Por Ingrid Carlqvist.- Aunque a los suecos les pueda sorprender que muchas niñas inmigrantes sean sometidas a la mutilación genital femenina (MGF), el Gobierno sueco tiene previsto dar permiso a los hospitales para extirpar genitales perfectamente sanos a los menores que se consideren del sexo opuesto. En 2011, un estudio sueco realizado por el Instituto Karolinska demostró que la tasa de suicidios entre personas operadas de cambio de sexo es mucho más alta que la de la población general. Otros estudios muestran que entre el 70 y el 80 por ciento de los menores que padecen disforia de género dejan de tener esa percepción al cabo de unos años.
En 2014 se reveló que unas 60 chicas en Norrköping habían sido sometidas a la MGF. En una clase de refugiados recién llegados, las 30 chicas habían sido mutiladas, 28 de ellas mediante el tipo más brutal de MGF, que es la infibulación y consiste en extirpar el clítoris y los labios y volver a suturar los bordes de la vulva para impedir las relaciones sexuales. Los servicios sanitarios de la escuela lo descubrieron haciendo preguntas a las chicas, una medida puesta en marcha por el Gobierno y ejecutada por personas que evidentemente quieren acabar con la MGF. Hay una buena razón para sospechar que las chicas somalíes –y otras chicas nacidas en Suecia– son mutiladas durante los viajes que realizan al país de origen de sus padres.
Sin embargo, a pesar de las enérgicas protestas contra esta práctica cruel y antisueca, el Gobierno parece estar planeando aprobar leyes contra otro tipo de mutilación genital infantil: las operaciones de cambio de sexo, o “cirugía de reasignación de sexo” (CRS)[1], por usar un término más políticamente correcto.
Los jóvenes suecos no pueden votar hasta cumplir los 18 años, y no pueden comprar alcohol hasta los 20, pero ahora se están elaborando planes para posibilitar que niños de tan solo 12 años puedan pedir un cambio de su sexo legal. Esto permitiría que los niños fuesen identificados en todos los documentos legales, carnets y pasaportes como pertenecientes a un sexo diferente al de nacimiento. Además, según un informe oficial encargado por el Gobierno sueco, “Sexo legal y cambio de sexo médico”, realizado por el Comité para la Edad Límite de Aprobación de Cambio de Sexo, el proceso para obtener el permiso de cambio de sexo legal o la operación de cambio de sexo debería ser rápido.
El informe explica:
El proceso para cambiar de sexo legal debería ser rápido, sencillo y transparente. Además, es importante que las leyes que regulen el cambio no exijan directa o indirectamente que la persona reciba tratamiento médico para poder someterse a un cambio de sexo legal. Nadie debería tener que pasar por ningún tipo de tratamiento médico o psicológico, proceso o prueba relacionados con la identidad de género.
Sí, el informe dice: “Nadie debería tener que pasar por ningún tipo de tratamiento médico o psicológico…”, como si fuese malo asegurarse de que no es perjudicial para los niños manipular su identidad sexual o extirparles los genitales. Si se aprueba esta ley planeada, significará que si un niño o una niña tiene el consentimiento de sus padres no tendrá que pasar ningún examen médico para recibir los nuevos documentos identificativos.
Permitir que los profesionales de la salud evalúen si el menor tiene realmente el sexo incorrecto –o si sufre un trastorno mental, o han influido en ello sus padres modernos–, se considera “coerción” en el informe. Con las leyes actuales –se lamenta el informe– para poder cambiar la identidad sexual “se obliga a la persona a contactar con los servicios médicos”.
El informe ignora por completo las conclusiones del estudio del Instituto Karolinska de 2011, que decía:
Los transexuales tienen, tras la reasignación de sexo, un riesgo considerablemente mayor de mortalidad, conducta suicida y morbilidad psíquica que la población general. Nuestros resultados indican que la reasignación de sexo, aunque pueda mitigar la disforia de género, puede no ser un tratamiento suficiente para la transexualidad, y deberían mover a que este grupo de pacientes reciba una mejor atención tras la reasignación de sexo.
