Publicado por Alvaro Anula Pulido
“Ambulan veredas de bosques cerrados siempre acompañados de luna en menguante y cruzan los surcos de trigales bajos, viéndose a lo lejos como agonizantes. Dicen que, en las noches de niebla temprana, alumbran su paso con candiles tenues. No se ven estrellas, los perros no ladran, como por respeto a la Santa Compaña.” Así describe un poema celta a la que es una de las leyendas por excelencia de esa España Mágica que, cada día que pasa, asombra a todo el que quiere adentrarse en el conocimiento de sus secretos
La Santa Compaña es una procesión de almas en pena formada, habitualmente, por dos hileras de entidades ensotanadas que portan unas velas o candelabros. Esas velas provocan el olor a cera, aroma tan característico en las apariciones de la Santa Compaña y que envuelve a los lugares donde pasa. Liderando la procesión de muertos se encuentra un sujeto vivo que porta una cruz y, en ocasiones, agua bendita. Esta procesión de ánimas condena al sujeto vivo a vagar por las noches con ella, no dejando dormir a éste, provocando que durante el día la persona viva se encuentre pálida y sin fuerzas. Esta situación provoca que la persona viva enferme y fallezca. La única forma de que una persona se salve de encabezar a la Santa Compaña hasta su muerte es encontrarse a otro individuo que sufra la desdicha de toparse con ella. La cruz pasa al nuevo individuo, que comienza a vagar al frene de las entidades encapuchadas, quedando el anterior sujeto libre.
La aparición de esta comitiva de ánimas en pena suele ocurrir durante la noche en lugares como bosques y en zonas cercanas a cementerios. Según la tradición, el paso de la Santa Compaña provoca un fuerte viento, así como el aullido de los perros y la huida desesperada de los gatos. Pero hay casos en la que los que se ha visto de día y rondando las casas de los vivos, que cierran las puertas y bajan las persianas, apartando la mirada para intentar no ver a una romería que sirve de “crónica de una muerte anunciada”…
El origen de esta tradición es objeto de debate, ya que algunos estudiosos apuntan a la cristianización de diversas creencias paganas de tinte céltico y germánico. La leyenda de la Santa Compaña está muy arraigada en Galicia donde, a día de hoy, los más mayores transmiten a los más pequeños esas historias que nunca deben desaparecer.
Algunos dirán que es un mito antiguo de las zonas más rurales de esa terra galega donde el aislamiento ha provocado la proliferación de este tipo de leyendas. Pero, en realidad, sigue habiendo testigos que narran un encuentro con esta güestia, no solo en Galicia, sino en diferentes provincias de Españacon gran distancia entre ellas, y en los lugares más insospechados, pero con similares relatos y descripciones con un parámetro común: una procesión aterradora que asocian directamente con la Muerte.
¿La Santa Compaña en alta mar?
Era el 16 de julio de 1987. Mila Goméz viajaba con un acompañante en un velero que tenía de 9 metros de eslora. La pareja salió del puerto de Canet (Valencia) rumbo a la isla de Ibiza, concretamente a Sant Antoni de Portmany, en lo que sería un viaje corto y de los que quedan grabados en la memoria para toda una vida. Este viaje permaneció en el recuerdo de la pareja, pero no por la apacibilidad y la tranquilidad del trayecto marítimo…
La mar estaba en calma y las predicciones meteorológicas preveían un viaje en el velero de lo más apetecible. Pero la situación de aparente sosiego desapareció cuando cayó la noche sobre el velero de Mila y su compañero de travesía. Cuando se encontraban en alta mar, un fuerte temporal marítimo sacudió al velero de 9 metros de eslora, alterando la paz de sus tripulantes. “El barco estuvo a la deriva durante 48 horas y sin posibilidad de salir, sin motor, sin radio, todo inundado”, me relataba Mila con mucho detalle.
Precisamente, esa madrugada nunca será olvidada por los dos tripulantes, especialmente por Mila, por lo que vio. En mitad del caos en el que estaba sumido el velero, Mila tuvo una aterradora experiencia.Cuando se asomó a la popa de la nave vio que en ésta había un grupo extraño de sombras enlutadas, a las que nunca olvidará. “Solo se escuchaba como un rumor. Estas sombras iban vestidas con ropas oscuras y no se veían sus caras. Me llamó la atención la presencia de un joven que iba vestido de blanco, que rompía la estética de las túnicas negras de las sombras.” Después de la visión de aquellas figuras encapuchadas acompañadas por un joven ataviado de ropajes blancos en medio de aquel temporal que no amainaba, Mila pudo ver la aparición repentina de más sombras, pero esta vez llevaban túnicas blancas, similares a la ropa del joven. “Estas sombras blancas comenzaron a mantener una especie de conversación con las sombras negras y, cuando acabó el diálogo, las sombras que iban de blanco se llevaron al joven, acabando la experiencia aterradora”.
