Un gran número de evidencias apoyan la leyenda sobre la Atlántida

Las últimas investigaciones nos muestran que el ser humano ha existido sobre la Tierra durante periodos que se extienden en millones de años. Durante estos enormes periodos la Humanidad ha pasado, alternativamente, de situaciones en que se hallaba en un estado salvaje, a periodos en que se ha alcanzado una avanzada civilización, cuyas huellas históricas se han perdido. Teniendo en cuenta las evidencias aún Imagen 5existentes, llegamos a la conclusión de que, en efecto, han existido avanzadas civilizaciones prehistóricas. Por ejemplo, en Egipto tenemos el testimonio de numerosos monumentos y papiros, que nos llevan, como mínimo, hasta unos cinco mil años antes de Jesucristo. Según el egiptólogo alemán Heinrich Karl Brugsch (1827 – 1894), Menes, el primer rey de la primera dinastía mencionada por Manetón, alteró el curso del Nilo, construyendo un enorme dique para facilitar la fundación de la ciudad de Menfis. Narmer, o Menes, fue el primer faraón del Antiguo Egipto y fundador de la Dinastía I hacia el 3150 a. C., empezando el período Arcaico en Egipto (3150 – 2680). El primer faraón fue denominado Meni en la Lista Real de Abidos y en elCanon de Turín, Men o Min por Heródoto, y Menes de Tis por Manetón. Menes reinó 62 años según Julio Africano, o 60 años según Heródoto y Jorge Sincelo. Aunque en la versión armenia de Eusebio de Cesarea le asignan 30 años de reinado. Menes era rey del Alto Egipto, posible sucesor de Horus Escorpión. Conquistó el Bajo Egipto (delta del Nilo) e instauró su capital en Ineb HedyMuralla blanca“, la futura Menfis. Avanzó con su ejército más allá de las fronteras de su reino, según Eusebio de Cesarea, y pereció arrollado por un hipopótamo, según Julio Africano. El triunfo de la primera unificación del Antiguo Egipto quedó registrado alegóricamente en la denominada Paleta de Narmer, según Gardiner. La Paleta de Narmer es una placa de pizarra tallada con bajorrelieves, descubierta en 1898 por Quibell y Green en el templo de Horus, en Hieracómpolis (Nejen), y actualmente depositada en el Museo Egipcio de El Cairo. Existen diferentes interpretaciones sobre su posible significado, tanto políticas, como la posible unificación del Antiguo Egipto, como religiosas.

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Menes era originario de Tanis, la capital del Alto Egipto, y estaba casado con Neithotep, originaria de Naqada, lo que parece indicar que este matrimonio selló la alianza entre ambas ciudades. Menes fue el primer gran faraón y unificó los territorios egipcios bajo su mando, según reflejan los relieves de la Paleta de Narmer y reconocieron sus sucesores. La fundación de Menfis, a cientos de kilómetros al norte de Tanis, fue una demostración de poder sobre el Bajo Egipto, al que, según se desprende de la Paleta, veía como pueblo conquistado. Menfis tenía una situación ideal para controlar todo el delta, así como las importantes rutas comerciales al Sinaí y Canaán. Los sacerdotes egipcios contaron al escritor griego Heródoto que para construir la ciudad, Menes ordenó desviar el cauce del Nilo y levantar un dique de contención: «Los sacerdotes explican de Menes, el primer rey de los egipcios, que había protegido a Menfis mediante un dique. Por aquel entonces, el río discurría a lo largo de grandes dunas hacia Libia. Menes logró la desviación del caudaloso río hacia al sur, a unos 100 estadios aguas arriba de Menfis, gracias a los diques; sacó al río del viejo cauce y consiguió que la corriente fluyera por un canal, entre las dunas. Aún hoy los persas observan recelosos esta desviación y nuevo cauce del río, y la vigilan durante todo el año. Saben que si el río consiguiera romper el dique, Menfis correría un gran peligro de inundarse. Cuando Menes, el primer rey, hubo desecado el viejo cauce, fundó inmediatamente en esa llanura esta ciudad, que hoy se llama Menfis. La ciudad se encuentra en la parte estrecha de Egipto. Alrededor de la ciudad, precisamente al norte y oeste, ya que al este corre el Nilo, el primer faraón hizo cavar un lago para que se alimentara del río». El nombre de Narmer aparece en fragmentos de cerámica en la región del delta, e incluso en Canaán, siendo prueba evidente del comercio entre estas zonas. La riqueza agrícola del Delta en minerales del Alto Egipto y la confluencia de diversas rutas comerciales ayudaron a levantar un gran imperio.

La tradición de dividir la historia egipcia en treinta dinastías se inicia con Manetón, historiador egipcio del siglo III a. C., que durante el reinado de Ptolomeo II compuso en griego laAigyptiaka, obra desgraciadamente perdida, pero transmitida y comentada parcialmente por Flavio Josefo, Julio Africano, Eusebio de Cesarea y el monje Jorge Sincelo. Según Heródoto, además de ordenar construir un dique para desecar las zonas pantanosas de Menfis y desviar el cauce de Nilo hacia un lago, para edificar la ciudad, erigió un grandioso templo a Ptah, “Señor de la magia“, que era un dios creador en la mitología egipcia. Asimismo, se le consideraba “Maestro constructor“, inventor de la albañilería, patrón de los arquitectos y artesanos. Se le atribuía también poder sanador. Equivalentes a Ptah eran la deidad griega Hefestos y la deidad romana Vulcano. Se atribuye a Narmer la tumba B17-18 en la necrópolis de Umm el-Qaab, en Abidos, excavada por Flinders Petrie, situada al lado de la tumba de Aha. También es posible que fuera enterrado en Saqqara, o en la necrópolis de Tarjan, aunque podría tratarse de cenotafios o tumbas simbólicas. William Matthew Flinders Petrie (1853 – 1942) fue un importante egiptólogo británico, pionero en la utilización de un método sistemático en el estudio arqueológico. Ocupó la primera cátedra de Egiptología en el Reino Unido, y realizó excavaciones en las zonas más importantes de interés arqueológico de Egipto, como Naucratis, Tanis, Abidos y Amarna. Algunos consideran que su descubrimiento más famoso es la Estela de Merenptah, también llamada Estela de la Victoria o Estela de Israel, que es una losa de granito gris, erigida por el faraón Amenhotep III e inscrita más tarde, en el reverso, por el faraón Merenptah para conmemorar su victoriosa campaña militar en tierras de Canaán hacia 1210 a. C. La estela fue descubierta en 1896 por Flinders Petrie en el templo funerario de Merenptah, en la región de Tebas (Egipto). La piedra ha alcanzado gran notoriedad porque el texto grabado incluye posiblemente la primera mención conocida de Israel en la penúltima línea, dentro de una lista de los pueblos derrotados por Merneptah. Por esta razón, muchos académicos la denominan “Estela de Israel“. La obra original de Manetón se perdió probablemente en el incendio de la Biblioteca de Alejandría. Se sabe, por otros escritores, que Manetón habló de largas épocas egipcias anteriores a la tercera dinastía. Pero aunque no hubiera sido así, la situación retratada del tiempo de Menes es suficiente para mostrar un progreso social que se  extendía en el pasado. Según algunos egiptólogos dedicados a traducir papiros, es preciso remontarse a quince mil años atrás, y no a cinco mil, si queremos formarnos una idea del comienzo de la civilización egipcia.

Gradualmente se han ido acumulando un gran número de evidencias en apoyo de la leyenda sobre el perdido continente de Atlántida. Los sacerdotes egipcios dieron muchos detalles con respecto a la Atlántida a Solón, antepasado de Platón. Durante mucho tiempo los investigadores han tratado esta historia como fabula. No obstante, el cambio continuo en la corteza terrestre nos dice que la mayor parte de lo que hoy es tierra seca, fue en un pasado cubierta por mares, y viceversa. Existen abundantes pruebas, derivadas del estudio de los fondos marinos del océano Atlántico, para mostrar que el sitio que ocupaba la Atlántida probablemente era el que actualmente lo ocupan grandes elevaciones submarinas. Además, la arqueología comparada nos muestra numerosas similitudes entre las ruinas de Méjico y América Central por un lado, y de Egipto y Siria por el otro, además de las similitudes en la escritura y otras simbologías. Esto nos lleva a un posible origen común basado en la Atlántida.  Augustus Le Plongeon (1825 – 1908) fue un fotógrafo, anticuario. arqueólogo amateur y francmasón británico. Realizó estudios de diversos yacimientos arqueológicos precolombinos, particularmente de la civilización maya en la península de Yucatán. A pesar de que sus escritos contienen numerosas nociones de carácter excéntrico, rechazadas por la comunidad científica, el material fotográfico de las ruinas arqueológicas y los glifos de la escritura maya de Le Plongeon son una fuente inapreciable de información, antes de que muchos de estos lugares fueran dañados por el tiempo y los saqueadores. Escribió una historia en la que expuso la hipótesis de la fundación del Antiguo Egipto por los mayas, pueblo que, según su teoría, también habría habitado la Atlántida. Le Plongeon, un explorador perseverante de Méjico y el Yucatán, logró descifrar los caracteres en que estaban escritas las antiguas inscripciones de Méjico, y hasta tradujo un viejo manuscrito que pudo salvarse del vandalismo de Cortes y de los monjes que le acompañaban. Este manuscrito se refiere, casualmente y de un modo directo, a la catástrofe final que sumergió los restos de la Atlántida, que subsistían hace diez o doce mil años. Los estudiantes teosofistas y los lectores de libros teosóficos, saben que la enseñanza que se ha dado sobre los orígenes de la especie humana y en relación con los comienzos del movimiento teosófico, se basan en la creencia en la existencia de la Atlántida. Según la Teosofía, la humanidad evoluciona a través de una serie de grandes razas-raíces,   de las cuales la raza atlante fue la que precedió inmediatamente a la nuestra.

La Atlántida se considera como el “eslabón perdido” entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Desde el punto de vista cultural, nos permite comprender ciertos conocimientos existentes en épocas antiguas que resultan mucho más fácilmente explicables si suponemos la existencia de una civilización más antigua, que desarrolló originariamente una cultura y sabiduría, que luego traspasó a unos herederos para desarrollarlas. Pero, como podemos ver en la Edad Media y en otros ejemplos más actuales, el progreso y la civilización no siempre avanzan de manera progresiva. En ocasiones parecen estancarse e incluso retroceder. Cierta información indica que en el mundo de la Antigüedad existía un conocimiento científico mayor de lo que se suponía. Aparte del saber geográfico demostrado por los escritos clásicos en sus referencias a otros continentes, las alusiones a la astronomía, que suelen aparecer disfrazadas bajo la forma de leyendas, son expresión de una cultura que posteriormente se perdió, hasta que fue redescubierta por el mundo moderno. Por ejemplo, los antiguos sabían, supuestamente sin la ayuda de telescopios, que el planeta Urano cubría regularmente con su superficie a sus lunas durante su movimiento de rotación alrededor del Sol. El fenómeno se explicaba en forma mítica afirmando que el dios Urano se comía y vomitaba alternadamente a sus hijos. Hasta épocas relativamente modernas no existió un telescopio lo bastante poderoso como para advertir este fenómeno del planeta Urano. También es sorprendente que Dante Alighieri tuviese su visión anticipada de la Cruz del Sur, doscientos años antes de que el primer europeo hubiese sabido acerca de ella. En La Divina Comedia describió lo que apareció ante sus ojos después de abandonar el infierno en la montaña del purgatorio. Lo que sigue es una traducción: “…Me volví hacia la derecha, mirando hacia el otro polo, y vi cuatro estrellas, nunca antes contempladas excepto por los primeros pueblos. El cielo parecía centellear con sus rayos. ¡Oh, desolada región del Norte, incapaz de verlas…!”. Aparte del misterio de la Cruz del Sur, ¿a qué primeros pueblos se refería Dante? Cada cierto tiempo aparece algún artefacto perteneciente a alguna antigua cultura que no se corresponde con los supuestos conocimientos de dichas antiguas culturas. En la British Association for the Advancemente of Science se exhibió, en 1853, una lente cristalina similar a las modernas lentes ópticas. Era una verdadera curiosidad porque fue encontrada en una excavación hecha en Nínive, la capital de la antigua Asiría, y correspondía a una época anterior en casi dos mil años a la técnica moderna para el pulimento del cristal.

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En Esmeralda, frente a la costa de Ecuador, entre los restos precolombinos extraídos del fondo del océano y considerados por los arqueólogos como objetos de una gran antigüedad, apareció una lente de obsidiana de unos cinco centímetros de diámetro, que funciona como un espejo y que reduce pero no distorsiona la reflexión. En las excavaciones de La Venta, correspondientes a la cultura olmeca en México, se han encontrado otros pequeños espejos cóncavos de hematita, un mineral magnético de hierro que admite un elevado índice de pulimento. Se considera en la actualidad que la cultura olmeca es la más antigua conocida de México. El examen demostró que estos espejos habían sido esmerilados mediante un proceso desconocido que los hacía más curvos cuanto más cercan del borde. Aunque no se sabe con certeza para qué se utilizaban, ciertos experimentos han demostrado que pueden ser utilizados para encender el fuego, reflejando el sol. En unas excavaciones en Libia, en el norte de África, se han encontrado unos utensilios que parecían ser lentes. Por otro lado, Arquímedes de Siracusa (287 – 212 a. C.), físico, ingeniero, inventor, astrónomo y matemático griego, utilizó también instrumentos ópticos, según afirma Plutarco, “para que el ojo humano pudiera contemplar el tamaño del Sol”. Un tipo de calculadora fue hallada en el año 1900 en unas antiguas ruinas del fondo del Egeo, junto a una notable colección de estatuas, entre ellas una de bronce representando a Poseidón, que actualmente se encuentra en el museo de Atenas. Parecía una combinación de placas de bronce en las que aparecía una escritura irregular. Después de limpiarla y someterla a un estudio más completo se concluyó que era una calculadora, con un sistema de engranajes sincronizados que aparentemente servía como una especie de regla de cálculo para conocer la posición del sol, la luna y las estrellas, con fines de navegación. Este solo hallazgo ha provocado un cambio considerable en nuestra comprensión de la navegación de la Antigüedad. Otro caso significativo es el sorprendente mapa de Piri Reis, un mapamundi que pertenecía a un capitán de marina turco del siglo XVI y que mostraba las costas de Sudamérica, África y partes de la Antártica, pese a que resulta inimaginable pensar cómo pudo ser incluido este continente antes de que estuviese cubierto de hielo. Los estudios antárticos modernos confirman la exactitud del mapa.

El mapamundi de Piri Reis habría sido diseñado a partir de los antiguos mapas griegos perdidos tras la destrucción de la biblioteca de Alejandría. Ello significaría que durante la Edad Media se perdieron u olvidaron importantes conocimientos geográficos que estaban a disposición del mundo de la Antigüedad. Esto solo se explicaría por una civilización a nivel mundial, con avanzados conocimientos. Tal vez la perdida Atlántida.  Edgerton Sykes, importante autoridad británica en el tema de la Atlántida, cita a R. Dikshitar, de la Universidad de Madras, quien afirmaba que el uso de explosivos ya era conocido en la India en el año 5000 a. de C. El fuego griego de Bizancio que ayudó a los bizantinos a conservar su imperio durante el milenio posterior a la caída del Imperio romano de Occidente, era un misterio ya entonces. Parece que lo lanzaban desde las galeras en proyectiles y al chocar contra otras galeras seguía ardiendo, aunque le echasen agua. Es posible que los explosivos fueran utilizados en Europa en varias ocasiones, durante los ataques de Aníbal contra los romanos. En todo caso, si ése era el material empleado, lo mantuvieron secreto para que los romanos pensaran que se trataba de poderes sobrenaturales. Los romanos contaban que las rocas eran destruidas por el fuego y por un tratamiento posterior con agua y vinagre. Más tarde, en la batalla de Tresimeno, la tierra tembló y grandes piedras cayeron sobre los romanos, que fueron derrotados por los cartagineses.  Algunos años antes, en la India, las tropas de Alejandro Magno habían vivido una experiencia aterradora. Los defensores de una ciudad hindú les lanzaron “truenos y rayos” desde las murallas de la población que estaban atacando. Se ha sugerido que la caída de las murallas de Jericó fue ocasionada en realidad por los explosivos colocados en túneles excavados bajo ellas por los atacantes hebreos y no por el estruendo de sus trompetas. Normalmente esas armas secretas parecen haber sido utilizadas por culturas más antiguas, que supuestamente las heredaron de otras, sin que se sepa quiénes fueron los primeros en hacer uso de ellas. Cuando se estudia la gran pirámide de Gizeh se tiene la impresión de que alguna raza superior de artesanos del pasado hubiese dejado sus conocimientos para épocas futuras. Aparte de su tamaño, no se había advertido nada extraordinario en la gran Pirámide, hasta la ocupación francesa, cuando los agrimensores de Napoleón comenzaron a trazar un mapa de Egipto. Como es natural, eligieron la gran pirámide como punto inicial de su triangulación. Al utilizarla como base notaron que si seguían las líneas diagonales del cuadrado de la base, trazaban con toda exactitud el Delta del Nilo, y que el meridiano pasaba exactamente por el ápice de la pirámide, cortando el Delta en dos partes iguales.

Es evidente que alguien había dispuesto que la pirámide estuviese en aquel lugar por una razón especial. Ulteriores estudios de las medidas del monumento demostraron que si el perímetro de su base es dividido por el doble de su altura se obtiene la cifra 3,1416, ó pi. Su orientación es exacta, dentro de los 4 minutos 35 segundos. La pirámide tiene su centro en el paralelo 30, lo cual es de por sí desusado, puesto que separa la mayor parte de la superficie terrestre del planeta de la mayor porción cubierta por el océano. Desde el lado Norte sale una galería que lleva a la cámara real. Desde el final de esta galería, y a través de millones de toneladas de rocas perfectamente dispuestas, se puede ver en línea recta la estrella polar, que en la época de la construcción de la pirámide pertenecía a la constelación del dragón. La altura de la gran pirámide multiplicada por un billón da la distancia de la Tierra al Sol. Cada lado resultó igual, en codos, al número de días que tiene el año. Otros cálculos indican el peso de la Tierra y su radio polar, y el estudio de un receptáculo oblongo de granito rojo hallado en la cámara real sugiere todo un sistema de medidas de volúmenes y dimensiones. Los estudios de la gran pirámide han sido el tema de muchos. La mayor de las pirámides egipcias es aparentemente la única que contiene tales medidas, y no existen indicios de que los egipcios pensaran, a lo largo de los siglos, que hubiese allí nada, excepto tesoros, o tuviera otra finalidad que la de ser la tumba del faraón. Estas maravillas arquitectónicas nos confirman que hay un aspecto misterioso en el origen de la civilización egipcia: aproximadamente en la época de la primera dinastía, alrededor del 3200 a.C.. En efecto, Egipto pasó repentinamente de una cultura neolítica a otra avanzada, con herramientas de cobre muy eficaces, que les permitieron construir grandes templos y palacios y con las que desarrollaron una civilización avanzada y una escritura muy elaborada. Aparentemente, no pasaron por una etapa intermedia. Manetón afirmaba que había sido obra de los dioses que gobernaron el país antes de Menes, el primer faraón. Y aquí vuelve a aparecer la posible explicación de la Atlántida como origen de todos estos conocimientos.

