El presidente francés, Francois Hollande, la semana pasada a las puertas del Elíseo. JACKY NAEGELEN REUTERS
Zarandeado por muchos de los que le auparon al Elíseo y empeñado en lanzar medidas propias de la derecha, François Hollande afronta su último año de mandato con récords de impopularidad en la V República. Con las calles incendiadas contra la reforma laboral y la marcha atrás en su medida antiterrorista estrella, el mandatario francés lleva a su Partido Socialista a una segura derrota en las próximas presidenciales sin proyectos para invertir la tendencia. “El partido va a explotar”, asegura un destacado miembro del sector crítico, el que más erosiona la autoridad del líder.
La confianza de los franceses en Hollande cae desde que en 2012 fue elegido con el 51,6% de los votos. Ningún presidente ha tenido valoraciones tan bajas desde la II Guerra Mundial. La clave está en los pobres resultados de una política económica socioliberal que ni saca al país del estancamiento ni satisface a los votantes de izquierda. Y en que la oposición de la derecha se ha radicalizado a medida que se acercan las elecciones y se disputa espacio con la ultraderecha.
“Oye, pero no escucha”, dice de Hollande una persona próxima al jefe del Estado francés
Hubo dos repuntes coincidentes con los atentados terroristas. Hollande se crece cuando viste uniforme de guerra. Recuperó 20 puntos de popularidad tras la matanza de noviembre. “Pensamos que hasta podríamos detener la sangría electoral”, comentan en su partido.
El mandatario ha pulverizado esa recuperación en un mes. Hoy solo le apoya el 15% de los franceses, según un sondeo de Figaro Magazine.Un 12%, según otro sondeo de Cevipof. Son dos los motivos: la marcha atrás en su propuesto cambio constitucional para despojar de la nacionalidad francesa a los terroristas –idea lanzada antes por el Frente Nacional- y la reforma laboral en unos términos que ni el Gobierno del conservador Nicolas Sarkozy se atrevió a plantear.
HUNDIDO PERO SIN RIVAL EN CASA
Con la popularidad por los suelos y pese a los nefastos sondeos para él, François Hollande quiere ser de nuevo el candidato socialista a las elecciones presidenciales del año que viene. Así lo aseguran fuentes oficiales del partido. Aún confía en que una carambola del destino lo convierta en ganador por exclusión.
En primer lugar, el Partido Socialista no tiene candidato alternativo con posibilidades. Ni siquiera el ala crítica. Su opción, Martine Aubry, exministra de Trabajo y alcaldesa de Lille, no quiere serlo, según afirman fuentes de su entorno más próximo, pese a que las encuestas le son más favorables que a Hollande.
El segundo factor en el que Hollande confía es la división de la derecha, en Los Republicanos. Una decena de sus dirigentes ya han hecho saber que se presentarán a las primarias. Los sondeos son favorables al alcalde de Burdeos, Alain Juppé, frente a Nicolas Sarkozy.
Ante el complejo fin de mandato que le espera a Hollande, algunos analistas especulan con la opción de que disuelva el Parlamento. La derecha no tendría tiempo para sus primarias, Sarkozy tendría que encabezar las listas y, convertido ya en candidato indiscutible, sería un rival más fácil de batir por Hollande. Si este pasara a la segunda vuelta con Marine Le Pen, el frente republicano le convertiría de nuevo en presidente.
Toda una especulación. O quizás no. El viernes, Le Figaro preguntó a sus lectores si Hollande debe disolver el Parlamento. El 73% respondió afirmativamente.
En ambos casos, los ataques más ácidos han partido de su campo, de la izquierda. “Es peor que Sarkozy”, brama Philippe Martinez, el líder del sindicato CGT que el viernes sacó a la calle a cientos de miles de trabajadores y estudiantes contra las nuevas facilidades de despido. “El proyecto debe ser retirado”, aseguran Christian Paul, líder del ala izquierda del partido, y su compañero Pascal Cherki. “No se puede ganar con votos de la izquierda y gobernar para la derecha”.