Mila Gómez pensó que estaba sufriendo de alucinaciones a causa del temor que pudo infundir el temporal que mantenía a su velero a la deriva. Al día siguiente, el fuerte temporal marítimo amainó y pudieron atracar en el puerto de Sant Antoni de Portmany sin problemas. Tras descansar unas horas, Mila se dirigió a su acompañante para decirle que creía que había sufrido alucinaciones viendo unas extrañas sombras negras encapuchadas que no tenía a la vista el rostro. La contestación de su acompañante rompió todos sus esquemas: “¿tú también lo has visto?” Tras esta contestación, Mila pidió a su acompañante que relatara lo que había visto, coincidiendo a la perfección con su experiencia. Mila Gómez y su acompañante, rápidamente sacaron una conclusión: era la Santa Compaña que iba a llevárselos a ellos, impidiendo esta acción las sombras de túnicas blancas, que rescataron al joven de las garras de la procesión de la muerte y provocaron que éste no fuera sustituido por algún tripulante del velero…
Aterrador encuentro en la silla del Moro de Granada con la Procesión de Ánimas Benditas
En la provincia de Granada existe una variante de la Santa Compaña que es conocida como laProcesión de Ánimas Benditas, que guardan los rasgos similares a la comitiva tan popularizada en Galicia. La diferencia es que se trata de almas bondadosas que ayudan a la persona viva a cambiar el mundo físico por el mundo espiritual, siendo necesario liderar la procesión para redimir los pecados antes de fallecer. Pero, aunque sea bondadosa, la Procesión de Ánimas Benditas anuncia malos augurios tales como enfermedades y muertes, además de dar sustos aterradores como el que vivió Silvia Carmona junto al que ahora es su marido y dos amigos. Ocurrió en verano de 1990, cuando Silvia y su novio acompañados de dos amigos, ascendieron a la conocida como “Silla del Moro”, que se encuentra al pasar la Alhambra de Granada y el cementerio de San José. La Silla del Moro se encuentra no muy lejos del cementerio musulmán de la Rauda, ya camino del Llano de la Perdiz. Y es en este preciso lugar donde Silvia y sus tres acompañantes tuvieron una experiencia difícil de olvidar.
Las cuatro personas iban en un SEAT Panda que dejaron aparcado en la carretera para ascender a pie a la Silla del Moro cuando la noche estaba a punto de caer sobre Granada. Iluminada de dorado la Alhambra por la puesta de Sol, los cuatro amigos decidieron hacerse fotografías en la Silla del Moro, sin ser conscientes de lo que pasaría cuando la luz fuera sustituida por la oscuridad de la noche. Decidieron alargar su estancia en aquel lugar hasta bien entrada la noche cuando a las 00:00 aproximadamente, lo insólito se iba a topar con ellos. Por la ladera de aquella elevación pudieron observar cómo tres hileras que eran divisadas gracias a unas luces que Silvia identificó como velas: “Las tres hileras portaban velas, ya que las luces eran parpadeantes, no como las linternas, que poseen luces fijas.” Silvia asegura que venían de la zona del cementerio musulmán de la Rauda e iban carretera arriba en dirección a la Silla del Moro, o sea, a ellos. “Fue tal el miedo que sentimos que bajamos y nos subimos en el coche en un par de minutos, acojonados de pensar que nos encontraríamos con, se supone, esa gente que subía”, asegura Silvia sin tapujos. Nada más encender las luces y el motor del coche, aquellas misteriosas y aterradoras luminarias desaparecieron, como si las velas se hubieran apagado. Cuando contaron la experiencia a sus conocidos, nadie los creyó, argumentando que fueron víctimas de una sugestión colectiva. Pero los testigos de lo insólito no dudan ni un ápice de que aquello encajaba más con las leyendas de procesiones de ánimas que con cualquier explicación racional. Por si fuera poco, en el cementerio de la Rauda se encuentra una cruz que recuerda a los cruceiros gallegos, tan relacionados con el mito de la Santa Compaña, ya que sirve de ahuyentación para la comitiva de almas en pena. Puede que esta cruz de la Rauda estuviera ahí colocada a propósito para evitar experiencias como la que vivió Silvia…
La Cuesta de las Ánimas, un lugar a evitar en Fonelas
También en la provincia de Granada, esta vez en la localidad de Fonelas, está muy instaurada la creencia de esas Ánimas Benditas, pero por circunstancias que entroncan directamente con la realidad más que con el mito. Ese convencimiento queda patente en uno de los enclaves más conocidos entre los habitantes de este municipio granadino, conocido popularmente como la “Cuesta de las Ánimas”.