Existen unos 150 Upanishads, libros sagrados hinduistas, aunque la tradición afirma que los Upanishads son 108, de acuerdo con el número cabalístico hinduista. La mayoría están escritos en prosa con algunos rasgos poéticos, pero cierto número de ellos han sido compuestos en verso. Su extensión puede ir desde una página impresa hasta unas cincuenta páginas. Se piensa que su forma, como se la conoce hoy en día, se adoptó entre los años 400 y 200 a. C. Por lo tanto representan un aspecto del hinduismo védico casi tardío. No obstante, se cree que algunos Upanishads fueron compuestos un par de siglos antes, en el siglo VI a. C. En la actualidad, los hinduistas creen que todos los Upanishads fueron escritos por el avatar Viasa «a finales del dwápara-iuga», lo que, según los cálculos astrológicos de Varaja Mijira (505-587),  habría sucedido entre el 3200 y el 3100 a. C., pero la mayoría de los historiadores actuales creen que fueron compuestos desde el siglo VI a. C. en adelante. Los Upanishads se han atribuido a varios autores: Iagñavalkia y Uddalaka Aruni ocupan un lugar destacado en los primeros Upanishads. Otros escritores importantes incluyen Shweta Ketu, Shandilia, Aitareia, Pipalada y Sanat Kumara. Existen dos mujeres importantes mencionadas como interlocutoras de los sabios varones: Maitrei, la esposa de Iagñavalkia, y Gargui. Radhakrishnan considera que las atribuciones a estos autores en el texto son poco fiables, considerando que estos supuestos autores son en realidad personajes de ficción. Un ejemplo es Shuetaketu, personaje y autor del Chandoguia-upanishad, de quien no hay fuentes o libros que lo mencionen, ni ninguna otra obra atribuida a él. Según Radhakrishnan, la mayoría de los Upanishads se mantuvieron en secreto durante siglos, y se transmitían a otras personas por vía oral en el forma de sloka (versos cantados), lo que hace difícil determinar cuánto han cambiado los textos actuales a partir de los textos originales. Los Upanishads, antiquísimos libros religiosos de la India, contienen algunos pasajes que durante siglos parecieron oscuros y difíciles de interpretar. En cambio, si se consideran desde el punto de vista de la composición molecular de la materia, resultan bastante sencillos. Constituyen otro caso de conocimiento científico conservado gracias a libros sagrados. A la antigua India le debemos nuestro conocimiento del cero, o más bien nuestro uso del cero. Nos llegó desde allí a través de los árabes, que lo escribían como un punto. Sin embargo, los mayas de México y Guatemala también lo conocieron y lo utilizaron con asombrosa exactitud en cálculos astronómicos y cronológicos.

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En los calendarios del antiguo Egipto y de México se advierte una interesante coincidencia astronómica. Ambos calcularon, o tal vez recibieron la información de otra fuente, que el año está compuesto de 365 días y seis horas, basándose en una división de los meses que dejaba cinco días complementarios al final de cada año y una cantidad adicional en cada ciclo, que en el caso de los aztecas era de 52 años, y en el de los egipcios de 1460 años. Nuestra fecha equivalente al comienzo del año azteca y egipcio, que iniciaban el suyo en el mes de Toth, era para ambos el 26 de febrero. Otra muestra de una civilización común. Tal vez la Atlántida. Sin embargo, junto a estos notables conocimientos, matemáticos y de otra naturaleza, nos encontramos con la sorpresa de que los mayas y otros pueblos amerindios no conocían las posibilidades que ofrecía la rueda para el transporte. Se pensaba que ninguno de ellos había conocido el uso de la rueda, hasta que se encontraron ciertos juguetes mexicanos antiguos, con ruedas. Tal vez la conocieron en una época y luego la olvidaron. O quizás utilizaban algún otro medio de transporte. Cierto es que cuando los conquistadores españoles llegaron a América, la civilización maya se hallaba en un período de decadencia, y también la gran cultura tolteca de México se había eclipsado, lo mismo que la de los primeros constructores sudamericanos del Cuzco y Tiahuanaco. Es posible que hubiesen estado influidos por una gran y avanzada cultura, pero que con el tiempo, una vez desaparecida aquella gran cultura, tal vez la Atlántida, se hubiesen ido degradando. En las ruinas mayas pudo advertirse una sorprendente similitud con la arquitectura del antiguo Egipto. Los mayas construyeron pirámides, columnas, obeliscos y estelas, pero no el verdadero arco. Asimismo  utilizaron jeroglíficos y bajorrelieves como elementos decorativos y como descripción de sus costumbres en frisos de piedra. Aunque otras arquitecturas amerindias también recuerdan a la egipcia, con sus pirámides y construcciones que se extienden por Centro y Sudamérica, la maya es a la vez la que más se asemeja a la de Egipto. Al estudiar el origen de las culturas maya, olmeca y tolteca y el de las civilizaciones de otros pueblos precolombinos de América Central, vemos que Sahagún, cronista de la conquista española, consigna un curioso informe tomado de fuentes antiguas, en el sentido de que sus culturas se exportaron a México y América Central desde otro lugar. Y cita el siguiente párrafo de un documento indígena: “… vinieron atravesando las aguas y desembarcaron cerca (en Vera-cruz)… los ancianos sabios que tenían todos los escritos, los libros, las pinturas”.

Edgarton Sykes ofrece una interesante explicación respecto a la costumbre maya de abandonar sus ciudades y construir otras nuevas: “Si los mayas llegaron desde territorios situados al este de la América Central, sin duda, vivieron en esas regiones que posteriormente quedaron sumergidas, lo cual les habría obligado a abandonarlas y a construir otras que finalmente también se hundieron. Este hábito de huir de los territorios inundados podría explicar la costumbre maya de abandonar una ciudad tras otra antes de que el mar les alcanzara“. Frente a la costa mexicana y bajo las aguas del Caribe, existen ruinas mayas, y algunos especialistas piensan que las numerosas nueva ruinas bajo el mar, descubiertas en una prospección aérea, corresponderían también a esa cultura o tendrían un origen aún más antiguo. El aparente retroceso cultural desde un punto de partida muy avanzado, es también  evidente en el Imperio inca. En efecto, los pueblos que precedieron a los incas en Sudamérica dejaron construcciones que resultan inexplicables. Cuando examinamos los restos arquitectónicos de Perú y Bolivia nos resulta imposible comprender cómo fueron construidos. Los bloques de piedra del Cuzco son de dos tipos distintos, los que utilizaron los incas en sus templos y palacios y los que aparecen en las construcciones más antiguas, de enormes proporciones y que encajan exactamente unos con otros. Estas construcciones habrían sido obra de los predecesores de los incas, de quienes sólo nos han quedado algunas leyendas. Aquí, al igual que en otras construcciones megalíticas, nos preguntamos cómo pudieron los pueblos primitivos cortar y transportar por terrenos montañosos estas piedras ciclópeas, aún mayores que las de las pirámides egipcias. Asimismo es sorprendente cómo pudieron los predecesores de los incas encajar los bloques con tanta perfección, si no disponían de una avanzada tecnología o de poderes paranormales. Otro enigmático tema es por qué no cortaron los bloques de piedra en líneas rectas, en lugar de usar extraños ángulos para luego hacerlos coincidir. Una posible respuesta sería que intentaban dotar a los edificios de una mayor resistencia a los terremotos, ya que en la región andina se han producido terribles movimientos terrestres, incluso en épocas relativamente recientes. La ciudad de Tiahuanaco, a orillas del lago Titicaca, en Bolivia, constituye otra inexplicable ruina ciclópea. A su llegada, los primeros españoles ya la encontraron abandonada y en ruinas. Estaba construida con enormes bloques de piedra, algunos de los cuales pesan hasta doscientas toneladas, que estaban unidos mediante pernos de plata. Dichos pernos fueron sacados por los avariciosos conquistadores españoles, lo que provocó que los edificios se desplomaran en los siguientes terremotos.

En Tiahuanaco se han encontrado piedras de cien toneladas enterradas para servir de cimientos a las murallas que sostenían las construcciones. También se hallaron marcos de puertas de tres metros de altura y setenta centímetros de ancho, esculpidas en bloques de piedra de una sola pieza. Según las leyendas locales, la ciudad fue construida por los dioses. Lo que es evidente que los constructores eran superhombres o disponían de una avanzada tecnología, ya que estas enormes ruinas se hallan a 4000 metros de altura y en una zona árida, incapaz de proporcionar los alimentos necesarios para alimentar a una gran población, que sería indispensable para levantar construcciones tan inmensas. Algunos arqueólogos sudamericanos creen que Tiahuanaco fue construida en una época en que estaba a un nivel de casi 3200 metros por debajo del actual. De hecho, en los alrededores existe un antiguo puerto abandonado. Esta teoría se basa en los cambios que ha experimentado la cordillera de los Andes y que vienen atestiguados por los depósitos de piedra caliza y las líneas de demarcación del agua que han quedado en laderas y montañas. Además se apoya en el supuesto de que la región de los Andes y del lago Titicaca fue levantada en poco tiempo, destruyendo y despoblando Tiahuanaco y otros centros de esta cultura prehistórica. Los restos de antiguos animales, como mastodontes, toxodones y perezosos gigantes, encontrados en lugares cercanos sugieren este sorpresivo cambio de altitud. Esos animales no podrían haber vivido en la altura que dichos territorios tienen en la actualidad. Y tampoco la población necesaria para construir una ciudad como aquélla, habría podido subsistir en una zona tan árida y elevada. Entre las ruinas se han encontrado representaciones de estos animales en cerámicas, debidas a la mano de los antiguos habitantes de la región, posteriormente desaparecidos. Algunos arqueólogos calculan que Tiahuanaco fue abandonada hace unos diez o doce mil años. Curiosamente este cálculo coincidiría con el que los sacerdotes egipcios comunicaron a Platón como época del hundimiento de la Atlántida. Mientras una parte del mundo se hundía, otra se levantaba, como si se produjeran grandes pliegues o balanceos de la superficie de la Tierra. Se cree que en este supuesto pliegue también fue afectada la costa occidental sudamericana.

Charles Frambach Berlitz (1914 – 2003), escritor estadounidense, muy conocido por sus obras sobre fenómenos paranormales y sobre enseñanza de idiomas, en 1977 publicó el libro Misterios de los Mundos Olvidados, en uno de cuyos pasajes describía el descubrimiento de una ruinas submarinas en la costa del Perú, de la cual se tomaron fotografías, pero fueron celosamente censuradas. Berlitz escribía: “En 1966, un gran descubrimiento llevado a cabo a la altura de la costa del Perú produjo gran conmoción en el mundo de la arqueología, aunque nunca se llegó a hacer público. Todo comenzó cuando la Universidad de Duke patrocinó un viaje de investigación oceanográfica, bajo la dirección del doctor Robert Menzies, con el exclusivo fin de localizar cierta especie rara de molusco marino en la zanja de Milne-Edward, frente a la costa peruana. En el curso de esta búsqueda, las cámaras fotográficas captaron lo que luego fue descrito como columnas talladas, que se extendían por una llanura submarina a una profundidad de mil brazas. Posteriormente se utilizaron modernos aparatos de sonar, y se comprobó la existencia de otras columnas y rocas talladas en la vecindad, que parecían ser restos de antiguas construcciones, aunque, según el doctor Menzies, la idea de una ciudad hundida en pleno Pacífico era algo verdaderamente increíble. Una inspección preliminar de las factorías que se obtuvieron demostró que las columnas no sólo estaban talladas sino que además, parecían grabadas con ciertos caracteres escritos. El hecho de que las columnas fuesen fotografiadas a tanta profundidad no significa forzosamente que fueran construidas en aquel lugar cuando la tierra estaba por encima del nivel del mar; podían ser los restos del cargamento de un galeón español hundido en aquellos parajes. No obstante, la presencia cercana de lo que parecían restos de edificaciones en caja perfectamente con la teoría arqueológica sobre catastróficos cambios de terreno en muchos lugares de Sudamérica. Nos referimos a aquellos cataclismos que elevaron a cientos de metros muchas tierras bajas; que vaciaron lagos y mares interiores, el nivel de cuyas aguas puede observarse todavía en las marcas que dejaron en las montañas circundantes; que resquebrajaron ciertas montañas, pusieron al descubierto sus cuevas interiores y lanzaron parte de las mismas sobre las altiplanicies vecinas; que hundieron otras ciudades en profundas zanjas a la altura de la nueva costa formada. Las fotografías de estas columnas talladas se guardan celosamente en los archivos oficiales y jamás se ha dado ninguna información sobre las mismas. Tampoco se ha intentado organizar una expedición para rescatarlas del fondo del mar, ya que ello implicaría unos gastos considerables“.

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El doctor Maurice Ewing, del Observatorio Geológico Lamont, hizo la siguiente declaración, refiriéndose al sistema de fallas y cordones sísmicos del océano: “…El efecto opuesto a la tensión es la compresión, que da como resultado el pliegue de la superficie terrestre. Los sistemas montañosos continentales, como las Montañas Rocosas y los Andes, tuvieron su origen probablemente en uno de esos pliegues”. Existen otros indicios de  civilizaciones prehistóricas en Sudamérica que resultan desconcertantes. Por ejemplo, los juguetes con ruedas en el antiguo México. Asimismo encontramos una tradición que afirma que los antiguos habitantes de la región peruana desarrollaron un sistema de escritura jeroglífica similar a las de civilizaciones centroamericanas. Pero los incas lo prohibieron e introdujeron su propio sistema de registro, basado en cuerdas anudadas y coloreadas, llamadas quipus. Estas cuerdas, que servían para llevar un registro de los tributos, los impuestos y el censo, es posible que constituyeran de por sí un sistema de escritura o cálculo. Algunas de las construcciones antiguas son tan enormes que resultan casi inverosímiles. Por ejemplo, en Cholula, México, hay una colina que fue originalmente una pirámide y ahora está coronada por una iglesia. Se cree que fue construida como refugio, en prevención de futuras inundaciones. Pero la tradición dice que una confusión de idiomas provocó la dispersión de los constructores, una leyenda que recuerda a la de la torre de Babel. En las afueras de Quito, Ecuador, hay una montaña que tiene una forma tan regular que algunos observadores piensan qué se debe a la mano del hombre, y que, en realidad, se trataría de una pirámide gigantesca. De todos modos, la impresión general es que resulta demasiado grande como para haber sido hecha por el hombre. Las enormes pirámides toltecas y aztecas eran las bases de templos levantados en la cima, y maravillaron tanto a los españoles que las llamaron “mansiones del cielo”. En el mundo atlántico y en el Mediterráneo antiguo encontramos monumentos y construcciones de piedra de grandes proporciones. En efecto, encontramos los misteriosos círculos monolíticos de Stonehenge, los dólmenes de Bretaña y Cornualles, los fuertes neolíticos de Irlanda y las islas Canarias, las pirámides, que vemos en Egipto, América y Mesopotamia, los conjuntos de cavernas de Cerdeña, Malta y las islas Baleares, así como la existencia en la Grecia y Micenas arcaicas de restos de una arquitectura ciclópea similar a la del Yucatán.

La finalidad concreta de algunas de estas estructuras megalíticas no resultan claros a primera vista. Los grandes círculos de piedra de Stonehenge, en Inglaterra, son interesantes no sólo por el tamaño de las piedras, sino también por la forma en que fueron erigidas. El eje central de Stonehenge coincidía exactamente con la salida del sol en pleno verano. Otros hallazgos parecen confirmar el propósito de que fuera un enorme reloj astronómico, y todo ello demuestra que sus constructores no sólo tenían conocimientos de astronomía sino también de trigonometría. En Avebury encontramos otra serie de construcciones de piedra destinadas a servir de calendario y grandes dibujos planos que fueron trazados en la tierra, pero que sólo resultan visibles desde arriba. Estos grabados son tan grandes que su diseño pétreo sólo puede ser advertido mediante la exploración aérea. Esto nos lleva a la antigua India. La epopeya Mahabharata nos habla de terribles armas y se considera que tiene, por lo menos, 5.000 años de antigüedad. Vale la pena leer esta epopeya con los ojos del conocimiento moderno. También es sorprendente que en elRamayana, las vimanas, máquinas voladoras, navegasen a gran altura con la ayuda del mercurio y de un fuerte viento propulsor. Las vimanas podían cubrir enormes distancias y podían viajar hacia todos los lados. Tenían una  increíble capacidad de maniobra: “Al mandato de Rama, la magnífica carroza se elevó a una montaña de nubes con un enorme estruendo“. No solamente se menciona un objeto volador, sino que también el cronista habla de un enorme estruendo. Otro pasaje del Mahabharata dice: “Bhima voló con su vimana en un rayo enorme, brillante como el sol, e hizo un ruido como el trueno de una tormenta“. ¿Cómo pudo un antiguo cronista dar descripciones que presuponen tener idea de naves volantes? En el Samsaptakabadha se hace una distinción entre carrozas que vuelan y las que no pueden hacerlo. En Cornualles tenemos una zona en la que están situados muchos misteriosos dólmenes. Es una península y es la parte de Inglaterra que más se adentra en el Atlántico, avanzando tal vez hacia el lugar, probablemente la Atlántida, de donde llegaron los constructores originales para levantar los que parecen enormes “relojes planetarios” de piedra. Al otro lado del Atlántico, en una región desértica, Nazca, que se encuentra a unos 200 kilómetros al sur de Lima, Perú, existe una sorprendente serie de formas geométricas que aparecen junto a inmensas figuras de pájaros, animales y personas dibujadas en la tierra. Sus dimensiones son tan grandes que sólo pueden apreciarse desde el aire. Pero aún más insólito resulta el conjunto de líneas y franjas trapezoidales. Al igual que los dibujos, no fue advertido hasta 1939, cuando las observó desde un avión un profesor de historia que estudiaba las técnicas antiguas de regadío. Ello nos vuelve a llevar al tema de los vimanas de la antigua India.

