La arqueología de Tierra Santa ofrece a la investigación histórica referente a la vida de Jesús y primeros pasos de la comunidad cristiana en Palestina, una nota de optimismo y de concretización.
Antes de hablar de la contribución de la arqueología al conocimiento del Evangelio, creo oportuno aclarar un punto esencial para comprender cuanto sigue y evitar confusiones.
Casi todos nosotros estamos obsesionados por la manía de lo antiguo, manía particularmente viva en esta época que se refugia en el pasado ante la incertidumbre del presente y del futuro. Además, fascina el sensacionalismo que acompaña a algunos descubrimientos arqueológicos. Quiero precisar que el trabajo arqueológico es mucho más humilde y menos romántico de cuanto se piensa. En efecto, la investigación arqueológica no se distingue, por ejemplo, del trabajo del científico. El descubrimiento de un monumento antiguo, que raramente es sensacional, debe encuadrarse en un contexto humano, en cuanto estimulo útil, pero no necesario, para el descubridor.
Son otros los móviles que estimulan al arqueólogo. Para un hombre que debe poseer la precisión en los detalles, propia del técnico, y la amplia visión del historiador, el móvil principal de su vocación-pasión es el hombre y su historia, convencido que la arqueología, en cuanto ciencia, no es fin en sí misma. La investigación arqueológica es un servicio y tiene por objeto proyectar luz sobre los diversos componentes de la presencia del hombre sobre la tierra en un determinado período histórico.
En el caso preciso de la arqueología bíblica, su objetivo es esclarecer el ambiente histórico-geográfico de la Palestina del tiempo de Jesús y ofrecer nuevos datos sobre los personajes contemporáneos de Jesús. Nunca podrá, sin embargo, sustituir al relato evangélico. La arqueología se imita a ser mero subsidio para mejor penetrar el mensaje evangélico, que. en la intención de los evangelistas va más allá del simple relato.
No es incumbencia de la arqueología convencer ni, menos aún, ofrecer la evidencia de la fe, como parece concluirse leyendo ciertos títulos de una determinada literatura moderna. La arqueología bíblica habrá alcanzado su objetivo si se limita a presentar la evidencia histórica del ambiente y de los personajes del relato evangélico.
Las mismas calles y casas que vieron los ojos de Jesús en Galilea
Después de casi cíen años de investigación arqueológica en Tierra Santa y especialmente después de los últimos descubrimientos, podemos afirmar que la arqueología evangélica no ha defraudado nuestras esperanzas. Ha suministrado datos de gran importancia para conocer la geografía del Evangelio, para esclarecer las ideas políticas y religiosas que circulaban entre los oyentes de Jesús y de los Apóstoles y para concretizar las imágenes que aparecen en el Evangelio y acompañan al mensaje de Jesús.
Gracias a los descubrimientos arqueológicos conocemos hoy los pueblos y aldeas de Galilea, a través de los cuales Jesús pasó haciendo bien. Se han descubierto, por ejemplo, las calles y casas del Cafarnaún de los primeros siglos y las de Corozain, en la ribera occidental del lago de Genesaret. Son, poco más o menos, las mismas calles y casas que vieron los ojos de Jesús, casas donde El quedaba a descansar después de haber pasado el día predicando.
En los pueblos y aldeas de Galilea los arqueólogos han puesto al descubierto monedas, utensilios caseros de cristal, hierro, tierra cocida, basalto, etc., que usaban los campesinos del interior y los pescadores del lago, a los cuales Jesús prefería dirigirse, procurando alejarse de las ciudades asentadas en las riberas del lago: Mágdala, Tiberíades, Betsaida Julia, Hippos, Gadara, Filoteria, etc., cuyos habitantes se dedicaban a negocios más lucrativos.
Conocemos las mansiones de los ricos en la Jerusalén del Siglo I.