En Suecia, mejorar la atención psiquiátrica ni se plantea. Al contrario: el informe cita un artículo publicado 15 años antes en Läkartidningen, la revista oficial de la Asociación Médica Sueca, que afirma:
Cuando una persona padece disforia de género, se dice que sufre un trastorno de identidad sexual. No es posible cambiar la identidad sexual de una persona. En su lugar, la única solución al alcance es hacer que el cuerpo de la persona se parezca lo más posible al sexo percibido, lo que implica una corrección de género hormonal y quirúrgica. La reasignación de sexo es, por ahora, la mejor ayuda al alcance para los transexuales y las personas con disforia de género.
Sin embargo, lo que ignoraba el comité es que el artículo de Läkartidningen decía también que se debe realizar una investigación exhaustiva antes de permitir el cambio de sexo. Las recomendaciones incluyen un electroencefalograma (EEG), una prueba de cromatina sexual y un escáner de la región pituitaria. El artículo de Läkartidningen advierte además de la posibilidad de que una persona que se sienta del sexo opuesto pueda estar padeciendo de esquizofrenia delirante, una enfermedad que debería tratarse con medicación antipsicótica.
Por otra parte, el informe actual del comité se centra completamente, en todos los aspectos, en acomodar a las personas que se sientan del sexo incorrecto. Si se tiene en cuenta cuál es el punto de vista del Gobierno al respecto, tal vez no resulte tan extraño. Erik Ullenhag, por entonces ministro de asuntos LGBT, declaró al Svenska Dagbladet el 1 de enero de 2014:
Creo que tenemos que cambiar el límite de edad para pedir el cambio de sexo legal. Para alguien de 15 o 16 años, un año puede ser mucho tiempo en relación con cómo se siente. Pero hay conflictos que debemos resolver; por ejemplo, cuando una persona de 16 años tiene una opinión y sus padres otra.
El comité y el informe posterior eran parte de una “estrategia LGBT” del Gobierno de entonces, y fue el primer comité de este tipo. Creer que se necesitaba dicha estrategia era la consecuencia de muchos años de lobby intensivo por parte de la Federación Sueca por los Derechos de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (RFSL, por sus siglas en sueco).
Un año después, en enero de 2015, el comité terminó su informe y se lo entregó al nuevo ministro de Salud y Asuntos Sociales, Gabriel Wikström. El informe no menciona en ningún momento la tasa de suicidios o cualquier otro aspecto negativo de mutilar a adolescentes sanos. El propósito del comité parece haber sido allanar el camino a las nuevas leyes, no velar por el interés de los menores.
El informe propone lo siguiente:
-Se debería permitir que las personas de 15 años decidan por sí mismas si quieren cambiar su sexo legal.
-Se debería permitir que las personas de 15 años se sometan a una operación de cambio de sexo, con el consentimiento de sus padres.
-Se debería permitir que las personas de 12 años cambien su sexo legal, con el consentimiento de sus padres.
En los casos en que solo uno de los progenitores dé su consentimiento para que su hija de 12 años sea considerada oficialmente varón, o para que se le ampute el pene a su hijo de 15 años, y el otro progenitor se oponga, el informe recomienda que las autoridades tengan la potestad de prevalecer sobre el progenitor en discordia:
Si el menor tiene dos tutores legales, ambos deben dar su consentimiento al procedimiento en cuestión. Para evitar disputas entre los tutores que afecten al menor, sugerimos una reforma legal. Esta reforma pretende dar a los Servicios Sociales el poder de decidir qué permiso se puede conceder sin la aprobación de uno de los tutores, si favorece el interés del menor.