Se cree que estas figuras se deben a la cultura nazca, un pueblo indio anterior a los incas y posteriormente desaparecido. Una de las teorías al respecto afirma que estas líneas están relacionadas con el solsticio y el equinoccio de la era nazca. En otras palabras, que serían un enorme calendario astronómico similar a los de Stonehenge y Avebury. Los conquistadores españoles encontraron la ciudad de Tiahuanaco ya casi abandonada por los indios que vivían allí. Supieron que los Incas habían estado ahí, al menos un siglo antes que ellos, y que habían encontrado la misteriosa ciudad ya en ruinas y aparentemente desierta desde mucho tiempo antes. Cuando preguntaron sobre el origen de la ciudad les explicaron que Tiahuanaco fue construida en una sola noche por gigantes desconocidos. Los Incas hablaban de los habitantes originales de la ciudad y de su fundador, Kon Tiki, más tarde llamado Viracocha, que fue un dios blanco y barbado, al que se  ha relacionado con el Quetzalcóatl azteca. El monumento llamado la puerta del sol, a la entrada de la ciudad, es un arco tallado de una sola piedra y que mide tres por cuatro metros. Tiene una serie de grabados que representan un calendario de 260 días, correspondientes al año solar venusino. Dice una antigua leyenda, que en la noche de los tiempos, llegó a este mundo una mujer celeste en una nave brillante como el Sol, para engendrar una nueva raza de hombres de origen divino. Esta mujer fue llamada por sus descendientes Orejona, por sus largas orejas, similares a las de los gigantes de la isla de Pascua. Se dice también que esta mujer tenía sólo cuatro dedos en cada mano y que una vez terminada su labor se marchó para siempre en su carro celeste. Los descendientes se multiplicaron y poblaron la zona, en donde nació más tarde otra leyenda que habla de un dios llamado Kon Tiki, que arribó del mar para enseñar a los nativos la ciencia de la astronomía, matemáticas y técnica, a fin de poder construir ciudades tan colosales como Tiahuanaco. Kon Tiki se marchó hacia el mar, de donde había venido. Podría pensarse que las líneas de Nazca formaban parte de un sistema de orientación para el aterrizaje de las naves de los dioses. Pero desgraciadamente los descendientes de los nazcas han olvidado la finalidad para la que fueron construidos.

Las antiquísimas pinturas de las cavernas de Europa, en Lascaux, Altamira y otros lugares, lo mismo que las de Tassili, en el Sahara, generalmente se consideran obra del hombre de Cromagnon, correspondiente a una cultura pre-glacial que habría existido hace unos treinta mil años. Algunas de esas pinturas resultan muy elaboradas en cuanto a estilo, composición y tratamiento del tema, de modo que parecería que las cavernas en que se hallan hubiesen sido utilizadas por grupos prehistóricos muy diversos. Entre ellos había algunos que poseían una técnica artística muy estilizada. Al examinarlas ahora, al cabo de más de treinta mil años, parecen extrañamente modernas, a diferencia de lo que ocurre con muchos de los períodos artísticos de los siglos intermedios. Tal vez fueron refugiados de una región sumergida en el océano Atlántico, como se cree fue la Atlántida. Sin embargo, ninguna de las similitudes arriba descritas, ni las formas arquitectónicas aparentemente relacionadas con ellas aportan prueba alguna de la existencia de la Atlántida. Actualmente es sólo una hipótesis de trabajo, que si resulta cierta, haría que muchos aspectos, aparentemente inconexos, encajaran perfectamente. Esta sería una explicación atlántica, basada en la presunta existencia de un antiguo continente atlántico, que sería una especie de puente terrestre entre América y Europa. Esta supuesta conexión terrestre explicaría también los hallazgos de huesos de mamuts o elefantes, leones, tigres, camellos y caballos primitivos que se han encontrado en América. Aunque ninguno de esos animales estaba allí cuando llegaron los españoles, sus restos han sido identificados. Una tradición sobre Bochica, el maestro que llevó la civilización a la nación muisca, cuenta que un hombre desconocido, entrado en años, con el cabello blanco recogido por una cinta y la barba hasta la cintura, vistiendo una túnica hasta las pantorrillas, sobre la cual llevaba una manta anudada por las puntas sobre un hombro, y armado con un bordón de macana, llegó montado en camello por el oriente y entró al reino muisca por el poblado de Pasca, al sur de la capital del Zipazgo. De allí se trasladó a Bosa. En esta zona era llamado Chimizayagua, que quiere decir mensajero de Chiminigagua. Enseñó a hilar algodón y tejer mantas. Al salir de cada pueblo dejaba telares pintados en alguna piedra lisa, vestigios que todavía hoy se observan en ciertos lugares del Altiplano cundiboyacence. De Bosa pasó a los pueblos de Fontibón, Funza, Serrezuela y Zipacón, desde donde emprendió una marcha hacia el norte, llegando a Cota, donde residió algún tiempo. Pasó luego a Gámeza y se retiró a la cueva de Toyá, donde recibió la visita de los caciques de Tópaga, Tota, Pesca y Firavitoba. Prosiguió su viaje por el nordeste hasta llegar a territorio de los indígenas guanes. Algunos lo dibujaron en rocas de las márgenes del río Sogamoso, donde se recogía a meditar.

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Luego de permanecer un tiempo entre los guanes, Bochica retornó hacia el este, entró a la provincia de Hunza (Tunja), territorio del Zaque, y se estableció por algún tiempo en Sogamoso, la capital muisca del Sol. Desapareció en el pueblo de Iza, donde quedó estampada la huella de uno de sus pies, y desde entonces el lugar se convirtió en sitio de peregrinación. Bochica predicó la consideración que hacia los grandes gobernantes, el Zipa en Bacatá y el Zaque en Hunza, debían tener los caciques, puesto que el Zipa era hijo de Chía, la Luna, y el Zaque era hijo del Sol, cuyo templo, recubierto de láminas y estatuillas de oro, se erigía en Sogamoso, y que fue incendiado y desmantelado por los españoles durante la Conquista. El elefante, o quizás el mamut, es un motivo que aparece con frecuencia en el arte y la arquitectura amerindia, a pesar que al llegar los españoles no hallaron ninguno de estos animales.  Evidentemente, los amerindios parecían conocer que los elefantes poseían una trompa. En Palenque, Yucatán, se encontraron adornos con forma de cabeza de elefante y máscaras en bajorrelieve representando el enorme animal, y en Wisconsin existe aún un promontorio que luce claramente la figura de un paquidermo en sentido vertical. Con razón se le conoce como el montículo del elefante. También se han descubierto pipas de esa forma en otro promontorio indio, en Iowa. En la América Central precolombina se hallaron pequeñas reproducciones de elefantes alados, fabricados en oro, que se usaban como adornos para colgantes. En relación con este último caso, un crítico italiano sostuvo que si los elefantes no tienen alas hoy, probablemente tampoco las tenían entonces. Pero entonces, ¿cómo se explican los caballos alados, como Pegaso, que encontramos en nuestras propias leyendas? El coronel A. Braghine, en su libro El enigma de la Atlántida, sugiere la existencia de una posible relación entre elefantes y mamuts y las variaciones ocurridas en la superficie terrestre en la misma época del supuesto hundimiento de la Atlántida. Traza un paralelismo entre los numerosos mamuts que se han hallado congelados en Siberia, de una antigüedad estimada de unos doce mil años, y un campo entero de huesos de mastodonte que ha aparecido en Colombia, cerca de Bogotá. Braghine piensa que todos esos animales murieron a consecuencia de un súbito cambio climático. Algunos de los mamuts siberianos aparecieron de pie, congelados y con restos de comida sin digerir en sus estómagos. Pero este tipo de alimentos ya no existe en aquella región. Por otra parte, se ha sugerido que pudieran haberse ahogado en un mar de lodo que posteriormente se congeló.

Braghine piensa que la repentina muerte de los mastodontes se debió a una súbita elevación del terreno en que pastaban, como lo indica la cantidad de huesos hallados en un solo lugar, cerca de Bogotá. Se calcula que ambos fenómenos, la elevación de Sudamérica y la inundación y congelación de los pantanos siberianos, fueron acontecimientos contemporáneos, aproximadamente en la época en que, según Platón, se habría producido el hundimiento de la Atlántida. Tenemos el caso de otros animales menores que también servirían de prueba para la teoría de que Europa y América  estaban casi unidas allí donde hoy tenemos océanos. Seguramente una gran isla-continente, como la Atlántida, habría permitido el fácil paso de un continente al otro. En Europa, el Norte de África y en las islas del Atlántico, aparece el mismo tipo de gusanos de tierra. Tanto en América como en Europa se puede encontrar un mismo crustáceo de agua dulce, y hay ciertas especies de escarabajos excavadores que sólo se desarrollan en América, África y el Mediterráneo. De las mariposas halladas en las islas Azores y Canarias, dos terceras partes son iguales a las de Europa y alrededor de una quinta parte a las de América. Hay un molusco, llamado oleacinida, que sólo existe en América Central, las Antillas, Portugal y en las Azores y Canarias. Dado que los moluscos están pegados a las rocas y salientes próximos a la costa, y a que sólo se desplazan a otros lugares cuando hay determinadas temperaturas, tienen que haber existido algunos puentes terrestres que explicarían la presencia de estos moluscos, en puntos tan distantes unos de otros. En una caverna de la isla de Lanzarote, cerca de la Cueva de los Verdes, en las islas Canarias, existe un estanque de agua salada en el que habitan unos pequeños crustáceos llamados munidopsis polymorpha, que son ciegos y que no existen en ningún otro lugar. Otras especies, similares a la anterior pero no ciegas, los munidopsis tridentata, viven en lo que podría ser la salida submarina de esta laguna atlántica, situada casi a una milla de distancia, en el océano. Los científicos que han estudiado este fenómeno piensan que los munidopsis polymorpha ciegos quedaron atrapados en el estanque subterráneo hace miles de años y perdieron gradualmente la vista. Durante el descubrimiento de las islas Azores se encontraron conejos, lo que sugiere la existencia de algún tipo de conexión terrestre.

Antes de la conquista europea, las Islas Canarias estaban habitadas por distintas poblaciones que popularmente se han venido conociendo como guanches, aunque en realidad, en cada isla tenía una denominación distinta. Los antiguos habitantes de Canarias eran un pueblo entroncado con los antiguos bereberes del norte de África que, al igual que los guanches, probablemente tenían un origen atlante. Hasta mediados del siglo XX, algunos investigadores defendieron una teoría que vincula a las poblaciones bereberes con los germánicos. Sin embargo, esta teoría es rechazada actualmente por historiadores y antropólogos. En cuanto al poblamiento de las islas, las teorías más aceptadas en la actualidad son aquellas que defienden que estas poblaciones fueron traídas o bien por los fenicios o bien por los romanos. Otra hipótesis indica que existieron sucesivas oleadas migratorias producidas primero por la desertización progresiva del desierto del Sáhara y después por la presión del Imperio romano sobre el norte de África. Además, tanto el tipo humano como las raíces lingüísticas apuntan a una casi segura procedencia bereber. En todas las Canarias existen topónimos de clara ascendencia bereber o tamazight (Tegueste, Tinajo, Tamaraceite o Teseguite). Las principales actividades económicas de estas poblaciones eran el pastoreo, la agricultura, la recolección de frutos y bayas y el marisqueo en las costas. Es difícil separar los relatos de los mitos oceánicos de la antigüedad y las referencias directas a las Islas. En la Antigüedad Clásica el Atlántico era el límite del mundo conocido y los relatos míticos sobre los Campos Elíseos o el Jardín de las Hespérides se mezclan con los conocimientos geográficos de la época. Las citas más antiguas son dudosas y probablemente hacían referencia a distintos puntos del Mediterráneo occidental y de la costa atlántica norteafricana. En los textos romanos de Plinio el Viejo, las islas Canarias aparecen ya citadas y descritas. Posiblemente las islas fueron descubiertas por primera vez por el explorador cartaginés Hannón, en su primer viaje de circunvalación africano, en el año 570 a.C. El primer documento escrito con una referencia directa a Canarias se debe a Plinio el Viejo, que cita el viaje del Rey Juba II de Mauritania a las islas en el 40 a. C, y se refiere a ellas por primera vez como Islas de los Afortunados. En este documento también aparece por primera vez el término Canaria, utilizado probablemente para hacer referencia a la isla de Gran Canaria.

De acuerdo con Plinio, este nombre le fue dado a la isla en memoria de dos grandes mastines que los enviados de Juba capturaron allí y llevaron posteriormente a Mauritania, en realidad en el actual Marruecos, y que aparecen representados a ambos lados del actual escudo de Canarias. Esta historia, no obstante, tiene algunos visos de no ser exacta, entre otras cosas porque se sabe que a la llegada de los castellanos y otros navegantes europeos posteriores, las razas de perro nativas del archipiélago eran de pequeño tamaño. El geógrafo hispanorromano Pomponio Mela las situó por primera vez con exactitud en un mapa, y Plutarco fue informado por el general Sertorio de la existencia de las islas, a las que este último pensó en retirarse desde España por sus problemas políticos. Durante mil años, entre los siglos IV y XIV, las islas parecen desaparecer de la historia. El único testimonio documental de esta época, muy dudoso, es el famoso viaje de San Borondón, cuya leyenda se extendió durante siglos por la Europa cristiana. Durante la Edad Media fueron visitadas por los árabes. En el siglo XIV se produce el redescubrimiento de las islas. Se produjeron numerosas visitas de mallorquines, portugueses y genoveses. Lancelloto Malocello se instala en la isla de Lanzarote en 1312. Los mallorquines establecieron una misión en las islas con un obispado, que permaneció desde 1350 hasta 1400, y del cual proceden algunas imágenes y tallas de vírgenes que actualmente son veneradas en las islas y que anteriormente lo fueron por los guanches. Los contactos mantenidos durante la Antigüedad clásica entre el mundo mediterráneo y Canarias, quedaron interrumpidos a partir de la decadencia y posterior caída del Imperio romano de Occidente. Eso no quiere decir, que las islas permanecieran en un absoluto aislamiento del exterior o que no se tuviera alguna información sobre ellas. Durante la Edad Media, las primeras informaciones sobre las islas Canarias las aportan fuentes árabes que se refieren a islas atlánticas que bien pudieran ser las Canarias. Lo que sí parece evidente es que este conocimiento no supone una alteración del aislamiento cultural de los aborígenes. A partir de finales del siglo XIII, menudean las visitas de europeos al archipiélago.  La primera visita documentada fue la de Lanceloto Malocello que, en 1312 se estableció en Lanzarote, permaneciendo en ella durante casi veinte años.

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Después de esta visita, el conocimiento que se tiene en Europa sobre las Islas aumenta. La información aportada por los primeros visitantes y la documentación cartográfica, especialmente el Atlas Catalán, facilitó las arribadas. Unas, las menos, tuvieron un carácter misionero, como fue el establecimiento de una comunidad franciscana entre 1350 y 1391, pero otras, la mayoría tuvieron un carácter económico, básicamente la captura de esclavos para ser vendidos en los mercados europeos. En el siglo XIV compiten por el control de Canarias genoveses, aragoneses-catalanes, castellanos y portugueses. En el siglo siguiente esta competencia quedó reducida a Castilla y Portugal. La conquista de Canarias se llevó a cabo entre 1402 y 1496. No fue una empresa sencilla en lo militar, dada la resistencia aborigen en algunas islas. Tampoco lo fue en lo político, puesto que confluyeron los intereses particulares de la nobleza y los estados, particularmente Castilla, en plena fase de expansión territorial y en un proceso de fortalecimiento de la Corona frente a la nobleza. Hay un misterio relacionado con las islas Canarias. Cuando fueron descubiertas, los habitantes de las islas Canarias no poseían embarcaciones, lo que no deja de extrañar tratándose de isleños. La explicación tal vez sería que antes residían en zonas montañosas del continente atlante. Frente a las Azores, en alta mar, suelen verse focas, a pesar de que generalmente esos animales no suelen abandonar la costa. La hipótesis atlántica explicaría que, probablemente, las focas habrían seguido una línea costera que prácticamente unía el Viejo y el Nuevo Mundo, para luego quedar prisioneras a causa de la catástrofe. A este respecto cabe recordar el informe de Aeliano, político romano miembro del Ordo Senatorius y de origen hispano, acerca de los “carneros de mar”, con cuyas pieles se confeccionaban las cintas que llevaban en torno a la cabeza los “gobernantes de la Atlántida”. Es posible que toda la fauna de las islas atlánticas, como moluscos, crustáceos, mariposas, conejos, cabras, focas, además de las personas, fuesen sobrevivientes en cumbres montañosas de un continente sumergido. Otra curiosidad la constituye la propia Edad de Bronce. El hombre comenzó a usar esta aleación de cobre y estaño muchos siglos antes de utilizar el hierro. Por otra parte, el uso del bronce era común en el norte de Europa y en Europa occidental, así como en el Mediterráneo, y tanto los incas del Perú como los aztecas de México lo conocían.

Las culturas de la Edad de Bronce de España, Francia, Italia, África del Norte, e incluso Europa del Norte, proporcionan constantemente pruebas de la existencia de una civilización mucho más avanzada de lo que antes se había supuesto. Por lo que sabemos, los indios de América nunca utilizaron el bronce, pero en cambio produjeron ciertas amalgamas de cobre. Las minas cercanas al lago Superior presentan indicios de minería cuprífera que datan del año 6000 a.C. Otros pueblos indios eran hábiles metalúrgicos, y los de México y América Central nos han legado hermosos y complejos utensilios y joyas fabricadas con metales preciosos. Los incas extrajeron enormes cantidades de oro y plata de sus minas y no las utilizaron para acuñar moneda, sino para fabricar artículos de gran belleza para dar realce a la Casa imperial. Al oro le llamaban “Lágrimas del Sol” y a la plata “Lágrimas de la Luna”. Según los primeros testimonios de los conquistadores españoles, en los jardines del rey inca existían árboles de plata admirablemente labrados en los que se posaban pájaros de oro. El uso del hierro forjado tuvo su origen en Asia Central y se difundió hacia el Este y el Oeste, mientras que su predecesor, el bronce, se extendió por un gran círculo alrededor del Atlántico, que parte desde América hacia Europa del Norte y se adentra en el Mediterráneo. La cultura etrusca constituye un ejemplo particularmente interesante del uso de bronce mediterráneo, con carretas y armas de ese metal que no pudieron resistir a los romanos. A partir de entonces se desvanecieron en la historia, dejando documentos escritos en un alfabeto que aún no ha sido traducido. No deja de ser una sorprendente coincidencia que Platón mencione específicamente el país de los etruscos, Liguria, como una de las colonias de la Atlántida. La cultura de la Edad de Bronce se extendió por el norte de África y llegó hasta Nigeria, donde el antiguo pueblo Yoruba desarrolló una avanzada y elaborada civilización. Entre otras estatuas de bronce encontradas en Ife, Nigeria, una de las más interesantes es la cabeza de Olokun, dios del mar, al igual que Poseidón, y de los terremotos. Vemos pues las similitudes que existen entre las diversas culturas de la Edad de Bronce prehistórica, que forman un arco extendido alrededor del Atlántico oriental y su entrada el Mediterráneo. También podemos observar la similitud de nombres que describen este mismo arco: Atlas, Antilla, Avalón, Arallu, Ys, Lyonesse, Az, Ad, Atlantic, Atalaya, y otros americanos, como Aztlán, Atlán, Tlapallan, etc. Son nombres que se aplican a una tierra o paraíso perdido, al territorio desde el cual llegaron los maestros, que estaría localizado en Oriente u Occidente, según la orilla del océano de donde provienen las leyendas. La existencia de la Atlántida nos podría ayudar a tratar de resolver algunos de los misterios de la Prehistoria.

