvieron en alguna época bajo el agua, y que otras que ahora están sumergidas fueron parte de la superficie terrestre. Esto ya fue advertido por los naturalistas de la antigüedad, cuando encontraron restos fósiles en el desierto, y por los de nuestra época, que han hallado esqueletos de ballenas en zonas tan al interior de los continentes como las montañas del Himalaya. Por otra parte, existen amplias pruebas de que el desierto del Sahara fue alguna vez un mar interior. Sabemos que durante la anterior glaciación existía un enorme volumen de agua del océano en la zona de glaciares, con una profundidad de varios kilómetros, que cubrían grandes extensiones del Hemisferio Norte. Hace unos 12.000 años, cuando los glaciares comenzaron a derretirse, las aguas del planeta se elevaron, sumergiendo islas y tierras de la costa, convirtiendo istmos en estrechos y grandes islas en llanuras submarinas. Se estima que el nivel de las aguas del océano era unos 200 o más metros más bajo que el actual, en el momento en que los glaciares comenzaron a derretirse. Además, muchas tierras que estuvieron alguna vez sobre las aguas pueden haber quedado aún por debajo de ese nivel, debido a la actividad volcánica que se produjo, en el mismo momento, o con posterioridad a la inundación, para usar la terminología bíblica. Casi todas las razas y tribus del mundo han conservado vivas narraciones acerca de una catástrofe universal. Ante una leyenda mundial tan precisa, en que incluso el período de tiempo en que ocurrió la inundación varía sólo entre cuarenta y sesenta días, parece plausible presumir que aquella catástrofe a escala mundial realmente ocurrió, y que dejó profunda huella en la memoria de la raza humana. Se han encontrado vestigios de esta catástrofe. Por ejemplo, las extensiones de arena que se hallan a miles de metros de profundidad en torno de las Azores; los límites de la costa que se alzan a centenares de metros en algunos parajes, especialmente en Groenlandia, el norte de California y el Perú. Los Andes mismos, que son geológicamente muy recientes, parecen haber sido levantados, transportando con ellos tal vez ciudades enteras, como Tiahuanaco. Mientras tanto, otras tierras costeras de la América del Sur se hundían en el océano, en las profundidades de la fosa de Nazca. El derretimiento de los glaciares podría haber causado la misma catástrofe, ya que habría significado la inundación de las llanuras de las islas del Atlántico y grandes extensiones de las plataformas continentales, que anteriormente se hallaban sobre el agua. Al mismo tiempo, en todo el mundo se produjeron cambios climáticos, con asombrosa rapidez. En Siberia, otrora tropical, todavía suelen hallarse restos congelados de mamuts, congelados con tal rapidez que su carne aún era comestible. Estos mamuts, rinocerontes y otros animales que no suelen asociarse con la actual gélida Siberia, se vieron repentinamente atrapados por grandes inundaciones de lodo en congelación, de tal manera que en sus estómagos se han hallado restos de alimentos no digeridos, concretamente de plantas que ya no hay en Siberia.
Hay algunos lugares del norte de Siberia, Alaska y Canadá que se hallan cubiertos de huesos de grandes animales que sucumbieron repentinamente, en una época que se estima en hace unos 11.000 años. Pareciera como si el mundo hubiese experimentado al mismo tiempo un trastorno climático rápido e inexplicable. En otros hemisferios se hallan también señales de exterminación simultánea de especies, desde el gran cementerio de elefantes que existe en los Andes colombianos, hasta zonas bajo el agua, como el otro enorme cementerio de elefantes hallado frente a la costa de Georgia. Ninguno de estos animales eran habitantes actuales de los sitios en que encontraron la muerte en número tan elevado y en medio del repentino cambio climático que ocurrió hace unos 12.000 años. Entre las áreas que eran tierra firme en aquel período, y que hoy están cubiertas por las aguas, se hallan partes del Mediterráneo, puentes terrestres entre Gibraltar y África y entre Italia y Sicilia, una gran extensión del Mar del Norte, las plataformas continentales que están frente a Irlanda, Francia, la Península Ibérica y África, las llanuras sumergidas en torno de las Azores, las islas Canarias y Madeira, la cordillera de las Azores-Gibraltar y la del Atlántico Norte, y las plataformas continentales de Norte y Sudamérica, especialmente los enormes bancos de las Bahamas, que, una vez sumergidos, se extienden a lo largo de un área de miles de kilómetros cuadrados. Existen abundantes pruebas de que estas zonas han estado por encima del nivel del océano en un período situado dentro de los últimos 10.000 o 12.000 años. Hay otros descubrimientos que parecen apoyar la fecha de 12.000 años atrás como aquella en que se produjo el hundimiento más reciente de grandes extensiones de tierra en el Atlántico. En 1956, los doctores R. Malaise y P. Kolbe, del Museo Nacional de Estocolmo, manifestaron su creencia de que los fósiles de diatomeas, unas algas microscópicas de agua dulce, que el doctor Kolbe extrajo de una profundidad de 3.600 metros, cerca de la cordillera Atlántica, estuvieron depositados originalmente en un lago que existió en la superficie de la Tierra y que ahora se hallaría en el fondo del océano. La edad de estas diatomeas se estimó entre 10.000 y 12.000 años. Esta cifra coincide asombrósamente con la descripción de la Atlántida que hace Platón en su diálogo del Timeo, donde se refiere a un gran continente que habría existido en el océano “hace 9.000 años“, unos 11.400 años antes de nuestra era. Pero, tal vez el más notable indicio de cómo se han sumergido los restos de los pueblos prehistóricos desde el derretimiento de los últimos glaciares, sean los edificios submarinos, las paredes, diques y caminos que suelen encontrarse con frecuencia cada vez mayor bajo las aguas de las costas occidentales de Europa y Sudáfrica, así como de las surorientales de Norteamérica. En éstas últimas se han hallado edificios submarinos, paredes y caminos de piedra que llevan hacia el Este desde las costas de Yucatán y Honduras. Dichos caminos podrían conducir a ciudades sumergidas que se encontrarían aun más allá, mar adentro. Hay incluso un ejemplo de muralla marina de 10 metros de alto y 185 km de largo que se interna en el océano frente a Venezuela y cerca de la desembocadura del Orinoco. En un comienzo se creyó que era un fenómeno natural, pero sus líneas rectas y su estructura tienden a desmentir esta primera apreciación.
Hay claros indicios de que en el actual mar Caribe existía una masa de tierra continental, de la que algunas islas y cordilleras de las Antillas podrían ser cumbres supervivientes. En 1969, una expedición investigadora de la Universidad de Duke estudió el fondo del mar en el Caribe y realizó operaciones de dragado en cierto número de localidades a lo largo del límite oriental de la fosa oceánica venezolana, entre Venezuela y las islas Vírgenes. En cincuenta oportunidades se sacaron a la superficie rocas de granito, que normalmente sólo se encuentran en la superficie. Comentando este hecho, el doctor Bruce Heezen, un distinguido oceanógrafo, observó: “Hasta ahora, los geólogos creían que el granito ligero, o rocas de ácido ígneo, existían sólo en los continentes y que la corteza terrestre bajo el mar estaba compuesta de rocas basálticas, más pesadas y de color oscuro… De manera que la aparición de rocas graníticas y de color más suave podría apoyar una vieja teoría, según la cual, en la región del Caribe Oriental existió antes un continente y estas rocas podrían representar el núcleo de un continente hundido, perdido“. El área del Triángulo de las Bermudas, en que más incidentes se han producido, es también el área en que han tenido lugar los descubrimientos más sorprendentes de restos submarinos, como es el caso con la meseta de las Bahamas. Muchos de los hallazgos se han hecho a sólo algunas brazas de profundidad. Las formaciones submarinas de piedra caliza de los bancos de las Bahamas estaban en su mayor parte sobre el nivel del mar, hace unos 12.000 años. Esta gran zona terrestre contenía bahías, que ahora aparecen en los mapas de profundidad como las partes hondas del océano que cruzan sobre y alrededor de los bancos de las Bahamas. En una época anterior a la elevación del nivel del mar, esta considerable extensión de tierra formaba una gran isla que albergaban una cultura muy avanzada, si hemos de creer lo que señalan los restos submarinos. Desde 1968 hasta la actualidad se han realizado descubrimientos bajo las aguas, especialmente en las islas Bimini, de algo que parece haber sido una enorme construcción de piedra. Se halla depositada sobre lo que actualmente es el fondo del mar y la componen inmensos bloques de piedra, dispuestos de tal modo que parecen ser caminos, plataformas, obras portuarias o murallas caídas. Se asemejan extrañamente a las construcciones pétreas de Perú, a las columnas de Stonehenge y a las murallas ciclópeas de la Grecia de Minos. La edad de los bloques es incierta, aunque algunas raíces fosilizadas de mangle, que habían crecido sobre las piedras, han arrojado, en los análisis con carbono-14, una antigüedad de unos 12.000 años.
Los vuelos de exploración realizados desde 1968 han puesto en evidencia otras formaciones extraordinarias existentes en los bancos de las Bahamas y en el fondo del mar, cerca de Cuba, Haití y Santo Domingo, que en apariencia habrían sido hechas por el hombre. Algunas parecen ser pirámides o enormes cimientos de edificios. Uno de ellos, situado en la zona de las Bimini, mide 55 por 42 metros, y podría ser la mitad superior de una pirámide. Dentro de las aguas territoriales de Cuba existe un complejo entero de ruinas submarinas a la espera de exploración. En México, frente a la costa de Yucatán, existen numerosas vías terrestres que han sido a menudo observadas desde el aire. Parten de la playa, en línea recta hacia localidades submarinas desconocidas que se hallarían muy lejos, mar afuera, en aguas más profundas. Aunque los caminos de enlace en tierra son invisibles, debido a la jungla que los ha cubierto, los que se encuentran bajo el agua pueden distinguirse todavía cuando alguna tormenta o las corrientes los dejan al descubierto. Entre los hallazgos hechos en las Bermudas, que parecieran haber sido construidos por el hombre, algunos son muy visibles, pero otros se encuentran, no sólo bajo el agua, sino debajo del fondo mismo del mar. Es un hecho que los trabajos en piedra, o los cimientos pétreos enterrados bajo una acumulación de capas de tierra de las diversas eras, o como resultado de terremotos o inundaciones, transforman el musgo o los otros tipos de plantas que viven sobre ellos. Esto ha conducido a algunos exitosos descubrimientos en el pasado, tanto en tierra como bajo el mar. Se han descubierto y reconstruido algunas estructuras que van desde campamentos y caminos romanos en ruinas, en Inglaterra, hasta viejos sistemas de canales y murallas de ciudades de lo que alguna vez fue Babilonia y Asiria, hoy Iraq, y ciudades perdidas en Irán y Asia Central. Esto ha sido posible al estudiar la variedad de formas y degradación de la flora en tierra o en los pantanos y zonas submarinas. Hay líneas rectas que muestran los lugares en que se hallan enterrados los cimientos de murallas o en que existieron canales y carreteras. El antiguo puerto etrusco de Spina, en Italia, desapareció hasta tal punto que se le creyó legendario mientras no se hallaron las huellas de sus muros, cimientos, canales y muelles, absolutamente invisibles desde tierra, pero claramente perceptibles desde el aire. La posibilidad de localizar antiguos emplazamientos desde el aire ha sido utilizada con éxito en las Bahamas, donde la plataforma continental es lo bastante superficial como para distinguir en una observación aérea los restos de construcciones submarinas. En muchos lugares, dentro de la zona de bancos de las Bahamas existen asombrosas variedades de grandes plazas, rectángulos, cruces, largas líneas paralelas unas a otras, tal vez caminos que algunas veces dan vuelta en ángulo recto, círculos concéntricos, triángulos, hexágonos y otras formas geométricas. Todas han sido descubiertas gracias a la presencia de musgo sobre las ruinas. Bajo el agua, los exámenes verificados por los buceadores indican que las construcciones de piedra descubiertas por las líneas existentes en el fondo yacen a varios metros de profundidad bajo la arena.
Con todas estas evidencias uno podría preguntarse por qué nadie las había advertido antes. Parte de la respuesta es que, sin duda, nunca se le ocurrió a nadie buscar una civilización perdida en los bancos de las Bahamas. Las investigaciones submarinas en esta zona y frente a la costa de Florida han estado concentradas especialmente en los barcos españoles cargados de tesoros, que ciertamente son objetivos que proporcionan más beneficios que el descubrimiento de alguna civilización olvidada y difícil de identificar. Algunos de los lugares ya descubiertos parecen también estar alzándose, o tal vez la acción de las mareas los están despojando de los sedimentos, de manera que su estructura, artificial o construida por el hombre, puede apreciarse mejor. El doctor James Thorne, distinguido oceanógrafo y buceador, que se muestra escéptico en cuanto al tema de las “civilizaciones perdidas bajo el mar“, examinó recientemente las gruesas columnas que sostienen algunas de las piedras de la muralla de las Bimini. Otro grupo de buceadores, que habían hallado el ancla sumergida de un galeón español, descubrieron mientras la examinaban y rastreaban el fondo alrededor de ella, que estaba sobre un piso de mosaico, que pudo haberse hundido miles de años antes. Los complejos submarinos de las Bimini y de otros puntos situados dentro de las Bahamas han sido atribuidos a toda clase de antiguos viajeros oceánicos, tales como fenicios, cartagineses, griegos de Minos, mayas, egipcios y, cuando su antigüedad se va haciendo más patente, a los atlantes. Sin embargo, es casi seguro que ningún pueblo de nuestra historia conocida postdiluviana fue responsable de su construcción y evidentemente no fueron construidos bajo el agua. La referencia de Platón a un continente situado al otro extremo del “verdadero océano” ha sido a menudo citada como prueba de que los antiguos archivos hacían referencia a América del Norte y que dichas menciones sirvieron de inspiración a Colón. Según se dice, el navegante llevaba consigo un mapa que mostraba la Atlántida y las tierras que se extendían más allá. El relato de Platón implica de manera directa la posibilidad de que la Atlántida se hallara en el extremo occidental del océano Atlántico. Esta zona habría abarcado las actuales islas de los bancos de la Gran Bahama, en la época en que grandes extensiones de ellos se hallaban por encima del nivel del mar, y en que los accidentes oceánicos más profundos de la actualidad, como la Lengua del Océano y el Estrecho de Florida formaban una bahía interior y una barrera marina que partía desde la costa de Florida, la cual se extendía también mar adentro, mucho más que ahora.