Situada entre los cortijos de Peñas Blancas y el de las Chozas (a unos 3 kilómetros de Fonelas), y visible desde la carretera que conduce al pueblo, la Cuesta de las Ánimas infunde un temor en todos los vecinos, que intentan evitar el paso por esta zona. Incluso cuando no les queda más remedio que conducir por la zona, siempre desvían la mirada para no ver este montículo.
Según cuentan los habitantes de Fonelas, en esta pequeña pendiente se puede ser testigo de cosas que nadie creería. Es bien sabido en el municipio que, en esa zona concreta, te puedes topar con una enigmática procesión que realiza un recorrido determinado cuyo fin se encuentra en esa Cuesta de las Ánimas.
No son pocos los vecinos que narran algún encuentro con la procesión que tiene lugar por aquellos lares. La mayoría de los testimonios son avistamientos desde la carretera de extrañas sombras que portan una especie de luminarias y que, al llegar a la pendiente, desaparecen sin dejar rastro. Otras personas aseguran que esas sombras no solo aparecen en la Cuesta de las Ánimas, sino que también suelen hacer su particular “ruta” por las inmediaciones del Puente de los Enamorados, no muy lejano a Fonelas y que forma parte del conocido como “Triángulo de las Ánimas” (formado por los pueblos de Villanueva de las Torres, Benalúa y Pedro Martínez), llamado así por la gran acumulación de apariciones que han ocurrido en esta zona.
La comitiva de sombras de la Cuesta de las Ánimas no es provocado por ninguna persona física que deambule en las oscuras noches, ya que me comentan que, desde muy pequeños, la historias que se relatan sobre aquel terraplén infunden un gran terror que provoca que nadie se atreva a visitar la zona cuando la noche cae sobre la localidad granadina.
Todo el municipio de Fonelas tiene alguna historia que contar acerca de la cuesta donde las Ánimas Benditas se muestran ante los ojos incrédulos de los vivos. También relatan que en aquella zona muchas personas han avistado luces que sobrevuelan los coches que, en la oscura noche, tienen el valor de pasar por un paraje considerado por los habitantes de Fonelas como “maldito”.
La Santa Compaña aterroriza aldeas: Vadillos de Cameros (La Rioja) y Solanilla (Albacete)
Vadillos de Cameros es una pequeña aldea riojana que cuenta con apenas 20 habitantes en la actualidad. Los núcleos más destacados que se encuentran cerca son Arnedo y Arnedillo, que a causa del terreno se encuentran a más de 1 hora y media. Sus casas guardan esa estética de pueblo de la España rural que guarda auténticos tesoros en forma de historias donde lo real y lo mágico se unen creando la combinación perfecta.
La escritora y poeta Sonia San Román tuvo la amabilidad de darme permiso para contar una historia que le transmitió su abuelo y que tuvo como marco espacial el Vadillos de Cameros del siglo XX. El relato cuenta cómo un humilde habitante de la pequeña aldea riojana tuvo un encuentro con lo imposible, difícil de olvidar por aquellos vecinos que convivían con él, donde esa güestia de ánimas en pena es la protagonista.
En una noche fría, donde la oscuridad reinaba, aquel infeliz hombre vio como en Vadillos de Cameros unos extraños paseantes encapuchados a los que no se veía la cara iban en fila recorriendo sus alrededores. Aquella fila de individuos, cuyos rostros no se acertaban a ver, caminaban errantes pero decididos, como si siguieran una ruta marcada. Cada vez que las misteriosas sombras se acercaban a la posición donde se encontraba aquel hombre, éste iba teniendo mayor terror.
Presa del pánico, no tuvo más remedio que correr y refugiarse en su casa, pues había oído algún relato de los más mayores acerca de esa comitiva de muertos que asustaba a los gallegos y que significaba la muerte para aquellos que hubieran tenido la mala fortuna de encontrarse con ella.