La investigación arqueológica nos ha permitido conocer la ciudad de Jerusalén y su desarrollo edilicio en las diversas etapas de su historia. A principios del siglo 1, cuando el pequeño Jesús subía a la Ciudad Santa en peregrinación con sus padres, Jerusalén había alcanzado su máxima extensión territorial y monumental, gracias a la actividad constructora de los Asmoneos y de Herodes el Grande. Nos es posible, en consecuencia, verificar las páginas del Evangelio y la descripción más detallada del historiador Flavio Josefo.
Si en la Jerusalén del siglo han desaparecido las casas de los pobres, situadas en la cima de la colina oriental donde se alzaba la antigua ciudad jebusea, han llegado hasta nosotros, en cambio, las mansiones de los ricos y de la aristocracia sacerdotal, erigidas sobre la colina occidental, cubiertas y protegidas por la espesa capa de escombros acumulados a raíz de la destrucción de Jerusalén por las legiones romanas en el año 70.
Si hasta la fecha ha sido imposible excavar el área interior del Templo, en cambio ha sido minuciosamente explorado el perímetro exterior del muro que rodeaba la explanada del Templo, en gran parte artificial, construida al tiempo de Herodes el Grande.
Fuera de Jerusalén se encuentran, protegidas por el desierta, las ruinas de los palacios-fortalezas construidas por Herodes: Masada, Maqueronte (donde fue arrestado y ejecutado Juan Bautista), Herodion, Kypros, etc., que nos hacen revivir el ambiente lujoso en el que vivían, en tiempo de Jesús, los descendientes de Herodes. Por irania de la historia, ha sido precisamente en estos palacios-fortalezas, abandonadas por los descendientes de Herodes y después ocupados por los judíos sublevados contra Rama en la primera y segunda insurrección, donde los arqueólogos han hallado, junto a los rastros de lujo de otros tiempos, los más interesantes testimonios de vida ordinaria del primer siglo de nuestra era.
El desierto de Judá, mina de datos históricos
El desierto de Judá, a las puertas de Jerusalén, es asimismo una mina de datos históricos. En él se han descubierto, en buen estado, los manuscritos de Qumrán y los papiros de Murabbaat y de Nahal Hever. Si los primeros nos han iluminado sobre los fermentos religiosos que existían en tiempo de Jesús, los segundos nos han documentado dramáticamente, mejor que las páginas de Flavio Josefo, sobre los movimientos político-mesiánicos que llevaron a la nación judía a la ruina parcial en tiempo de Nerón y después, en tiempo del emperador Adriano, a la ruina total.
Estos descubrimientos arqueológicos han sido acompañados de un trabajo minucioso y poco conocido, de especialistas en epigrafía, cerámica, numismática, etc., encargados de dar vida a un mundo contemporáneo a las páginas del Evangelio.
La continuidad histórica en los santuarios a través de la historia.
Los recientes descubrimientos arqueológicos tienen eco en el campo histórico y teológico, en una atenta lectura de la antigua literatura cristiana que surgió y se desarrolló en concomitancia con los escritos del Nuevo Testamento, alrededor de la primera comunidad judeocristiana de Palestina, heredera directa de la doctrina de Jesús.
El encuentro de la investigación arqueológica con esta comunidad judeo-cristiana de los siglos I-V, abre nuevos horizontes a la investigación y nos permite explorar los orígenes del cristianismo, íntimamente vinculados con el Evangelio.
El arqueólogo, excavando cualquier lugar santo de Palestina venerado durante siglos, tiene a su alcance la oportunidad de interpretar las huellas de un culto y de una devoción populares como señales de continuidad histórica. Una excavación en la gruta de Belén, por ejemplo, en la casa de la Virgen en Nazaret, en Cafarnaún o en la basílica del Santo Sepulcro puede explicarnos un texto evangélico.
La historia de los santuarios vinculados al Evangelio y a la primitiva comunidad cristiana que los ha venerado y construido, es una historia atormentada y enlutada, reflejo de la historia de Palestina. El mensaje de Jesús, nacido en tierra judía, chocó ya en el primer siglo de nuestra era con el mesianismo judío fuertemente nacionalista y antirromano, del que sufrió las primeras persecuciones. Fue un momento doloroso pero necesario en la historia de la Iglesia, que tuvo como consecuencia la progresiva apertura del cristianismo al mundo de los gentiles.
