El negocio del coltán beneficia a grupos armados que controlan las minas de algunas regiones de la República Democrática del Congo, país que concentra cerca del 80% de las reservas del mineral utilizado para la fabricación de dispositivos móviles.
- “El origen de la guerra en la República Democrática del Congo no es el coltán pero el capitalismo mundial se ha aprovechado de la situación”, asegura la periodista congoleña Caddy Adzuba.
Blanca Blay | El Diario | 22/02/2016
“Mobile is everything”, predica la edición de este año del Mobile World Congress en que predominará la cara más amable de la tecnología. “Es una gran paradoja y hasta es hipócrita que vivamos en una sociedad hiperconectada donde abunda la información y a la vez vivamos desconectados de cuál es el origen de este bienestar”, explica a Catalunya Plural la periodista Gemma Parellada, que desde 2006 sigue informativamente la realidad de la República Democrática del Congo (RDC) y que recientemente ha hecho el reportaje Viaje a la zona cero del mundo digital.
“En muchos aspectos de nuestra vida diaria hay una parte de África, como es el caso del coltán en nuestros teléfonos”, asegura. Según datos de la organización Friends of the Congo (Amigos del Congo), el país africano concentra cerca del 80% del coltán mundial, un mineral de color negro pizarra compuesto de columbita y tantalita que resiste altas temperaturas y que se utiliza para las baterías de dispositivos móviles, GPS u ordenadores, entre otros aparatos.
“¿Y cuál es el retorno que ellos tienen de nosotros? África sigue siendo el lugar donde todo vale”, lamenta Parellada. En España la combinación de teléfonos fijos y móviles excede los 150 teléfonos por cada 100 personas. En la República Democrática del Congo, por el mismo número de personas sólo hay 48. Son datos del CIA World Factbook que ilustran la paradoja de un país que, a pesar de que tiene una de las reservas de coltán más ricas del mundo, queda muy al margen del nivel de desarrollo de los países occidentales.
La guerra por el control de los recursos y sus víctimas
“El Congo es el corazón de África, la realidad, sin embargo, es que la gente vive un infierno. Todo el mundo quiere su trozo de Congo porque es un país rico en minerales”, asegura el activista Dedy Mbepongo Bilamba en el documental Crisis en el Congo: destapando la verdad.
Parellada explica que el del Congo es el conflicto más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial. “Estamos hablando de los grandes gigantes mundiales, tecnología, equipamientos médicos, etc. Los drones o las armas de control remoto también necesitan coltán… Estamos hablando de flujos muy grandes. En el Congo está todo el mundo, hay muchos países que tienen la mano metida”, dice la periodista.
¿Qué papel juega el coltán en este conflicto? Se lo preguntamos a otra periodista, la congoleña Caddy Adzuba, reconocida por la denuncia que hace desde hace años sobre la relación del comercio ilegal del coltán con el conflicto de su país. “El coltán no es la causa principal de la guerra, la guerra que ha comenzado no ha comenzado por el coltán pero los minerales se han convertido en una oportunidad para alimentar esta guerra”, asegura a este diario.
Adzuba explica que el ciclo de guerra en el Congo comenzó por la necesidad de un cambio político después de un régimen dictatorial a través de una guerra de liberación. “Entre los países vecinos que aceptaron ayudar al Congo a hacer la guerra en el 96 están Ruanda o Burundi. Desgraciadamente la comunidad internacional lo vio como una oportunidad para estabilizar el país y algunos países de la UE o Estados Unidos se implicaron, no para ayudar a los congoleños a hacer la liberación, sino para controlar los recursos”, relata en un francés pausado. “Por lo tanto, el origen de la guerra no es el coltán pero el capitalismo mundial se ha aprovechado de la situación. Hemos visto gente armada que se ha instalado en las minas y un ciclo de violencia”, resume.
El negocio del coltán, en lugar de ser una fuente de riqueza para el país, es un negocio que a menudo termina beneficiando a los grupos armados que controlan las minas. La explotación de los minerales de manera ilegal tiene como consecuencia, según Adzuba, que haya una categoría de personas más vulnerables: las mujeres y los niños. En el caso de las mujeres, la consecuencia es la violencia sexual. “Idean la violación de todas las mujeres de un poblado y de esta manera la comunidad queda anulada, ya que la mujer tiene un rol social de cohesión”, comenta.
En una población donde cerca de la mitad son menores de edad y donde la extracción del mineral es a menudo complicada para un cuerpo adulto, muchos menores son víctimas de trabajo forzado y explotación infantil. “Son utilizados en las minas, obligados a dejar la escuela y esclavizados, y entre las niñas, además, existe la prostitución forzada”, explica Adzuba.
¿Qué se ha hecho hasta ahora en materia legislativa?
En 2010 la OCDE adoptó las “Directrices sobre la diligencia debida para la gestión responsable de las cadenas de suministro de minerales”, que obligan a cada empresa se responsabilice de la adecuación a la legislación del material que ha recibido de su predecesora en la cadena.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 1952, que pedía a los países que instaran a los comerciantes que importaban bienes de la RDC que rindieran cuentas de una diligencia debida en su cadena de suministros. Ante esta resolución, que sencillamente “instaba” pero no obligaba, Estados Unidos introdujo disposiciones obligatorias para empresas registradas en Estados Unidos que les exigen que determinen si los productos que contienen determinados materiales contribuyen al conflicto o a que se cometan abusos contra los derechos humanos en la RDC y países vecinos, y que informen de sus conclusiones.
