¿Cuántas veces no hemos sentido estar particularmente conectados con una persona a pesar de encontrarnos físicamente separados de ella? Esos atisbos de conexión perenne, transespacial, que se manifiestan a través de conjugaciones sincrónicas, de potenciales suspiros simultáneos o sombras salpicadas que juegan a la pareidolia, no sólo existen en la historia del romance o o la psicosis, también se registran en la materia, a nivel subatómico; a este fenómeno se le conoce como la no-localidad cuántica.
La teoría de la relatividad y la teoría cuántica, que refiere a una naturaleza “probabilística” del universo, constituyen los dos grandes parteaguas dentro del siglo XX en el plano de la física –con implicaciones que se desdoblan en prácticamente todas las áreas del pensamiento humano. Y sin duda, uno de los aspectos más fascinantes dentro de esta segunda revolución científica es precisamente la no-localidad.
Existen diversas versiones de este fenómeno que, si bien no aplica en la física clásica, en la mecánica cuántica ocupa un lugar privilegiado. Como explica con apreciable claridad el resumen de una investigación escrito por Sheri Ledbetter y publicado en la revista Science Daily, en la física tradicional, para que una partícula experimente una fuerza, se requiere que ambas se encuentren en la misma ubicación, mientras que en el plano cuántico esta coexistencia no es necesaria (el efecto Aharonov-Bohm).
Otro tipo de no-localidad se refiere a la relación entre dos partículas que algún día estuvieron juntas y después, aún separadas por una larga distancia, mantienen una especie de conexión –lo que Einstein llamó “spooky action at a distance”. Sin embargo, y a pesar de lo sorprendente de este fenómeno, también existían algunas limitantes para su consumación; por ejemplo, estas partículas necesariamente debían de haber mantenido un contacto previo a su “romance a distancia”.
Investigadores de la Universidad de Chapman, entre ellos Ledbetter, publicaron hace unos días un experimento en el que presuntamente se demuestra que existe otro tipo de no-localidad, el cual no requiere que las partículas hayan estado conectadas jamás para poder entablar esta extraña conectividad a distancia (algo así como cuando te enamoras de un fantasma con la certeza de que no responde al eco de ninguno de tus enamoramientos previos, y quizá ni siquiera futuros). Las implicaciones de este descubrimiento podrían tener significativas repercusiones dentro de los postulados de la teoría cuántica, algo particularmente sorprendente si consideramos que sus bases comenzaron a sentarse hace casi un siglo y aún a la fecha sigue guardando sorpresas.
Evidentemente, el equipo de científicos profundiza mucho más en este nuevo escenario de lo que aquí lo hacemos (y lo haremos, aunque tal vez ya lo hicimos). Por ahora nosotros nos quedaremos con las delicias propias de la incertidumbre cuántica, producto de una relación injerencial no sólo del pasado hacia el presente; también, desde el futuro hacia el presente, que es a la vez su pasado. Y también aprovechamos el pretexto para compartir algunas analogías románticas ahora que relativamente se aproxima el otoño, esa temporada en la que se registran incontables “citas ciegas” entre las hojas cafés que de pronto se desprenden de la rama para entregarse, probablemente enamoradas, a un incierto vacío.
fuentedel texto /m.pijamasurf.com
Interesante… estos estudios dan pie y soporte a lo que ya conocemos como intuición.
… Una «abstracción » con presencia capital, en el mundo nouménico de la consciencia.