Observando el actual nivel de profundidades del Atlántico Occidental se advierten claros indicios de que, si el nivel del mar descendiera entre 180 y 250 metros, existirían grandes islas en las zonas en que actualmente se encuentran algunas pequeñas. Y resulta particularmente interesante recordar que este ascenso de las aguas marinas se produjo hace 11.000 o 12.000 años, lo cual coincide con la información que Platón recibió por medio de Solón, de los sacerdotes egipcios de Sais, cuyos archivos escritos anteceden a los de los griegos en mil años. La candidatura de la parte occidental del Triángulo de las Bermudas como lugar de emplazamiento de la Atlántida se ha popularizado desde los descubrimientos de 1968, que se vieron rodeados de una serie de circunstancias curiosas. Todas ellas giran en torno de las predicciones de Edgar Cayce, el profeta que murió en Virginia en 1945, y cuyas entrevistas mientras se hallaba en trance han seguido influyendo a muchos miles de personas. Son relevantes sus predicciones arqueológicas, relacionadas directamente con la Atlántida y las Bimini. Entre los años 1923 y 1944, Cayce concedió centenares de entrevistas en trance acerca de la Atlántida. En junio de 1940, y refiriéndose a numerosas otras observaciones en el sentido de que la Atlántida, con su capital Poseidia, existió en la zona de las Bimini, declaró inesperadamente: “Poseidia estará entre las primeras porciones de la Atlántida que volverán a levantarse -posiblemente en 1968 y 1969— en una época que no está tan lejana“. Esta curiosa profecía arqueológica se cumplió dentro del plazo señalado cuando se produjeron los hallazgos de los bancos de las Bahamas, el descubrimiento de algunas construcciones causado por las mareas y una elevación del fondo del mar en algunas zonas. Como era de suponer, los descubrimientos de los complejos sumergidos realizados en 1968 y en los años siguientes, tal como se había profetizado 28 años antes, hicieron que mucha gente examinara con renovado interés las demás referencias de Cayce a la Atlántida y a toda la región. Podría contemplarse la posibilidad de que algunas fuerzas desarrolladas por una civilización anterior, científicamente muy adelantada, actuasen todavía dentro de la región en que estuvieron concentradas en una época, y debería estudiarse también la posibilidad de que las aberraciones electrónicas, magnéticas y gravitacionales del Triángulo de las Bermudas fueran un legado de una cultura tan antigua que no habrían quedado restos de ella.
El gran archipiélago de Spitsbergen se encuentra en las regiones árticas, al norte de Europa. Descubierto por los normandos en 1194 y redescubierto por Barenz en 1596, años después, Hudson completó su reconocimiento. En 1925 Noruega tomó posesión de estos territorios, que contienen ricos yacimientos de carbón, hierro y yeso. Son islas de clima ártico, donde aún se cazan focas y osos blancos, como en los viejos tiempos. Este inhóspito lugar fue el escenario donde se desarrolló un intrigante episodio de ovnis. El asunto se remonta a 1952, año en que las agencias de Prensa difundieron la noticia de que unos pilotos militares noruegos decían haber visto lo que parecía un avión caído en una de las islas de Spitsbergen. Se envió un equipo de salvamento por vía aérea y el Gobierno noruego informó que lo que se había encontrado no era un avión, sino un tipo de «platillo volante» bastante dañado. Con fecha del 5 de septiembre de 1955, el diario alemán Stuttgarter Tageblatt publicó una información que le había sido remitida por su corresponsal en Oslo: «Ha habido que esperar hasta ahora para que la Comisión de Encuesta instituida por el Estado Mayor noruego prepare la publicación de un informe acerca de los resultados obtenidos a través del examen de los restos de un ovni que se estrelló cerca de Spitsbergen, posiblemente a principios de 1952. El presidente de dicha Comisión, el coronel Gernod Darnbyl, declaró en el curso de una instrucción destinada a oficiales de la Aviación, que la cuestión del disco que se estrelló en Spitsbergen es altamente importante. Aunque nuestros conocimientos científicos actuales no nos permiten resolver todos los enigmas que se plantean, confío en que estos restos de Spitsbergen serán de la mayor importancia al respecto…. No ha sido construido por ningún país de la Tierra…. Los materiales empleados en su construcción son completamente desconocidos para todos los expertos que participaron en las investigaciones…. Contrariamente a lo que se afirma en informes procedentes de Estados Unidos y otras fuentes, los tenientes de segunda Brobs y Tyllensen, a los que se ha asignado la misión de observadores especiales de las regiones árticas desde el suceso de Spitsbergen, informan que discos volantes han aterrizado varias veces en las regiones polares. El teniente Tyllensen declaró: ‘Yo creo que el Ártico está sirviendo como una especie de base aérea para los ‘desconocidos’, especialmente durante las tempestades de nieve, en que nos vemos obligados a regresar a nuestras bases. Los he visto aterrizar y despegar en tres ocasiones distintas. Observé que, después de tomar tierra, la periferia del disco se ponía a girar vertiginosamente. Un brillante resplandor, cuya intensidad varía según cuál sea la velocidad del aterrizaje y el despegue, impide ver lo que hay detrás de esa cortina de luz y en el disco o en el interior del mismo’».
Le Courrier Interplanétaire, órgano de la Association Mondialiste Interplanétaire, fundada por el profesor A. Nahon, de Lausanne (Suiza), en su número del 1 de enero de 1955 publicó una entrevista con Lord Dowding, Mariscal del Aire inglés, quien declaró lo siguiente: “Creo en la existencia de platillos volantes, porque existe un fantástico volumen de material que la apoya. Son de origen extraterrestre. En este terreno, son muy significativos los resultados de la investigación realizada por una Comisión del Ejército noruego. El examen de los restos de un platillo volante que cayó hace algún tiempo (julio de 1952) en las montañas de Spitsbergen, ha proporcionado, según los expertos, algunas conclusiones de enorme interés”. El presidente de dicha Comisión, general Gernod Darnbyl, manifestó: “La catástrofe de la isla de Spitsbergen es totalmente concluyente. No obstante, nuestros hombres de ciencia no desean abandonar de momento la investigación del enigma… En primer lugar, cuando alguien manifestó que este disco era probablemente de origen soviético. Deseamos manifestar rotundamente que no ha sido construido por ningún país de la Tierra”. Y el general prosiguió: “La Comisión de Encuesta no publicará un informe extenso hasta haber discutido algunos hechos sensacionales con expertos estadounidenses y británicos“. Según Antonio Ribera, la CIA acababa de iniciar su política de secreto y censura sobre las informaciones de los ovnis, y es comprensible que los ‚ expertos estadounidenses, probablemente los técnicos del Proyecto Blue Book, hubiesen pasado el asunto a sus superiores. El resultado de ello fue una ocultación total de todo cuanto se refería al platillo estrellado en Spitsbergen, probablemente a petición del embajador norteamericano en Oslo. Frank Edwards, escritor americano sobre ufología y temas paranormales, escribió en Flying Saucers-Serious Business: «Basándonos en las pruebas de este caso, creo que podemos suponer con grandes probabilidades de acertar que los noruegos encontraron algo verdaderamente insólito en la isla de Spitsbergen. Lo examinaron, evidentemente, sin entenderlo del todo. Prepararon un informe acerca de su descubrimiento en el que sacaban la conclusión de que el objeto era de origen extraterrestre. No hicieron públicos sus descubrimientos en espera de conferenciar con los Estados Unidos e Inglaterra. Norteamérica había adoptado una rigurosa política de secreto sobre esta cuestión, reforzada por las normas de censura impuestas en 1951; Inglaterra había instituido una política de secreto sobre los ovnis durante la gran‚ oleada europea de 1954. Por consiguiente, Noruega, en 1955, se puso a discutir con los dos principales exponentes de la política de ocultación la posible difusión de estos informes… ¡que hubieran descubierto la falsedad de la posición oficial sustentada tanto por los Estados Unidos como por Inglaterra!. Por ello, no es difícil sacar la conclusión de que los noruegos renunciaron a dar a la publicidad este informe, a causa del consejo que recibieron por parte de los dos mejores clientes de Noruega. Cuando en 1964 escribí a un miembro de la Comisión de Encuesta noruega que investigó el caso de Spitsbergen, recibí al cabo de cuatro meses esta sibilina respuesta:‚ Lo siento, pero me es imposible responder por el momento a sus preguntas».
Esto nos plantea la cuestión del secreto oficial que pesa sobre los ovnis. Superpotencias como los Estados Unidos o la URSS no puede permitir que unas «máquinas» de origen desconocido violen impunemente su espacio aéreo. En su última obra, Los Visitantes del Espacio, el mayor Donald Keyhoe llega a declarar que las Fuerzas Aéreas Norteamericanas aún tienen órdenes de capturar «intacto» un ovni. Esta orden no se ha podido cumplir nunca, porque los mejores reactores de la Aviación americana son anticuados al lado de los ovnis. El mayor Donald Keyhoe, fundador y primer director de la NICAP (National Investigations Comité on Aerial Phenomena), fue en sus tiempos ayudante del famoso almirante Byrd, famoso por su enigmática exploración de los polos. Hay que mencionar otra gran figura de la exploración polar, el noruego Roald Amundsen, descubridor del Polo Sur, que, a partir de 1923, dedicó sus esfuerzos a la exploración aérea del Polo Sur. Roald Engelbregt Gravning Amundsen (1872 – 1928) dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur. También fue el primero en surcar el Paso del Noroeste, que unía el Atlántico con el Pacífico, y formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte. Contaba con una excelente formación marinera y una especial habilidad en las técnicas de supervivencia, aprendidas en parte de su experiencia en deportes invernales, en la vida de los esquimales y en las expediciones que le precedieron. En sus diferentes expediciones contó con un renombrado equipo en los campos de la navegación, del esquí, de la ingeniería aeronáutica y de la aviación. En 1926 Amundsen, junto con Ellsworth, Riiser-Larsen, Oscar Wisting y el ingeniero italiano Umberto Nobile realizó una nueva expedición aérea al Polo Norte, a bordo del dirigible Norge, diseñado por Nobile. Salieron de Spitsbergen el 11 de mayo de 1926 y llegaron a Alaska dos días después, pasando por el Polo Norte. Amundsen y Wisting se convirtieron en los primeros hombres en alcanzar ambos polos. Esta expedición está narrada por Amundsen en su libro Sobre el Polo Norte en Dirigible. Después de la expedición en dirigible, ocurrió un desencuentro entre Amundsen y Nobile, motivado por desacuerdos sobre a quién pertenecía el honor de haber surcado el Ártico. Al año siguiente, Nobile encabezó su propia expedición ártica a bordo del dirigible Italia. Al regresar del Polo Norte, el dirigible se perdió, y Amundsen formaría parte del equipo de rescate que salió de Tromsø el 18 de junio de 1928, a bordo del hidroavión francés Latham. Poco después se encontró cerca de la costa de Tromsø un flotador del hidroavión.
La creencia fue que el hidroavión se estrelló en el Mar de Barents, cerca de la isla Bjørnøya y que Amundsen falleció en el accidente. Las misiones de rescate por parte del gobierno noruego finalizaron tres meses después, en septiembre, cuando se perdió toda esperanza de encontrar con vida al explorador. Su cuerpo nunca fue encontrado. Por el contrario, Nobile sí fue encontrado con vida. El gobierno noruego estableció el 14 de diciembre —Día del Polo Sur— como el día en memoria de Roald Amundsen. El explorador fue recordado con el repicar de todas las iglesias del país, dos minutos de silencio a las 12 horas, y un memorable discurso de parte de Fridtjof Nansen. Así desapareció uno de los más grandes exploradores polares que han existido, al volar hacia la misteriosa región de Spitsbergen, más allá del círculo polar ártico, de donde pocos años después, en 1934, provenían los enigmáticos «aviones fantasma»… y donde se estrelló posiblemente un «disco volante» en los años cincuenta. Hay otra zona del Ártico con sus propios enigmas. Se trata de Groenlandia. Esta inmensa isla triangular, según los trabajos de la expedición científica francesa de Paul-Émile Victor no es una, sino tres, recubiertas por una costra de hielo de kilómetro y medio de espesor. Hace unos mil años fue asiento de colonias vikingas, de una de las cuales partió el legendario Leif Erikson, hijo de Erik el Rojo, para encontrar en el camino de su drakkar o «nave-dragón» la mítica Vinlandia, que muchos historiadores se inclinan a identificar como América del Norte. Pero posteriormente hubo allí otros asentamientos y otras bases, como la base atómica norteamericana de Thule, base secreta, construida casi toda ella bajo la tierra helada de Groenlandia. El 5 de octubre de 1960 un extraño suceso ocurrió en Thule. Un episodio muy poco conocido e inexplicable, que hizo cundir la alarma en el Pentágono. Por una extraña coincidencia era un día importante en la asamblea de las Naciones Unidas. En dicho día, la base de Thule, la ciudad bajo el hielo, quedó completamente aislada a causa de un misterioso corte del cable coaxial submarino y la suspensión total de las telecomunicaciones. En Washington se temió que la base hubiese sido destruida por un ataque nuclear y 1.500 bombarderos fueron puesto en estado de alerta. Finalmente, cuando faltaba poco para que hubiese transcurrido media hora, la radio volvió a funcionar. Pero durante aquel tiempo una dramática angustia se apoderó del Alto Mando estadounidense, que no hizo más que aumentar, cuando, al examinar el cable coaxial submarino, se vio que éste había sido cortado limpiamente.
El Polo Sur, tanto el magnético como el geográfico, ocupan el centro de una gran masa continental: la Antártida, el Continente Helado, que no siempre lo ha sido, pues bajo la costra de hielo de más de un kilómetro de espesor, los científicos han hallado huellas de una flora y una fauna muy antiguas. El enigma de la Antártida está íntimamente relacionado con el enigma de los mapas de Piri Reis (1465 – 1554), almirante turco. Estos mapas representan el hemisferio occidental del planeta, en especial de las costas europeas, americanas y africanas bañadas por el océano Atlántico. Erich von Däniken explica la extraña «distorsión» que presenta el continente americano en estos mapas, suponiendo que se basan en una proyección tomada desde una astronave inmóvil a cientos de kilómetros. Se ignora cuál puede ser el origen de los mapas que llegaron a manos del almirante turco Piri Reis, reproduciendo ya el perfil de las costas americanas tal como era a finales de la última glaciación, hace más de 10.000 años. En los mapas de Piri Reis se reproduce también, con asombrosa exactitud, la costa de la Antártida, pero libre de hielos. Y, lo que es aún más fascinante, no como una sola masa continental, sino como un conjunto de islas, hecho comprobado en parte por el jesuita Daniel Linehan, director del Observatorio Weston del Colegio de Boston, jefe del Departamento de Sismología de las exploraciones emprendidas en la Antártida formando parte del Año Geofísico Internacional. El padre Linehan, en efecto, afirmó que todas y cada una de las características topográficas que figuran en los mapas de Piri Reis han resultado existir y coinciden con los trazados obtenidos mediante sondeos ultrasónicos realizados a través del hielo por la «Task Forcé 43», de la Marina norteamericana.
Otra de las «zonas malditas», que sólo cede en importancia al Triángulo de las Bermudas, es el Mar del Diablo, en el Japón. En realidad esta zona, situada como todas las de este hemisferio en el paralelo 36º Norte, se extiende entre el archipiélago nipón y las islas Marianas. Es una zona de grandes fosas marinas, al igual que el Triángulo de las Bermudas, y de gran actividad volcánica, pues se halla en el llamado «cinturón de fuego» del Pacífico. Desde antiguo esta zona está llena de misterio. Cualquier pescador japonés dirá que allí la pesca es abundantísima pero que hay tremendos peligros. Loa antiguos pescadores creen que, en el momento más inesperado, los terribles monstruos que habitan en sus profundidades pueden subir a la superficie para tragarse a los infelices pescadores y su barca. La región registra varias desapariciones inexplicables similares a las de las Bermudas, pero nos ofrece también una poética leyenda. Ivan Sanderson escribió: “Avión tras avión desaparecía en esta zona, en ruta hacia Guam“. Estas desapariciones llegaron a inquietar a los científicos. El 18 de setiembre de 1952, el pesquero Eleventh Myojin Maru regresó a puerto para contar que la mar se había «levantado formando una enorme cúpula» en las aguas que se extienden al este de las islas Bayonnaise. Podría tratarse de una erupción volcánica submarina, ya que la famosa zona volcánica Fuji, que se extiende desde la península de Izu hacia el Sur, penetrando en el Pacífico hasta las islas Marianas, ha sido responsable de muchos de los terribles maremotos que han asolado las costas del archipiélago nipón en el curso de los siglos. El temor supersticioso que este mar inspira desde antiguo a los pescadores japoneses, puede estar causado por esta actividad telúrica. Éstos pueden haber sido los «demonios submarinos» que poblaban el mar del Japón. Cuando los conos volcánicos sumergidos de esta zona entran en erupción, el mar se alza tumultuosamente y origina un temible tsunami, una ola gigantesca que puede alcanzar más de treinta metros de altura y que lo barre todo a su paso, recorriendo a veces cientos de millas y sembrando la desolación y la muerte en los poblados costeros.
