Ella era la más querida hija de Ilanguipuca. La hizo de agua, piedra y espuma; su alma fluía con la misma dulzura y arrojo que el mismo Gualcarque, por eso Ilanguipuca la envió a caminar entre los hombres.
Le dio una buena madre- de esas que reciben a las nuevas vidas y son el soporte de otras mujeres- y la envió del otro lado del caudal del río.
Nació lenca, nació guardiana, nació mujer. Le dieron la luz en el nombre y le enseñaron la tradición y la palabra.
Berta creció entre la hierba y el río en Intibucá, entre el canto y magia de las otras guardianas y la fuerza digna de los hombres que defendían su libertad.
Conoció desde pequeña la sed de justicia y el hambre de saber. Y aprendió de la paz en los viejos cantos de la guerra; fue la suya el alma descolonizada, morena como su madre tierra, libre como su pueblo lenca, mágica como la mujer.
Creció llevando un arma en los labios: la palabra. Y con ella luchó innumerables batallas. Amó y fue amada; de sus entrañas brotaron cuatro semillas que también florecieron en el maizal de la resistencia, en el río de la sororidad.
Berta fue asesinada por los enemigos de Ilanguipuca, de la madre tierra, de la Pachamama. Murió y su espíritu fue absorbido nuevamente por el Gualcarque volviéndose una vez más la niña del río, la guardiana, la chamana. Ilanguipuca la abrazó con fuerza curando con sus manos-raíces todas las heridas infligidas a su hija más amada. La carne, la sangre y el hueso se transformaron en el agua, en la piedra y en la espuma una vez más.
La niña del río volvió a su hogar: Desde la corriente del río que sigue fluyendo libre por su sangre derramada continua su lucha, su ejemplo, su protección.
La niña del río llama a sus hermanos y hermanas; los hijos del maíz y las hijas de la luna. Aquellos que escuchan la canción del monte, aquellas que escuchan la canción del mar.
Por el Gualcarque.
Por Berta.
Por Ilanguipuca…