Si aceptamos la teoría de un punto central en el Atlántico a partir del cual se habría difundido una importante civilización prehistórica, desaparecida posteriormente a causa de una catástrofe, podríamos explicar ciertas asombrosas coincidencias culturales y algunas leyendas comunes sobre inundaciones en el Nuevo y el Viejo Mundo, la distribución de algunos animales y pueblos, la elevación y hundimiento de masas terrestres, los indicios de retrocesos de la civilización, así como de conocimientos y técnicas perdidas que sólo se conservan en leyendas, o las evidencias de un arte muy elaborado que habría existido en períodos prehistóricos. Pero, por desgracia, queda aún en el terreno de la teoría debido a la falta de pruebas más concluyentes. Pero la fecha del origen de la civilización ha sido llevada más y más atrás en el tiempo, hasta un punto que antes era del dominio de las leyendas, hasta una antigüedad tan remota que coincide, al menos, con la época que señalara Platón para el hundimiento de la Atlántida. El teósofo Alfred Percy Sinnet (1840 – 1921) nos habla de los registros akásicos como una manera de conocer los acontecimientos del pasado. Los registros akásicos son una especie de memoria de todo lo que ha acontecido desde el inicio de los tiempos, que estaría registrada en el éter. Allí se almacenaría todo lo que ha acontecido desde el inicio de los tiempos y todos los conocimientos del universo. El adjetivo akásico es un neologismo acuñado por la teósofa británica Annie Bésant (1847-1933), que proviene de ākāśa, un término existente en el antiguo idioma sánscrito de la India, que significa ‘éter’, un fluido intangible, inmaterial y sutil, que los antiguos hinduistas suponían que penetraba todo el universo y sería el peculiar vehículo del sonido y la vida. Los ocultistas europeos medioevales indican lo mismo cuando hablan de la luz astral. Esta luz astral lleva en sí un registro de acontecimientos del pasado para los que pueden percibirlo e interpretarlo. Pero para la completa exploración de la luz astral  o los registros akásicos se necesitan elevadas facultades psíquicas. Según Sinnet, estas cualidades están en posesión de los más elevados instructores teosóficos, y a su ejercicio se debe parcialmente el conocimiento que poseen del remoto pasado del mundo.

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Además, Sinnet nos dice que los más altos iniciados del ocultismo poseen documentos escritos que han heredado de sus predecesores, y sus propias facultades les capacitan para comprobarlos en cualquier momento. Todo recuerdo es, en verdad, una lectura en la luz astral. Los objetos tangibles están unidos por corrientes magnéticas permanentes con los registros astrales. De  este modo, el ocultista puede hacer que las Pirámides de Egipto le cuenten su historia. La investigación sobre los comienzos de la civilización egipcia nos pone en relación con la raza atlante. Si nos remontamos a un millón de años atrás, nos encontramos en un periodo en que la población de la tierra era insignificante, a excepción de los núcleos de la raza atlante, que habitaba varias regiones de la tierra. Cuando los distintos grupos de la raza atlante, que habitaban en la Atlántida propiamente dicha, habían alcanzado un muy alto grado de civilización y poder, Egipto, entre otros países, estaba ocupado por un pueblo relativamente primitivo. Hace unos ochocientos mil años, el continente de la Atlántida comenzó a desaparecer. Este proceso se inauguró con una gigantesca catástrofe geológica, pero no hizo más que comenzar la desaparición o sumersión de la Atlántida. Los restos del antiguo continente atlante se mantuvieron, a pesar de las destructoras fuerzas de la naturaleza, hasta hace unos ochenta mil años, en que algunas partes del continente restante desaparecieron, quedando solo una gran isla, la  Atlántida de la tradición clásica, a la que se refirió Platón, que se sumergió en una gran convulsión natural hace unos once mil quinientos años, fecha originalmente obtenida de las enseñanzas ocultas y confirmada por los descubrimientos de Le Plongeon y el testimonio de Platón. Durante el largo periodo transcurrido desde el inicio de la gradual sumersión de los grandes territorios del continente original, hace unos ochocientos mil años, se produjeron extensas migraciones desde la Atlántida de entonces a otras regiones. En estas migraciones también figuraron los adeptos, o iniciados, los más avanzados espiritualmente de la raza atlante. La progresiva destrucción física de la Atlántida fue paralela a la degradación moral  del pueblo atlante, por lo que los adeptos más avanzados se apartaron de la degeneración de sus compatriotas así como del continente atlante, cuyo trágico destino conocían de antemano.

En aquel periodo, una gran parte de Europa, especialmente de la Europa oriental, era una marisma inhabitable, apenas elevada sobre las aguas. Pero Egipto, aunque muy diferente del Egipto actual, ya estaba habitado, como también lo estaban las comarcas que limitaban el Mediterráneo oriental. Más o menos a la mitad del largo periodo de progresiva sumersión de la Atlántida, una gran cantidad de adeptos atlantes, acompañados por un considerable numero de sus contemporáneos no iniciados, se migró a estas zonas, como también más tarde y de forma gradual se extendieron por las regiones occidentales de la actual Europa, así como también en muchas zonas del mundo oriental. Sobre el territorio que actualmente forma parte de las Islas británicas, aunque en aquel tiempo no estaban separadas del resto del continente principal, los adeptos atlantes dejaron huellas de su presencia, algunas   de las cuales aún pueden verse en la actualidad. En Stonehenge tenemos una evidencia de la dispersión atlante, aunque su construcción sea más reciente que la de las Pirámides de Egipto. Durante un largo período de tiempo, los adeptos que emigraron al país que se conocemos como Egipto, no realizaron tentativas para educar al pueblo nativo. Vivian sencillamente en el país, y allí probablemente tuvieron algunos discípulos a los que trasladaron parte de sus elevados conocimientos. Lo evidente es que el pueblo nativo se elevaba poco a poco gracias a las enseñanzas de una civilización superior. Además probablemente se produzco un mestizaje de los nativos con los miembros del pueblo atlante que acompañaron a sus maestros y  guías espirituales en sus emigraciones. Y llegó un tiempo en que la semilla sembrada germinó. Los adeptos comenzaron a enseñar y a gobernar en Egipto. Las tradiciones referentes a las duraderas líneas de Reyes Divinos, que precedieron a las dinastías facilitadas por Manetón, no fueron meras fabulas. Según la tradición egipcia los primeros reyes de Egipto no fueron hombres, sino dioses. Al principio de los tiempos, cuando los dioses descendieron sobre la Tierra, la encontraron cubierta por el fango y el agua. El principal de los dioses, al que los egipcios denominaron “Dios del Cielo y de la Tierra“, Ptah, fue el encargado de realizar grandes obras hidráulicas y de canalización, que lograron ganar terreno a las aguas.

Ptah ubicó su residencia en la Isla Elefantina, cerca de la actual Asuán, y desde allí controló las crecidas del Río Nilo, sentando las bases para la civilización. Después de 9.000 años de reinado, el Dios Ptah cedió el gobierno de Egipto a su hijo Ra, que al igual que su padre llegó a la Tierra en una barca celestial. El reinado de Ra duró 1.000 años, y le continuaron en el trono cinco dioses más, Shu (700 años), Geb (500 años), Osiris (450 años), Seth (350 años) y Horus (300 años). Esta Primera Dinastía de Dioses-Reyes rigió durante un “Tiempo Primero” o “Zep-Tepi“, el antiguo Egipto durante 12.300 años, sucediéndole una segunda dinastía con el Dios Thot a la cabeza, que alcanzó una duración de 13.870 años. Posteriormente a estos dos periodos, el poder fue cedido a gobernantes semidivinos, mitad hombre mitad dioses, durante 3.650 años en los que se sucedieron, uno tras otro, treinta reyes. En total fueron 17.520 años de poder y control de los dioses y semidioses, que finalizaron en un oscuro periodo de caos y anarquía, del que no existe la más mínima referencia, y que duró 350 años. Es en este momento cuando aparece la Primera Dinastía de gobernantes humanos, en la figura del faraón Narmer, o Menes, primer gobernante reconocido oficialmente por la egiptología y del que ya hemos hablado. Los egipcios estaban muy seguros de sus orígenes y de su historia. El tiempo era algo que controlaban muy bien los antiguos egipcios, precisamente gracias a sus dioses, quienes, según ellos, les enseñaron a dividir el año en doce meses de treinta días cada uno y divididos en tres semanas de diez días cada una. Este calendario alcanzaba 360 días, y era complementado con cinco días especiales. El año estaba formado por tres estaciones que venían claramente determinadas por el Río Nilo. La Primera Estación era la de la crecida del río, de mediados de junio a mediados de octubre. La seguía la Estación de la Germinación, que finalizaba a mediados de febrero. Por último la Estación de la Cosecha. Existían otros tipos de calendario, pero todos seguían una minuciosa y escrupulosa exactitud, transmitida generación tras generación. Hace 2.500 años, Heródoto escribía en su “Libro II de la Historia” que, en su visita a Egipto, los sacerdotes de Tebas le habían mostrado personalmente 341 estatuas, cada una de las cuales correspondía a una generación de sumos sacerdotes desde 11.340 años atrás en el tiempo. Le dijeron que las figuras representaban a hombres, pero que antes de esos hombres en Egipto reinaron los dioses, que habían convivido con los seres humanos.

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De todo ello guardaban datos muy precisos, ya que siempre, desde el principio de los tiempos, ésa había sido su misión. Otro historiador griego, Diodoro, que visitó Egipto en el Siglo I d.C., también habló y aprendió de los sacerdotes egipcios sobre su historia y tradición. Al igual que Heródoto pudo escuchar de boca de los sacerdotes que los humanos reinaban en el Valle del Nilo desde hacía poco menos de 5.000 años. Uno de los primeros cronistas de la Iglesia Cristiana, Eusebio, logró recoger numerosas crónicas que hacían el mismo tipo de referencias que Heródoto y Diodoro. Pero tal vez ninguno como Manetón, sumo sacerdote y escribano egipcio, supiese acaparar en sus textos la increíble historia de Egipto. Manetón fue contemporáneo de Ptolomeo, antiguo General de Alejandro Magno y fundador de la Dinastía Ptolomeica (304-282 a.C.). Manetón vivió en la Ciudad de Sebennitos y fue Gran Sacerdote en el Templo de Heliópolis, donde escribió los tres volúmenes de su Historia de Egipto, cuyos originales han desaparecido, y que conocemos en gran medida gracias al historiador griego Julio Africano, que recopiló numerosos fragmentos de su obra. Manetón o Manetho (verdad de Thot), relataba en esta obra que los dioses reinaron sobre Egipto durante 13.900 años, y los semidioses que les continuaron otros 11.000 años más. Gracias a su clase sacerdotal, pudo acceder a numerosa información restringida que había sido recogida durante cientos y cientos de años. Según sus fuentes, el primer Rey de Egipto fue Hefestos, quien inventó el fuego. Le siguieron Cronos, Osiris, Tifón y Horus. Después, los “Shemsu-Hor” o seguidores de Horus, de origen semidivino, gobernaron durante 1255 años. Les continuaron otros reyes por un periodo de 1.817 años. Algunos investigadores aseguran ver en los dibujos que hay en la tumba de Ramsés VI, Valle de los Reyes, seres con escafandras provenientes de las estrellas, tal y como aseguraban las antiguas tradiciones egipcias. Los Shemsu Hor (Sms Hr), tal como hemos dicho eran “seguidores de Horus“. El concepto evolucionó con el tiempo y se ha llamado así a una serie de reyes míticos que gobernaron Egipto antes que los faraones, a aquellos que ayudaban a Horus en sus luchas con Seth, y también se dio ese nombre a los sacerdotes que se ocupaban de los ritos funerarios. Según el Canon Real de Turín, los Shemsu Hor gobernaron Egipto durante seis mil años, entre el reinado de los dioses y los primeros faraones. Algunos autores traducen como compañeros de Horus, seres semidivinos con grandes conocimientos astronómicos, que legaron a los sacerdotes y faraones.

Manetón, historiador egipcio del siglo III a. C. que recibió el encargo del faraón Ptolomeo II Filadelfo de escribir la Historia de Egipto y que tenía acceso a la biblioteca del templo de Ra en Heliópolis, en donde era sacerdote, aseguró que gobernaron Egipto alrededor de 6.000 años, justo después de los “semidioses y reyes” de épocas anteriores. Antes que estos últimos, habían dirigido el país los “dioses“. Lo único que resta de la Aegyptíaka nos ha llegado a través de Eusebio de Cesarea. Tras los dioses reinaron los héroes durante 1.255 años, a los que siguieron unos reyes que gobernaron 1.817 años. Más tarde gobernaron 30 reyes de Menfis cuyos reinados suman en total 1.790 años. Les sucedieron diez reyes de Tis durante 350 años, y después de éstos llegaron los Shemsu Hor, que reinaron durante 5.813 años. Tras ellos llegó el primer rey dinástico, Menes, que gobernó el Valle del Nilo desde el año 3100 a. C. Según Jacqueline Moreira, de la Universidad de São Paulo, los Shemsu Hor podrían estar representados en la Paleta de Narmer, lo que según ella sugiere que la paleta es muy anterior a Narmer, posiblemente de un periodo en que Egipto estaba muy influenciado por el culto a Horus: “Nuestro otro supuesto es que el faraón y sus compañeros son los que la tradición egipcia sitúa en un remoto tiempo de su civilización, los Shemsu Hor que ejercieron un papel importante en la configuración del país como Imperio unido. En la Paleta estarían bien representados los Shemsu Hor en tres grupos distintos: un grupo no-humano, cuyos componentes acompañaban a Horus y tienen un papel clave en el viaje de los muertos, un segundo grupo que está ligado directamente a los antiguos gobernantes, anteriores a la primera de las dinastías de faraones, y que se refieren también a la ciudad de Nejen (tradicionalmente el hogar original de Horus, que coincide exactamente con el lugar donde la Paleta fue encontrada) y un tercer grupo de guerreros que han trabado batalla con los seguidores de Seth”. Tenemos otro periodo de más de 1.790 años en que tenemos treinta reyes que gobernaron en Menfis, y 350 años más de otros diez soberanos que reinaron en Tanis. En total, sólo el reinado de los semidioses hasta la aparición de los reyes de la Epoca Dinástica Temprana, alcanzó 5.813 años, una auténtica sorpresa para la historia oficial y para la cronología establecida por la moderna egiptología.

Este mismo problema ha aparecido con las Listas de Reyes Sumerios, aparecidas en distintos textos, como el W-B/144 ó el W-B/62, donde se establecen fantásticos gobiernos de los dioses que se remontan a docenas de miles de años antes de lo establecido por la arqueología oficial. En una antiquísima tabla mesopotámica existente en el Museo Británico y escrita en caracteres cuneiformes, aparece, según el investigador Zecharia Sitchin, un mapa de la ruta seguida por los dioses para llegar a nuestro planeta a través del Sistema Solar. Aunque tal vez el caso más conocido sea el de los Patriarcas Bíblicos, que vivieron un extraordinario número de años, como los míticos Adán, Set, Enós, Cainán, Mahaleel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec, Noe, Sem, Arfaxad, etc. A pesar del innegable esfuerzo de la arqueología por establecer una cronología lógica de los antiguos reinos e imperios, el prejuicio a la hora de establecer la existencia física de dioses, o extraterrestres, que todas las culturas establecen como los fundadores de las respectivas civilizaciones en la Tierra, hacen imposible profundizar en una verdadera historia, que continúa oculta a todos nosotros. La cada vez más reconocida antigüedad de algunos de los monumentos que nos han llegado, como es el caso de la Esfinge de Giza, han hecho posible que algunos investigadores hayan reconsiderado revisar las cronologías oficiales en los últimos siglos. Por desgracia los máximos responsables de la ciencia continúan aferrados al dogmatismo dominante. Los Reyes Divinos de Egipto probablemente fueron los primeros gobernantes adeptos procedentes de la Atlántida. Y la edad de oro de Egipto fue aquella que ellos gobernaron durante milenios, en un pasado muy remoto. Siguiendo hacia atrás la historia de los primeros monumentos de la civilización egipcia, con ayuda de los archivos askásicos, Sinnet opina que no solo tendremos que añadir algunos milenios más a las fechas convencionales de los modernos egiptólogos, sino que nos será preciso medir sus edades sobre la escala de la historia atlante. Según Sinnet, las pirámides fueron realmente construidas  en un periodo intermedio entre la primera inmigración de adeptos atlantes en Egipto y la etapa actual. En otras palabras, hace nada menos que unos doscientos mil años. Aunque sin duda fueron lugares de iniciación. La gran pirámide contiene más cámaras que las tres descubiertas hasta la actualidad. Parece que otro de los objetivos de la gran pirámide fue la protección de algunos objetos de gran importancia, relacionados con los misterios atlantes.

Se dice que esos objetos fueron sepultados en la roca y se erigió la pirámide sobre ellos, siendo su forma y magnitud las adecuadas para protegerla de los temblores de tierra, y de la sumersión bajo el mar durante las grandes catástrofes seculares en la superficie de la Tierra. Durante el largo periodo de su existencia, han sucedido varios grandes cambios en la superficie de la Tierra, como algunos geólogos reconocen. Las distintas elevaciones y hundimientos de continentes y de los lechos de los océanos, son debidas a una lenta pulsación de la Tierra, que pueden compararse a las ondulaciones de un mar que se eleva lentamente bajo la influencia de una oscilación imperceptible. Después de la erección de las primeras pirámides, una ondulación, relacionada con la que produjo la sumersión final del último trozo del continente atlante, deprimió la región que actualmente es el valle del Bajo Nilo, que está por debajo del nivel del mar que en la antigüedad cubría la parte norte de África, excepto los terrenos montañosos próximos a la costa mediterránea. La costa occidental era también tierra firme en el periodo en cuestión. Pero el actual desierto de Sahara era un mar, y ese mar se extendió por todo el país de Egipto, actualmente fertilizado por el bajo Nilo, ya que la enorme ondulación deprimió su nivel. El país del alto Nilo no quedó sumergido, y allí se refugió sin duda una gran parte de la población de Egipto, ya que la sumersión tuvo un carácter de cataclismo que llevo consigo la destrucción de la vida de aquellos que vivían en la región amenazada. A causa de ello hubo una importante migración del pueblo hacia Oriente y Occidente, así como hacia el Sur. Y durante algún tiempo, que no se sabe exactamente cuánto fue, aunque sí que fue poco comparado con el curso general de las ondulaciones de la corteza rocosa de la Tierra, las   pirámides y el territorio que las rodea permanecieron bajo el agua. Ello sugeriría la idea de que el presente curso del río Nilo no es el que seguía antes de la convulsión natural anterior. El curso de hoy difiere del que seguía en la época de la construcción de la gran pirámide, a la altura de Tebas. El templo de Karnak también es un monumento egipcio de enorme antigüedad, aunque no tan antiguo como la gran pirámide, y nunca estuvo sumergido. Pero en lo referente al curso del Nilo, fue diferente del de hoy a partir de la altura de Tebas, en los tiempo en que fue construido el templo de Karnak. Karnak (“ciudad fortificada“) es una pequeña población de Egipto, situada en la ribera oriental del río Nilo, junto a Luxor.