El suceso comunicado por el Eleventh Myojin Maru interesó a varias organizaciones científicas niponas. A los tres días de recibirse la noticia, el Departamento de Seguridad Marina despachó un buque patrulla costero, el S.S. Shikine, al mar del Diablo, mientras por su parte, la Universidad de Pesquerías y Seísmos de Tokio organizó un grupo de investigadores para que fuera a comprobar aquellos sucesos. Este grupo de investigadores estaba compuesto por científicos de gran prestigio que representaban la citada Universidad de Tokio de Pesquerías y Seísmos, el Instituto de Investigación de la Universidad de Tokio, la Universidad de Educación de Tokio, el Museo de Ciencias de Tokio y el Departamento de Pesquerías. Un grupo de periodistas de la agencia «Asahi Press» embarcó también a bordo del S.S. Shinyo Maru, que tal era el nombre del barco elegido para esta misión. El 23 de septiembre este buque oceanográfico se hallaba registrando con sus instrumentos una auténtica erupción submarina que se estaba produciendo en las profundidades del mar del Diablo, a 4,6 millas náuticas al nordeste de las islas Bayonnaise. Mientras esto sucedía, el S.S. Shikine, enviado por el Departamento de Seguridad Marina, regresaba a puerto para informar sobre la existencia de un nuevo banco rocoso, del que surgía vapor amarillento, en el lugar donde se había producido la erupción. Este islote recién formado se había hundido casi totalmente bajo el agua cuando el segundo buque investigador, el Shinyo Maru, llegó a aquellas aguas. Sólo dos crestas de roca emergían sobre el mar en aquellos momentos. Al recibir los informes de estos dos buques, el Departamento hidrográfico japonés se apresuró a bautizar con el nombre de Myojinsho el flamante islote. Terminada su misión el mismo 23 de septiembre, el Shinyo Maru emprendió el regreso a puerto. La prudencia aconsejaba abandonar aquellos parajes, pues las erupciones redoblaban su intensidad. Al día siguiente, ambos barcos se hallaban sanos y salvos en el puerto. Pero el Departamento Hidrográfico, por su parte, había creído oportuno enviar uno de sus propios buques oceanográficos para que investigase por su cuenta. Después de leer los informes de los dos barcos que habían regresado el 23 y 24, los técnicos de aquel departamento empezaron a preocuparse por la suerte de su propio buque, el Fifth Kaiyo Maru. Este barco había zarpado de Tokio el 21 de septiembre, llevando a bordo una brillantísima constelación de científicos. Durante varios días el Departamento Hidrográfico esperó en vano noticias de su barco. Empezó a cundir la preocupación por todo el país, pues en el Kaiyo Maru se hallaban algunos de los sabios más eminentes del Japón. En total, se encontraban a bordo 31 personas, entre las que se contaban geólogos, oceanógrafos, el capitán y los tripulantes. El 24 pasó sin que se recibieran noticias del barco oceanográfico. Resultaba extrañísimo que éste no hubiera enviado ni un solo mensaje por radio desde que abandonó el puerto. Los dos barcos que habían regresado comunicaron únicamente haber visto al nuevo volcán submarino reanudar su actividad.
Las autoridades navales niponas notificaron oficialmente que el barco se daba por desaparecido y se inició una gigantesca operación de búsqueda aeronaval, pero sin éxito. No se encontró ni un salvavidas, ni una balsa neumática, ni un cadáver flotando en el mar, excepto en las proximidades de Myojinsho, el nuevo islote volcánico. Allí, uno de los barcos que participaban en la búsqueda encontró unos fragmentos de madera flotando en las aguas. Analizados en el laboratorio estos fragmentos, resultaron, efectivamente, haber pertenecido a la superestructura del barco desaparecido. A ellos se hallaban adheridos trocitos de piedra pómez. Aquellas diminutas partículas mostraban idéntica composición que las muestras de roca volcánica escogidas en el islote Myojinsho. Tras largas deliberaciones, las autoridades japonesas publicaron las siguientes conclusiones: “el Fifth Kaiyo Maru había sido destruido el 24 de septiembre de 1952 a causa de una explosión del volcán submarino que había alzado fuera de las aguas al islote Myonjisho. En el siniestro perecieron todos cuantos se encontraban a bordo“. Aquella tragedia significó una irreparable pérdida para la comunidad científica japonesa. El doctor Hiroshi Hiino, profesor de la Universidad de Pesquerías y Seísmos de Tokio, comentó esta tragedia en los siguientes términos: “El gran sacrificio de los hombres de ciencia y los marinos que tan valientemente emprendieron este peligroso crucero, perdurará a través de la Historia. Este holocausto abrió una gran brecha entre las filas de los científicos japoneses, pero gracias a ellos se escribió una nueva página en las ciencias del mar“. La investigadora norteamericana Adilent Thomas Jeffrey se pregunta: “¿Nos proporciona esta «nueva página» la solución de este misterio, típico de los Triángulos de la Muerte?“. Y ella misma respondía: “Hasta la fecha no hay respuesta. Aunque el Gobierno japonés ha declarado el mar del Diablo zona peligrosa“. No se recibieron mensajes por radio del Kaiyo Maru, ni siquiera un último y desesperado mensaje de socorro. Sin embargo, disponía para ello de dos aparatos de radio, ambos en excelente estado. Tampoco se encontró un solo cadáver flotando en el mar. Pero aún resultaba más intrigante que no se encontrase ni una sola mancha de petróleo en las aguas de la zona fatídica, pese a que el Kaiyo Maru transportaba treinta toneladas de petróleo a bordo. Los siniestros y desapariciones que tienen lugar en esta zona, como en los restantes Triángulos del globo, siempre dejan cabos sueltos y preguntas sin respuesta.
Estas zonas, que convencionalmente hemos llamado «Triángulos», ocupan una superficie mucho mayor de la que se supone. Escribe Alejandro Vignati, en su nunca bastante encomiada obra El Triángulo Mortal de las Bermudas, y refiriéndose precisamente al Mar del Diablo: “Se encuentra al sur del Japón, al este de las islas Bonin e Iwo Jima. En otras palabras, tome usted un mapa y fíjese en las islas del Japón. De allí trace una línea hasta Sumatra y luego una este punto con las islas Samoa. Así tendremos una zona 17 veces el Triángulo Mortal de las Bermudas“. El carguero Valiente, de 700 toneladas de desplazamiento bruto, fue construido en astilleros escoceses y botado en Ardrossan en 1910. El 7 de marzo de 1966 zarpó de Singapur en ruta a Dannang, plaza norteamericana en Vietnam del Sur. Entre otras cosas, su cargamento incluía cemento para la Aviación de los Estados Unidos, y alambre de cobre. El 14 de marzo comunicó por radio a sus armadores chinos de Singapur que esperaba arribar a Danang al cabo de dos días. Desde este último mensaje, nada más se supo del barco ni de su tripulación, compuesta por veinte hombres, entre chinos y sud vietnamitas. La VII Flota de los Estados Unidos y lanchas patrulleras sud vietnamitas buscaron en vano al buque perdido. Aunque se consideró la posibilidad de que éste hubiese zozobrado por un exceso de carga o por un súbito desplazamiento de la misma, tal explicación se desechó porque el mar estaba en calma y no se vio el menor resto de naufragio ni supervivientes. Si el barco hubiese sido hundido por patrulleras norvietnamitas, el Gobierno de Hanoi se hubiera apresurado a proclamar el hecho a los cuatro vientos. Sin embargo, guardó un sepulcral silencio al respecto. Pero barcos de mayor tonelaje que el Valiente han desaparecido también sin dejar el menor rastro en aquellas aguas. La motonave británica Asiatic Prince, de 6.000 toneladas, desapareció en su viaje inaugural al Extremo Oriente. Zarpó de Nueva York el 28 de febrero de 1928, cruzó el canal de Panamá e inició la travesía del Pacífico desde Los Ángeles el 16 de marzo siguiente. Una semana después el vapor City of Eastbourne interceptó un SOS del Asiatic Prince, que señalaba su posición cerca de las islas Hawái. Esta llamada de socorro se repitió varias veces, junto con la posición aproximada del barco, y después se hizo el silencio. Pese a una intensa operación de búsqueda emprendida por la Marina estadounidense por una amplia zona del Pacífico, no se logró encontrar al Asiatic Prince, que se esfumó con su comandante, el capitán Duncan, más otros cuarenta y tres europeos y ciento treinta chinos que llevaba a bordo, sin contar las doscientas sesenta mil libras en metálico que transportaba en su caja.
Los científicos japoneses, como hemos dicho, trataron de hallar una explicación «natural» para la desaparición del Kaiyo Maru. Pero quizás otras fuerzas que no son las naturales se hallen en acción en el Mar del Diablo. El 19 de abril de 1957, a las 11.52, hora local, el patrón y los marineros del barco japonés Kitsukawa Maru, que navegaba por el Pacífico Sur en dirección al Japón, vieron claramente «dos aparatos metálicos plateados» desprovistos de alas y de forma discoidal, de unos diez metros de diámetro y que descendían del cielo para hundirse súbitamente en el mar a poca distancia del barco. Se hallaban al borde de la fosa submarina de 8500 metros de profundidad que bordea la costa oriental del Japón. Tras la inmersión de los dos objetos, las aguas se elevaron y se agitaron violentamente. El patrón del Kitsukawa Maru trató en vano de hallar restos flotantes en las aguas. Pero no solamente se han avistado ovnis en estas aguas extremo orientales, sino también las misteriosas «ruedas submarinas luminosas» como las vistas en el Triángulo centrado en el golfo Pérsico. En marzo de 1967, tres buques mercantes observaron este extraño fenómeno, hasta ahora inexplicable, conocido por «ruedas fosforescentes», un tipo de bandas luminosas que corren velozmente bajo la superficie, irradiando al parecer desde un foco central giratorio. Las observaciones tuvieron lugar en el golfo de Tailandia, en las aguas que se extienden hacia el sudeste. Los tripulantes de uno de estos barcos presenciaron el fenómeno dos veces, en el intervalo de una semana. Otro de ellos se encontró con la espiral luminosa en la misma zona en el mes de octubre, elevándose así el total de observaciones a cinco en pocos meses, todas ellas registradas sobre la línea imaginaria que va desde Bangkok al extremo noroccidental de Borneo. Estos cinco relatos han sido publicados en el Marine Observer, con comentarios del profesor Kurt Kalle, de Hamburgo, antiguo miembro del Instituto Hidrográfico alemán y una de las mayores autoridades mundiales que hoy existen sobre ruedas fosforescentes. La rueda típica parece tener una milla o algo más de radio, y consiste en varios brazos radiales o espirales, que giran a velocidad sorprendente. El capitán de la motonave Chengtu describió ondas de una niebla lechosa, de nueve metros de ancho y separadas también por una distancia de nueve metros, desplazándose a unos 2,50 metros de profundidad, y pasando bajo el barco al ritmo de dos por segundo. Esto quiere decir que los brazos giraban a la velocidad de 30 metros por segundo o más.
Una semana después, el mismo observador volvió a encontrarse con dos de estas «ruedas gigantes», que se reforzaban mutuamente, produciendo cinco o seis destellos brillantes por segundo en la zona donde se hallaba el buque, iluminando aproximadamente un 80 por ciento de la superficie marina. Otro observador, el capitán de la motonave Glenfalloch, informó haber visto algo que parecían bancos de niebla luminosa que surgían de una mancha central, de 15 o 30 metros de diámetro, que pulsaba unas dos veces por segundo. El profesor Kalle comenta que estas ruedas son un fenómeno relativamente común en el mar de Borneo y el golfo de Tailandia, donde ya fueron avistadas las «ruedas» en 1957 y 1961. Aunque a veces el fenómeno parece estar compuesto por radios de «niebla» que se desplazan a ras del agua, lo más probable, dice el profesor Kalle, es que el fenómeno sea submarino. Aunque los oficiales de la motonave Beaverbank dijeron que los «brazos» parecían estar a medio metro sobre el nivel del mar, esto fue probablemente una ilusión óptica. Describen estos «brazos» diciendo que eran de un verde brillante, y que pasaban bajo el barco entre 12 y 15 veces por minuto. Estas ruedas luminosas submarinas parecen ser capaces de girar en cualquier dirección y en ocasiones, como en el caso del Glenfalloch, que envió un segundo informe, hay dos ruedas que giran una sobre otra en direcciones opuestas. Es imposible explicar mediante organismos vivos unas estructuras de varias millas de diámetro y que giran como un perfecto mecanismo, con radios que se mueven a mayor velocidad que el viento, las corrientes o las olas. El origen del fenómeno, pues, parece ser «inteligente». «Algo» se esconde en las profundidades de los océanos, precisamente en esas zonas críticas que hemos dado en llamar los «triángulos de la muerte». Entre los pescadores japoneses circula desde hace siglos una leyenda que puede darnos una clave para interpretar el misterio del Mar del Diablo.