Después, el tránsito de la primitiva comunidad judea-cristiana a la Iglesia de la gentilidad de cultura greco-romana, lento, no sin sufrimientos, fue ciertamente providencial para la conservación de las tradiciones y de los recuerdos evangélicos, cuando la primera comunidad fue absorbida paría segunda.
Fueron muchos los cristianos de cultura greco-romana que eligieron vivir en Palestina durante los siglos IV-VI. Entre otros hubo monjes como Teodoro, Cantón, Sabas, escritores como Jerónimo, Rufino, nobles matronas como Paula o emperatrices como Eudoxia. Fue en este periodo cuando Palestina se convirtió en un inmenso santuario, en una tierra cristiana cubierta de basílicas, iglesias, capillas y monasterios que se extendían por el litoral, la montaña y hasta en lo más profundo del desierto de Judá.
El revés militar sufrido por los bizantinos en el año 614 ante el ejército persa y después, en el 636, ante las tribus islámicas de Mahoma, significó para la comunidad cristiana de Tierra Santa y para los santuarios, la destrucción y el abandono, salvándose muy poco.
Una segunda época, muy importante en el plano monumental, tuvo lugar en los siglos XII-XIII durante el efímero paréntesis de las cruzadas que terminó con nuevas destrucciones. Siguieron siglos de abandono casi total durante los cuales la continuidad fue asegurada por los monjes griegos, armenios y franciscanos y por las visitas de algunos peregrinos que desafiaron las difíciles condiciones políticas que existían en Palestina, para orar ante la Tumba del Señor.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado, condiciones políticas más favorables abrieron un nuevo período de presencia cristiana en Tierra Santa. En el campo científico se inició una época de descubrimientos que confirmaron la continuidad histórica del culto cristiano en los santuarios evangélicos. Al mismo tiempo se dilucidó un serio problema histórico relacionado con la autenticidad de los Santos Lugares. Algunos dudaban de la autenticidad de los santuarios creyéndolos pías leyendas, otros los defendían, a veces, con argumentos acríticos e infantiles.
La respuesta a esta polémica, o al menos una solución más conforme con la realidad, comenzó a perfilarse cuando se iniciaron las primeras excavaciones arqueológicas y se recogieron infinidad de datos históricos del suelo de Palestina.
Reaparece la comunidad de los judeo-cristianas
A finales del siglo pasado se descubrieron osarios con cruces y nombres, de claro sabor neotestamentario, grafitos en las paredes sepulcrales, etc., lo que llevó al erudito francés Clermont-Ganneau a relacionarlos con la comunidad judeo-cristiana que existió en Tierra Santa en los siglos I-V. Nuevos descubrimientos de este tipo, a finales de los años cuarenta, plantearon de nuevo el problema de los judeocristianos, que condujo al descubrimiento de un mundo olvidado en sus múltiples aspectos: teológico, histórico y monumental. Fue el punto de partida para examinar en el terreno lo bien fundado de la hipótesis, es decir, si los santuarios construidos por los cruzados y bizantinos habían sido erigidos sobre lugares de culto judeo-cristiano.
La primera tentativa para comprobar tal hipótesis fue llevada a cabo por el franciscano P. Belarmino Bagatti en el santuario de la Anunciación de Nazaret.
En Nazaret se descubre la primera atestación de culto mariano, siglos II-III.
En Nazaret el P. Viaud logró trazar, en 1909, la planta de la gran basílica cruzada construida por Tancredo, príncipe de Galilea, erigida sobre una iglesia bizantina, mucho más pequeña que la cruzada. La iglesia bizantina es la recordada por los antiguos peregrinos. Así, el Anónimo de Piacenza, que visitó Tierra Santa en el siglo VI, escribe: «La casa de Santa María es una basílica y se suceden muchas curaciones».