En el caso de la retirada de nacionalidad a los terroristas, la derecha no ha querido regalar esa baza al mandatario, pero las críticas de algunos socialistas han sido de nuevo las más feroces. “No ingresé en el PS para aplicar el programa del Frente Nacional”, dice Cherki. La propuesta ya originó en enero la dimisión de la ministra de Justicia, Christianne Taubira, única representante del ala izquierdista en el Ejecutivo. “Quienes olvidan sus valores perderán su honor”, espetó Christian Paul.
Cabizbajo, con gesto adusto, Hollande anunció el miércoles que renunciaba a esa reforma constitucional; un mazazo para su propia autoridad, “un fiasco político”, en palabras de Paul, el fin “de una dolorosa aberración”, según Taubira.
El vía crucis de la semana tenía otras estaciones. El mismo miércoles, una encuesta difundida por Le Monde indicaba que, si se celebraran ahora las presidenciales, Hollande no pasaría a la segunda vuelta. La primera la ganaría la ultraderechista Marine Le Pen (27% de los votos), seguida de Sarkozy (21%) y el líder socialista (16%). El periódico acababa de publicar un artículo titulado “Hollande, la trampa del aislamiento”, en el que un próximo al presidente dice: “Oye, pero no escucha”.
Solo así se entiende que, a 13 meses de las elecciones, haya lanzado esas dos propuestas. “No se comprende qué hay detrás”, comenta un portavoz de los críticos. Va a ser cierto que Manuel Valls (primer ministro) amenazó con dimitir si no se lanzaba esa reforma laboral”.
Cercanos a Hollande y Valls niegan esas conjeturas. Insisten en que “Francia necesita reformas”, que la laboral “es audaz, pero imprescindible” y que, en todo caso, el mandatario es tratado “de manera injusta y desproporcionada”, como dice Bruno Le Roux, jefe del grupo parlamentario socialista.
LAS FECHAS DE UN MANDATO
Junio 2012: Hollande gana las elecciones tras prometer mano dura contra las finanzas
Enero 2014: Giro al socioliberalismo con el Pacto de Responsabilidad.
Primavera 2014: primeras derrotas: municipales y europeas.
Abril 2014: Manuel Valls, primer ministro.
Agosto 2014: Valls echa a rebeldes del Gobierno. Entra en Economía Emmanuel Macron, socioliberal.
Otoño 2014: La popularidad de Hollande baja al13%.
Febrero 2015: Valls aprueba por decreto la Ley de liberalización de Macron.
Noviembre 2015: Atentados 13-N. Hollande recupera 20 puntos popularidad.
Febrero 2016: difusión del proyecto de reforma laboral.
Marzo de 2016: la confianza en Hollande desciende al récord del 12%.
29 de marzo de 2016: retira proyecto antiterrorista estrella.
30 de marzo de 2016: Entre 399.000 y 1,2 millones de manifestantes contra la reforma laboral.
“El principio del fin”, titulaba en su portada el conservador Le Figaro el viernes, al día siguiente de la gran movilización contra la reforma laboral. El fin no, pero sí una catarsis es lo que quiere el ala izquierdista del partido. En el Consejo Nacional del día 9, exigirá la celebración de primarias para designar candidato para 2017. “Si no, el partido va a morir”, argumentan. “Queremos debate de ideas, un programa. No tenemos candidato, pero si vuelve a ser Hollande, que acepte lo que se apruebe”.
El desfondamiento en la cúpula –Valls también está en mínimos de popularidad– augura un fin de etapa convulso. La guerra entre socialdemócratas y socioliberales se puede llevar a muchos dirigentes por delante.
Solo Emmanuel Macron, ministro de Economía y representante del ala más liberal, sufre un desgaste menor. “Está construyendo su futuro”, dice un dirigente crítico. Pero eso será para 2022. Las elecciones de 2017 se dan ya por perdidas. Mientras, solo Le Pen pesca en río revuelto. Ya está formando un gobierno en la sombra ante el espanto del resto de Europa.