Pero esta leyenda no es exclusivamente japonesa, sino que se repite en el folklore mundial: “Erase una vez un pescador llamado Urachima, joven y animoso, que todos los días se hacía a la mar en las costas del Japón, para sacar su sustento de las aguas. He aquí que un día salió como de costumbre en su barca. Pero en vez de sacar la red llena de peces como siempre sucedía, vio agitarse en ella a una enorme tortuga marina, de caparazón durísimo, cabeza surcada de arrugas como la faz de un viejo y una ridícula colita. Entonces Urachima se dijo: «¿Por qué tengo que matar a este pobre animal e impedir que viva durante otros novecientos noventa y nueve años, si para comer me bastará un pescado cualquiera?». Y tras estas palabras, echó la tortuga al agua. Acto seguido, un dulce sopor se apoderó de Urachima, producido sin duda por el bochornoso calor de aquel día estival, y el pescador se tumbó en el fondo de la barca para descabezar un sueñecito. Mientras dormía, surgió de entre las olas una bellísima doncella que despertó a Urachima y le dijo: «Soy la hija del dios del Mar y habito con mi padre en el palacio submarino del Dragón de las profundidades. No era una tortuga lo que has pescado hace poco y que bondadosamente has vuelto a lanzar al agua. Tienes que saber que era yo. Mi padre, el dios del Mar, me ha enviado para ponerte a prueba. Ahora sabemos que en tu pecho se esconden nobles sentimientos y por tanto yo vengo en tu busca. Si lo deseas, te casarás conmigo y ambos viviremos felices durante miles de años en el palacio del Dragón marino». Urachima y la hija del dios del Mar se sumergieron juntos y así llegaron al palacio del Dragón marino, donde vivía el dios del Mar y reinaba como amo y señor de todos los animales. ¡Qué lugar tan maravilloso era aquél! Las paredes del palacio eran de coral, los árboles tenían esmeraldas en lugar de hojas y rubíes en lugar de frutos, las escamas de los peces eran de plata y las colas de los dragones de oro macizo. Urachima, por el solo hecho de haberse convertido en yerno del dios del Mar y esposo de la bella princesa, podía compartir con ellos aquellos innúmeros tesoros. Así transcurrieron tres años de dicha y felicidad sin límite. Urachima paseaba encantado entre aquellos portentos, bajo los árboles de hojas de esmeraldas y frutos de rubíes. Pero una mañana, el joven pescador dijo a su esposa: «Soy muy feliz aquí, pero es necesario que vaya a mi casa para ver a mis padres y hermanos. Te ruego que me dejes ir por poco tiempo, y te prometo que mi ausencia será breve». «No me gusta mucho que te vayas -respondió ella- pues temo que suceda alguna desgracia. De todas maneras, si éste es tu deseo, yo no tengo nada que objetar. Únicamente te pido que tomes esta cajita, aunque te recomiendo que no intentes abrirla jamás. Si lo haces, nunca podrás regresar». Urachima prometió tratar con mucho cuidado la cajita y no abrirla, pasase lo que pasase. Después, metiéndose en su barca, ascendió hacia la superficie y se dirigió a su pueblo. Más, ¿qué había sucedido en su ausencia? ¿Dónde estaba la cabaña de sus padres? ¿Y el pueblecito? Las montañas eran las mismas, eso sí, pero todos sus árboles habían sido talados. El arroyuelo que discurría junto a la cabaña paterna aún seguía fluyendo, pero ya no se veían mujeres lavando la ropa en él, como antaño. Le parecía muy raro que hubiesen sobrevenido tan grandes cambios en sólo tres años. Viendo a dos hombres que pasaban cerca de la playa, Urachima los detuvo con estas palabras: «¿Podríais indicarme, por favor, dónde se halla la cabaña de Urachima, que antes ocupaba este lugar? Por lo visto su familia se ha trasladado». «¿Urachima? -exclamaron al unísono los dos hombres-. ¿Preguntas por Urachima? Es sorprendente. Tienes que saber que hace trescientos años salió a pescar y no regresó jamás. Posiblemente se ahogó. Sus padres, sus hermanos y dos nietos de sus hermanos han muerto hace mucho tiempo. Esta historia es muy antigua y en el pueblo todos la saben. ¿Has perdido tal vez el juicio al preguntar por su cabaña? ¡Hace centenares de años que se cayó de vieja! ». Entonces Urachima pensó de pronto que el palacio submarino del dios del Mar, con sus paredes de coral, sus frutos de rubí y sus dragones con cola de oro macizo, debía formar parte del país de las hadas, y que probablemente un día de allí debía de ser tan largo como un año de este mundo, lo cual significaba que los tres años que había pasado en el palacio del dios del Mar correspondían a más de tres siglos. Y comprendió que nada conseguiría quedándose en su tierra con todos sus amigos y sus deudos muertos y enterrados y sin que ni siquiera quedase rastro de su casa. Entonces Urachima resolvió regresar al instante junto a su esposa, la princesa del Mar. Pero, ¿qué camino había de seguir? Nadie podría indicárselo. Entonces se dijo: «Tal vez si abriese la cajita que ella me dio, averiguaría el camino de regreso». Así es que desobedeció las órdenes que ella le había dado, o quién sabe si las olvidó. Lo cierto es que el desdichado abrió la caja. Al instante surgió de ella un blanco vapor que se extendió como una niebla sobre el mar. Urachima gritaba a la nube que se detuviese, porque recordaba claramente la advertencia de su esposa. Más no tardó en verse incapaz de gritar o de moverse. Repentinamente sus cabellos se volvieron blancos como la nieve, su cara se llenó de centenares de arrugas y su espalda se encorvó como la de un hombre viejísimo. Al poco tiempo caía hecho un ovillo sobre la playa, exhalando el último aliento. Ésta fue la triste historia del pescador Urachima, muerto a consecuencia de su curiosidad, tal como aún hoy las viejas la cuentan durante las veladas del invierno, en los villorrios de pescadores lamidos por las olas del mar del Japón“.
Es muy interesante reproducir aquí unas palabras del doctor Jacques Vallée, uno de los primeros investigadores mundiales del fenómeno ovni . Figuran en su libro Pasaporte a Magonia, en que se refiere precisamente a Magonia, el «País de las Hadas»: “La naturaleza física de Magonia, tal como se nos aparece en estos relatos, es notabilísima. A veces se trata de un país remoto, una isla invisible, un lugar distante al que sólo se llega después de un largo viaje. En otros cuentos es un país celestial, como la historia india antes citada. Esta creencia es paralela a la que se tiene actualmente en el origen extraterrestre de los ovnis, y que hoy goza de tanta popularidad. Una segunda teoría -igualmente difundida- es la de que el País de los Elfos constituye una especie de universo paralelo, que coexiste con el nuestro. Sólo se hace visible y tangible a las personas escogidas, y las puertas que conducen a él son puntos tangenciales, conocidos únicamente por los elfos. Esto es en cierto modo análogo a la teoría, que a veces se encuentra en la literatura sobre los ovnis, concerniente a lo que algunos autores suelen denominar la cuarta dimensión, aunque esta expresión, por supuesto tiene mucho menos sentido físico que la teoría de un País de Hadas paralelo“. Tal vez los «triángulos», distribuidos tan regularmente sobre la superficie del planeta, sean «puntos tangenciales», o «puertas» que permiten pasar a otros universos paralelos. Pero, desde el punto de vista geológico, casi todas estas misteriosas zonas están situadas en macizos primarios, caledonianos y hercinianos, o en sus proximidades. Cualquiera puede comprobar este hecho, trasladando los «triángulos» a un planisferio donde estén señaladas las diferentes estructuras geológicas del globo. La orogenia caledoniana o caledónica fue un proceso de formación de montañas (orogénesis) que se produjo en Escocia, Irlanda, Inglaterra, Gales y el oeste de Noruega durante los periodos Silúrico y Devónico (Paleozoico), aproximadamente hace 444 o 416 millones de años. Su denominación proviene de “Caledonia“, nombre latino de Escocia. La orogenia caledoniana ocurrió durante el ensamblaje de diversos continentes que convergían para formar Pangea. Durante el anterior periodo Ordovícico, hace 488 o 444 millones de años, un gran continente llamado Gondwana, formado por la masa continental que posteriormente, tras dividirse, constituirá África, Sudamérica y la Antártida, se situaba entre el Polo Sur y el Ecuador. Una segunda masa de tierra, Laurentia, que contenía la futura sección noreste de Norteamérica, se encontraba sobre el Ecuador. Al noreste se encontraba la placa siberiana separada de Gondwana por el Océano Uraliano. Al sureste, la placa Báltica estaba separada de Gondwana por el Océano Iapetus. Un pequeño continente formado por islas, Avalonia (que contenía la actual Nueva Inglaterra, Nueva Escocia, y una parte de Europa occidental incluidas las Islas Británicas) estaba al oeste de la placa Báltica, separada de ella por el Océano Torquist. El Océano Rheico se situaba entre Avalonia y Báltica, y Gondwana.
En el periodo Ordovícico, el Océano Rheico comenzó a expandirse, empujando a Báltica y Avalonia en dirección a Laurentia. Báltica y el norte de Avalonia chocaron en primer lugar, produciendo la Orogenia caledónica durante el periodo Silúrico. Al final de dicho periodo, y durante el siguiente Devónico, el resto de Avalonia también colisionó, provocando la Orogenia Acadia, durante la cual se formaron los Apalaches. El llamado Plegamiento Herciniano se extendió por toda la porción occidental y central de Europa, es un plegamiento muy viejo que ha estado sometido a una fuerte erosión. Este plegamiento, aunque data de la era Primaria o Paleozoica, surge en un período posterior al Escandinavo o Caledoniano. Se extendió por la porción occidental y central de Europa, desde los promontorios del suroeste de Irlanda hasta el norte del mar de Azov, y toma su nombre de las montañas del Harz,en Alemania. La erosión atacó intensamente a este sistema, por lo que quedó reducido a llanuras, más tarde se hundió y fue cubierto por las aguas del antiguo mar de Tethis, sobre el que se depositaron nuevas capas; con el remodelado de toda esa zona se produjo en la era Terciaria el surgimiento en el sur de nuevas y elevadas cordilleras, los Alpes, con ello quedó deshecho el sistema Hercinio, que se rompió en bloques, algunos de los cuales fueron levantados, lo que dio lugar a la formación de horst o pilares, otros se hundieron a mayor profundidad y constituyen fosas o graben, por lo que quedó reducido este plegamiento a macizos aislados. Algunos de estos macizos presentan formas muy parecidas a la de los montes Apalaches de la América del Norte. Entre los macizos montañosos más importantes se destacan los del suroeste de Irlanda: montes Kerry, en ellos se encuentra el punto culminante de la isla: el Carrantuohil con 1040 m de elevación. Al suroeste de Inglaterra se localizan las montañas de Cornwall, esta vieja cadena Hercinia se sumerge en el canal de la Mancha y reaparece en la península de Bretaña, con el nombre de Macizo Armoricano. Constituye también restos de este plegamiento el macizo Central Francés, el que con sus grandes yacimientos de hulla alberga una gran región industrial manufacturera es, además, una región muy famosa por sus aguas minerales, las de Vichy. También se advierten restos de este plegamiento en la península Ibérica, donde penetró una rama del mismo, y formó la extensa meseta de Castilla o Castellana, que se extiende de noroeste a sureste y presenta paisajes muy variados debido a la heterogeneidad de sus rocas.
Las zonas de los Triángulos se encuentran también asociadas a algunas de las mayores fosas oceánicas conocidas, y también a zonas de fractura y gran actividad volcánica. Estas zonas suelen provocar perturbaciones en el magnetismo terrestre. El investigador francés F. Lagarde ha establecido una correlación muy intrigante entre fallas geológicas y observaciones de ovnis . El ingeniero español Félix Ares de Blas halló una correlación parecida entre ovnis y zonas de mayor intensidad magnética, trasladando estas observaciones a un mapa geomagnético de España. ¿Qué significan todas estas coincidencias? De momento, no podemos hacer más que registrarlas. Ningún Triángulo ha suscitado tanta literatura como el Triángulo de las Bermudas. En 1513, Juan Ponce de León, que había acompañado a Colón en su segundo viaje de descubrimiento, obtuvo una licencia real que le autorizaba a colonizar «Bimini», una isla fabulosa de la que se decía que poseía una fuente cuyas aguas conferían la juventud eterna. El explorador submarino francés de origen ruso Dimitri Rebikoff descubrió en las costas de Bimini, y a poca profundidad, un muro «ciclópeo», al parecer artificial, que antes de la fusión de los hielos polares que marcó el fin de la última glaciación hace 11 o 12.000 años, estaba sin duda sobre el nivel del mar. El período durante el cual han vivido en este planeta seres humanos de inteligencia comparable a la nuestra podría extenderse hasta unos 40.000 o 50.000 años hacia atrás, o incluso más allá. En consecuencia, si consideramos que una civilización como la actual tardaría alrededor de 10.000 años en progresar hasta el punto en que la ciencia y la tecnología alcanza la capacidad de consumar su propia destrucción, todavía tendríamos un amplio margen de tiempo en que podrían haber existido una o más culturas anteriores a la nuestra en este mundo. Si semejante cultura hubiese existido y causado su destrucción, desapareciendo luego, su recuerdo habría quedado tal vez conservado en las leyendas, o nos sería sugerido por algunos artefactos de antigüedad incierta, o por grandes ruinas imposibles de identificar o explicar. Y éstos son precisamente los elementos que tienden a señalar el emplazamiento de dicha cultura en la zona ahora cubierta por las aguas del Triángulo de las Bermudas. El hecho de que los pueblos supuestamente primitivos de la prehistoria hayan dejado enormes piedras que aún se encuentran en su sitio, tras miles de años, y sobre las cuales las razas que les siguieron han levantado nuevas construcciones, ha constituido, desde hace mucho tiempo, un misterio arqueológico. Las piedras colocadas por razas anteriores desconocidas son tanto más grandes y difíciles de transportar que las dispuestas por las culturas subsiguientes, de manera que su presencia y modo de transporte resultan inexplicables.
Entre los ejemplos que podrían citarse tenemos el de los bloques de Ollantaytambo y Ollantayparubo, en Perú, que fueron transportados a lo largo de grandes distancias, cruzando montañas y precipicios, para finalmente ser colocados en las cumbres de acantilados de 300 metros de altura. O el caso de los enormes sillares de piedra de Sacsahuamán, en Perú, tan grandes y laboriosamente encajados unos con otros, que los incas atribuyeron su construcción a los dioses. O los bloques de cien toneladas de los cimientos de Tiahuanaco, en Bolivia, sobre los cuales se construyeron, de alguna manera, enormes edificios, a pesar de que esta antigua ciudad está a 4.000 metros sobre el nivel del mar. O las grandes piedras del observatorio de Stonehenge, en Inglaterra; o las enormes piedras de las fundaciones del templo de Júpiter, en Baalbek, Siria, emplazadas allí mucho antes de la construcción del templo y una de las cuales pesa 2.000 toneladas. Como casi todas estas construcciones resultan extremadamente difíciles de explicar, se ha sugerido que una civilización superior fue la autora de su construcción. Esta teoría se ve apoyada por el hecho de que muchas de estas ruinas inexplicables se parecen mucho. Tal vez, después de una serie de cataclismos, una gran fuente energética de la Atlántida se habría precipitado al mar, junto con populosas ciudades, murallas, canales y otras construcciones atlantes. Es interesante tener en cuenta que los propios emplazamientos sugeridos por esta teoría corresponden a los lugares en que se producen muchas de las aberraciones electromagnéticas características del Triángulo de las Bermudas, la Lengua del Océano, o las Bimini. Aunque resulta difícil suponer que semejantes artilugios energéticos puedan seguir funcionando después de miles de años, es interesante observar lo que sucede con las misteriosas “aguas blancas” que han sido advertidas por muchos exploradores, desde Colón hasta los modernos astronautas. Pareciera que los canales o corrientes de agua blanca tienen su origen en los mismos puntos de emanación, siguen una dirección similar y luego se desvían a lo largo de un kilómetro y medio o más. Las líneas son nítidas al comienzo y luego se hacen menos precisas, casi como si encerraran algunos gases liberados bajo presión. Las desviaciones del compás y las perturbaciones eléctricas podrían ser causadas por una enorme concentración de metal depositado bajo el agua. Esto ha sido observado en varios lugares del mundo donde existen conocidos depósitos de hierro que provocan variaciones en los compases. Las masas del substrato podrían incluso provocar alteraciones en el oleaje de los mares. En un informe elaborado por la NASA en 1970, acerca de una “cavidad” en la superficie del océano sobre la fosa de Puerto Rico, los científicos atribuyeron el fenómeno a una “extraña distribución de masa debajo del fondo del océano“, que sería la causa de la deflexión de la fuerza de atracción de la gravedad. En el caso del Triángulo de las Bermudas se ha sugerido que algunas antiguas fuentes de energía han conservado algo de su fuerza y que, al ser accionadas en ciertas oportunidades, podrían ser no sólo la causa de las desviaciones magnéticas y electrónicas, sino también la fuente de impulsos eléctricos de las tormentas magnéticas.