Según un informe de Amnistía Internacional, que analizaba 100 de los informes presentados por 1.321 empresas como Apple, Boeing y Tiffany & Co., casi el 80% de las empresas no controlan ni revelan adecuadamente si sus productos contienen minerales procedentes de zonas en conflicto del África Central.
La respuesta europea no llegó hasta 2014, cuando la Comisión Europea hace una propuesta en una línea similar pero con un enfoque diferente: propone la participación voluntaria de las empresas, se amplía el alcance más allá de la región los Grandes Lagos para hablar de “zonas de conflicto” en general y se centra únicamente en refinerías y fundiciones. En mayo de 2015, el Parlamento Europeo se posicionó respecto a la propuesta de la Comisión y enmendó la propuesta. Consideraba que era insuficiente y elevó a obligatorios diferentes requisitos de transparencia, así como ampliarlo a toda la cadena de producción.
Las enmiendas aprobadas establecen que las compañías que están al final de la cadena de suministro, es decir, las 880.000 empresas de la UE que utilizan estaño, tantalio –uno de los materiales extraídos del coltán–, wolframio y oro en la producción de bienes de consumo, según datos del Parlamento, deben informar de las medidas que toman para identificar y abordar los riesgos detectados en sus cadenas. Sin embargo las modificaciones deben ser aprobadas por el Consejo -es una de las prioridades de la presidencia Holandesa para que se apruebe antes de junio de 2016- y el texto definitivo se está negociando actualmente.
Según Caddy Adzuba, lo que hay que reivindicar a nivel europeo es “que las compañías dejen de comprar minerales que provienen de minas controladas por los rebeldes”. El problema, reconoce, es que comprar en las zonas donde hay una trazabilidad y está legalizado es más caro para las empresas, que deben pagar impuestos a través de un contrato social, para reconstruir el medio ambiente e impulsar políticas de salud y sociales. “Sólo en mi provincia hay un centenar de minas y de éstas sólo un diez por ciento son legales”, dice.
“Con la ley aprobada no podemos quedarnos de brazos cruzados, la ley es una base, una herramienta de trabajo pero hay que controlar su aplicación. La solución exige trabajar en todos los sentidos: con la ley, la sensibilización de los gobiernos y también de la gente que es quien al final consume”, reflexiona Caddy Adzuba.
¿Es posible un teléfono móvil más justo?
“Actualmente es imposible distinguir los minerales de sangre de los que no”, dice Gemma Parellada. A pesar de la dificultad, sí hay algunas iniciativas para lograr un comercio más justo. Una de estas es Fairphone, que comenzó como una campaña de sensibilización en 2010 y se constituyó como empresa en Holanda en 2013. Fairphone trabaja con materias primas que apoyan economías locales y no milicias armadas a través de minerales que provienen de zonas libres de conflicto en el Congo.
Desde Fairphone, Daria Koreniushkina explica a Catalunya Plural que esta iniciativa “es ya un inicio porque es un símbolo que dirige un movimiento hacia una tecnología más justa”. De momento más de 90.000 personas han adquirido un móvil Fairphone. “Es una herramienta que nos ayuda a ver que hay una demanda de productos éticos”, explica. “Más allá del origen de los minerales, el primer eslabón de la cadena, Fairphone también busca resolver problemas medioambientales y sociales a lo largo de la cadena de producción: desde la minería y el diseño a la manufactura y el ciclo de vida”, añaden desde la empresa.
Caddy Adzuba piensa que la concienciación de los consumidores es uno de los puntos en los que hay que trabajar. “Hay que sensibilizar a la población de comprar este tipo de teléfonos y hay que sancionar a las empresas que continúan comprando los minerales que no respetan la línea de trazabilidad”, asegura. La diferencia pero entre teléfonos y otros también pasa por el precio de venta, condicionado en parte por el coste de fabricación. “Si un kilo de coltán por la vía legal cuesta 1.000 euros, por la vía ilegal costará 200 euros. Es esta la complejidad”, dice Adzuba.
“Nadie quiere que su móvil esté manchado de sangre. Ordenar todo el mercado informal que ha ido creciendo, y mucho, no es fácil. Hay miles de personas involucradas en el Congo, en los países vecinos y todos los intermediarios que hay en esta cadena”, añade Gemma Parellada.
La misma empresa Fairphone admite que aún les queda mucho por hacer para poder hablar de un teléfono “justo 100%”. “Las cadenas detrás de los productos electrónicos son globales, complejas e incluyen cientos de actores. Un teléfono inteligente contiene más de 30 minerales. Como primer paso nos hemos centrado en los minerales de conflicto y de momento hemos conseguido integrar minerales como tin y tantalio de zonas libres de conflicto en nuestra cadena de producción”, comenta Koreniushkina. “El siguiente paso es hacer lo mismo con más minerales pero todavía no sabemos de donde provienen algunos”, admite.
http://iniciativadebate.org/2016/02/23/la-cara-mas-oscura-de-la-tecnologia-movil/