Para entender qué es la autoestima tenemos que comprender que nuestra mente funciona como un espejo. En ella se refleja todo aquello que captan nuestros sentidos de una manera particular. Funciona como si todo aquello que percibe -a través de ellos- fueran las piezas de un rompecabezas, que tienen que encajar de alguna manera.
No solo eso, sino que se pone contenta cuando lo consigue y se puede enfadar un poco cuando no lo hace. En este espejo tan especial también tienen una imagen las personas que nos rodean y, por extensión, nosotros. Esa imagen no es otra que nuestra autoestima.
Por eso, debemos entender la autoestima como la danza que realizan nuestros sentidos a la hora de construir el puzzle de algo más grande, el amor por uno mismo, por lo que se representa y dibuja con cada pequeño movimiento que realizamos.
¿Por qué es importante la autoestima?
La respuesta es sencilla: porque la autoestima está presente en todo lo que hacemos. Es como ese ingrediente fantasma y secreto que le añade el cocinero a todas las recetas, el mismo que le añadimos nosotros a todas nuestras acciones. Así, la manera en la que nos vemos va a condicionar las metas que elijamos o cómo tratemos a otras personas.
De modo que, si contamos con una autoestima baja, preferiremos metas que estén claramente por debajo de nuestra capacidad de desempeño. Por otro lado, mermará las posibilidades de salir de nuestra zona de confort, lastando así nuestro potencial.
La baja autoestima también afectará a las relaciones que mantengamos con los demás. Es una fuente de “falsa timidez” y una enorme zancadilla para ser asertivos. Nos coloca en inferioridad frente a los demás y hace que actuemos como tal.
Además, nos hará desarrollar pensamientos negativos. Seguro que has presenciado alguna vez la siguiente escena: una persona recibe una recompensa que merece y sin embargo puedes ver en sus ojos como piensa que no es así. De esta manera, una imagen sesgada negativamente de nosotros mismos nos impide disfrutar de lo que conseguimos y, por lo tanto, celebrarlo como se merece.
¿Qué caracteriza a una sana autoestima?
Una autoestima sana es una imagen en gran parte expuesta. O sea, una imagen poco protegida, pues no le hace falta resguardarse ya que sus cimientos son fuertes. No necesita la coraza del retraimiento o la timidez, tampoco el egocentrismo o el avasallamiento de los demás. No lleva un vestido ceñido porque evoluciona y crece con nosotros.
Asimismo, una autoestima sana carece de la ceguera y la competitividad que parte del egocentrismo. Es vulnerable para permitir que los sentimientos lleguen a su propia esencia, para formar parte de su configuración. Además es justa, tanto con los fallos como con los aciertos, y tiene en cuenta el valor de la intención.
De ella parte el amor, la generosidad, la entrega, porque en ella está escrito que también tenemos algo valioso que dar. Algo que puede hacer mejor a una familia, a un grupo de amigos, a una sociedad o al mundo entero. Finalmente, como somos conscientes de este valor, nos permitimos recibir el agradecimiento que nos envían o, incluso, premiarnos a nosotros mismos.
¿Cómo podemos conseguir una buena autoestima?
La relación que hemos descrito hasta este punto, con el resto de elementos de nuestra vida, es bidireccional. Así, lo mismo que provoca una buena autoestima es lo que ayuda a que esta crezca y se mantenga fuerte.
Elegir acertadamente los retos a los que elegimos enfrentarnos, de manera que en el camino podamos potenciar fortalezas y limar nuestros puntos débiles, puede ser uno de los primeros pasos. La mayoría de estos desafíos no deben ser ni muy pequeños ni muy grandes, deben pedirnos un esfuerzo pero no el sacrificio de la mitad de nuestra vida.
Si pensamos que la consecución de nuestro objetivo está muy lejano en el tiempo, es bueno que nos pongamos pequeñas metas intermedias que nos aporten la satisfacción de alcanzarlas. Por otro lado, es bueno que lo compaginemos con actividades alternativas, ya que serán una buena vía de escape temporal cuando venga algún revés.
Por otro lado, muévete. Ponte salud y deja que el cuerpo se expanda y se reconcilie con su naturaleza. Cuando lo hacemos es como si agitáramos el cuenco de nuestros pensamientos, utilizando la sencilla acción de la gravedad para que se desenmarañen.
Por otro lado, y siguiendo con el ejercicio, convertirnos en unos obsesos de nuestra imagen no nos va a ayudar. Sin embargo, cuidarla y recibir la gratificación de tener un buen aspecto exterior también puede echarle una mano a nuestra autoestima.
Nuestra imagen junto a la de los demás
Como dijimos al principio, en nuestra mente existe un mundo paralelo de imágenes. Siguiendo este hilo, hemos visto como una imagen muy particular de este montón tan singular y tan diverso es nuestra autoestima.
Este reflejo, la autoestima no solamente nos da una idea de quienes somos, sino también de quienes somos frente a los demás; y aquí es donde viene la paradoja, ya que son precisamente nuestros amigos, familiares, enemigos y conocidos los que condicionan el ángulo con el que nos ponemos frente al espejo.
Saber calibrar y dar la importancia necesaria a las opiniones que nos aportan va a ser el último -y quizá el más importante- de los factores para tener una buena autoestima. Así, elegir y ponderar muy bien la relevancia del feedback exterior va a abonar el campo para que construyamos una autoestima de raíces fuertes y piel vulnerable.
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