Si los ovnis están secuestrando aviones, barcos y personas en el Triángulo de las Bermudas y en otras regiones del mundo, un elemento fundamental de cualquier investigación sobre el asunto sería el examen de las posibles razones. Podría ocurrir que en las cercanías del Triángulo de las Bermudas, y en algunas otras localidades nodales de las corrientes gravitacionales electromagnéticas, existiera una puerta o ventana hacia otra dimensión en el tiempo o el espacio, a través de la cual seres extraterrestres, dotados de amplios conocimientos científicos, pudieran penetrar a su antojo. Sin embargo, cuando dicho conducto es hallado por seres humanos, se convierte en una calle de una sola vía, de la cual sería imposible regresar, tal vez debido a que una fuerza extraña lo impediría. Muchas de las desapariciones, especialmente las relativas a tripulaciones completas de barcos, hacen suponer la existencia de expediciones de secuestro cuya misión sería obtener seres humanos, tal vez para fines de experimentación. El doctor Manson Valentine sugiere que podrían existir diversos grupos de visitantes espaciales, a veces hostiles, y que algunos de dichos seres provenientes del espacio, las profundidades oceánicas o incluso alguna otra dimensión, podrían estar relacionados con nosotros durante muchos miles de años y, tal vez, con el objetivo de protegernos a nosotros y a nuestro planeta. Las razas indígenas de América Central han contado hasta ahora tres veces el fin del mundo, y aseguran que habrá de producirse un cuarto en una fecha no muy lejana, en esta ocasión por el fuego. Los hopi, que entre las tribus indias de los Estados Unidos son quienes conservan el registro más completo y curiosamente detallado, también hablan de las tres veces que acabó el mundo: una debido a una erupción volcánica y al fuego, otra causada por terremotos y por el desplazamiento ocasional del eje de la Tierra, y una tercera provocada por inundaciones y hundimientos de continentes que a su vez eran la consecuencia de la guerra entre los habitantes del “Tercer Mundo” empeñados en destruir sus ciudades por medio de ataques aéreos. La referencia al desplazamiento del eje de la Tierra es en sí una muestra del extraordinario conocimiento que habría alcanzado una pequeña tribu india, no sólo acerca de la verdadera forma de la Tierra, sino respecto de su rotación. La teoría según la cual la Tierra perdería temporalmente su velocidad de rotación y luego volvería a ajustarla, corresponde a una tesis científica posterior desarrollada por Hugh Auchincloss Brown, quien atribuye dicha perturbación a un exceso de peso causado por la acumulación de hielo en uno de los polos.
Tal vez, como se ha sugerido, los ovnis son simples “exploradores” de nuestro planeta, y lo han estado observando durante un largo tiempo. Si es cierta la hipótesis de que seres extraterrestres han estado visitando y observando la Tierra y recogiendo información y muestras para algún propósito ignorado, especialmente en la zona del Triángulo de las Bermudas, sería muy interesante preguntarse qué razones tendrían los ovnis para concentrarse en esa región. Numerosos testimonios de Grecia, Roma, la Europa del Renacimiento y actualmente de un número creciente de lugares en el mundo entero y en especial en el Triángulo de las Bermudas, dejan planteada la posibilidad de que los observadores estén interesados en el avance de la civilización tecnológica sobre la Tierra. Las teorías de Ivan Sanderson sugieren que la amenaza medioambiental cada vez mayor podría haber causado preocupación en algunos modos de vida altamente desarrolladas que existirían en el interior de los mares. Existen evidencias sorprendentes sobre la actividad submarina de los ovnis, que habrían sido detectadas por algunas unidades navales de los Estados Unidos. Uno de los más sorprendentes es el de la persecución de un objeto submarino que se desplazaba a más de 120 k/h, primero por un destructor y luego por un sumergible, durante un ejercicio de la Marina de Estados Unidos. El hecho ocurrió en 1963, al sudeste de Puerto Rico, en el extremo sur del Triángulo de las Bermudas. Puesto que la maniobra consistía precisamente en practicar persecuciones, inicialmente se supuso que el objeto formaba parte de la práctica. La persecución duró cuatro días, y en ocasiones el objeto descendió a profundidades de 7.000 metros, manteniendo su increíble velocidad. Nunca se supo lo que era, aunque la mayor parte de los informes coincidieron en que parecía estar movido por un solo motor. En el pasado fueron muy frecuentes los testimonios acerca de ovnis que salían del mar, se hundían en él u operaban dentro de las aguas, pero nunca se les detectó y siguió tan de cerca como durante estas maniobras de 1963. Suponiendo que existe bajo el mar alguna otra forma de vida “civilizada“, tales seres, que dispondrían de un espacio vital muchísimo mayor que en la superficie terrestre, no se preocuparon de nuestros actos durante los milenios pasados. Sin embargo, al advertir que nuestras posibilidades tecnológicas han llegado a representar un peligro para ellos y para su medio ambiente, su política habría cambiado. Y los fenómenos del Triángulo de las Bermudas podrían constituir una acción exploratoria.
Ivan Sanderson ha estudiado algunos informes relacionados con unas gigantescas cúpulas submarinas transparentes que han sido vistas frente a la costa de España por buceadores en busca de esponjas, y también desde la superficie, cuando la transparencia de las aguas era favorable, en la plataforma continental norteamericana. Piensa que podrían formar parte de una red submarina construida por seres que viven bajo el mar. Llevando todavía más lejos este razonamiento, dado que la Tierra es básicamente una enorme dínamo, sería posible “conectarla” por medio de redes electromagnéticas instaladas dentro de los mares y, llegado el caso, activar los impulsos adecuados para cambiar su rotación. Esta posible “conexión” de la Tierra hace recordar tanto las antiguas tradiciones como las teorías recientes que aluden a grandes fuentes de energía en la Atlántida, supuestamente formada por grandes equipos de láser cristalinos que yacerían en el fondo del Mar de los Sargazos y que aún estarían funcionando intermitentemente, causando perturbaciones electromagnéticas que serían responsables de las averías o desintegración de aviones y barcos. Algunos investigadores creen que estos supuestos seres extraterrestres no están interesados en protegernos sino en llevarse muestras. Esta suposición parece lógica si se tiene en cuenta el gran número de aviones, lanchas y barcos que han desaparecido con sus tripulaciones dentro del Triángulo de las Bermudas. John Harder, investigador de los ovnis y profesor de ingeniería en Berkeley, expuso en octubre de 1973 la teoría de que la Tierra podría ser una especie de “zoo cósmico, aislado del resto del Universo, y cuyos guardianes suelen hacer de vez en cuando una revisión, llevándose algún ejemplar de sus habitantes“. Sin embargo, otra teoría sostiene que los visitantes extraterrestres no están interesados en la Humanidad y sólo tienen en mente sus propios fines, que todavía no podemos imaginar, y que las aparentes víctimas han sido causadas inadvertidamente al ser proyectadas dentro de un campo de ionización. Al considerar los centenares de desapariciones del Triángulo de las Bermudas se advierte que el único rasgo que tienen en común es el hecho de que los aviones y barcos han desaparecido por completo, o que los barcos han sido hallados sin pasajeros ni tripulaciones. Algunos de estos casos misteriosos se han producido aisladamente y podrían explicarse por las circunstancias extraordinarias en que han ocurrido, o por la coincidencia de fallas humanas y trastornos meteorológicos. Pero, en cambio, otros incidentes del Triángulo de las Bermudas se han producido con aguas transparentes, cerca de puertos, playas o bases de aterrizaje, que resultan incomprensibles, de acuerdo con nuestros conocimientos actuales.
La historia del Triángulo de las Bermudas abarca acontecimientos que ya están sumidos en la bruma de las leyendas antiguas y modernas. El Triángulo de las Bermudas nos hace pensar en tierras perdidas o sumergidas, en civilizaciones olvidadas y en seres que han visitado la Tierra durante milenios, viniendo del espacio interior o exterior, y cuyo origen y propósitos nos son desconocidos. En la Península de la Florida se encuentran las ruinas del más antiguo puesto europeo erigido dentro del territorio de los actuales Estados Unidos. Se trata de San Agustín, fundada en 1565, cuarenta y dos años antes de que los ingleses establecieran Jamestown. El Consejo de Indias afirmaba que desde 1510, naves y flotas enteras de la Corona de España habían ido a Florida y regresado. Florida aparece en el mapa más antiguo conocido del Nuevo Mundo: el mapa de Cantino, fechado en 1502. Pero volvamos a Ponce de León. Éste descubrió las costas de la Florida el día de Pascua Florida de 1513, y de ahí el nombre con que bautizó lo que él creía otra isla. Regresó a España al año siguiente, obteniendo del rey una patente para colonizar «la isla de Bimini y la isla de Florida», de la que fue nombrado Adelantado, equivalente a gobernador civil y militar. La referencia a estos datos históricos es porque las extrañas desapariciones de barcos en esa zona se remontan casi a los tiempos de la conquista y colonización españolas, y a los días en que las aguas al norte de Puerto Rico eran surcadas por las fabulosas «flotas de la plata», muchos de cuyos galeones yacen perdidos por aquellos parajes, suscitando la codicia de innúmeros buscadores de tesoros contemporáneos. Pero algunos de ellos quizá se hallen a profundidades insondables. En efecto: al noroeste de Puerto Rico, el fondo del Atlántico desciende bruscamente hasta 9.220 metros, formando la llamada Fosa de Puerto Rico. Este profundo valle submarino corre paralelamente a la costa norte de la gran isla antillana, de la que la separan unos 160 kilómetros. Ésta es la mayor profundidad que los oceanógrafos han registrado en el Atlántico. Sólo es comparable con la «Challenger Deep» entre Guam y Yap, en el Pacífico, con sus 10.911 metros de profundidad, o la Fosa de las Marianas, que desciende hasta poco más de 11.000 metros. Es curioso observar que estas grandes fosas marinas se encuentran dentro de otro de los «triángulos mortales». La Fosa de las Marianas es la mayor profundidad registrada hasta ahora en la Tierra.
La mayoría de autores que tratan del Triángulo de las Bermudas hacen referencia al caso del Rosalie, un gran navío francés hallado a la deriva en 1840 en un punto de su ruta de La Habana a Europa, dentro de la zona del Triángulo de las Bermudas, con todas sus velas desplegadas, la carga intacta, pero sin nadie a bordo. Un caso que evoca al famoso caso del Mary Celeste. En 1880 se registra la desaparición inexplicable de la fragata británica Atalanta, que había zarpado de las Bermudas rumbo a Inglaterra con 290 personas a bordo. Entre principios del siglo XVIII hasta el año 1814 se registraron las desapariciones de diez barcos en el Triángulo. Se trata de casos perfectamente documentados, entre los que hay tres galeones españoles, y que fueron evidenciados por la investigadora norteamericana Adi-Kent Thomas Jeffrey. Entre ellos tenemos el buque inglés Sea Venture, que en julio de 1609 transportaba colonos a Virginia, colonia británica recién fundada. Unos 150 hombres y mujeres se apiñaban en la embarcación. Con ellos viajaba William Strachey, secretario de la Colonia de Virginia. Iban al mando del capitán del buque y jefe de la expedición, Sir George Somers. Todo fue bien hasta que el navío entró en la zona del Triángulo de las Bermudas. Se desencadenó una terrible tempestad, que durante cuatro días con sus noches zarandeó al maltrecho buque, mientras los hombres se turnaban tratando de achicar el agua que, entraba por todas partes. Pero la furia de los elementos venció, y el infeliz Sea Venture fue arrojado contra unos escollos de la costa de Bermuda, donde quedó encallado. Sin pérdida de tiempo, Sir George Somers ordenó abandonar el barco, que quedó librado a su suerte y a los embates del oleaje, que poco a poco lo iban destruyendo. Todos pusieron pie en tierra con temor. Bermuda, la isla descubierta en 1515 por el español Juan de Bermúdez, y que recibió su nombre, gozaba de muy mala reputación entre los marinos ingleses. El Lloyd ’ s de Londres se hallaba muy preocupado, en efecto, por las exorbitantes pérdidas que experimentaba la navegación británica en aquellas aguas. Éstas eran tremendas, muy superiores a las que las flotas británicas sufrían en otras partes del globo, y no todas podían atribuirse a la piratería, pese a que ésta campaba por sus respetos en la ruta de las «Flotas de la Plata», que anualmente llevaban su precioso cargamento desde México y Sudamérica a Sevilla, con punto de reunión obligatorio en La Habana, donde se formaban los convoyes fuertemente armados que tenían que cruzar el Atlántico. Pero muchos fueron los galeones que no llegaron jamás a la cita. Más de trescientas naves cargadas de tesoros duermen su sueño eterno entre los miles de escollos de esta zona del Caribe.
Hay más de trescientas islas de coral en esta zona del Atlántico. Incluso hoy día, sólo unas veinte de ellas están habitadas. En los siglos XVI y XVII , los marinos huían de estos islotes como de la peste, pues en su supersticioso temor los llamaban las «Islas del Diablo». Se susurraba que espantosos demonios se escondían bajo aquellas aguas traicioneras, que sólo significaban la muerte para el navegante. Y en aquellos terribles parajes quedaron, náufragos y desamparados, los tripulantes y los colonos del Sea Venture. Su espanto era indecible, y más cuando ante sus propios ojos, la nave desmantelada de la que acababan de desembarcar, se separó de la roca con un terrible crujido y se hundió bajo las aguas. Allí había de permanecer durante siglos hasta que en 1958, dos buceadores, Edmund Downing, de Virginia, y Teddy Tucker, de Bermuda, descubrieron la tumba marina de la infortunada nave, hundida a la altura del Fuerte de Santa Catalina. Nueve meses lograron subsistir los náufragos en la desierta isla, antes de poder huir de ella. Por fortuna, no les faltó madera ni comida. La isla ofrecía ambas cosas en abundancia. Para matar el tiempo de forzosa inactividad, William Strachey, secretario de la Colonia de Virginia, se dedicó a relatar en su diario todos los terribles acontecimientos que había vivido. Lo que no sabía Strachey era que su diario caería más tarde en manos de un joven dramaturgo llamado William Shakespeare, quien se inspiraría en el naufragio del Sea Venture para una de sus obras más misteriosas: La Tempestad. Cuenta Strachey en su diario que, hallándose una noche Sir George Somers en el puente, una noche de calma antes del naufragio, observó de pronto un gran resplandor que venía de arriba. Levantó la mirada y vio una bola de fuego, muy brillante, en mitad del palo mayor. ¡Pero la bola se movía! Ascendió por el mástil hasta su extremo, y luego se paseó lentamente por el velamen, al tiempo que se apagaba y se encendía. Tras desaparecer totalmente por unos instantes, se encendió de nuevo y abandonó el barco como un fantasma. Strachey recogió este episodio en su diario. Sin saberlo, había hecho nacer el espíritu de la luz, el etéreo Ariel de la obra de Shakespeare. «He abordado la nave del rey –dice Ariel en La Tempestad -, y ora sobre la proa, ora en los costados, ora en cubierta, ora en las cámaras, por doquier he encendido el asombro. Tan pronto me dividía, y ardía entonces por aquí y por allá, y llameaba separadamente en el palo mayor, en el bauprés y en las vergas, como me reunía de nuevo juntando todas mis llamas». ¿Qué podía ser la misteriosa luz vista por Sir George Somers?