La mayor sorpresa en los sondeos realizados por el P. Bagatti sucedió cuando, removidos los mosaicos de la iglesia bizantina para restaurarlos, se excavó debajo. El material de relleno estaba formado por una masa de bases de columnas, escombros, estuco policromado, etc, proveniente de un edificio anterior que se había destruido para fabricar en su lugar la iglesia bizantina. Las bases de las columnas y las molduras de los elementos arquitectónicos demostraban que se trataba de un edificio sinagogal de los siglos III-IV.
La lectura de los grafitos, grabados en el estuco o trazados con carbón, indicaban que se trataba asimismo de un lugar de culto cristiano. Se pudieron descifrar algunos grafitos. En la base de una columna estaba escrita en griego la invocación mariana: AVE MARIA, y en el fuste de otra columna se leía también en griego: SOBRE EL LUGAR SAGRADO DE MARIA HE ESCRITO.
El P. Bagatti, basándose en varios indicios, entre los cuales la fecha de los mosaicos (siglos IV-VI) que cubrían la masa de relleno donde se encontraban los grafitos, data a éstos y al lugar de culto sinagogal, lo más tarde, de los primeros decenios del siglo IV. Seguramente había que fecharlos en una data más antigua.
Un dato interesante, digno de ser subrayado, además de la atestación de culto mariano en Nazaret, es el edificio sinagoga que era lugar de culto para los judeo-cristianos, descendientes de aquellos nazarenos que, después de un primer rechazo del mensaje evangélico, creyeron en Jesús. Sabemos por las fuentes literarias que, entre los cristianos de Nazaret, se contaban algunos parientes de Jesús.
Continuidad histórica en Nazaret: los parientes de Jesús vivieron hasta los tiempos de Trajano
Gracias a este anillo de parentesco de sangre y de fe, nos es posible remontarnos hasta el siglo 1, hasta los textos contemporáneos del Evangelio.
Aun si la arqueología no presenta pruebas contudnetes que indiquen la continuidad de culto en la casa de María en Nazaret, tenemos las fuentes escritas de los autores cristianos de Palestina. En el siglo III tenemos el testimonio de Julio Africano que, relatando la destrucción por parte de Herodes de los árboles genealógicos, añade: «Algunos, de mayor sagacidad, sea que supiesen de memoria los nombres de las propias genealogías o tuviesen copias de ellas, se gloriaban de haber conservado el recuerdo de su nobleza solariega. Entre éstos estaban aquéllos de los que ya hemos hablada, llamados desposynoi, a causa de su parentela con el Salvador. De los pueblos judíos de Nazaret y de Kokhba se habían extendido por varias regiones y habían conservado, con el más grande cuidado, la genealogía citada en las crónicas».
Para finales del sigla 1 tenemos el testimonio del historiador judea-cristiano Hegesipo (siglo II), citado por el historiador Eusebio, además de las Constituciones Apostólicas y del relato de Felipe de Sidete. En las Constituciones Apostólicas leemos que Judas Tadeo y Santiago el Menor, hermanos del Señor, eran campesinas y Judas tenía dos hijos llamados Zoser y Santiago
Por su parte, Hegesipo escribe: «En aquel tiempo (siendo emperador Domiciano, años 81-96) vivían todavía los parientes del Salvador, es decir, los nietos de Judas que es llamado hermano suyo según la carne. Denunciados como descendientes de David, fueron conducidos por el funcionario ante Domiciano, el cual temía como Herodes la venida de Cristo. El emperador comenzó a preguntarles si procedían del linaje de David y ellos respondieron que sí.