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Era la zona de la antigua Tebas que albergaba el complejo religioso más importante del Antiguo Egipto. Forma parte del conjunto denominado Antigua Tebas con sus necrópolis, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. Es el conjunto de templos más grande de Egipto. Durante siglos, este lugar fue el más influyente centro religioso egipcio. El templo principal estaba dedicado al culto del dios Amón, pero como en otros templos egipcios también se veneraba a otras divinidades. Existía también un lago sagrado, numerosos templetes y capillas de menor tamaño, y múltiples estancias y almacenes situados dentro de los muros que circundaban el recinto principal. La diferencia principal entre el templo de Amón, en Karnak, que Diodoro de Sicilia afirma ser el más antiguo de Tebas, y la mayoría de los templos egipcios, es el tiempo y esfuerzo empleados en su construcción y posteriores ampliaciones. Unos treinta faraones contribuyeron con sus edificaciones, convirtiendo al complejo en un conjunto, que por su tamaño de unas treinta hectáreas, no se había conocido jamás. En el antiguo Egipto la construcción de los templos se iniciaba siempre por el santuario, lo que significa que Karnak se comenzó por el centro y se terminó de construir por las entradas al recinto. Todo el conjunto estaba ricamente decorado y pintado en vivos colores. Más tarde se retiró el mar del bajo Egipto, tras un intervalo cuya exacta duración se desconoce,  y las pirámides quedaron de nuevo en zona seca. Rápidamente aquella zona se repobló otra vez y los adeptos volvieron a gobernarla. Posiblemente esta fue la época de la verdadera edad de oro de la civilización egipcia. La decadencia solo se manifiesta mucho más tarde. Pero el destino tenía reservado otro golpe al antiguo Egipto. Cuando la ultima isla de la Atlántida se sumergió hace unos 11500  años, una ondulación del lecho de los océanos produjo inundaciones terribles en todas partes, y el país egipcio fue afligido por una inmensa inundación que, por segunda vez, dispersó a sus habitantes. Pero no parece que esta inundación llegara a sumergir las pirámides. Sin embargo, gran parte de la población se ahogo o huyo a otras tierras. Cuando ceso la inundación y la población se asentó de nuevo en el país,   comenzó la degradación de la espiritualidad y la cultura que, desde el punto de vista esotérico, es el breve periodo final de la decadencia de la civilización del Egipto, aunque para el egiptólogo moderno coincide con el comienzo de la historia egipcia.

Probablemente, al comenzar el periodo de decadencia, los importantes objetos que la gran pirámide debía conservar, fueron extraídos y llevados a algún otro lugar elegido como residencia central de los adeptos. Las antiguas pirámides siguieron conservando su valor como templos iniciáticos. Pero gradualmente se desvaneció el conocimiento sobre su uso iniciático. Sólo los adeptos iniciados   practicaban las ceremonias secretas en las cámaras de la pirámide. Pero a lo largo del tiempo   las arcaicas tradiciones se perdieron. En épocas más recientes se multiplicó la construcción de nuevas pirámides, pero sus constructores ya no pensaban en usarlas para iniciar a los neófitos en los misterios de la ciencia oculta. En los últimos milenios, se han erigido pirámides a lo largo del valle del Nilo. La enseñanza esotérica niega la teoría convencional de que las pirámides sirvieran de tumbas a los monarcas que se supone las hicieron construir. Pero esto es distinto con las pirámides más modernas. A pesar de que las siguientes dinastías decadentes habían perdido todo contacto con la remota antigüedad, sin embargo las pirámides más antiguas habrían servido de modelo arquitectónico para las siguientes. Con toda seguridad el llamado sarcófago de la gran pirámide no fue una tumba ni, como conjetura Charles Piazzi Smyth (1819 – 1900), astrónomo escocés, conocido por sus estudios de la Gran Pirámide de Guiza, sería un patrón para medidas de capacidad. Enn realidad sería un tipo de pila bautismal en que se cumplían ciertas ceremonias relacionadas con las iniciaciones.  Javier Sierra, en su novela de investigación El secreto egipcio de Napoleón, nos dice que al amanecer del 13 de agosto de 1799, Napoleón Bonaparte, empapado en polvo y sudor, emergió de entre los bloques de la Gran Pirámide, cerca de El Cairo. El héroe corso había decidido pasar sólo una noche en el interior del más emblemático monumento faraónico, movido por un oscuro propósito. Un móvil que habría de quedar sepultado para siempre aquella mañana en la memoria de Bonaparte. Y es que, tras regresar pálido y desencajado de su aventura, el entonces aún prometedor general revolucionario jamás reveló qué fue a hacer entre aquellas piedras milenarias. No se sabe qué sucedió allá dentro, durante las largas y oscuras horas que duró su encierro.

Al ser preguntado dijo: “Aunque lo contara, no lo creeríais“. Según explica Peter Tompkins en su clásico Secretos de la Gran Pirámide, Bonaparte no entró en ese monumento hasta casi un año después de vencer a los mamelucos de Murad Bey. Fue el 12 de agosto de 1799, a su regreso de una breve campaña bélica por tierras de Siria y Palestina, cuando el general aceptó sumergirse en sus entrañas. “En un determinado momento –explica Tompkins –, Bonaparte quiso quedarse solo en la Cámara del Rey, como hiciera Alejandro Magno, según se decía, antes que él”. En efecto, como el corso, otros grandes militares de la historia habían decidido pasar una noche entre aquellas piedras. Seducido por las leyendas locales que sugerían que Julio César y Alejandro Magno pasaron la prueba de pernoctar en la Gran Pirámide, Napoleón terminó con sus huesos dentro del monumento. Bob Brier, paleopatólogo y uno de los más prestigiosos egiptólogos de nuestros días, reduce el problema a que Napoleón “por lo visto, creía en las propiedades mágicas de la pirámide”. El propio Brier, en su ensayo Secretos del Antiguo Egipto mágico, aclara qué propiedades eran ésas. Según los Textos de las Pirámides, grabados sobre monumentos de la V Dinastía, más modernos que la Gran Pirámide, esos monumentos eran una especie de “máquinas para la resurrección” de los faraones. Este proceso, dicen esos antiguos salmos religiosos, se componían de tres fases: la primera, el despertar del difunto en la pirámide; la segunda, su ascensión al más allá, atravesando los cielos, y la tercera, su ingreso en la cofradía de los dioses. Tal vez César, Alejandro y Napoleón buscaron esa peculiar iniciación faraónica. En el caso de Napoleón no es difícil afirmarlo. Cuando Bonaparte llegó a Egipto, había devorado ya toda clase de literatura de la época, en la que se mitificaba la sabiduría de los antiguos constructores de pirámides. El corso consultó, sin duda, la obra del abad Terrasson Sethos ou vire tirée des monuments et anecdotes de l’ancienne Egypte (1733), un bestseller de su tiempo en el que se imaginan las pruebas iniciáticas a las que el faraón Seti (Sethos) debió someterse en la Gran Pirámide. Lo curioso es que semejante creencia venía de muy antiguo, y aunque Terrasson la magnificó, reflejaba algo indudablemente real, que el interior de la Gran Pirámide había sido frecuentado por reyes posteriores a Keops, probablemente para participar en extraños ceremoniales. Hoy sabemos que uno de los más famosos ceremoniales fue el llamado Hebsed, una fiesta en la que se creía que el faraón se rejuvenecía accediendo a los secretos de la vida eterna, y que se celebraba cada treinta años de reinado o cada vez que la salud del monarca flaqueaba.

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Casualmente, Napoleón, aquella noche del 12 de agosto, estaba a sólo tres días de cumplir esa edad. Quizá fue iniciado como los faraones cuando se acercaba su trigésimo cumpleaños. Se trata de algo más que una especulación. No en vano, junto a Napoleón viajaron a Egipto un buen número de masones, algunos de los cuales eran destacados generales, como Jean Baptiste Kléber o Joachin Murat. Gérard Galtier, el más concienzudo de los historiadores modernos de la francmasonería, señala que los franceses exportaron los ritos masónicos a Egipto durante la campaña napoleónica, especialmente el llamado Rito de Menfis. Él mismo historiador cita un documento de puño y letra de uno de los Grandes Maestres de ese Rito, Solutore Zola, pariente del famoso escritor galo del mismo apellido, en el que afirma que Bonaparte y Kléber “recibieron la iniciación y la filiación del Rito de Menfis de un hombre de edad venerable, muy sabio en la doctrina y las costumbres, que se decía descendiente de los antiguos sabios de Egipto”. Y añade: “La iniciación tuvo lugar en la pirámide de Keops y recibieron como única investidura un anillo”. Desde la época del descubrimiento de América hasta hoy, filósofos y escritores nos han ofrecido sus teorías acerca de la Atlántida. Por ejemplo, Francis Bacon, en The New Atlantis(1626) opinaba que la Atlántida de Platón era, sencillamente, América. La trama de Shakespeare en “La Tempestad”, que tiene lugar en una isla del Atlántico, se atribuye algunas veces al renovado interés en el continente sumergido y en las islas perdidas de ese océano. Más tarde, en 1665, el padre Kircher, un jesuita y estudioso de esta cuestión, opinó que la Atlántida era una isla del Atlántico y nos dejo un famoso mapa en que la hace aparecer entre Europa y América. De todos modos, en el mapa el Sur aparece en la parte superior. En el mapa del padre Kircher (siglo XVII), que representa la Atlántida, hay una inscripción en la que se lee: “Lugar donde se hallaba la isla de la Atlántida, ahora sumergida en el mar, según la creencia de los egipcios y la descripción de Platón”.

Existe una dedicatoria al filósofo Voltaire en un estudio sobre la Atlántida del astrónomo Jean Bailly, que vivió antes de la Revolución Francesa. Bailly situaba la isla-continente en el extremo Norte, cuando el Ártico era tropical. Al parecer, Voltaire compartía la opinión de Bailly, aunque es difícil comprobarlo. Es bien sabido que en la antigüedad ciertas zonas del Ártico y el Antártico eran tropicales. En Alaska, el norte de Canadá y Groenlandia, en algunas excavaciones se han descubierto tigres de Bengala y otros animales cuyo hábitat exige un clima más cálido. Sin embargo, esta circunstancia en sí misma no está necesariamente relacionada con el tema de la Atlántida, salvo porque constituye otro indicio de los grandes cambios climáticos ocurridos en el mundo. En el siglo XIX aparecieron otras teorías. Una decía que el continente sumergido sería una isla atlántica, un puente entre América y Europa, mientras que otra decía que había estado situada en el norte o el noroeste de África, cuando el Sahara no era todavía un desierto.  Ignatius Donnelly (1831-1901) fue un escritor, abogado y político estadounidense, principalmente conocido a por sus extensos escritos sobre la Atlántida. Era natural de Filadelfia, Pensilvania, donde practicó la abogacía durante algunos años. En 1856, él y su esposa Katherine, marcharon rumbo a Minnesota, y con la ayuda de un puñado de socios crearon una pequeña Utopía en la ciudad de Nininger, diecisiete millas al sur de Saint Paul. Esta granja cooperativa fracasó después del desplome de las propiedades inmobiliarias de 1857, pero su quiebra llevó a Donnelly a la actividad política. Cuando Minnesota se convirtió en un nuevo Estado de la Unión en 1859, Donnelly fue elegido su primer Gobernador y luego reelegido en 1861, sirviendo más adelante en el Congreso como representante Republicano entre 1863 y 1869. Donnelly era un liberal radical, manifestando su apoyo a movimientos del sufragio femenino y antiesclavistas. Tal era su afán por mantener la tierra cubierta de bosques, y de hacer que la educación y el voto llegara a todos, que se le llegó a calificar de radical peligroso. Donnelly dedicó mucho tiempo, en la biblioteca del congreso, a investigar la civilización perdida de la Atlántida. En 1882, impulsado por el éxito del libro de Heinrich Schliemann sobre el descubrimiento de la ciudad perdida de Troya, publicó su primer libro, La Atlántida: el mundo Antediluviano.

Su fama como escritor había sido establecida años antes como resultado de sus trabajos periodísticos y su investigación sobre Shakespeare. El libro encontró gran acogida entre el público, aunque hay que tener en cuenta que éste carecía de suficientes conocimientos para distinguir lo correcto, histórica y arqueológicamente. Tras esto, volvió a su granja en la ciudad de Nininger, para comenzar otro libro. Donnelly dio al mito de la Atlántida esa aura romántica de que goza hoy, ese velo de misterio que atrae a la gente. Esta teoría de la Atlántida recibió un impulso considerable en 1882, a raíz de la publicación del libro La Atlántida: el mundo Antediluviano, de Ignatious Donnelly, del que se hicieron cincuenta ediciones y que aún se sigue publicando. La obra ha tenido gran influencia en los estudios realizados sobre este tema. Pero, a su vez, posiblemente Donnelly se vio influido por Bory de Saint-Vincent, autor de un artículo publicado en 1803 en que indicaba que las Azores y las Canarias eran restos de la Atlántida. Aportaba un mapa de la isla sumergida que se apoyaba en la información recibida de los autores clásicos. Es probable que también influyeran en él dos estudiosos franceses, Brasseur de Bourbourg y Le Plongeon, que vivieron en México y Guatemala y aprendieron la lengua maya. Luego hicieron traducciones de partes de los documentos mayas, para demostrar que ese pueblo era descendiente de sobrevivientes de la Atlántida. Donnelly pudo también tener en cuenta a Hosea (1875), un estudioso norteamericano que comparó las culturas de América con la de Egipto. Donnelly formuló la teoría de que la Atlántida fue una gran civilización mundial, potencia colonizadora y civilizadora del litoral atlántico, de las costas del Mediterráneo, el Cáucaso, América Central y del Sur, el valle del Mississippi, el Báltico e incluso la India y partes de Asia Central. Fue también el lugar donde se habría inventado el alfabeto. Su catastrófico hundimiento habría sido un hecho histórico, inmortalizado en las leyendas sobre inundaciones, así como en los mitos y leyendas de la Antigüedad, que en realidad constituirían simplemente una versión parcial de la verdadera historia atlántica.

Donnelly también intentó una aproximación científica al tema, examinando la viabilidad de la versión de Platón y estudiando los terremotos y hundimientos que registra la historia, así como el surgimiento y desaparición de islas en el mar. Para Donnelly el océano Atlántico es la zona más inestable y cambiante de todas. Menciona los terremotos del siglo XVIII en Islandia y la aparición de una isla que fue reclamada por el rey de Dinamarca, pero que volvió a sumergirse. Durante el siglo XIX, las islas Canarias, que “probablemente formaban parte del imperio atlántico original”, fueron sacudidas durante cinco años por terremotos. Describiendo el terremoto de Lisboa, en el siglo XVIII, Donnelly dice: “En seis minutos murieron 60.000 personas. Muchas de ellas trataron de ponerse a salvo sobre un nuevo muelle construido enteramente de mármol, pero repentinamente se hundió, arrastrándoles consigo y sin que ninguno de sus cadáveres volviera a la superficie. Cerca de allí había una gran cantidad de pequeñas embarcaciones y lanchas, llenas de gente. De pronto, desaparecieron como tragadas por un remolino. Jamás se encontraron fragmentos de estos naufragios. En el punto donde se hundió el muelle el agua tiene ahora doscientos metros de profundidad. La zona afectada por el terremoto era muy grande. Humboldt dice que una parte de la superficie de la Tierra, cuatro veces mayor que Europa, fue sacudida al mismo tiempo. Esta zona se extendía desde el Báltico hasta las Indias Occidentales y desde Canadá hasta Argelia. La tierra se abrió a ocho leguas de Marruecos, se tragó una ciudad de diez mil habitantes y luego volvió a cerrarse sobre ella. Es muy posible que el centro de la convulsión estuviese en el fondo del Atlántico y que se tratara de la continuación de la gran agonía terrestre que, miles de años antes, acarreó gran destrucción sobre aquella tierra“. La descripción que Donnelly hace del cinturón sísmico del Atlántico prosigue así: “Mientras Lisboa e Irlanda, situadas al este del Atlántico, están sometidas a estas grandes sacudidas sísmicas, las islas de las Indias Occidentales, que se encuentran al oeste del mismo centro, han experimentado repetidamente fenómenos similares. En 1692, Jamaica sufrió un violento temblor… Una franja de tierra próxima a la ciudad de Port-Royal, de una extensión aproximada de 400 hectáreas, se hundió en menos de un minuto y el mar lo cubrió todo, inmediatamente“.

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Cuando se refiere a las Azores, “indudablemente las cumbres de las montañas de la Atlántida”, considera que los volcanes que hundieron la isla-continente podrían reservarnos una sorpresa en el futuro: “En 1808 surgió repentinamente un volcán en San Jorge, alcanzando la altura de 1.100 metros. Estuvo en erupción durante seis días, causando la desolación de toda la isla. En 1811 apareció otro desde el mar, cerca de San Miguel, dando lugar a una isla de cien metros de altura que recibió el nombre de Sambrina pero que rápidamente se hundió en el océano. Erupciones similares habían ocurrido en las Azores entre 1691 y 1720. Hay una gran línea, una vasta fractura en la superficie del globo, que se extiende de Norte a Sur por el Atlántico y en la que encontramos una serie ininterrumpida de volcanes activos o extinguidos. En Islandia se halla el Oerafa, el Hecla y el Rauda Kamba, hay otro en Pico, en las Azores, luego está la cumbre de Tenerife y Fuego, en una de las islas de Cabo Verde. En cuanto a volcanes extinguidos, hallamos varios en Islandia y dos en Madeira. Por otra parte, Fernando de Noronha, la isla de Ascensión, Santa Helena y Tristán de Acunha son todas de origen volcánico…Estos hechos parecen demostrar que los grandes fuegos que destruyeron la Atlántida están todavía latentes en las profundidades del océano; que las intensas oscilaciones que provocaron el hundimiento en el mar del continente de Platón, podrían provocar de nuevo su inmersión con todos sus tesoros escondidos“. Además de dar a entender que la difusión de ciertos animales es una prueba de la existencia de “puentes terrestres” a través del Atlántico, Donnelly sugiere que el plátano y otras plantas sin semilla fueron llevadas a América por el hombre civilizado. Para ello cita al profesor Kuntze: “Una planta que no posee semillas debe haber sido cultivada durante un período muy largo. No tenemos en Europa una sola planta cultivada que carezca de semillas, y por lo tanto es quizás acertado suponer que dichas plantas fueron cultivadas ya en los comienzos de la segunda parte del período diluvial“. Y Donnelly agrega: “Encontramos esa civilización, tal como lo indica Platón, y precisamente en un clima como ése, en la Atlántida y en ningún otro sitio. Se extendía, a través de las islas contiguas, hasta una distancia de 390 kilómetros de la costa de Europa por un lado y por el otro casi tocaba las islas de las Indias Occidentales, mientras que por intermedio de sus cadenas montañosas realizaba la unión de Brasil y África“.