El comité no ve, al parecer, ningún problema en ello; la única dificultad que señala el informe es que “el joven decide ir activamente contra las normas sociales y las ideas predominantes de la sociedad heteronormativa”. Asumen que los padres que no quieren que a sus hijos les extirpen sus genitales perfectamente sanos son malos padres que no comprenden que es por el propio bien de sus hijos. No hay una sola línea en el informe que sugiera que el comité haya pensado en algún momento en la posibilidad de que los menores que quieren cambiar de sexo puedan estar simplemente atravesando una fase, o tener problemas psicológicos, o problemas en casa, o que puedan arrepentirse después de un acto drástico e irreversible.
Algunos críticos con las propuestas actuales sostienen que la transexualidad es una especie de trastorno mental. Paul R. McHugh, profesor distinguido de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, ha estudiado a personas que declaraban ser transexuales durante 40 años, siendo jefe de Psiquiatría del Hospital Johns Hopkins durante 26. McHugh es sumamente crítico con los cambios de sexo en general, y más aún cuando se trata de menores. Ha dicho que cambiar de sexo es biológicamente imposible, y que las personas que se someten a la reasignación sexual no se convierten en personas del otro sexo, sino en “hombres feminizados o mujeres masculinizadas”.
Según McHugh, las personas que promueven las operaciones de cambio de sexo son en realidad culpables de fomentar y facilitar los trastornos mentales:
Esta intensa sensación de ser transexual constituye un trastorno mental en dos aspectos. El primero es que la idea de desajuste sexual es simplemente errónea, no se corresponde con la realidad física. El segundo es que puede tener consecuencias psicológicas nefastas.
Los transexuales sufren un trastorno de “aceptación”, como los demás trastornos conocidos por los psiquiatras. En el caso de los transexuales, el trastorno de aceptación es que la persona difiere de lo que, por naturaleza, es –concretamente, la masculinidad o la feminidad–. Otros tipos de trastornos de aceptación son los de quienes padecen anorexia o bulimia nerviosa, donde la aceptación que proviene de la realidad física es que alguien extremadamente delgado cree que tiene sobrepeso.
El Hospital Johns Hopkins, pionero en operaciones de cambio de sexo en la década de los 60, descubrió que en realidad no suponían ninguna ventaja significativa, así que en los años 70 dejó de practicar dicha cirugía. La mayoría de las personas que se operaron estaban “satisfechas”, pero aun así tenían problemas; el equipo decidió que el resultado no justificaba amputar órganos que no tuviesen problemas.
En un artículo de opinión para el Instituto Witherspoon publicado en junio de 2015, McHugh escribió:
Nuestros esfuerzos, sin embargo, tuvieron poca influencia en el surgimiento de este nuevo concepto del sexo, o respecto al aumento de “transexuales” entre jóvenes y mayores. (…)
He observado a lo largo del tiempo que el fenómeno ha cambiado y se ha extendido de manera notable. El raro problema de algunos pocos hombres –homosexuales y heterosexuales–, incluido el de querer operarse para cambiar de sexo porque se excitaban al pensar o verse a sí mismos como mujeres, se ha expandido hasta abarcar también a las mujeres. Incluso los jóvenes, chicos y chicas, han empezado a presentarse como del sexo opuesto. Durante los últimos diez o quince años, ha crecido la frecuencia de este fenómeno, y parece que de forma exponencial. Ahora, casi todo el mundo conoce o ha oído hablar de personas así.
La Federación Sueca por los Derechos de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (RFSL) ha crecido hasta convertirse en la organización lobista más poderosa del país –de lejos– durante los últimos años. Además, a diferencia de Estados Unidos, donde existen normas estrictas que regulan las organizaciones de lobby y los canales permitidos para influir en quienes toman las decisiones, en Suecia es el propio Gobierno quien financia a la RFSL. El Estado, los distritos y los organismos públicos dan cada año decenas de millones de coronas a la RFSL, dinero que la organización utiliza para ejercer influencia en el mismo Estado, los mismos distritos y los mismos organismos que le pagan. Nadie sabe de cuánto dinero estamos hablando, porque la RFSL es una organización sin ánimo de lucro a la que no se le aplica el “principio de acceso público” a documentos oficiales, y se niegan a revelar cuánto dinero obtienen en subvenciones del Gobierno.