Les preguntó cuántas posesiones tenían y cuánto dinero. Respondieron que los das juntos poseían nueve mil denarios, la mitad cada una. Añadieron que no lo poseían en metálico, sino en tierras con una extensión de 39 pletros, cultivadas por ellos mismos para pagar los impuestos y para lo necesario a la vida. Y mostraron las manos como prueba del esfuerza personal y le hicieron ver la dureza de sus cuerpos y la callosidad de sus ásperas manos. Interrogados acerca de Cristo y de su reino, acerca de la naturaleza, del tiempo y del lugar de su venida, respondieron que el reino de Cristo no es de este mundo, ni terrenal, sino celeste y angélico, que se realiza al fin de los tiempos, cuando El vendrá a juzgar a vivos y muertos y dará a cada uno según sus obras. Oído esto no les condenó. Tuvo, sin embargo, una mirada de desprecio por su condición vil y les puso en libertad y con un edicto hizo cesar la persecución contra la Iglesia. Ellos fueron elegidos como jefes de las iglesias, como mártires y parientes del Señor y llegada la paz vivieron hasta los tiempos de Trajano».
Con estos dos nietos de Judas, de manos callosas, estamos ya en el ambiente rural de un pueblo perdido en las montañas de Galilea, en donde existían personas que, con las tierras familiares, conservaban los recuerdos de un pariente: Jesús de Nazaret.
Así, la actual basílica de la Anunciación de Nazaret, construida sobre la cruzada y ésta sobre otras más antiguas, es una cadena de lugares de culto que se han sucedido a través de la historia. Asimismo la actual comunidad cristiana se vincula a los parientes de Jesús, mártires y jefes de las iglesias.
Sensacional hallazgo: la casa de San Pedro en Cafarnaún
En Cafarnaún, las excavaciones fueron realizadas, en los primeros decenios de este siglo, par el P. Orfali, un joven franciscano natural de Nazaret, quien durante la restauración de la monumental sinagoga, descubrió una iglesia octogonal de la época bizantina.
En 1969 se reanudaron las excavaciones en Cafarnaún y aportaron pruebas de una continuidad histórica, más firmes que las existentes en Nazaret entre el edificio sinagoga prebizantino y la casa de María.
Examinando los escritos de los antiguos peregrinos que visitaron Cafarnaún, especialmente de Egeria y del Anónimo de Piacenza, se concluye identificando la iglesia octogonal bizantina, descubierta por el P. Orfali al sur de la sinagoga, con la casa de San Pedro en la que Jesús, según el Evangelio, se hospedaba cuando predicaba en la ciudad.
Esta iglesia octogonal, visitada por el Anónimo de Piacenza, tenía el pavimento decorado de mosaicos. Ahora bien, quitadas los mosaicos, los arqueólogos franciscanos V. Corbo y E. Loffreda, se encontraron con una capa formada por materiales de construcción procedente de un edificio anterior, con abundantes fragmentos de estuco pintado con decoración vegetal, geométrica y simbólica. «Observamos con júbilo, escriben, que en el estuco había grafitos escritos en griego, siríaco y hebreo, evidentes vestigios del paso de peregrinos y de la veneración del edificio subyacente».
Es decir, la basílica octogonal bizantina había sido erigida sobre una capilla anterior, la domus-ecclesia de la que habla la peregrina Egeria en el siglo IV: «En Cafarnaún, la casa del Príncipe de los Apóstoles ha sido convertida en iglesia; sus paredes están hoy como entonces fueron».
Al ahondar en el pavimento de esta iglesia llevó a los arqueólogos a descubrir el nivel perteneciente al primer siglo.
En Tierra Santa la arqueología busca los vestigios de la vida de Jesús
Lo mismo ha sucedido en otros santuarios de Tierra Santa, como en la tumba de la Virgen en Getsemaní, en el Santo Sepulcro, en la basílica de la Agonía, en la basílica de la Natividad de Belén, en el santuario de Eleona sobre el monte Olivete y en el santuario junto a la piscina Probática en Jerusalén.
La conclusión histórica a todos estos descubrimientos no puede ser que la siguiente: En diferentes lugares de Palestina se ha probado arqueológicamente una continuidad de presencia cristiana como garantía de una tradición histórica que va desde los primeros discípulos de Jesús hasta nuestros días.
Gracias a la ininterrumpida veneración de la comunidad cristiana de Palestina hacia los Santos Lugares, éstos son hoy puntos de referencia para el historiador que busca en Tierra Santa los vestigios del paso de Jesús de Nazaret.
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