Donnelly examinó detalladamente las leyendas sobre inundaciones existentes en el mundo y su similitud, que para él es una prueba más del hundimiento de la Atlántida, y señaló el detalle de que la formación de lodo que siguió a la inundación, según Platón y los fenicios, imposibilitó la navegación por el Atlántico, después de la desaparición de la isla. Este es uno de los puntos de la narración de Platón que provocó la incredulidad de los antiguos. En la leyenda caldea encontramos algo semejante, en que Kasiastra dice: “Miré atentamente hacia el mar, y la Humanidad entera había retornado al barro”. En las leyendas mayas del Popol Vuh se nos dice que “desde el cielo se precipitó una sustancia espesa como resina”. Según exploraciones del barco Challenger, la totalidad de la cordillera sumergida de la que forma parte la Atlántida sigue hasta hoy cubierta de restos volcánicos. Basta con recordar las ciudades de Pompeya y Herculano, que permanecieron durante diecisiete siglos enterradas bajo hasta diez metros de lava. La afirmación de Platón es uno de los elementos que corroboran su versión. Es probable que los barcos de los atlantes, en su regreso después de la tempestad, hallaran el océano infranqueable, debido a las masas de cenizas volcánicas y piedra pómez, y retornaran horrorizados a las costas de Europa. La conmoción que experimentó la civilización se tradujo probablemente en uno de esos periodos de retroceso en la historia de la Humanidad en que se perdió todo contacto con el hemisferio occidental.  Donnelly sostuvo que hasta una época muy reciente “casi todas las artes esenciales de nuestra civilización proceden de los tiempos de la Atlántida, sin duda de aquella antigua cultura egipcia que coincidió con la atlántica y fue resultado de ella. Durante seis mil años, el mundo no hizo ningún progreso con respecto de la civilización que nos habían dejado los Atlantes“. Donnelly sugiere que los adelantos de la civilización provienen de un punto central, que sería la Atlántida.

Donnelly afirma: “No puedo creer que los grandes inventos se realizaron en varios lugares, a la vez de forma espontánea, como algunos quisieron hacernos creer. No hay verdad alguna en la teoría de que los hombres, urgidos por la necesidad, siempre han de inventar las mismas cosas para satisfacer sus necesidades. Si así fuese, todos los salvajes habrían inventado el boomerang, todos poseerían objetos de cerámica, arcos y flechas, hondas, tiendas y canoas. En una palabra, todas las razas habrían alcanzado la civilización, porque sin duda las comodidades de la vida resultan igualmente agradables para todos los pueblos. …Cada una de las razas civilizadas del mundo ha tenido algún tipo de civilización, incluso en su época más primitiva, y de la misma forma que todos los caminos llevan a Roma, todas las líneas convergentes de la civilización conducen a la Atlántida“. Como prueba de la expansión de la cultura atlántica hacia ambas orillas del Atlántico, argumenta lo siguiente: “Si en ambas orillas del Atlántico encontramos precisamente las mismas artes, ciencias, creencias religiosas, hábitos, costumbres y tradiciones, resulta absurdo decir que los pueblos de los dos continentes alcanzaron en forma separada y siguiendo exactamente los mismos pasos, justamente los mismos fines“. Luego Donnelly indica los numerosos paralelismos entre América y el Viejo Mundo en materia de leyendas, mitos y símbolos. Habían temas comunes a pueblos tan distantes como los mayas, los incas, los antiguos celtas y los egipcios. Para Donnelly, todos los mitos griegos son parte de la historia. Sostiene que la Atlántida es la clave de la mitología griega, y que los dioses y diosas griegos eran un confuso recuerdo de las hazañas de los legendarios gobernantes atlánticos:  “La mitología griega es una historia de reyes, reinas y princesas, de amores, adulterios, rebeliones, guerras, asesinatos, viajes por mar y colonizaciones de palacios, templos, talleres y herrerías; de fabricación de espadas, de grabado y metalurgia; de vino, cebada, trigo, vacunos, ovejas, caballos y agricultura en general. ¿Quién puede dudar de que la mitología griega en su conjunto es el recuerdo que una raza degenerada conservó de un imperio vasto, poderoso, y muy civilizado, que en un pasado remoto cubrió grandes extensiones de Europa, Asia, África y América?”. Donnelly considera que las figuras históricas atlánticas se convirtieron en dioses de otros pueblos.

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Cincuenta años más tarde, el escritor francés Edgar Daqué se hizo eco de la teoría de Donnelly en el sentido de que los relatos sobre los dioses griegos no eran mitos sino que eran verdadera historia. Daqué estudió, entre otras teorías geográficas, la leyenda de las Pléyades, las siete hijas de Atlas que se convierten en estrellas. Para él se trataba de una alegoría para explicar la desaparición de algunos fragmentos de la cadena montañosa del Atlas bajo el mar. En otras palabras, ciertas partes del cuerpo de Atlas, sus hijas, desaparecieron y se convirtieron en estrellas, las Pléyades, mientras sus formas anteriores, de la época en que eran montañas, yacen todavía sumergidas en el Atlántico. Daqué explica también la petición de oro que hizo Hércules a las Hespérides, como una alegoría del comercio griego con una cultura más avanzada del Atlántico. En su opinión, las manzanas de oro eran naranjas o limones, y la cultura occidental, la Atlántida, tenía probablemente grados distintos y “variedades mejor desarrolladas de frutas y productos que habrían provocado la envidia de las razas mediterráneas más pobres…”. Es de notar que en italiano el tomate,  desconocido en Europa antes del descubrimiento de América, se llama pomodoro, “manzana de oro”. Donnelly también afirmó que los dioses fenicios representaban a los antiguos gobernantes de la Atlántida y que los fenicios estaban más cerca de los atlantes que los griegos. De hecho, sirvieron para la transmisión de una cultura más antigua a griegos, egipcios y otros: “El territorio que cubría el comercio de los fenicios representa, hasta cierto punto, el área del viejo imperio atlántico. Sus colonias y centros comerciales se extendían hacia Oriente y Occidente, desde las costas del Mar Negro, a través del Mediterráneo, hacia la costa occidental de África y España y alrededor de Irlanda e Inglaterra. Por el Norte y el Sur llegaban desde el Báltico hasta el Golfo Pérsico… Estrabón calculaba que contaban con trescientas ciudades a lo largo de la costa occidental de África”. En relación con Colón nos dice: “Cuando Colón se hizo a la mar para descubrir el Nuevo Mundo, o redescubrir uno viejo, partió de un puerto fenicio fundado por aquella gran raza, dos mil quinientos años antes. Este marino atlántico, de rasgos fenicios y que navegaba desde un puerto atlántico, simplemente volvió a cubrir la ruta del comercio y la colonización que había quedado cerrada cuando la isla de Platón se hundió en el mar”.

Donnelly consideraba el imperio atlántico como un mundo prehistórico que se extendía por la mayor parte de la tierra. Casi toda su obra está dedicada a rastrear leyendas, influencias e incluso reliquias de los atlantes, especialmente en Perú, Colombia, Bolivia, América Central, México y el Valle del Mississippi, en que relacionó la cultura de los constructores de promontorios con la isla-continente. Las buscó en Irlanda, España, África del Norte, Egipto y especialmente en la Italia pre-romana, Gran Bretaña, las regiones del Báltico, Arabia, Mesopotamia, e incluso la India. En relación a ello escribió: “Un imperio que llegaba desde los Andes hasta Indostán; en su mercado se encontraba maíz del valle del Mississippi, cobre del lago Superior, oro y plata de Perú y México, especies de la India, estaño de Gales y Cornualles, bronce de Iberia, ámbar del Báltico, trigo y cebada de Grecia, Italia y Suiza”. Asimismo habla de los atlantes con gran entusiasmo: “…los fundadores de casi todas nuestras artes y ciencias; eran los padres de nuestras creencias fundamentales; los primeros civilizadores, navegantes, mercaderes y colonizadores de la Tierra; su civilización tenía ya gran antigüedad en los primeros tiempos de la civilización egipcia, y habrían de pasar miles de años antes de que nadie soñara con Babilonia, Roma o Londres. Este pueblo perdido era nuestro antepasado; su sangre corre por nuestras venas, las palabras que usamos a diario fueron escuchadas en su forma primitiva en sus ciudades, cortes y templos. Cada rasgo de raza, y pensamiento, de sangre y creencia, nos hace retornar a ellos...”. Llevado por su afán de demostrar su teoría, imaginó similitudes culturales y raciales que posteriormente han sido desmentidas. En especial, las relaciones lingüísticas, que frecuentemente han resultado erróneas. La traducción del código troano maya, es un buen ejemplo de ello. El código es la primera parte de los únicos tres documentos mayas escritos que escaparon a la destrucción general iniciada por el obispo Landa, que ocupaba la diócesis de Yucatán en el siglo XVI. La traducción fue intentada por Brasseur de Bourbourg y luego por Le Plongeon, ambos en el siglo XIX, durante su investigación sobre el tema de la Atlántida y en su intento de relacionar la civilización maya del Yucatán con la de los atlantes. Brasseur de Bourbourg descubrió en los archivos de Madrid, en 1864, un alfabeto maya recopilado por el obispo Landa, quien, tal vez arrepentido, intentó recuperar parte del legado maya después de haber hecho todo lo posible por destruir toda la literatura maya.

Pero Landa, cuando intentó descifrarlo, no advirtió que los mayas probablemente carecían de abecedario y tal vez utilizaban una mezcla de jeroglíficos y símbolos fonéticos. De ahí que, al preguntar, Landa sólo obtuvo que los indios le dijeran la palabra maya que más se acercara al sonido de la palabra española equivalente, y le entregaran simplemente una colección de sonidos breves que no tenían relación alguna con un alfabeto ni con un sistema fonético. Brasseur de Bourbourg aplicó este alfabeto parcialmente erróneo al idioma maya, que él hablaba, e hizo una traducción del código troano, que posteriormente influyó de manera notable en Donnelly y otros. Esta es su versión: “En el sexto año de Can, en el undécimo Muluc del mes de Zac, hubo pavorosos terremotos que continuaron hasta el decimotercero Chuen. La tierra de las colinas de arcilla, Mu, y la tierra de Moud sufrieron el seísmo. Se vieron sacudidas dos veces y por la noche desaparecieron repentinamente. La corteza de la Tierra fue repetidamente levantada y hundida en varios puntos por las fuerzas subterráneas, hasta que no pudo resistir las tensiones y muchos países quedaron separados por profundas grietas. Finalmente, ninguna de las dos provincias pudo resistir y ambas se hundieron en el océano, arrastrando a 64 millones de habitantes. Ocurrió hace 8060 años“. Por su parte, Augustus Le Plongeon, otro arqueólogo francés que conocía la lengua maya y que se dedicó a la exploración y excavación de ciudades de aquella civilización, también intentó una traducción del mismo material; su versión es la siguiente: “En el año 6 Kan, en el undécimo Muluc, en el mes Zac, hubo terribles terremotos, que continuaron sin interrupción hasta el decimotercero Chuen. El país de las colinas de barro, la tierra de Mud, fue sacrificado: luego de ser levantado en dos ocasiones, desapareció durante la noche y el valle se vio continuamente sacudido por fuerzas volcánicas. Como era un lugar muy estrecho, la tierra se levantó y hundió varias veces en distintos sitios. Por último, la superficie cedió y diez países resultaron partidos y separados. Incapaces de soportar la fuerza de la convulsión se hundieron con sus 64 millones de habitantes, 8060 años antes de que este libro fuera escrito”. Como vemos hay algunas claras discrepancias entre ambas traducciones. Le Plongeon intentó una traducción interpretativa, basada en el antiguo sistema egipcio de jeroglíficos y aplicada a  la pirámide Xochicalco, cercana a Ciudad de México. Así decía la traducción: “Una tierra del océano es destruida y sus habitantes son asesinados para convertirlos en polvo…”.

Estas traducciones de Brasseur y Le Plongeon se citaban muy frecuentemente y, sin duda, eran conocidas por Donnelly. Hasta hoy, ninguno de los manuscritos o inscripciones mayas han podido ser completamente descifrados, aunque parece que los arqueólogos rusos están tratando de hacerlo por medio de computadoras. Lewis Spence, un estudiante escocés de mitología que escribió cinco libros sobre la Atlántida, entre 1924 y 1942, cree que no existió una isla-continente, sino dos. Una estaría situada en el lugar señalado por Platón y otra cerca de las Antillas, en los alrededores del actual Mar de los Sargazos. Esta tesis que sostiene la existencia de varias masas terrestres atlánticas es compartida por otros teóricos, que suponen que la isla no se hundió toda de una vez, sino tras una serie de cataclismos, espaciados en el tiempo, que produjeron una remodelación de la superficie de la Tierra. Spence dedicó gran parte de su investigación a la mitología comparativa, especialmente con el fin de relacionar las leyendas precolombinas de las tribus y naciones americanas con las leyendas del Viejo Mundo, no sólo las de las culturas mediterráneas, sino también las del Norte celta, que él, como mitólogo escocés, conocía bien. Spence destacó tantos puntos coincidentes entre las leyendas de ambos lados del Atlántico, que puede pensarse que existió una intensa comunicación entre el Viejo y el Nuevo Mundo antes del descubrimiento de Colón. O tal vez cada se desarrollaron estas leyendas a partir de un punto central, que luego desapareció. Una de las claras similitudes es la que puede observarse entre Quetzalcóatl, el dios tolteca que llevó la civilización a México y que regresó a Tlapallan, su lugar de origen en el mar oriental, y de Atlas, muy importante en las leyendas que se refieren a la Atlántida. En la mitología griega, Atlante o Atlas es un rey de la fabulosa Atlántida mencionado únicamente en el Critias, texto en diálogo del filósofo griego Platón. Según señala el texto de Platón, el dios Poseidón, dios de las aguas, y la doncella Clito engendraron cinco parejas de gemelos. Atlante fue el mayor de dicha descendencia y de su nombre derivó el nombre de la isla Atlántida y del océano que circundaba la misma, Atlántico. Como primogénito, le fue concedida la parte de la isla que comprendía la casa materna y sus alrededores y que era «la mayor y la mejor», para que en ella fuera rey. Los otros hermanos quedaron bajo la tutela de Atlante, si bien también se les hizo reyes y se les «encargó a cada uno el gobierno de muchos hombres y una región de grandes dimensiones».

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Como rey, sentado en su trono, ha sido hallado representado en una cerámica de figuras rojas del sur de Italia, del tipo Apulia, fechada en los tiempos en que Platón aún no había redactado sus obras. El cetro de Atlas está coronado con Nikê, la diosa alada de la Victoria. En la parte alta del trono parecen estar representados seres que podrían ser centauros, sátiros, u otro tipo de seres monstruosos, medio humanos. Quetzalcóatl y Atlas eran mellizos, ambos se representaban con barba y cada uno de ellos sostenía el cielo. Un aspecto interesante de las teorías de Spence acerca de la Atlántida se refiere a las oleadas de inmigración cultural que se supone llegaron a Europa desde Occidente en ciertos períodos, y especialmente alrededor de los años 25.000, 14.000 y 10.000 a.C. Esta última fecha coincide con la del supuesto hundimiento de la Atlántida. Estos tipos de culturas prehistóricas europeas han recibido los nombres de las localidades en que fueron originalmente descubiertas, como Cro-Magnon o Aurignac, la más antigua, que fue llamada así porque apareció en Cro-Magnon y en una gruta de Aurignac, en el sudoeste de Francia. Esta civilización, sorprendentemente avanzada, data de hace unos 25.000 años y se difundió en ciertas áreas de la Europa sudoccidental, el norte de África y el Mediterráneo oriental.Hombre de Cro-Magnon es el nombre con el cual se suele designar al tipo humano correspondiente a ciertos fósiles de Homo sapiens, en especial los asociados a las cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas rupestres. Cro-Magnon es la denominación local de una cueva francesa en la que se hallaron los fósiles a partir de los que se tipificó el grupo. Su datación, de entre 40 000 y 10 000 años de antigüedad, se toma como el hito que da comienzo al Paleolítico superior desde el punto de vista antropológico, mientras que el límite moderno no lo marca la aparición de ninguna modificación física, sino ambiental y cultural, como el fin de la última glaciación y el comienzo del actual período interglaciar, periodo geológico Holoceno, con los periodos culturales denominados Mesolítico y el Neolítico. El uso del concepto Hombre de Cro-Magnon como alternativo a otras denominaciones está abandonado por los prehistoriadores y paleontólogos en la actualidad, aunque puede encontrarse su uso en las publicaciones, normalmente como sinónimo de Homo sapiens en el paleolítico, sin más precisiones.

Los primeros hombres modernos europeos se agrupaban hasta hace poco en dos variedades: la raza de Cro-Magnon, más robusta, y la variedad de Combe Capel, Brno, o Predmost, más grácil. En realidad, esta dicotomía pretendía justificar el binomio cultural Auriñaciense-Perigordiense, que actualmente se ha abandonado, estando sólo generalizado el uso del término Cro-Magnonpara los hombres modernos paleolíticos. Variedades más tardías, como hombre de Grimaldi o de Chancelade, tampoco parecen tener diferencias somáticas que justifiquen una completa diferenciación poblacional de tipo racial. No obstante, durante mucho tiempo se popularizó la errónea identificación de esos tres tipos humanos con las tres divisiones raciales o razas humanas de la antropología clásica: Cro-Magnon con la raza blanca o caucasoide, Grimaldi con la raza negra o negroide y Chancelade con los esquimales o raza amarilla o mongoloide. Las pinturas y grabados que aparecen en las paredes de las cavernas sugieren una cultura muy desarrollada. Estas pinturas o bajorrelieves de las cavernas muestran gran preocupación por el toro, que ocupaba un lugar importante en el relato de Platón acerca de la religión atlántica y en las civilizaciones de Creta y de Egipto, donde existía el buey sagrado, Apis. Incluso hoy, 25.000 años después, pese a que ya no es un símbolo religioso, el toro es todavía un elemento importante de la cultura española. Los cráneos de Cro-Magnon indican que el tipo humano al que pertenecían poseía una capacidad cerebral mucho mayor que la de los habitantes de Europa de la época, casi como si se tratase de una raza de superhombres. Spence interpretaba la cultura magdaleniense de hace alrededor de 16.000 años como una segunda oleada de la inmigración atlántica e indicios de una organización tribal y religiosa bastante desarrollada. Esta oleada también llegó a Europa procedente del Oeste y el Sudoeste. La tercera oleada, llamada aziliense-tardenoi-siense, por los descubrimientos realizados en Le Mas d’Azil y Tardenois, Francia, data de hace unos 11.500 años.