Tal vez podría ser el fuego de San Telmo. Según los meteorólogos, es un tipo de descarga en corona observada en los barcos, en condiciones similares a las de una tormenta eléctrica. La carga de la atmósfera induce a cargas en los mástiles y estructuras elevadas. El resultado es una luminosidad esférica. Este fenómeno era muy acentuado en los antiguos veleros, que generalmente llevaban varios mástiles y mucho aparejo. La aparición de esta luminosidad en la oscuridad era de efectos sorprendentes para los supersticiosos marineros de antaño, que desconocían la causa del fenómeno. Los romanos conocían también este fenómeno luminoso, y creyeron que era el numen protector de Castor y Pólux; Séneca decía que eran estrellas que se posaban en los palos de los buques, y los marineros de todas las edades y naciones consideraron el fuego de San Telmo como signo de la protección divina, si bien en el caso del infortunado Sea Venture fue realmente un presagio de catástrofe. Pero lo que vio Sir George Somers podría haber sido también lo que los ufólogos actuales conocen por el nombre de foo-fighters, vistos por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial por los pilotos de la 415ª Escuadrilla de Cazas Nocturnos de los Estados Unidos, con base en Dijon, Francia. Pero volvamos a los náufragos del Sea Venture. Afortunadamente, la ballenera del barco se había salvado. La pequeña embarcación fue preparada y abastecida para un largo viaje, y partió con varios hombres al mando del contramaestre Henry Ravens, con la misión de encontrar ayuda. Tras un intento frustrado, la ballenera regresó a los dos días, pues no podía hallar un canal navegable entre los arrecifes de coral. La ballenera zarpó definitivamente el 1º de septiembre, pero nunca más volvió a saberse nada de la ballenera, de Henry Ravens ni de los hombres que lo acompañaban. En el diario de Cristóbal Colón, el almirante dice que él y sus hombres vieron «una sorprendente bola de fuego» que cayó al mar, mientras navegaban por aguas del Triángulo de las Bermudas. Colón habla también del terror que se apoderó de sus hombres, al observar que la aguja de la brújula «enloquecía» al navegar por aguas de las Bermudas. El suyo es el primer testimonio que poseemos sobre extraños fenómenos asociados al electromagnetismo y observados en aquella zona. Pasaron los años y desde las colonias americanas se empezaron a enviar a España las fortunas en oro, plata y especias amasadas en el Nuevo Mundo.
Se organizaron rutas en que los galeones procedentes de Sudamérica se reunían en la región del Istmo de Panamá, desde donde navegaban hacia La Habana, el más importante puerto español de las Américas. Desde allí, en un convoy armado para defenderse de piratas y filibusteros, los galeones emprendían la travesía de regreso a Sevilla. Después de franquear los angostos estrechos de la Florida y el Canal de las Bahamas, pasaban frente a Cayo Hueso y se metían en la Corriente del Golfo para ascender hacia el Norte. Su objetivo era el cabo Hatteras, en la costa de Carolina, desde donde la flota viraría hacia el Este, poniendo rumbo a Europa. Esto llevaba a los galeones españoles, como observa Adi-Kent Thomas Jeffrey, a bordear el lado oeste del Triángulo de las Bermudas. Aquellos pesados barcos, con muy poco marineros, se metían en la boca del lobo. Eran muchos los que se perdían, por causas perfectamente naturales, como tempestades, ciclones, tifones o tornados. Cargados hasta los topes, con la línea de flotación bajísima, los panzudos barcos zozobraban con frecuencia, pese a la pericia de los marinos que los mandaban. Flotas enteras fueron dispersadas o se perdieron. En el siglo XVI , se hundieron 41 galeones cargados de tesoros. En el siglo siguiente, otros 38 los siguieron. Pero hay algunos casos de desapariciones que no se explican tan fácilmente por causas naturales. Por ejemplo, los tres galeones que escoltaban al Nuestra Señora de Guadalupe. La flota estaba compuesta por cinco naves, al mando de don Juan Manuel de Bonilla. La reunión de la flota se efectuó, como de costumbre, en La Habana en otoño de 1750. Bonilla iba en la nave almirante, un altivo galeón de elevada cubierta llamado Nuestra Señora de Guadalupe. La navegación hasta el cabo Hatteras, traspuestos los estrechos de la Florida y el Canal de las Bahamas, se realizó sin incidentes. Pero cuando se aproximó al cabo Hatteras, las aguas empezaron a encresparse y el cielo a oscurecerse. El capitán Bonilla, marino experimentado, sabía que se aproximaban a uno de los puntos más peligrosos del Atlántico, pues allí se reunía la corriente cálida del Golfo con las corrientes frías procedentes del Ártico, lo cual creaba una zona de grandes turbulencias. Por si fuera poco, en aquellas aguas se extendían islas bajas y arenosas, pobladas por gente que se dedicaba a saquear las naves encalladas y a recuperar restos de naufragio, que eran allí muy frecuentes.
Sin embargo, el capitán Bonilla ordenó poner proa al Este. Pero a las ocho de aquella noche se levantó un violentísimo temporal, acompañado de un viento huracanado, que hacía escorar peligrosamente a los cargados galeones. La cerrazón se hizo total, mientras el mar y el viento redoblaban su fuerza. Bonilla perdió el contacto con los demás buques de su flota. Impelido por el huracán, se vio obligado a recoger las velas y buscar refugio en el puerto más próximo. El maltrecho galeón llegó a la boca del río Ocracoke, donde al fin pudo echar el ancla. Durante un mes, Bonilla fue huésped del gobernador de Carolina, quien trató bien a los españoles, pese a que la firma del tratado de Aix, que había puesto fin a las hostilidades entre España e Inglaterra, aún estaba reciente y entre ambas naciones subsistían temores y recelos. Pero Bonilla pudo salvar su galeón y la riqueza que transportaba. Antes de que la flota fuera dispersada por la tempestad, Bonilla pudo ver con su catalejo a una de sus naves, que capeaba el temporal penosamente. Luego supo que ésta había embarrancado en una barra arenosa, donde fue saqueada por los bandoleros que merodeaban por aquellos parajes y que se hicieron con un rico botín. Este botín, junto con parte de la tripulación, fue llevada a Norfolk y allí embarcada con destino a Inglaterra. Antes de abandonar las costas de Carolina, con el Nuestra Señora de Guadalupe reparado, Bonilla inquirió nuevas de los tres galeones desaparecidos. Pero nadie sabía nada de ellos. No se había encontrado ni un madero flotante; ni un resto de naufragio había sido arrojado a las costas de Carolina o de las innúmeras islas arenosas, pobladas por expertos en recuperar restos de buques perdidos; ni un cadáver había sido arrojado por las olas a una playa, o se habían encontrado flotando en la mar… Una fortuna inmensa en oro, plata, cacao, bálsamo y cochinilla, se había esfumado en el aire. Y con ellos habían desaparecido docenas de hombres. En este caso tenemos un precedente marítimo de la famosa «patrulla perdida», los cinco aviones «Avenger» que desaparecieron en 1945 sin dejar rastro después de partir de su base de Fort Lauderdale, en Florida. La Guerra de la Independencia americana presenció una misteriosa desaparición en el Triángulo de las Bermudas. Se trataba de un buque de guerra, un barco legendario que se hizo famoso por su audacia y la de su capitán, Johnston Blakeley. Se trataba del Wasp, y el barco hizo honor a su nombre de Avispa, pues infligió dolorosas picaduras a los ingleses. Tras una campaña naval brillantísima que duró desde 1811, año en que Blakeley recibió el mando del Wasp, hasta junio de 1814, este barco y su capitán, cuyos nombres corrían de boca en boca, se esfumaron misteriosamente en aquellas aguas fatídicas. Nadie volvió a saber nada del capitán Blakeley, de sus aguerridos marinos ni del barco que tripulaban.
En todos los libros que se ocupan del Triángulo de las Bermudas suele mencionarse la desaparición, en 1968 y sin dejar rastro, del submarino norteamericano, de propulsión nuclear, Scorpion. Sin embargo, ningún autor menciona al submarino de idénticas características Thresher, pese a que éste se perdió también en una zona situada junto al borde norte del Triángulo de las Bermudas, exactamente a 260 millas frente a la costa de Nueva Inglaterra. En aquellos parajes, el mar tiene una profundidad de unos 2.600 metros. Al borde también del misterioso mar de los Sargazos. La tragedia ocurrió el 10 de abril de 1963, en el curso de una inmersión de prueba, en que se iban a comprobar las prestaciones del más avanzado submarino nuclear que la ciencia y la tecnología norteamericanas habían producido hasta la fecha. Era el orgullo de la Armada y de todos los hombres que servían en ella. Los hombres que tripulaban el Thresher eran la flor y nata de su profesión. Habían sido elegidos y entrenados con el máximo rigor. Se hallaban preparados para reaccionar de un modo eficaz ante cualquier emergencia. Pero algo ocurrió, poco después de las nueve de la mañana de aquel día de abril, que ni su adiestramiento ni su valor fueron capaces de resolver. El U.S.S. Skylark, una unidad de superficie que colaboraba con el Thresher en aquella inmersión de prueba, recibió a las 9.13 el siguiente mensaje, por teléfono submarino: «Experimentamos pequeñas dificultades. Tenemos ángulo positivo hacia arriba. Intento soplar los tanques. Les mantendré informados». Jamás sabremos cuáles eran las dificultades del Thresher. Cuatro minutos después se captó a bordo del Skylark un confuso mensaje procedente del submarino. Era el último que había de llegarles. El telegrafista creyó entender las palabras «profundidad de prueba», que señalaba el máximo límite de inmersión del Thresher. Sin duda el submarino se encontraba en graves dificultades. «Algo» le atraía irresistiblemente hacia el fondo, sin que el potente sumergible pudiese liberarse de la maléfica atracción. Se movilizaron todos los recursos de la Armada de los Estados Unidos en la gigantesca operación de búsqueda y salvamento que se inició aquel mismo día. Pero era imposible bajar una campana de buzo a aquella tremenda profundidad, para asegurarla a la escotilla de escape del Thresher, e ir evacuando así en grupos de dos y de tres a su tripulación de más de cien hombres. Y aun suponiendo que tal maniobra fuese posible, ésta se podría ver imposibilitada por la escora del sumergible, si éste yaciese de costado. Sólo en un submarino perfectamente horizontal era posible utilizar la campana de buzo.
Únicamente se podía planear una operación de reconocimiento en el lugar de la desaparición. Y sólo había un vehículo en el mundo capaz de descender a aquella espantosa profundidad. Se trataba del batiscafo Trieste, concebido por el profesor Auguste Piccard y que había sido adquirido por la US Navy. El Trieste se encontraba entonces en San Diego, California y fue embarcado inmediatamente a bordo de un dique llotante, en el que cruzó el canal de Panamá hasta Boston, desde donde fue remolcado hasta el lugar de la misteriosa desaparición. En la zona había embarcaciones de todos los tipos: destructores provistos con equipos especiales de sonar, barcos de salvamento, barcos-taller e incluso otros submarinos de tipo convencional. Se rastreaba el fondo con el sonar, tratando de descubrir irregularidades en la llanura abisal que pudieran revelar la presencia del submarino hundido. Las lanchas peinaban la superficie, tratando de hallar restos flotantes o manchas de aceite. Marineros especialistas se relevaban durante las veinticuatro horas para escuchar por los auriculares de los hidrófonos cualquier ruido anormal procedente del fondo. Pero su única y débil esperanza residía en los buques de investigación oceanográfica. Afortunadamente, una de las más modernas de estas naves, el Atlantis II, estaba disponible. El moderno barco estaba equipado con los últimos adelantos en instrumental oceanográfico, entre el que se incluía una ecosonda de extremada precisión con la que se confiaba en trazar sobre la gráfica el perfil del Thresher tumbado en el fondo. Como valiosos asistentes, el Atlantis II contaba con dos de los más modernos buques oceanográficos de la Armada, el Conrad y el Gilliss. Pero las dificultades no hacían más que empezar. Aun suponiendo que las ecosondas localizasen al Thresher, había que descender entonces una cámara submarina a más de dos kilómetros de profundidad para tomar fotografías. Las corrientes oceánicas empujan a una cámara submarina hacia todos lados antes de que ésta llegue al fondo. Cuando lo alcance, puede encontrarse a cientos de metros de su objetivo, aunque el barco desde el que se la desciende esté en la vertical del mismo. Pese a todo, se bajaron cámaras de televisión y de fotografía, creadas por el doctor Harold E. Edgerton, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, y se tomaron millares de fotos. En ellas fueron apareciendo los primeros restos de naufragio. Pronto se tuvieron centenares de imágenes. Localizado ya aproximadamente el lugar del desastre, podía entrar en acción el batiscafo Trieste. Por fin el Trieste estuvo dispuesto para iniciar la búsqueda. Ocupó la esfera resistente de acero, de 7 centímetros de grosor, el comandante del pequeño sumergible científico Donald L. Keach, acompañado por el comandante James W. Davies, oceanógrafo, y el comandante Arthur Gilmore, submarinista.
La esfera resistente del Trieste, capaz de aguantar presiones equivalentes a 15.000 metros, una profundidad todavía no encontrada en los océanos, lo cual le daba un amplio margen de seguridad. Aquella tarde de finales de junio era fría y desapacible en el Atlántico. El cielo estaba cubierto. Allá abajo, a 2.600 metros de la superficie, el Trieste deambulaba lentamente escrutando el fondo, iluminado por sus potentes reflectores. Apartando sus ojos de la gruesa mirilla de plexiglás, que en su parte interior no era mayor que un cenicero, el comandante Keach tomó su teléfono submarino y llamó al buque auxiliar: “Mike Boat, aquí el Trieste. Solicito permiso para emerger“. Pero antes de que le llegara la respuesta, distinguió un objeto amarillento en el fondo iluminado por la luz de los reflectores. El comandante del batiscafo llamó de nuevo a la superficie, comunicando que iba a permanecer quince minutos más en el fondo. Obtenido el permiso, invirtió la rotación de las tres hélices del Trieste, para hacerlo girar sobre su eje al tiempo que descendía un poco. Mirando afanosamente por la portilla de plexiglás, Keach reconoció el objeto amarillento. Se trataba de una funda para zapatos, de plástico, de las que se emplean en la sala del reactor atómico de un submarino nuclear. La tenía entonces a menos de un metro de la portilla. Estaba doblada sobre sí misma, ocultando a medias unas letras. Se trataba del número del Thresher, el SSN -593. A tan corta distancia del fondo, los tripulantes del batiscafo vieron entonces otros restos. Trozos de papel, fragmentos de pintura y otros materiales ligeros aparecían esparcidos por doquier. Pero a medida que el Trieste efectuaba inmersión tras inmersión en la zona del siniestro, un cuadro desconcertante iba apareciendo. El fondo marino, a 2.600 metros, estaba sembrado de restos, pero del gigantesco submarino nuclear, ni rastro. Aquello era materialmente imposible. El Thresher parecía haberse evaporado. El Tribunal de Encuesta de la Armada que se ocupó de la desaparición del Thresher no logró hallar una explicación satisfactoria, únicamente formuló meras conjeturas. Tal vez fuese mera coincidencia, pero en el mismo año en que desapareció el Thresher, se supo que el Gobierno norteamericano llevaba a cabo un proyecto de alto secreto llamado «Project Magnet». Lo que los magnetómetros del «Project Magnet» trataban de detectar eran zonas de perturbaciones magnéticas inexplicables, situadas en la superficie del globo o procedentes de «arriba». Concretamente, este proyecto secreto había alcanzado ya un importante resultado al descubrir peculiares fuerzas magnéticas procedentes de «arriba» en la zona situada entre Key West y el Caribe, es decir, en el Triángulo de las Bermudas.
