En 1915, la comunidad científica no tenía dudas de que la Tierra giraba. Las cosas situadas en el ecuador de nuestro planeta se mueven a casi 1700 kilómetros por hora y esta velocidad va disminuyendo en la medida que nos acercamos a los polos, tendiendo a cero.
En ese año en que Europa estaba ensangrentada por la Primera Guerra Mundial, tampoco había titubeos acerca de que el globo terráqueo se traslada alrededor del Sol. Lo hace a unos buenos 15 000 kilómetros por hora. Y entonces, en ese mismo 1915, apareció un soldado y geólogo alemán que disponía de un permiso por una herida de guerra y, continuando unos trabajos que había paralizado para alistarse, publicó un libro, El origen de los continentes y los océanos, diciendo que los continentes también se movían.
Ya fue demasiado movimiento. Alfred Wegener fue cubierto de burlas y reproches y no faltó quien dijera que se trataba de otro ser humano seriamente trastornado por las brutalidades en el frente de batalla.
Más allá de la intuición
Bastante antes que Wegener ya los científicos y muchos aficionados se planteaban una perturbadora interrogante ¿Por qué el perfil del este de América del Sur parece encajar casi perfectamente, como dos piezas de un rompecabezas, en el oeste de África ¿Sería que alguna vez estuvieron juntos y por alguna razón se separaron?
Wegener reunió su intuición y conocimientos, y estudió el asunto en más profundidad. Encontró que la estructura geológica y el registro fósil a ambos lados del Atlántico eran asombrosamente parecidos y lanzó su atrevida hipótesis de la deriva de los continentes, que ha cumplido cien años en 2015. Hubo que esperar unos 45 años, hasta cerca de 1960, para que la revolucionaria teoría de Wegener terminara por convencer a los gremios de la ciencia.
El alemán no pudo ser honrado en vida por su descubrimiento ya que había muerto en 1930 durante una expedición por Groenlandia, que fue la gran pasión de su vida. También era meteorólogo y fundó la primera estación meteorológicaen la inmensa isla.
La tectónica de placas
En menos de 60 años, la tectónica de placas, el campo de la ciencia del que Wegener fue pionero, ha alargado los pantalones, pero no mucho. Se sabe que hay 15 placas tectónicas mayores y 43 menores, y que se mueven aproximadamente unos 2,5 centímetros por año, para fortuna nuestra, una velocidad muy inferior a la que exhibe la Tierra en sus movimientos de rotación y de traslación, para no involucrar a la Vía Láctea, que va todavía más rápido.
Lo poco que se sabe sobre los terremotos y la actividad volcánica tiene mucho que ver con el estudio de la tectónica de placas y esta teoría ha permitido elaborar los mapas de riesgos que ayudan a estar algo preparados frente a estos desastres. También, la tectónica ofrece la explicación más satisfactoria sobre las enormes formaciones por debajo de los océanos, que son erigidas por la alucinante cantidad de materiales que surgen por el desplazamiento de las placas. Y esto es casi todo. La mayoría de las cosas sobre esta fascinante teoría, ya centenaria, está por descubrir.
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