Según Spence, eran los antecesores de los iberos que se difundieron por España y otras partes del Mediterráneo, como las montañas Atlas, sistema montañoso que recorre, a lo largo de 2400 km, el noroeste de África. Los azilienses enterraban a sus muertos mirando hacia Occidente, que era aparentemente el punto desde el cual habían llegado. En tiempos de los romanos, los habitantes de Italia llamaban “atlantes” a los antiguos iberos. Spence cita a Eugene Bodichon: “Los atlantes eran, entre los pueblos antiguos, los hijos favoritos de Neptuno (Poseidón). Dieron a conocer (su) culto a otras naciones, como los egipcios, por ejemplo. En otras palabras, los atlantes fueron los primeros navegantes conocidos…”. Las culturas aziliense, magdaleniense y deCro-Magnon son hechos, no teorías. Spence hizo una interesante contribución al estudio de la Atlántida al relacionar las fechas aproximadas que se atribuían a la aparición de esas culturas con la salida de emigrantes de la isla-continente, a raíz de las inmersiones periódicas ocasionadas por la actividad volcánica, inundaciones provocadas por el derretimiento de capas de hielo durante el período glacial, o por una combinación de ambos fenómenos. El último periodo glacial o última edad de hielo es el último período más o menos reciente en la historia de la Tierra en el cual extensas zonas de la superficie terrestre fueron ocupadas por casquetes de hielo, el clima se enfrió a nivel global, lo cual afectó incluso a zonas tropicales y provocó una regresión marina que disminuyó la superficie de océanos y mares. Las principales zonas cubiertas por hielo fueron los Andes patagónicos, Andes venezolanos, península escandinava, la península de Kola, Carelia, Finlandia, Nueva Zelanda, los Alpes, el norte de la Cordillera norteamericana, la zona de los grandes lagos, incluido todo el este de Canadá, Islandia, las islas británicas, además de Groenlandia y la Antártida que retienen sus glaciares desde entonces. Producto de esta glaciación algunas zonas, hoy en día áridas, tuvieron mayores precipitaciones, como es el caso del Altiplano. El último periodo glacial empezó hace unos 110 000 años y tuvo su apogeo hace unos 20 000 años. Tuvo un colapso drástico hace unos 12 000 años, que coincidiría con la época del hundimiento de la Atlántida. Würm III es un período glacial del Paleolítico Superior, que se inició hacia el 14000 a. C. tras la Oscilación de Bølling, de clima templado que marcó el final del período Würm II. Fue interrumpido del 10000 al 9000 a. C. por la Oscilación de Allerød, de clima templado, reanudándose después hasta el 8000 a. C. donde finalizó por un gran cambio climático de la Tierra. Esta glaciación es una de las cuatro ocurridas. En Europa, se denomina Würm o Wiurm, y se la conoce con el nombre de Wisconsin en América.

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Dado que dichas culturas aparecieron repentinamente en Europa sudoccidental, en distintas épocas, sin duda debían proceder de algún otro lugar, y su expansión hacia Oriente desde la región pirenaica vizcaína indica que su lugar de origen era el Oeste, y más concretamente, alguna tierra que había en medio del océano Atlántico. La última cultura, la aziliense, parece haber poseído, aparte de una insólita forma de arte, una especie de escritura trazada en piedras, guijarros y huesos. En el siglo XIV fue descubierto en las islas Canarias lo que pudo ser tal vez una reliquia viva de esas culturas. Los guanches eran blancos, se parecían en estatura a los hombres de Cro-Magnon, adoraban al Sol, tenían una cultura muy desarrollada y un sistema de escritura. Además, conservaban una leyenda acerca de una catástrofe universal, de la que eran únicos sobrevivientes. Desgraciadamente para ellos, su descubrimiento por los europeos constituyó una catástrofe definitiva, de la que no podrían sobrevivir mucho tiempo. Al escribir acerca de la coincidencia en el tiempo entre la supuesta desaparición de la Atlántida y la última aparición de una cultura prehistórica en Europa, Spence dice: “El hecho de que la fecha del advenimiento de los azilienses-tardenoisienses, según la han calculado las más fiables autoridades en la materia, coincida en general con la que Platón da para la destrucción de la Atlántida puede ser una simple coincidencia”. Sin embargo, Spence sigue diciendo que “algunas coincidencias son más extraordinarias que los hechos comprobados”. En general, Spence difundió las teorías de Donnelly, pero rebajando en cierta forma la Atlántida a una civilización similar a la del antiguo México y a la de Perú, pero responsable del “complejo cultural” atlántico, algunos de cuyos restos son todavía evidentes en la zona atlántica. En sus últimos años Spence llegó a obsesionarse con la tradición que se repite en tantas leyendas y en la Biblia, y que se refiere al mundo anterior a la inundación o Diluvio Universal, sosteniendo que los atlantes habían sido destruidos por la ira divina provocada por su maldad. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, publicó su último libro sobre el tema, con un título que resultaba muy apropiado, dadas las circunstancias:¿Seguirá Europa a la Atlántida?. También sugirió que una de las razones que explican la supervivencia de la teoría atlántica es que el “recuerdo de raza”, relativo a la isla sumergida, tal vez fue heredado.

Otras teorías sostienen que cada una de las antiguas culturas cuya existencia se conoce con certeza, como la de la costa sudoccidental de España, la del norte de África, la de África occidental, o la de algunas islas mediterráneas, como Creta y recientemente Tera, fueron, según quien fuera el investigador, la verdadera Atlántida y la razón por la que existía la tradición atlántica. Pero algunas de estas teorías no niegan la existencia de la isla-continente, ya que la misma existencia de estos antiquísimos y desconocidos centros culturales podría explicarse considerándolos originalmente como colonias atlánticas o lugares de refugio. Tartessos es una de las principales alternativas al continente perdido. Aunque tal vez fue una colonia atlante. Se piensa que estaba localizada en la costa atlántica de España, en la desembocadura del río Guadalquivir o en sus alrededores, o en el lugar por donde discurrió el curso del río anteriormente. Era el centro de una próspera y muy desarrollada cultura, especialmente rica en minerales. Tartessos fue capturada por los cartagineses en el año 533 a.C. y posteriormente quedó aislada del resto del mundo. Los arqueólogos alemanes, especialmente los profesores Schultan, Jessen, Hermán y Henning, iniciaron su investigación sobre Tartessos en 1905. Jessen expuso que la “Venecia de Occidente” era el modelo de la Atlántida platónica. Jessen elaboró una lista de once puntos para demostrar su tesis, comparando lo que dijo el filósofo con lo que Schulten, él mismo y otros descubrieron o concluyeron acerca de Tartessos. Sus principales puntos son referentes a lo que dijo Platón sobre Tartessos, como que la Atlántida estaba frente a las Columnas de Hércules, o que era mayor que el conjunto de Libia y Asia Menor, entre otros datos. Henning, Schulten, y otros especialistas alemanes pensaban que Tartessos no era una colonia atlántica, sino germana, y basaban su creencia en parte en el ámbar del Báltico hallado en los alrededores de Tartessos y en parte en las teorías de otro estudioso alemán que tenía el insólito nombre de Redslob y postulaba que las tribus germánicas de la prehistoria habían navegado frecuentemente por el océano. Pero la propia Tartessos no ha sido definitivamente localizada, aunque se han encontrado grandes bloques de construcciones en terrenos de sedimentación que estaban demasiado cerca del nivel del agua como para realizar excavaciones prácticas. Los restos de Tartessos pueden hallarse bajo el mar o cubiertos de sedimentación, bajo la tierra misma.

M. Wishaw, directora de la escuela Anglo-Hispano-Americana de Arqueología, y autora de La Atlántida en Andalucía (1929), estudió la zona durante veinticinco años. El descubrimiento de un “templo del Sol” a nueve metros de profundidad en las calles de Sevilla le hizo pensar que Tartessos podría estar enterrada bajo la actual ciudad. De hecho, gran parte de la antigua Roma está enterrada bajo la Roma moderna, o Tenochtitlán yace bajo la parte vieja de Ciudad de México. En las minas de cobre de Río Tinto, cuya antigüedad se calcula en unos ocho o diez mil años, pueden observarse otros restos relacionados con la cultura de Tartessos. Algo parecido ocurre con las obras de ingeniería hidráulica próximas a Ronda y con un puerto interior en Niebla, que pueden hacer pensar en la descripción de Platón de las obras hidráulicas de la Atlántida. Pero a diferencia de los investigadores alemanes, que sostenían que la propia Tartessos fue el centro de la leyenda atlántica, la señora Wishaw creía que Tartessos era simplemente una colonia de la verdadera Atlántida: “Mi teoría es que el relato de Platón ha sido corroborado en todas sus partes, por lo que hemos encontrado aquí, incluso el nombre atlántico de su hijo Gadir, que heredó aquella parte del reino de Poseidón que se encuentra más allá de las Columnas de Hércules y que gobernó en Gades (Cádiz)… Aquel pueblo prehistórico maravillosamente culto, cuya civilización he documentado, resultó de la fusión de los libios de la Antigüedad, que en una etapa anterior a la historia de la Humanidad vinieron a Andalucía desde la Atlántida para comprar el oro, la plata y el cobre extraído por los mineros neolíticos de Río Tinto, y en el curso de las generaciones… fundieron las culturas ibérica y africana hasta tal punto, que África y Tartessos resultaron en una raza común, la libio-tartessa“. Se estima que la civilización tartessa tenía documentos escritos de hasta 6.000 años de antigüedad. Y en una aldea de pescadores española, cercana a Tartessos, Schulten encontró un anillo con una inscripción que se ha considerado una excelente prueba de la existencia de dicha escritura. La señora Wishaw reunió otras inscripciones ibéricas prerromanas, que nadie ha podido todavía traducir, y afirma que alrededor de 150 de estos signos alfabéticos pueden verse también en las paredes de las cuevas excavadas en roca, en Libia.

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Puede que esto no constituya una prueba de la existencia de la Atlántida, pero parece demostrar la existencia de una civilización en el sudoeste europeo muy antigua y muy poco conocida. Esta cultura presenta muchos aspectos similares a la de la antigua Creta, con la cual tuvo posiblemente algunos contactos. Uno de los hallazgos más notables de la cultura ibérica es “La Dama de Elche”, que fue descubierto en el Sur de España, cerca de la ciudad de ese nombre. Algunos piensan que es un retrato de una sacerdotisa de la Atlántida, y constituye por sí sola una prueba del alto grado de civilización alcanzado por los antiguos habitantes de España. La Dama de Elche es una escultura que generalmente se considera íbera, en piedra caliza, que se cree data entre los siglos V y IV a. C. Mide 56 cm de altura y pesa 65,08 kg. Posee en su parte posterior una cavidad casi esférica de 18 cm de diámetro y 16 cm de profundidad, que posiblemente servía para introducir reliquias, objetos sagrados o cenizas como ofrendas a los difuntos. Otras muchas figuras ibéricas de carácter religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama de Elche, sus hombros se muestran ligeramente curvados hacia adelante. Hay quienes han sugerido que Esqueria, la tierra de los feacios situada “en el fin del mundo” y que Hornero menciona en La Odisea, sirvió a Platón de modelo para su relato de la Atlántida. Muchos aspectos de Esqueria recuerdan la narración platónica, tales como el maravilloso y resplandeciente palacio de Alcino, “hecho de metal”, y las “las gigantescas y sorprendentes murallas”. Asimismo el poder marítimo de los feacios, la ciudad construida en una llanura flanqueada por grandes montañas en el Norte e incluso la mención de dos manantiales en el jardín del palacio real. Todavía no se conoce el real emplazamiento de Esqueria. Homero, al describir la tierra o isla visitada por Ulises en su viaje de regreso después de la guerra de Troya, en el que hizo muchas escalas, estaba repitiendo quizá los relatos que había escuchado en alguno de los diversos lugares que habían conservado una antigua y muy desarrollada civilización, tales como Creta, Corfú, Tartessos, Gades, o la propia Atlántida, como sugiere Donnelly. Sin embargo, y dado que el nombre de Esqueria sólo aparece en La Odisea, la respuesta podría estar en el significado del nombre. En fenicio esquera significa “intercambio”, de manera que la palabra pudo ser utilizada simplemente como una expresión general para describir algun centro comercial poco conocido en la época, y tal vez se utilizó para designar lejanos centros occidentales, como Tartessos o Gades, o alguna isla o isla-continente del océano Atlántico.

En Tassili, Argelia, pueden observarse pinturas que muestran una forma de arte sorprendentemente elaborada y realizada por algún pueblo hace miles de años, en plena Prehistoria. Hay otras teorías según las cuales la Atlántida nunca se hundió, que está todavía en tierra firme y que bastaría con llevar a cabo una excavación para encontrarla. Una de las más importantes de estas versiones se basa en los cambios climáticos ocurridos en el norte de África. En las montañas Tassili, de Argelia, y en la vecina cadena Acasus, en Libia, hay cavernas con pinturas que datan de hace diez mil años y en las que se reproduce una tierra placentera, muy poblada, llena de ríos y bosques y en la que abundan toda clase de animales africanos, como los que ahora han desaparecido, pero que alguna vez existieron en una región que en la actualidad es completamente árida. Pero volvemos a la misma idea antes indicada. Seguramente esta zona fue una de las colonias atlantes. Además de los indicios de un completo cambio climático, como lo sugieren las pinturas de las cavernas, en su ejecución vemos ciertas similitudes respecto a las de la Europa prehistórica. Ello constata la existencia de una cultura evolucionada y un largo período de desarrollo artístico, que se advierte en el uso de la perspectiva. La presencia de una gran población coincide con la teoría generalmente aceptada de que, en el actual emplazamiento del desierto de Sahara, existieron alguna vez grandes ríos, bosques e incluso mares interiores. Los restos de estos cursos de agua todavía fluyen bajo las arenas del desierto y las tribus de la región aún conservan el recuerdo de tierras más fértiles. La progresiva aridez del actual norte de África y la supervivencia de gran parte de la costa son las bases de otras teorías que sostienen que tanto Túnez como Argelia poseían un mar interior, abierto al Mediterráneo e incluso conectado con el del Sahara. Otro de estos mares, el de Túnez, tiene relación con el lago Tritonis, mencionado por diversos autores clásicos, que perdió el agua cuando los diques se quebraron durante un terremoto, y finalmente se secaron, convirtiéndose en lo que ahora es un lago pantanoso y poco profundo de el Chott-el-Djerid, en Túnez. Se cree que el Sahara en realidad era el lecho de un antiguo mar que formaba parte del océano Atlántico. Los estudios geodésicos realizados bajo los auspicios del gobierno francés demuestran que la depresión formada por los lagos pantanosos y poco profundos de Argelia y Túnez, está por debajo del nivel del mar, que se llenarían de agua si se eliminasen una serie de dunas de la costa.

En 1868 el arqueólogo francés Gerard Godron elaboró la teoría de que la Atlántida realmente estaba enterrada en el Sahara. En 1874 el geógrafo francés Etienne Berlioux también se inclinó a situar en África la isla-continente, pero afirmó que la verdadera Atlántida estaba en el norte de África, exactamente en las montañas del Atlas, frente a las islas Canarias. Berlioux pensaba que Cerne, la ciudad mencionada por el autor clásico Diodoro Sículo (o de Sicilia) como capital de los atlantioi, se hallaba aproximadamente en ese mismo punto. Cerne aparece mencionada también en el curso del viaje realizado por el navegante cartaginés Hanno, que concluyó en el lugar de aquel nombre. Asimismo aparece también en uno de los mapas de la época de Colón. Berlioux subrayó el hecho de que los bereberes de los montes Atlas suelen tener piel blanca, ojos azules y pelo rubio, lo que denota un origen celta o atlántico.  P. Borchard, un escritor alemán, en 1926 se adhirió a la teoría norteafricana y opinó que la capital de la Atlántida estaba situada en las montañas Hoggar, cadena localizada en el oeste del Sáhara, al sur de Argelia, asentamiento de la tribu tuareg, una raza de origen misterioso, que usa túnicas y velos azules, y a los que se conoce como bereberes. Dado que consideraba a los bereberes como posibles descendientes de los atlantes norteafricanos, Borchard intentó buscar en los nombres de las tribus bereberes de la actualidad los nombres de los diez hijos de Poseidón; es decir, los gobernantes de la Atlántida. Encontró dos extraordinarias coincidencias: que una de las tribus se llamaba Uneur, lo que coincidía con Euneor, mencionado por Platón como el primer habitante de la Atlántida, y que las tribus bereberes de Chott el Ha-Maina, de Túnez, tenían el nombre de Attala (hijos de la fuente). Los arqueólogos franceses Butavand y Jolleaud sitúan una gran parte del imperio atlántico como una tierra sumergida frente a la costa de Túnez, en el golfo de Cabes. François Roux comparte la creencia de que en tiempos prehistóricos África del Norte era una península fértil: “…La verdadera Atlántida, atravesada por muchos ríos y densamente poblada por hombres y animales...”. En su investigación, Roux estableció una íntima relación entre la cultura prehistórica de África del Norte y las de Francia, España y Portugal, basándose en el descubrimiento de ciertos guijarros y cerámicas que mostraban símbolos que, según él, representaban un lenguaje escrito.

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Si consideramos las diversas teorías modernas acerca de la isla-continente y su localización, se advierte cierto carácter partidista en las investigaciones, dependiendo de la nacionalidad de los investigadores. Algunos  arqueólogos griegos creen que la leyenda atlántica tiene sus orígenes en la isla de Tera, que en el año 1500 a.C. explotó y una gran parte de ella se hundió en el mar Egeo. Antes de que surgiera la candidatura de Tera como posible emplazamiento de la Atlántida, Creta era también considerada por numerosos estudiosos como la verdadera isla sumergida, debido al gran desarrollo que alcanzó su civilización primitiva, repentinamente desaparecida, y a la existencia de cenizas volcánicas y huellas de fuego en sus ruinas. Sin embargo, es evidente que la erupción volcánica y el terremoto que destruyeron Tera pudieron afectar también a Creta, y ambas civilizaciones habrían sido quizá destruidas por la misma catástrofe. El filólogo y orientalista alemán Joseph Karst, especialista en el tema de la Atlántida, amplió considerablemente el problema de la localización de la isla cuando ideó la teoría de la existencia de dos islas-continentes, una en Occidente, que se extendía desde el norte de África hasta España y el Atlántico, y otra en Oriente, en el océano Indico, al sur de Persia y Arabia. Además, mostró en detalle varios puntos subsidiarios de una civilización existente en las montañas Altai de Asia y en otras regiones, que Karst relaciona en base a similitudes de lenguaje, nombres de localidades, tribus y pueblos. Frente a esta diversidad de Atlántidas, James G. Bramwell adopta una posición neutral y resume los problemas planteados por las numerosas teorías, con respecto del emplazamiento real de la Atlántida. En su libro La Atlántida perdida, sugiere que, o se parte de la base de que el continente sumergido era una isla del Atlántico, o no se trata de la Atlántida. Pero los múltiples restos culturales existentes en el Mediterráneo, en el Oeste y Norte de Europa y en el continente americano, no excluyen necesariamente la existencia de una isla-continente. Por el contrario, muchos de ellos podrían ser vestigios de una colonización atlante, como sugirió Donnelly.