Parece que varios satélites norteamericanos están provistos de magnetómetros especiales que, como los que se emplearon en el «Project Magnet», pueden detectar interferencias procedentes de zonas situadas «sobre» la superficie del globo. Esto nos lleva a establecer un vínculo entre estas zonas de grandes perturbaciones magnéticas, como el Triángulo de las Bermudas, y los ovnis. El ingeniero Noel E. Rigau, vicepresidente de la Sociedad para el Estudio de Ovnis, CEOVNI , de Puerto Rico, afirma que en toda esta zona son frecuentes los avistamientos de ovnis entrando y saliendo del mar. ¿Qué aspecto debió de presentar toda esta región hace diez u once mil años? Porque la catástrofe que anegó todas estas tierras fue el Diluvio Universal, cuyo recuerdo se conserva en la memoria atávica de casi todos los pueblos de la Tierra. ¿Se abrían las gigantescas cavernas y se extendía el muro de Bimini en los confines occidentales del reino de Poseidón, o sea de la fabulosa Atlántida? De las doce zonas romboidales de aberraciones magnéticas, que se hallan distribuidas con tan sorprendente regularidad sobre el globo terrestre, sólo dos, la del polo Sur y la de Afganistán, corresponden a masas continentales terrestres. Todas las demás zonas son marinas. Afganistán es uno de los países más atrasados de Asia. Está situado al sudoeste del Asia central. Limita al Norte con la URSS , al Este con China y la India, al Sur con Beluchistán y al Oeste con Irán. Es un país montañoso. Lo atraviesa de Este a Oeste la colosal cordillera del Indu-Kush, desgajada del nudo de Pamir, con alturas de hasta 5.000 metros. Al norte y al suroeste del territorio existen sendas altiplanicies. Es un país de clima continental, con invierno duro, abundante en nieves, y veranos secos y cálidos. Durante la última guerra mundial (1939-1945), los aliados establecieron una ruta aérea de abastecimiento que sobrevolaba el Afganistán. Naturalmente, en esta zona no se produjeron desapariciones de barcos, pero sí desaparecieron misteriosamente varios de estos aviones americanos, algunos de los cuales transportaban nada menos que lingotes de oro. Será «casualidad», pero en dos de estos casos parte de este oro fue a parar, no se sabe cómo, a manos de los belicosos afganos de las montañas. No obstante, jamás se consiguió localizar restos de los aviones perdidos o de sus tripulantes. Éstos fueron dados oficialmente por «desaparecido», ya que no se pudo presentar ningún cadáver a las familias. Esto es todo cuanto se puede decir sobre el «triángulo» del Afganistán. Dee todos modos, como es una zona inhóspita y poco transitada, no tenemos muchas noticias sobre esta zona. En cambio la zona del golfo Pérsico es mucho más rica en casuística.
Para el hombre que vive en tierra firme es difícil percatarse que vive en un mundo esencialmente líquido. Los mares y océanos cubren más de las tres cuartas partes de la superficie del globo: exactamente 350 millones de kilómetros cuadrados, cifra que ya siendo abrumadora en sí misma, aún lo será más si se considera que en el océano, el espacio no se mide por kilómetros cuadrados, sino por kilómetros cúbicos. Para nuestro concepto «terrestre» de la superficie, este inconmensurable espacio tridimensional resulta algo casi rayano en lo infinito. La profundidad media de mares y océanos es de 4.000 metros. Si traducimos esta cifra a kilómetros cúbicos, obtendremos un número verdaderamente astronómico de 1.300 millones de kilómetros cúbicos de agua. Muy adecuadamente, los anglosajones han llamado a este verdadero universo the inner space (el espacio interior), por contraposición a the outer space (el espacio exterior o interplanetario). La Tierra es un planeta acuático al que sería más apropiado llamar Mar. Un visitante extraterrestre que, procedente del «outer space», abordase el globo por el hemisferio que ocupa el inmenso océano Pacífico, creería que iba a encontrar un planeta donde domina el agua. Y si este visitante desease «ocultarse», las profundidades oceánicas le proporcionarían un magnífico escondrijo. Si admitimos que los ovnis son sondas de exploración tripuladas procedentes del Cosmos, o vehículos extraterrestres dirigidos, nada nos impide admitir también que dichos vehículos y sus ocupantes dispongan de bases en lugares inaccesibles para el hombre. Estos lugares sólo pueden encontrarse, hoy día, en el fondo de mares y océanos, en lo más recóndito de desiertos, cadenas montañosas y zonas polares, y en nuestro satélite natural, la Luna. Todo indica que el «Proyecto Apolo» tuvo por verdadera finalidad la localización de bases lunares extraterrestres. Todos los astronautas, salvo el geólogo que participó en la última misión, eran militares y, como tales no podían revelar informes no autorizados sobre ovnis. Aunque los fondos marinos y oceánicos empiezan a ser explorados por los batiscafos del comandante Cousteau y los pequeños submarinos científicos como el Alvin, el Aluminaut, o el Ashera, las extensiones marinas son de tal inmensidad, que representan un volumen de espacio increíblemente vasto. Eminentes oceanógrafos así lo reconocen: «Del fondo del océano sólo conocemos cotas sueltas, puntos aislados, desparramados acá y allá sobre las cartas marinas».
Ivan Sanderson afirmaba que este universo líquido tiene sus propios habitantes, sus residentes invisibles ( Invisible Residents ). Como se recordará, Sanderson fue quien formuló la teoría de los doce triángulos de aberraciones magnéticas regularmente distribuidas por el planeta, principalmente en zonas oceánicas. Este inmenso universo líquido, como sabemos, no sólo está habitado por especies que, en número, superan a las terrestres, sino que es la cuna de la vida, que hunde sus raíces primigenias en el Mar ancestral. Pero este inmenso ámbito ofrece un refugio ideal a quienes, por prudencia, por temor o simplemente cumpliendo un plan, no quieren presentarse abiertamente ante los seres humanos. Charles Fort, el norteamericano que a principios del siglo XX se dedicó a recopilar toda clase de hechos insólitos, que primero archivaba en docenas de cajas de zapatos y luego publicó en forma de libros, reunió numerosas observaciones marinas, muchas de ellas del siglo XIX y algunas procedentes de los mismos cuadernos de bitácora de los barcos interesados, que no ofrecen duda en cuanto a su significado. Si bien la caída de un cuerpo en el mar puede ser interpretada de una manera natural, como un bólido o aerolito, la salida de un cuerpo redondo o discoidal, de las aguas marinas, ya es de más difícil explicación. En 1964, la prestigiosa revista británica Flying Saucer Review publicó en su número de julio-agosto un artículo titulado The Deadly Bermuda Triangle. Este artículo planteaba la posible relación entre los ovnis y el mar. El 15 de mayo de 1879, el comandante J. E. Pringle, del buque de guerra británico Vulture, observó en el golfo Pérsico la presencia de ondas o pulsaciones luminosas en el agua, que se movían a aproximadamente 130 kilómetros por hora, y pasaban por debajo del Vulture. Mirando hacia el Este, el fenómeno ofrecía el aspecto de una gigantesca rueda giratoria con el centro en aquella dirección. Los radios eran luminosos, y, mirando hacia el Oeste, se observó la presencia de una rueda similar, pero que giraba en dirección opuesta. El capitán añadía: «Estas ondas luminosas iban desde la superficie hasta gran profundidad bajo el agua». Antes y después de ese extraño espectáculo, el barco cruzó zonas recubiertas de una sustancia flotante de aspecto oleoso. Ochenta años después de este incidente, el 8 de enero de 1960, el también buque británico Corintio, encontró una misteriosa sustancia flotando en el mar, a ambos lados de la embarcación, cuando se dirigía a Wellington, procedente de Londres, según manifestó el capitán A. C. Jones.
El navegante solitario Adrián Hayter realizó la increíble hazaña de navegar desde Inglaterra a Australia en su pequeño yate Sheila, de doce metros de eslora. Hallándose en el mar Rojo, cerca de los parajes donde el Vulture hizo su observación, pudo ver lo siguiente: «…Observamos una luz muy lejos, hacia el Sudeste. Nos hallábamos entonces entre Assab y Djibuti. Mientras la mirábamos, se hizo más vivida y avanzó hacia nosotros; parecía el rayo de un potentísimo reflector. De pronto giró al Sur y barrió el horizonte de un extremo a otro, pero por debajo del agua. Se acercó rápidamente, y a velocidad sostenida, hasta que iluminó nuestras velas con un resplandor verdoso, lo bastante brillante como para poder leer perfectamente a su luz. Yo observé aquel rayo de luz tan definido cuando pasó bajo el Sheila, arrojando momentáneamente la negra sombra de su casco sobre las velas, para seguir luego a gran velocidad hacia el horizonte occidental, sumido en las tinieblas. Esto se repitió cinco veces, siempre de la misma manera y a intervalos regulares, en completo silencio y sin el menor cambio en el viento o el estado del mar...». El famoso navegante y arqueólogo noruego Thor Heyerdahl, durante el fabuloso crucero de la balsa Kon-Tiki a favor de la corriente de Humboldt, que le permitió comprobar prácticamente la posibilidad de colonizar las islas de la Polinesia partiendo de las costas del Perú, efectuó asimismo extrañas observaciones marinas. En una ocasión, según cuenta Heyerdahl en su libro La expedición de la Kon-Tiki: «Nos llamó la atención ver el mar como si estuviera hirviendo, mientras algo semejante a una gran rueda emergía dando vueltas en el aire.... En varias ocasiones pasamos deslizándonos sobre grandes masas oscuras, grandes como el piso de una habitación, que permanecían inmóviles debajo de la superficie del agua como un arrecife escondido. Presumimos que era la raya gigante, de siniestra reputación, pero nunca se movió ni llegamos lo bastante cerca para poder observar claramente su forma». Es interesante observar que Heyerdahl, en su lento desplazamiento a favor de las corrientes oceánicas e impelido por los vientos alisios, tuvo ocasión de convivir íntimamente con el mar en sus largas semanas de travesía y, por lo tanto, tuvo también tiempo para realizar observaciones muy interesantes, vedadas para el tripulante de un barco de línea, que contempla el mar «desde lo alto», y no a su mismo nivel. En el mismo libro, el investigador noruego también escribe: «Otras noches, grandes bolas de luz de más de un metro de diámetro se hacían visibles dentro del agua, centelleando a intervalos como lámparas eléctricas que se encendieran y se apagaran alternativamente». Eran como extraños foo-fighters submarinos.
Pero en el mismo libro, Heyerdahl añade: «Hacia las dos de la madrugada, en una noche nublada, en que el timonel apenas distinguía la negrura del agua de la negrura del cielo, su atención fue atraída por una débil claridad bajo el agua, que lentamente fue tomando la forma de un gran animal. Era imposible decir si su cuerpo estaba cubierto de plancton luminoso o si el propio animal tenía una superficie fosforescente, pero el tenue resplandor en el agua oscura daba a la fantástica criatura perfiles imprecisos y ondulantes; unas veces era redonda, otras oval o triangular, y de pronto se dividió en dos partes que nadaban sueltas de un lado a otro por debajo de la balsa. Al final había tres de estos enormes fantasmas describiendo lentos círculos a nuestro alrededor. Eran verdaderos monstruos, pues solamente la parte visible debía tener de ocho a diez metros de largo. Misteriosos y callados, nuestros brillantes compañeros se mantuvieron a una buena profundidad la mayor parte del tiempo por la banda de estribor. Y como hacen todos los duendes y fantasmas, desaparecieron en las profundidades cuando comenzó a romper la aurora». Algunas de las descripciones son similares a las de muchos ovnis avistados en el aire. Si bien las curiosas observaciones de Heyerdahl y sus compañeros son susceptibles de recibir una explicación «natural», tal como rayas gigantes, grandes calamares abisales, etc., no por ello dejan de suscitar incógnitas. A fecha 28 de diciembre de 1883, la revista Knowledge (Conocimiento) publicó la carta de un lector que se escudaba tras un seudónimo, y que Fort transcribió íntegramente en su Libro de los Condenados (The Book of the Damned): “Al ver publicados tantos fenómenos meteorológicos en su excelente publicación Knowledge me siento tentado a pedir una explicación para el siguiente, que vi hallándome a bordo del vapor Patna, de la «Compañía de la India Británica», cuando navegábamos por el golfo Pérsico. En mayo de 1880, en una noche oscura y hacia las 11:30, apareció de pronto a ambos lados del buque una enorme rueda giratoria, luminosa, cuyos radios parecían rozar el barco. Estos radios medían 200 ó 300 metros. Cada rueda contenía unos dieciséis de estos radios, y, aunque las ruedas debían medir entre 500 y 600 metros de diámetro, los radios se distinguían perfectamente. El brillo fosforescente parecía deslizarse al ras de la superficie del mar, sin que ninguna luz estuviera visible en el aire y sobre las aguas… Debo mencionar que el fenómeno fue visto también por el capitán del Patna, Mr. Avern y por Mr. Manning, el tercer oficial. Las ruedas avanzaron junto con el barco durante unos 20 minutos”.
El reputado astrónomo norteamericano Carl Sagan y los célebres autores franceses Louis Pauwels y Jacques Bergier, coinciden en afirmar que «la civilización empezó en Sumer» de la mano de unos misteriosos hombres-peces venidos del espacio y que sentaron sus reales en las profundidades del golfo Pérsico. Estos extraterrestres serían los Akpalus, y conocemos su existencia gracias a Beroso, que fue sacerdote del dios Baal-Marduk en Babilonia, en la época helenística, siglo IV antes de Jesucristo. Beroso pudo consultar rollos y tablillas cuneiformes, que él sabía aún leer- de miles de años de antigüedad. Estos textos de Beroso, escritos en griego clásico, pasaron a varias compilaciones. Sagan se basa principalmente en los Fragmentos Antiguos de Cory, que recoge varios textos de Beroso. Por ellos nos enteramos de la existencia de un «hombre-pez» o ser anfibio llamado Oanes, que pese a tener cuerpo pisciforme, andaba erguido. Bajo su cabeza de pez poseía una segunda cabeza, algo así como una escafandra espacial. Oanes se presenta como un «educador cósmico», que enseñó a los hombres a construir casas, les inició en la escritura, las ciencias y las diversas artes. Beroso dice que hubo después otros «animales» parecidos a Oanes. Uno de ellos fue el Anedoto Musaro Oanes, procedente asimismo del golfo Pérsico. Después de éste surgió de las aguas del golfo otro Anedoto, el cuarto, que tenía la misma forma que los precedentes, o sea aspecto de pez con pies y otros rasgos humanoides. En estos fragmentos de Beroso, comentan Pauwels y Bergier en su obra L ’ Homme Éternel, quedan claramente definidos los orígenes “no humanos de la civilización sumeria, cuya aparición súbita sigue constituyendo un enigma para los arqueólogos. Una sucesión de seres de extraña catadura se manifiesta, surgiendo del golfo Pérsico y regresando a él, en el curso de varias generaciones humanas. Oanes y los demás Akpalus son representados como «animales dotados de razón», o más bien como seres inteligentes que revestían un casco y un caparazón, «un cuerpo doble», que bien pudiera ser una escafandra. Un cilindro asirio representa a un Akpalus provisto de aparatos en la espalda y acompañado de un delfín, para indicar su origen marino”. Y en su obra ¿De veras, los OVNIS nos vigilan? Antonio Ribera se formula la pregunta de si los misteriosos Akpalus seguirán habitando en las profundidades del golfo Pérsico. Y añade: “¿Y pertenecerán a sus inimaginables ciudades submarinas, las gigantescas ruedas luminosas que tantas veces se han visto en este lugar del mundo, borde occidental de uno de los «rombos de la muerte»?“.
