Aunque la mayoría de nosotros maneje discursivamente que el dinero no es lo más importante de nuestras vidas, la mayoría de nosotros supedita sus actividades en función primordialmente de ganar dinero. Aquellos que tenemos la fortuna de tener la opción de elegir entre una actividad que genere mayores ingresos y una que también nos permita vivir y sea más afin a nuestros intereses pero que genere menores ingresos, solemos elegir la primera. Quizás porque, consciente o inconscientemente, hemos asociado el dinero con la felicidad; en gran medida hemos interiorizado los valores de un mundo centralizado en la economía y en el que reina la cantidad más que la calidad. Lo anterior, sin embargo, es un error que tarde o temprano descubriremos, a través de nuestra salud, nuestro nivel de satisfacción, el significado de nuestra vida y la calidad de nuestras relaciones, entre otras cosas.
Un poco de manera similar al caso de Viktor Frankl en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, estudiando la salud y la resiliencia del ser humano ante la adversidad, sugiere que el indicador principal de la felicidad de un ser humano es su nivel de envolvimiento en actividades creativas. Frankl desarrolló su teoría de la logoterapia fincada en la necesidad humana de tener un significado que impulse la vida: vivir para algo es la más poderosa medicina.
Csikszentmihalyi mantiene que las personas en un estado de “flow” (término que utiliza para significar la dinámica de la creatividad) pueden “estar felices” no obstante “lo que está ocurriendo fuera, sólo cambiando el contenido de su conciencia”. Su tesis señala que es en los estados de inmersión en trabajo significativo que el hombre encuentra la satisfacción y el bienestar. En este sentido, este “flow”, esta creatividad o concentración, nos dice Csikszentmihalyi, es similar a una meditación dinámica, comparable con el “ekaggata” del budismo, la “concentración en un solo punto” en la cual la mente está unida a la experiencia.
La teoría de Csikszentmihalyi merece destacarse en una época donde predomina el multitasking y el déficit de atención (además del materialismo rampante). La actividad creativa provee un sentido de inmersión que puede transformarnos al unirnos con la actividad que estamos realizando o con el objeto de nuestro conocimiento. Este sentimiento de unidad y participación con el flujo de las cosas es también un sello de una disciplina espiritual.
Si bien la creatividad es un término abusado y generalmente contaminado por la jerga del marketing, si regresamos a su esencia filosófica, notamos que el acto creativo es un acto de armonización y sintonización de las fuerzas del cosmos. La mayoría de las religiones y filosofías esotéricas coinciden en afirmar que la creación no es algo que ocurrió en un pasado distante, sino que es la realidad presente de un universo en el que, como escribió Einstein, el pasado y el futuro son solamente ilusiones muy persistentes. En este sentido, Carl Jung observó que la alquimia, en su sentido psicológico, no es más que la observación, integración y repetición del proceso creativo de la naturaleza. Aquí volvemos a encontrar el sentido de la creatividad como una meditación en movimiento que se ocupa sólo del presente –un presente en el que resuenan todos los momento del tiempo simultáneamente.
Coincidiendo con Frankl y Csikszentmihalyi, el filósofo Manly P. Hall observó durante sus más de 50 años dirigiendo un centro de estudio que las personas que realizaban cotidianamente una actividad creativa tendían a enfermarse mucho menos, de tal manera que la creatividad podía usarse como un factor determinante en la predicción y corrección de la salud de una persona.
Más recientemente, el doctor Ernest Lawrence Rossi tuvo una experiencia de autosanación después de sufrir daño cerebral al someterse a lo que llama “efecto de novedad-numinosidad-neurogénesis”, en su caso producido por interactuar de manera creativa con obras de arte. Rossi teoriza, de hecho, que la música y otras experiencias artísticas ayudan a regenerar células cerebrales.
Jason Horsley propone que la creatividad sólo puede producirse como resultado de la honestidad y la autenticidad. Casi como un acto instintivo similar a parir, la creatividad, según Horsley, surge de la espontaneidad, de una experiencia directa no mediada con la cultura; es profundamente un acto de autoexpresión: una especie de código autosignificante de lo que somos. Ser en su acepción más básica e instintiva es crear. En este sentido lo que creamos no es otra cosa que aquello que somos profundamente –y por ello la creatividad es una función de integración con nuestra propia naturaleza.
En El banquete de Platón, la sacerdotisa que pasaría a la historia como la gran iniciada del amor, Diotima, le dice a Sócrates que el amor tiene dos fines, procrear en el sentido material de engendrar una descendencia y procrear en el sentido espiritual, una procreación de belleza que es una forma de encontrar y acercarse a la inmortalidad.
Así tenemos una motivación para buscar la creatividad y la belleza antes que el dinero y el éxito en el mundo, una reflexión hacia la riqueza interior que reúne en un mismo círculo de virtud la estética y la ética, puesto que aquel que ejerce una disciplina creativa sin priorizar su beneficio económico personal estará también contribuyendo al mundo y cultivando la virtud.
fuente del texto/ Pijamasurf.