Desde aquel encuentro, el pobre hombre de Vadillos de Cameros no fue el mismo. Se le veía más enfermizo y débil y rompía con la estética de hombre robusto que había tenido siempre. Ya no se le veía salir de casa desde que el miedo irrumpiera con fuerza al haber sido testigo de una supuesta procesión de muertos.
Los rumores en la aldea fueron en aumento, ya que a aquel buen vecino no se le volvió a ver. No sabían que había muerto en su casa, pero no por circunstancias naturales… murió de miedo.
Días después de fallecer, cuando se enteró aquella comunidad riojana, se dio por sentado que la culpable de que ese buen hombre conocido por todos hubiera perecido, tenía un nombre propio: la Santa Compaña. Aquel suceso terrorífico quedó plasmado en el inconsciente colectivo de aquellos vecinos que se conocían a la perfección, pasando de generación en generación y de padres a hijos como si fuera un acontecimiento que nunca debe olvidarse.
El encuentro con aquella comitiva que provocó la muerte a un vecino de Vadillos de Cameros nunca fue olvidado del todo, a pesar del paso del tiempo y del progresivo éxodo rural que significaba el descenso de habitantes para la aldea. A día de hoy, en esas pocas casas que conforman este pequeño núcleo rural, aún se puede respirar e imaginar la consternación que se vivió y, cómo no, el verdadero pavor que tuvo que sufrir ese testigo cuya muerte fue anunciada desde el mismo momento en el que divisó una misteriosa retahíla de sombras.
La Santa Compaña de esta pequeña comunidad de familias en la provincia de la Rioja podría ser considerado como un hecho aislado, pero lo cierto es que no lo es, pues a muchos centenares de kilómetros podemos encontrar sucesos similares que marcan a una pequeña población para siempre. Y para hallar un claro ejemplo hay que viajar hasta el pequeño núcleo rural de Solanilla, enclavado en la albaceteña Sierra de Alcaraz.
En esta pequeña aldea aún se recuerda una historia relacionada con la Santa Compaña y que tiene como escenario el siglo pasado. En la actualidad, Solanilla sigue siendo una aldea en la cual viven no más de 35 habitantes, los cuales tienen una avanzada edad. Empero, al igual que en Vadillos de Cameros, el éxodo rural de los más jóvenes y el paso del tiempo no pueden acabar con una tradición. La desaparición de las tradiciones de un pueblo o comunidad les aboca a su desaparición; mientras éstas pervivan, larga vida les queda a los pueblos, cuya razón de ser son la riqueza cultural y las leyendas.
Marian Sánchez, descendiente de vecinos de Solanilla, todavía recuerda el miedo que infundían los más mayores a los jóvenes con relatos de la Santa Compaña. “Mi abuela decía que llegara a casa antes de las tres de la madrugada; a mí me hacía gracia, pero ella se lo tomaba muy en serio”, asegura Marian. También afirmó que los vecinos de Solanilla, “cuando los animales gritaban en las cuadras, ninguno se atrevía a ver lo que sucedía, ya que sabían de sobra que los chillidos de los animales eran provocados por esa procesión de muertos”. “También mi abuela decía que, si por alguna circunstancia me despertaba en medio de la noche, realizara la señal de la cruz. Este gesto ahuyentaría a la Santa Compaña”, concluyó Marian. Señal de la cruz que, como me confesó, sigue haciendo a día de hoy, aunque viva muy lejos del lugar de origen de las historias narradas por su abuela.
Terror en la presa de “Las Niñas” (Gran Canaria) a causa de la Compaña
Cerca del municipio de San Bartolomé de Tirajana se encuentra el embalse de la Cueva de las Niñas, más conocido como la “Presa de las Niñas”. Lugar mágico y misterioso, la Presa de las Niñas guarda inquietantes leyendas, donde sobresale la relacionada con un árbol considerado como maldito: el árbol de Casandra.
Según narra la leyenda que se remonta al siglo XVIII, una niña llamada Casandra se enamoró de un chico. La relación no era bien vista por los padres de la niña, que decidieron acabar con la vida del novio. Casandra, enterada del suceso, realizó un pacto con el Diablo para maldecir a sus padres y los que no veían bien la relación. De pronto, comenzaron a surgir tragedias, por lo que decidieron acusar a la joven Casandra de brujería, atándola al árbol que hay en la loma del actual embalse y quemándola viva. La niña murió pero el árbol siguió en pie; se dice que por la zona aún se puede sentir al espíritu de Casandra vagar por las zonas aledañas a la Presa de las Niñas.