Probablemente los Akpalus procedían de un planeta en el que el agua era elemento dominante. Tal vez un planeta que girase en torno a la estrella Sirio, la estrella más brillante de nuestro firmamento. Ésta es precisamente la tesis sustentada por el estudioso norteamericano Robert K. G. Temple, en su obra The Sirius Mystery. Sirio es una estrella de primera magnitud (exactamente 1,3 de magnitud absoluta), que se encuentra a 8,7 años luz de nosotros. Desde 1926 sabemos, por observación telescópica, que constituye un sistema binario, pues está acompañada de una estrella enana blanca, Sirio B, compuesta de materia muy densa. Un centímetro cúbico de esta materia, pesaría, en la Tierra, varias toneladas. Hay actualmente en África, al sur del Sahara y en el territorio de la República de Malí, una tribu negra, los Dogones, que conocen la existencia de la compañera invisible de Sirio, llegando incluso a trazar perfectamente su órbita elíptica, en uno de cuyos focos, con una ligera excentricidad, se encuentra Sirio A. E incluso afirman que hay un Sirio C, aunque nuestros modernos medios de detección todavía no han conseguido descubrirla. Este conocimiento está reservado a los sacerdotes de la tribu y a los iniciados en los misterios del culto de Sirio. El arqueólogo francés Marcel Griaule tuvo que vivir quince años entre los Dogones y ganarse la confianza de sus sacerdotes, para que éstos le revelasen su extraordinario secreto. Escribe Temple: «Vale la pena señalar que en el caso de que algunos planetas del sistema Sirio fuesen acuáticos, debemos considerar muy seriamente la posibilidad de que en él existan seres inteligentes, pero anfibios. Esto se relaciona con la leyenda de Oanes. Él sería el ser anfibio de la tradición sumeria mencionado por el astrónomo Carl Sagan, y él fue quien aportó la civilización al hombre. Dicho de otro modo, los seres de este tipo serían un poco como sirenas y tritones, y en cierto modo se podrían parecer a nuestros inteligentes amigos, los delfines». Y más adelante indica: «Fue en esta época cuando apareció el Musaro Oanes Anedoto del mar Eritreo, que para los antiguos era el cuerpo de agua que hoy subdividimos en el golfo Pérsico, el mar Rojo y el océano índico». En todos estos lugares se han visto las «ruedas fosforescentes». Pero, ¿qué significa «Anedoto»? Pues, sencillamente, según Temple quiere decir «los Repulsivos»… nombre muy adecuado para unos seres extraterrestres de apariencia «vagamente humana».
Hay otro triángulo de la muerta en el océano atlántico, frente a la Patagonia argentina. Esta región marina que bordea la costa argentina es el equivalente austral del «Triángulo de las Bermudas. El caso argentino más antiguo es el protagonizado en junio de 1950 por Romeo Ernesto Suárez. El señor Suárez era chófer del Cuerpo de Bomberos de Ushuaia, capital de Tierra del Fuego, cuando decidió emprender un viaje a pie desde esta ciudad hasta Buenos Aires, lo que logró en cinco meses y catorce días, tras recorrer prácticamente 4.000 kilómetros. La mayoría de los periódicos relataron el acontecimiento, reproduciendo las distintas vicisitudes por que atravesó su singular protagonista. Pero lo que no dijo en aquella oportunidad, por temor al ridículo, lo reveló en 1968, a causa del creciente interés demostrado por los organismos oficiales argentinos ante el fenómeno ovni. Según Suárez, cuatro o cinco días después de su partida de Ushuaia, se encontraba entre San Sebastián y Río Grande, en territorio de Tierra del Fuego, y caminaba por una región costera, a unos 600 metros del Atlántico. Eran aproximadamente las 23 horas, o sea de noche. Súbitamente, y quebrando el silencio nocturno, escuchó algo que parecía el estrépito de aguas violentamente batidas. Varias ovejas que dormitaban en la campiña se sobresaltaron, inquietas, y acto seguido se alejaron. No había viento, tormenta ni tempestad que pudieran explicar el hecho. Inmediatamente, y emergiendo del mar, un objeto luminoso de forma oval apareció a unos 500 metros de la costa. Se elevó verticalmente hasta una cierta altitud, efectuó un viraje en ángulo de 90 grados y desapareció en dirección noroeste, hacia el territorio argentino. Unos quince días después, cuando el caminante solitario se encontraba, también de noche, entre Río Gallegos y la ciudad de Santa Cruz, pudo observar un fenómeno similar. Esta vez, aunque no supo precisar su distancia con respecto a la costa, los objetos luminosos que surgieron del Atlántico eran cuatro y parecían muy pequeños. Repitieron la misma maniobra que el objeto precedente, es decir, tomaron altura verticalmente y luego, en perfecta formación, se aproximaron a la costa y se dirigieron hacia el Oeste, en dirección a la cordillera de los Andes, donde muchas veces se han señalado también posibles «bases terrestres» de ovnis. Posiblemente la más antigua observación argentina sea la que recoge el gran navegante español Pedro Sarmiento de Gamboa, en su Relación sobre su primer viaje al estrecho de Magallanes, publicada en Madrid en 1768 por Bernardo Iriarte.
Dice textualmente Gamboa: «Esta noche, a la banda del sudeste cuarta el sur, vimos salir una cosa redonda, bermeja como fuego, como una darga (escudos llameantes, de los antiguos romanos), que iba subiendo por el cielo. Sobre un monte alto se prolongó; y estando como una lanza alta sobre el monte, se hizo como media luna entre bermeja y blanca. Las figuras eran de esta manera». Y siguen tres figuras: una, un círculo; otra, una elipse, y la tercera, un semicírculo. Resulta curioso constatar que, unos tres meses antes de la primera observación de Romeo Ernesto Suárez, un estanciero argentino de Santa Cruz, territorio de la Patagonia, llamado Wilfredo H. Arévalo, vio aterrizar, a las 6:30 horas de la tarde del día 18 de marzo de 1950, un enorme disco, mientras un segundo aparato se mantenía en el aire sobre el primero. Este caso es un «clásico» de la ufología argentina y de los «aterrizajes» acompañados de humanoides. El hacendado envió a la prensa un detallado relato de este encuentro con un aparato mecánico de singulares características, tripulado por seres extraños: «Una de las máquinas tomó altura y quedó fija en el espacio, mientras la otra, luego de describir círculos pronunciados, se posó suavemente en tierra. Era una máquina singular, sumamente plana y como fosforescente, de cuya parte superior surgía un humo azulado, luminoso, y un denso vapor verdoso azulado, con fuerte olor a benzol quemado. Este aparato circular tenía un gran plano giratorio, que daba vueltas constantemente, a modo de disco. Su estructura parecía ser de aluminio o de algún otro metal liviano y extrañamente fosforescente. En su parte media había una cabina como de vidrio, en forma de bóveda, y en su interior se movían cuatro hombres sumamente altos y esbeltos, vestidos con ropas blancas, y que parecían tener más de dos metros de estatura». El relato del hacendado de Santa Cruz continúa describiendo otros detalles, y concluye diciendo que el aparato se elevó vertiginosamente cuando sus tripulantes lo divisaron. Al explorar aquella zona al día siguiente, Arévalo y sus peones encontraron la hierba quemada. El estanciero comunicó el caso a la Aviación argentina y al periódico bonaerense La Razón, que publicó más tarde los nombres de otras personas que habían visto simultáneamente aparatos semejantes en la región. Esta observación antecedió en casi dos meses a la del «caminante solitario» señor Suárez, quien vio una «flotilla» de ovnis emergiendo del mar. Estas observaciones de verdaderas flotillas luminosas parecen constituir un hecho bastante frecuente en la región patagónica argentina.
En pleno océano Indico, a bastante distancia de la costa sudoccidental de Australia, se encuentra una zona de grandes perturbaciones magnéticas. Setenta y dos grados más al Este, casi sobre Nueva Zelanda, hay otra. Según Charles Fort, el 11 de junio de 1881, a las cuatro de la madrugada, el buque La Baccante se hallaba navegando entre Melbourne y Sydney (Australia). Dos testigos vieron un objeto que parecía un barco completamente iluminado, «un buque fantasma resplandeciente». Se trataba de dos testigos de excepción, ya que eran los dos hijos del príncipe de Gales, uno de ellos futuro rey de Inglaterra. Otro caso de Fort explica que a la medianoche del 24 de febrero de 1885, en un punto situado entre Yokohama y Victoria (Australia), el capitán del bergantín Innerwich fue despertado por su segundo, que había visto algo insólito en el cielo. El capitán subió a cubierta y vio que el cielo parecía encendido. «Al instante siguiente, una gran masa ígnea apareció sobre el barco, cegando completamente a los espectadores». La masa ardiente se precipitó en el mar. Su tamaño debía de ser considerable, por el agua que levantó y que se arrojó contra el barco en forma de ola gigantesca, produciendo un bramido ensordecedor. El capitán, que era un viejo lobo de mar, declaró que «el espanto que les produjo aquel espectáculo no podía describirse con palabras». El Diario de Andrew Bloxam, publicado en 1925 por el Museo Barnice P. Bishop, de Honolulú, contiene el relato de un extraño objeto que surgió del mar, un siglo antes: «Alrededor de las 3:30 de la madrugada del 12 de agosto de 1825, el oficial que hacía la media guardia en el puente se quedó asombrado al ver que todo se iluminaba de pronto a su alrededor. Volviendo, él y sus compañeros, la mirada hacia el Este, pudieron contemplar un gran cuerpo redondo y luminoso que surgía de las aguas, para elevarse unos siete grados hasta las nubes, para caer luego y desaparecer de la vista, efectuando después esta misma maniobra por segunda vez. Parecía estar al rojo vivo, como una bala de cañón, y su tamaño aparente era el del Sol. Difundía una luminosidad tan grande que se podía ver hasta un alfiler en cubierta». Un «platillo volante» fue visto el 27 de noviembre de 1952 sobre Nedin, barrio de Auckland (Nueva Zelanda), por M. J. P. Burke, piloto aviador desde hacía ocho años. Mr. Burke, que estaba en su casa, declaró haber sido despertado «por un ruido metálico, muy parecido al que hace un avión de reacción». Asomándose inmediatamente a la ventana, vio a unos 1.800 metros de altitud un objeto que parecía un gigantesco címbalo y que estaba rodeado por un resplandor gris azulado. Mr. Burke estimó su velocidad entre 400 y 450 kilómetros por hora.
El sábado 13 de noviembre de 1965 dos pescadores de Bluff, R. D. Hanning, de 41 años, patrón del pesquero Eleoneai, y W. J. Johnson, efectuaron una extraña observación. Habían zarpado de Bluff, exactamente del puerto de Invercargill, para ir a visitar las zonas de langostas caladas en la zona de la isla Stewart, que es la parte más austral de Nueva Zelanda. A las once y media de la mañana se encontraban a media milla de las islas Rugged, en la punta noroeste de la isla Stewart, y fue entonces cuando vieron salir un objeto del agua. Su ahusada estructura se elevó hasta casi cinco metros sobre la superficie. Medía unos 1,50 m. en la parte superior y unos 3,70 en la «línea de flotación». Luego, a menos de diez metros del primero, apareció otro objeto, este cuadrangular, de unos tres metros de largo por 1,50 de alto. No había señal alguna de periscopio ni barandilla; sólo eran visibles la «torreta» y la «proa». El agua estaba tranquila y el objeto se veía perfectamente, pues lo tenían a unos 300 metros de distancia. Se encontraría a unos 500 metros de las islas Rugged. Ambos hombres lo vieron durante unos diez segundos, hasta que de pronto ambos objetos desaparecieron repentinamente entre unas aguas espumeantes. Ambos pescadores quedaron muy impresionados, por no decir asustados. Permanecieron en el lugar unos minutos más, y decidiendo de común acuerdo no hacer averiguaciones. Luego el pesquero se alejó a toda máquina. En el lugar donde hicieron la observación había unas 30 brazas de agua y el fondo era arenoso aunque la costa próxima a las islas Rugged es abrupta y rocosa. Aquel mismo sábado, al atardecer, el Eleoneai regresó a puerto, y después de comentar de nuevo la observación durante la cena, Hanning y Johnson telefonearon a «Radio Awarus» y preguntaron si había submarinos en la zona. A continuación relataron lo que habían visto y al poco tiempo la Marina se puso en contacto con ellos por teléfono. Al volver a Bluff el martes siguiente, ambos hombres fueron interrogados por oficiales de Marina. Hanning declaró tajantemente que él sabía lo que era un submarino y que el objeto que ellos habían visto nada tenía que ver con un sumergible convencional, y que tampoco podía tratarse de ballenas o restos flotantes, pues ambos eran marinos experimentados y los hubieran conocido. Fue entonces cuando dijeron que el objeto era de color negro o parduzco, sin ninguna clase de señales distintivas. La Prensa sugirió que ambos hombres habían visto parcialmente un submarino nuclear soviético, y que las autoridades navales les habían hecho jurar que guardarían secreto. Pero tanto los dos testigos como la Marina lo negaron.
Poco antes de estos extraños sucesos, el 3 de febrero de este año de 1965, un ciudadano de South Brighton (Nueva Zelanda), vio una luz en la playa, cerca de Penguin Street a las 20:45 horas, y salió de su coche para observarla. Oyó entonces un silbido modulado y vio elevarse de la playa un objeto de 7 m de ancho, que se inmovilizó a unos 20 m de altura. Regresó al lugar con otras personas y un perro, que se mostró muy inquieto en un sitio donde la hierba se encontró aplastada. Otro automovilista que circulaba en las proximidades de la Avenida Humphrey, vio el objeto cuando éste se elevaba sobre South Brighton. Hay otras tres grandes zonas de perturbaciones magnéticas inexplicables. Una se halla situada frente a la extremidad sureste del continente africano y las otras dos zonas se hallan en las inmensidades del océano Pacífico Norte y océano Pacífico Sur. Especialmente esta última, se halla lejos de cualquier línea de navegación regular; por lo que apenas sabemos nada de lo que pueda ocurrir allí. Algo más al norte de la misma, en los 27º 30 ’ de latitud Sur, se encuentra la misteriosa isla de Pascua. En la isla de Pascua, totalmente volcánica y compuesta por lavas y cenizas, existe una inexplicable perturbación magnética, señalada en las cartas marinas, en la costa norte. En cuanto al triángulo de aberraciones magnéticas del Pacífico Norte, éste se encuentra formando el vértice de un gigantesco triángulo imaginario cuyos otros dos vértices serían la costa de California por el Este y las islas Aleutianas por el Noroeste. En el borde de las islas Aleutianas, precisamente, existe un estrecho surco o fosa marina de gran profundidad. Además, esta cadena está compuesta por unas ochenta islitas, pertenecientes administrativamente al territorio norteamericano de Alaska, y posee numerosos volcanes de tipo explosivo todavía activos. Nos hallamos, pues, de nuevo, en presencia de una zona de fractura que presenta fenómenos de vulcanismo y grandes fosas marinas, como ocurre en el Mar del Diablo. En marzo de 1945, catorce marineros pertenecientes a la dotación del transporte de ataque Delarof, de la US Navy, vieron surgir del mar una esfera oscura, que después de seguir una trayectoria curva y dar una vuelta alrededor del barco, se alejó volando. En la República Sudafricana se han efectuado numerosas observaciones de ovnis y bastantes casos de «aterrizajes», que han podido ser conocidos y divulgados gracias a diversas organizaciones de estudiosos allí existentes, . con informes en la revista Skywatch. Quizás algún día sepamos cuál es la verdadera naturaleza de estas misteriosas zonas.
Fuentes:
- Charles Berlitz – El Triangulo de las Bermudas
- Antonio Ribera – Los doce Triángulos de la Muerte
- Ivan T. Sanderson – Invisible Residents: A Disquisition upon Certain; Matters Maritime, and the Possibility of Intelligent; Life Under the Waters of This Earth
- Ivan T. Sanderson – Investigating the Unexplained
- Aimé Michel – Los misteriosos platillos volantes
- Antonio Ribera – ¿De veras, los OVNIS nos vigilan?
- Antonio Ribera – El mar, ese mundo fabuloso
- Jacques Vallée – Pasaporte a Magonia
- Charles Fort – The Books of Charles Fort
- Lawrence David Kusche – The Bermuda Triangle, Mystery-Solved