A pesar de que Tasmania, ubicada a tan solo unos 2.500 kilómetros de la costa antártica, es una isla del tamaño de Irlanda y posee una población de 500.000 personas, esta tierra es una «maravilla ecológica», publica Gizmodo.
Desde los bosques de eucaliptos de hoja perenne hasta los bosques templados lluviosos, su asombrosa diversidad de ecosistemas se debe precisamente a la variación geográfica y al aislamiento del lugar. Sus árboles de 1.500 años llevan un legado genético que conectan a Tasmania con el antiguo supercontinente de Gondwana.
No obstante, ahora partes de este legado, que forma parte del Área del Patrimonio Mundial de Zonas Silvestres, desaparecen debido a devastadores incendios. «Estos árboles no volverán nunca. Cuando arden, desaparecen para siempre», se lamenta David Bowman, ecologista de la Universidad de Tasmania.
Mientras que las autoridades se ven incapaces de controlar el desastre en su totalidad y por tanto se concentran principalmente en los incendios que suponen una mayor amenaza para las personas y las propiedades, muchas zonas salvajes siguen envueltas en llamas.
Estos catastróficos incendios, provocados por tormentas eléctricas, son consecuencia de una serie de fenómenos climáticos como El Niño y el dipolo del océano Índico. «Una terrible coincidencia de circunstancias ha llevado prácticamente a una ausencia de primavera, y luego a un caliente y seco verano», cuenta Bowman.
«Es un patrón de cosas raras que ya no son raras sino que son consecuencias de la teoría del cambio climático», concluye el ecologista. Y pese a que todavía existen medidas que podrían ayudar al Gobierno a prevenir situaciones catastróficas en el futuro, los científicos advierten que Tasmania debería pensar en cómo preservar su legado ecológico en caso del colapso total del sistema. «La última opción es conservar la biodiversidad y ponerla en otra parte», comenta Bowman.
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