Una versión más actual es la que cuenta que una niña llamada Casandra abandonó el recinto de merenderos destinado a acampadas en la presa durante una excursión escolar. Nadie la echó en falta hasta que por la noche comenzaron a escucharse gritos provenientes de la loma donde está el árbol. Al día siguiente acudieron los profesores en busca de Casandra y la encontraron encadenada a ese mismo árbol con quemaduras y signos de tortura. Desde ese día se cuenta que el espíritu de la joven atrae a más niñas que se encuentran de acampada con su colegio, que desaparecen sin dejar rastro alguno.
En ese mismo merendero se encontraba José Juan García junto a tres amigos. Era el verano de 2005 y habían decidido ir de acampada a la Presa de las Niñas los cuatro para tener una jornada de relajación, ya que los exámenes habían sido duros y estresantes. A las dos de la madrugada, y tras estar escuchando la radio, los cuatro amigos decidieron dar una vuelta por la zona. José Juan y otro joven más se adelantaron sin perder de vista al resto del grupo.
Cuando llegaron a la loma donde está el enigmático árbol de Casandra, la tranquilidad de la que disfrutaban comenzó a trastocarse. De repente, un brusco descenso de temperatura transformó la calurosa noche veraniega. De la orilla de la presa aparecieron tres figuras en fila de porte negro. “Tenían unos ojos luminosos y humeantes, portando las figuras unos extraños candelabros con una luz serpenteante, de color amarillento, que no paraba de moverse. Casi al más puro estilo de la Parca (Muerte)”, me aseguraba José Juan con todo lujo de detalles. Cuando los cuatro amigos se habían reunido otra vez y fueron testigos de aquello, las tres figuras se quedaron inmóviles a unos 10 metros de los jóvenes.
“Una de las figuras se nos quedó mirando, y nos apuntaba con el candelabro. Sin mediar palabra y con un extraño escalofrío en la espalda, salimos corriendo, cogimos las cosas que teníamos en el merendero y nos fuimos del lugar”, me relató José Juan, cuyos ojos todavía guardan ese temor al rememorar la terrorífica experiencia. Él reconoce que siempre ha creído en “estas cosas”, pero lo vivido en aquella Presa de las Niñas en el verano de 2005 fue tan perturbador que no repetiría la experiencia, ya que le marcó negativamente ese encuentro con las tres figuras similares a la Muerte, cuyos candelabros recuerdan ni más ni menos que a la Compaña.
Una procesión nocturna se pasea habitualmente por la carretera de la Parroquia (Murcia)
Sucedió en el otoño de 2007. José Luis Hernández se encontraba trabajando el campo de madrugada en los cultivos de la carretera de la Parroquia, en la provincia de Murcia, no muy lejos ya de la frontera con la provincia de Almería. Se encontraba trabajando la tierra con el apacible sosiego de otras noches, ya que era su forma de ganarse la vida junto a la de atender al ganado.
Entre las 2 y las 3 de la madrugada, vio algo a lo que nunca ha encontrado explicación. Un extraño grupo de personas enlutadas cruzaba la carretera sin preocuparse de que gente les estuviera observando. Pudo ver cómo portaban, como lo define José Luis, una especie de antorchas que acompañaban su silencioso trayecto. “No pude verles la cara y no me hicieron ni caso. Era como si yo no estuviera allí, aunque tampoco tuve miedo en ningún momento”, me transmite José Luis, el cual afirma quepudo ver esta extraña comitiva durante un par de minutos alejándose por los campos de cultivo que rodean a la murciana carretera de la Parroquia. También me aclara que su vestimenta era de unas túnicas, que le parecieron negras debido a la oscuridad de la noche.
Poco después de la extraña visión, sobre las 4:30 de la madrugada y con el pretexto de que tenía que ir a ordeñar, José Luis Hernández cogió una linterna y siguió los pasos de ese grupo de sombras que portaban antorchas en busca de huellas: “Con mi linterna fui mirando si había alguno tipo de pisadas, pero no había nada.”
Me explicó que, al día siguiente y tras descansar, comentó la experiencia que había tenido con otros trabajadores y jornaleros de la zona. Lo misterioso del asunto es que todos los trabajadores, incluido José Luis, coincidían en los mismos detalles y añadían que lo habían visto en distintas ocasiones pero siempre a la misma hora y, sobre todo, que esa extraña procesión realizaba la misma ruta siempre que la divisaban.
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