Desde 2008, la RFSL ha aumentado sus ingresos gracias a la venta de los llamados certificados HBT: cursos para empleados de bibliotecas, clínicas, distritos, etc. Es casi imposible que alguien ajeno a la organización sepa qué se enseña en esos cursos, pero varios participantes le han dicho a la autora de este artículo que de lo que se trata es de que todos piensen “de la misma manera”. Para obtener el certificado, la RFSL exige que todos los miembros de la plantilla de un lugar de trabajo realicen el curso, y que el proceso de certificación se haga de nuevo cada dos años, generando más ingresos para la RFSL.
El año pasado, Dispatch International reveló que, tras dar el certificado a los lugares de trabajo, la RFSL también designa a personas que, en esos lugares de trabajo, actúan como informantes. Entonces, si por ejemplo un empleado cuenta junto al dispensador de agua un chiste inadecuado sobre gais, esa persona es denunciada inmediatamente a la RFSL, que podría tomar medidas contra el empleador, quien, a su vez, podría amonestar o despedir al trabajador.
La RFSL tiene acceso prácticamente libre a todos los colegios de Suecia. Los activistas de la RFSL tienen permiso para utilizar las aulas para hacer propaganda contra la llamada heteronormatividad, y promover otros tipos de expresiones sexuales, excepto la heterosexualidad. Como los niños son sugestionables, es inevitable preguntarse si esta campaña escolar es la causa de la cifra récord de menores que desean someterse a un tratamiento de disforia de género en el Hospital Infantil Astrid Lindgren de Estocolmo. Sus administradores calculan que el hospital recibirá este año a 100 menores con disforia de género en busca de ayuda, el triple que en 2013.
En un artículo publicado en The Wall Street Journal, el profesor McHugh escribe: “Cuando se hizo un seguimiento de menores que habían afirmado sentirse transexuales –y no sometidos a tratamientos médicos o quirúrgicos– en la Universidad Vanderbilt y en la Clínica Portman de Londres, entre el 70 y el 80 por ciento de ellos dejó de tener esa sensación de manera espontánea”. También existen tratamientos orientados a que los niños se sientan cómodos con su sexo biológico, en vez de estimular su disforia de género. El psicólogo y especialista en identidad de género Ken Zucker, del Centro de Adicciones y Salud Mental de Toronto, ofrece dicho tratamiento. Su clínica también ha observado un aumento en el número de niños confusos respecto a su sexo.
La clínica de Zucker publicó en 2008 un estudio con 25 chicas que habían ido allí de niñas; solo el 12 por ciento seguía teniendo disforia de género de adultas. La estadística es la misma para los chicos. Según Zucker, cuando los niños ven a terapeutas y a otras personas que dan por supuesto que los niños pertenecen al sexo opuesto, se les puede acabar provocando una disforia de género.
El Gobierno sueco podría, por tanto, estar en vías de conducir a miles de niños a la confusión de sexo y a cirugías innecesarias, cuyo resultado rara vez es beneficioso. El informe está siendo ahora estudiado por los organismos pertinentes, cuyos comentarios serán recopilados en noviembre. Después, el Gobierno sueco decidirá cómo proceder con sus recomendaciones.
[1] No debe confundirse la transexualidad con el trastorno del desarrollo sexual (TSD), una enfermedad en la que el niño nace con genitales ambiguos. Nacen entre 5 y 10 niños al año con algún tipo de anomalía genital en Suecia, y el objetivo siempre es determinar el sexo del niño lo antes posible. La cirugía se lleva a cabo en un plazo adecuado.