Un caso sorprendente es la extraña cultura Yoruba, o Ife, que existió en Nigeria, en el occidente africano,  alrededor del 1600 a.C. El explorador Leo Frobenius, después de realizar un serio estudio de esta extraña cultura africana, encontró lo que le parecieron similitudes indudables con el relato de Platón: “Creo, por lo tanto, haber hallado nuevamente la Atlántida, centro de una civilización situada más allá de las Columnas de Hércules y de la que Solón nos dijo que estaba cubierta de frondosa vegetación, en la que plantas frutales proporcionaban alimentos, bebida y medicinas, que fue el lugar en que crecieron el árbol de la fruta de rápida descomposición (el plátano) y algunas especies muy agradables (como la pimienta), donde había elefantes, se producía cobre y donde los habitantes usaban ropas de color azul oscuro“. Además, Frobenius basaba su teoría de una Atlántida nigeriana en ciertos símbolos etnológicos, como el uso de símbolos comunes a otras tribus, como la swástica, la adoración de Olokun, dios del mar, la organización tribal, ciertos tipos de artefactos, utensilios, armas y herramientas, tatuajes, ritos sexuales y costumbres funerarias. En sus comparaciones descubrió sorprendentes similitudes con otras culturas, como la etrusca, la ibérica de la Prehistoria, la libia, la griega y la asiría. Aunque sostuvo que había encontrado la Atlántida, Frobenius pensaba que la cultura Yoruba era originaria del Pacífico y que había llegado a través de Asia y África. Por consiguiente, al afirmar que había encontrado la Atlántida, probablemente quería decir que había hallado lo que los antiguos escritores describían cuando hablaban del pueblo atlántico, de una misteriosa civilización existente más allá de las Columnas de Hércules. Probablemente la cultura Yoruba fuese un remanente de la cultura atlante. Puesto que los límites de la prehistoria están retrocediendo cada vez más en el tiempo, quizás estemos cerca del momento en que podremos comprobar si la verdadera civilización se originó en un mismo lugar o en varios a la vez, y si hubo una gran isla atlántica cuya influencia se extendió a los otros continentes o si las extrañas similitudes entre civilizaciones prehistóricas fueron simplemente una coincidencia fortuita.

Volviendo a Egipto, es posible que en el último periodo de degeneración de la historia egipcia, al que pertenecen las dinastías relatadas por Manetón, algunos de los reyes, habiendo perdido la noción del uso al que fueron destinadas antiguamente las pirámides, pueden haber seguido construyendo monumentos similares, pero sin conocer el uso original, destinándolos al uso como tumbas. La construcción de la gran pirámide ha sido asignada, por la mayor parte de los egiptólogos, a un faraón de la cuarta dinastía, generalmente conocido por el nombre de Cheops, o, más correctamente, por el de Khufu. Se supone que ese monarca fue el que la construyó. Como su reinado fue muy largo, el tiempo necesario para construir este monumento se explica por esta causa. Pero Khufu solo restauró algunas partes de la pirámide que se habían deteriorado, y cerró, por razones no explicadas, algunas de las cámaras que antes eran accesibles. Los egiptólogos modernos admiten que las pruebas de que Khufu fuera el constructor de la pirámide son poco sólidas. Pero la manipulación de los enormes bloques de piedra usados en este monumento, así como la construcción misma de la gran pirámide, solo pueden explicarse por la aplicación a tales trabajos de algún conocimiento tecnológico o de alguna facultad paranormal, que se perdió para la humanidad durante la decadencia de la civilización egipcia, no habiendo sido aun conseguido por la ciencia moderna. Este misterio es común a otras ruinas procedentes de las edades en que los adeptos, dispersados desde la Atlántida, tomaban aun parte en la vida de Egipto y de algunas otras zonas que forman ahora parte del continente europeo. En la misma Inglaterra hay algunos restos del tiempo de los adeptos atlantes. Stonehenge constituye un enigma que también ha dejado perplejos a los investigadores. La mayor parte de los arqueólogos han afirmado que fue erigido  por  los druidas de la antigua Bretaña, que estaban ya desapareciendo como casta  sacerdotal en tiempos de la invasión romana, aunque celebraban todavía los ritos secretos a que se han referido algunos historiadores romanos. Pero ello no explica los métodos que pudieran emplear los pueblos que habitaban la Gran   Bretaña conquistada por Julio Cesar para manejar los enormes monolitos que forman las ruinas de Stonehenge

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Ello tampoco satisfizo al arquitecto James Fergusson, que dedicó pacientes investigaciones al asunto, tal como describe en su libro Monumentos de piedras toscas. James Fergusson ha desarrollado una hipótesis, según la cual Stonehenge fue erigido en tiempo del Rey Arturo para celebrar una de las doce grandes batallas en que se dice que aquel héroe derrotó a los paganos. Una de las razones de que James Fergusson rechace la teoría druídica, se debe a presuponer que un pueblo salvaje, como el que los romanos encontraron en las islas británicas, pudiera manejar las masas de piedra que forman las ruinas en cuestión. Pero trata con ligereza la dificultad que presenta su teoría, al afirmar que, después de la ocupación romana, los bretones pudieron haber adquirido muchos conocimientos de ingeniería de sus conquistadores romanos. Lo que no dice es que los mismos romanos no hubieran sido más   capaces que los bretones para manipular los bloques de piedra de Stonehenge. Las piedras superiores pesan unas once toneladas cada una, y las piedras verticales pesan treinta toneladas cada una. No es lógico decir que tales moles fueron movidas, elevadas y puestas en su lugar con gran precisión empleando solo la fuerza humana. Al caso de Stonehenge tenemos que añadir los restos de Avebury, así como los innumerables dólmenes que encontramos en las Islas británicas y, en mayor numero, en Francia, España y Escandinavia. Es preciso incluir también los dólmenes, así como los supuestos monumentos del rey Arturo. Y hay dólmenes cuyo peso deja pequeños los de Stonehenge. Los dólmenes son sencillas construcciones en que un gran bloque de piedra, la cubierta, se eleva sobre tres o más bloques verticales. Un dolmen de Cornualles, en el termino municipal de Constantine, tiene un peso evaluado en nada menos que 750 toneladas. Otro, en Pembrokeshire, es una gran piedra tabular, suficientemente grande para que cinco hombres a caballo se cobijen bajo ella. La hipótesis del rey Arturo deja la respuesta tan en poco posible como la teoría druídica. Y la idea de que los bretones pudiesen elevar piedras de 750 toneladas, solo en base a conocimientos de ingeniería aprendidos de los romanos, no puede considerarse seria. La Atlántida es la única clave racional para la comprensión de Stonehenge, así como la única explicación satisfactoria para el antiguo Egipto. Sinnet nos dice que los archivos askásicosnos muestran a los adeptos de la Atlántida como fundadores, en la Europa occidental, de los ritos religiosos a los que respondía  la construcción de Stonehenge.

En un periodo muy posterior al de la emigración atlante a Egipto, algunos adeptos de la   Atlántida se establecieron en lo que actualmente son las islas británicas, que tenían un aspecto muy distinto al actual. Debido a su influencia, se establecieron nuevas civilizaciones que no fueron tan consistentes como la egipcia,  aunque dieron lugar a importantes ciudades, cuyos restos se han desvanecido. Stonehenge se erigió como un templo, pero nunca estuvo cubierto. En la Atlántida, los grandes progresos del conocimiento cientifico se habían puesto exclusivamente al servicio de la vida material, mientras que las aspiraciones espirituales habían quedado ahogadas. Muchos secretos de la Naturaleza, que la ciencia actual aun no ha recobrado, fueron degradados para el exclusivo servicio del goce material por parte de las clases dominantes. Los adeptos espirituales de aquel periodo se apartaron con disgusto de aquella comunidad y se impusieron a sí mismos la tarea de implantar la semilla entre aquellos   nuevos pueblos, cuyos descendientes estaban destinados a conducirles a un futuro ennoblecido. Construyeron su gran templo con rocas sin labrar. No buscaban efectos arquitectónicos que apartaran la atención de la Naturaleza. Pero volvemos a la pregunta de cómo vencieron la dificultad de manipular aquellas enormes moles de piedra. Al examinar   detenidamente la historia de la Atlántida, que poseían recursos tecnológicos muy avanzados, se observa que los constructores de entonces no recurrían exclusivamente a medios tecnológicos para manejar pesados materiales. Sinnet nos dice que en la madurez de la civilización atlante, algunas fuerzas de la Naturaleza, que ahora están solo bajo el dominio de los adeptos de la ciencia oculta, eran entonces de uso general. Entre esos conocimientos poseían el poder de modificar la fuerza que nosotros llamamos gravedad. La verdad es que la modificación de la fuerza de la gravedad por métodos que el espíritu humano puede poner en practica, pueden parecer absurdos, pese a la evidencia de hechos misteriosos que tienen lugar en el campo de las experiencias paranormales.

En ciertas sesiones espiritistas algunos objetos pesados son a veces “levitados”, es decir, elevados, y hasta se los ha visto flotar en el aire bajo la influencia de agentes invisibles o fuerzas que han contrarrestado, en aquel momento y para aquellos objetos, la fuerza usualmente llamada gravedad. En el hecho de que los objetos puedan algunas veces ser repelidos de la tierra, o levitados, no hay nada más de misterioso que en el hecho de que generalmente sean atraídos. Ningún físico moderno ha expuesto aun una concepción clara sobre el por qué o cómo opera la gravedad. En este momento no sabemos más que Newton cuando se preguntaba por qué cae la manzana. Podemos en cierto modo medir la fuerza que la mueve, pero aún no sabemos lo que es esa fuerza. Lo mismo ocurre con el magnetismo. En el magnetismo podemos observar en acción los dos procesos de atracción y de repulsión. Si estimulamos un electroimán en cierto modo, atraerá el hierro. Pero si lo estimulamos de otro modo, repelerá el cobre, de modo que una masa de este metal puede ser visiblemente levitada   y conservada en suspensión, sin apoyo aparente, a cierta altura sobre el aparato que lo repele. La levitación de mesas y de seres humanos en sesiones espiritistas solo puede ser observada ocasionalmente y no puede reproducirse a voluntad. Pero este hecho hay que tomarlo en consideración. Los teosofistas afirman que los adeptos en la ciencia oculta pueden hoy, como en la antigüedad, modificar la acción de la fuerza que llamamos gravedad. Los adeptos custodios de ese conocimiento sobre las misteriosas fuerzas de la Naturaleza, pueden y siempre han estado capacitados para dirigir las atracciones de la materia de modo conveniente, a fin de alterar a voluntad el peso efectivo de los cuerpos densos. Esta es la explicación de las maravillas de la arquitectura megalítica. Trabajando bajo la guía y ayuda de los adeptos de la Atlántida, los constructores de Stonehenge y de los antiguos dólmenes, aligeraban los bloques de piedra, que entonces se podían manejar con facilidad. Los observadores clarividentes de Stonehenge han visualizado el proceso de su construcción. Volviendo a las Pirámides, las grandes piedras que las forman fueron manejadas de igual modo que los bloques de Stonehenge. Los adeptos que dirigían su construcción facilitaron el proceso mediante la levitación de las piedras empleadas.

En el templo de Baalbek, en el actual Líbano, se calcula que cada una de las piedras de sus muros pesa más de 1500 toneladas. Los orígenes de Baalbek se remontan a dos asentamientos cananitas que las excavaciones arqueológicas bajo el templo de Júpiter han permitido datar su antigüedad, situándola en la edad del bronce antigua (2900-2300 a. C.) y media (1900-1600 a. C.). La etimología del topónimo está relacionada al sustantivo bá’al o bēl, que en varias lenguas del área semítida noroccidental, como el hebreo o el acadio, significa ‘señor’. El término Baalbek significaría entonces ‘señor de la Bekaa’ y estaría, probablemente, relacionado con el oráculo y el santuario dedicado al dios Baal o Bēl, a menudo identificado como Hadad, dios del sol, de la tempestad y de la fertilidad de la tierra. También a Anat, diosa de la violencia y de la guerra, hermana y consorte de Baal, que más tarde se identificaría con Astarté. O quizá estaba asociada a Tammuz, más adelante identificado con Adonis, dios de la regeneración primaveral. Las prácticas religiosas de estos templos contemplaban seguramente, como en otras culturas vecinas, la prostitución sacra, los sacrificios animales, y quizá también humanos, así como las ofrendas rituales a las divinidades. Buscando una explicación a la colocación de estos enormes bloques, los arqueólogos se han contentado hasta ahora con afirmar que, pudiendo haber recurrido a un número ilimitado de trabajadores, los constructores de templos como el de Baalbek han podido colocar esas enormes piedras haciéndolas arrastrar a lo largo de las calzadas, sobre rodillos, y levantándolas de un modo u otro hasta colocarlas en sus lugares, con la ayuda de planos inclinados. Tales hipótesis requieren una mayor dosis de credulidad que las afirmaciones esotéricas. Stonehenge y Baalbec realmente se levantan ante nosotros como imperecederas pruebas de que, en la época de su construcción, cualquiera que esta pueda haber sido, el mundo tenía a su disposición una ingeniería que no se basaba en la fuerza bruta, sino por la aplicación de un conocimiento superior que el de la moderna ingeniería. Fue en un periodo muy posterior a aquel en que los adeptos atlantes emigraran a Egipto, cuando los que vinieron al Occidente de Europa elaboraron el culto espiritual, que tenía como grande y sencillo templo, al principio, el de Stonehenge. Ocurrió esto en periodo muy posterior a la misma construcción de las Pirámides.

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Localizado a cien kilómetros al oeste de Londres, en la llanura de Salisbury, se encuentra uno de los monumentos milenarios más sorprendentes de la humanidad. Con sus colosales rocas, cuyos pesos varían de dos a treinta y cinco toneladas, Stonehenge es probablemente la construcción megalítica más fascinante. Su construcción se remonta a la noche de los tiempos, aunque no hay escritos que nos permitan conocer con seguridad su origen. Aunque nadie conocía el origen de este complejo megalítico, algunos sugerían que podíamos encontrarlo a través de las leyendas y la tradición. Algunos como Geoffrey de Monmouth (1100 – 1154), en plena Edad Media, relataba en sus crónicas la creencia popular de que el conjunto era un circulo de gigantes petrificados, de allí que se le conociera como la “Danza de los Gigantes“. Pero el mismo escritor nos hablaba de  otra leyenda que sugería que las piedras fueron llevadas allí por el Mago Merlín, desde Irlanda, con la ayuda de unos extraños artefactos, con la finalidad de conmemorar un entierro masivo de bretones. Pero al pueblo sajón aquellas enormes piedras les recordaban las vigas en las cuales colgaban a los criminales, por lo cual empezaron a conocerlo como “Stonehenge“, la horca de piedra. El misterio de Stonehenge llegó hasta el rey Jaime I de Inglaterra, quien en 1620 encargo al arquitecto Iñigo Jones investigara todo lo referente al conjunto. Aún faltaba un siglo y medio para el nacimiento de la arqueología, por lo que Iñigo Jones hizo lo que sus recursos le permitían. Finalmente llego a la conclusión de que era un templo romano dedicado al Cielo, construido poco después del año 79 d.C. Tal vez esto satisfizo al rey, pero hoy sabemos que Iñigo Jones se quedó corto. Stonehenge ya era un conjunto milenario en época del Imperio Romano. En ese mismo siglo XVII apareció en escena John Aubrey (1626-1697), escritor y estudioso de la antigüedad, que estudió los monumentos megalíticos de Inglaterra, y sugirió por primera vez que Stonehenge era un templo construido por los druidas. Ese mismo siglo William Stukeley realizo un estudio que reiteró y expandió el origen druídico de Stonehenge. Stukeley era masón, por lo que pertenecía a una comunidad cuyos orígenes se remontan a tiempos de los druidas y el Antiguo Egipto. Sin embargo, los druidas, los antiguos sacerdotes celtas, nada tenían que ver con Stonehenge, puesto que dicho complejo megalítico existía desde algunos milenios antes. La falsa relación entre druidas y Stonehenge llegó a tal punto que una agrupación masónica denominada Antigua Orden Unificada de Druidas realizaban una serie de ritos presuntamente druidas al amanecer del solsticio de verano.

El misterio de Stonehenge continuó en presente en las tradiciones del pueblo. A inicios del siglo XX un investigador afirmó poder determinar con un aceptable grado de certeza la edad de Stonehenge. En 1901, Sir Norman Lockyer, que no era arqueólogo, confirmó que una persona ante la “piedra del altar“, observando hacia la “piedra talón“, podía observar con gran exactitud el sitio por donde salía el Sol durante el solsticio de verano, el 21 de junio. Lockyer confirmo que efectivamente la “piedra de altar“, situada en el centro de Stonehenge, se alineaba con la “piedra talón” apuntando al Sol, con tan solo un pequeñísimo margen de error. Sir Norman Lockyer había realizado un minucioso estudio de la precesión de los equinoccios, fenómeno por el cual, a lo largo del tiempo, el Sol presenta un desplazamiento con respecto a las constelaciones. Suponiendo que los constructores de Stonehenge hubiesen alineado el centro del conjunto con la “piedra talón” con una gran exactitud, al calcular los 58 minutos de arco de diferencia con respecto al conocido desplazamiento de precesión, permitiría conocer en qué fecha Stonehenge se habría erigido como templo solar. Los cálculos de Norman Lockyer le dieron la fecha de 1800 a.C. Posteriores dataciones con carbono-14 llevaron los inicios de Stonehenge hacia el 2800 a.C. Pero en medios esotéricos se considera que su antigüedad es considerablemente mayor. Se supone que alguna civilización neolítica de origen precéltico debió ser la que erigió este monumental conjunto. En 1961, el profesor Gerald F. Hawkins, astrónomo de la Universidad de Boston, planteó la posibilidad de que Stonehenge fuera utilizado como una calculadora astronómica para predecir los eclipses de Sol y de Luna, además de para adorar a los doce dioses del zodiaco. Sin embargo muchos de los planteamientos de Hawkins han sido descartados. De todos modos, Stonehenge dista mucho de haber dejado de ser un misterio,  aunque su finalidad parece hoy bastante evidente. Fue un templo para adorar al Sol y la Luna, astros que regían el ciclo de las estaciones. Un calendario que sabiamente observado permitía predecir la llegada de las estaciones. También parece que era un lugar de ritos funerarios, como lo confirman los diversos restos desenterrados en diversas partes del recinto.

Stonehenge es obra de una antigua sociedad interesada en la observación de los astros. Pero no es la única construcción megalítica. Por toda Irlanda, Inglaterra, España, Portugal y Francia existen diversos conjuntos de piedra con funciones astronómicas y/o rituales. Estos conjuntos en ocasiones han sido posteriormente heredados por otras civilizaciones para sus rituales, como fueron el caso de los druidas celtas, los galos e incluso los cristianos, ya que muchas iglesias han sido construidas encima de antiguos dólmenes o menhires. Este hecho, lejos de revelarse como la tendencia de la religión hacia el paganismo, es la confirmación de como nuestra relación con la naturaleza no se ha perdido, y que la herencia de sitios sagrados, desde la época neolítica a la actual, es una prueba más del sincretismo religioso de los seres humanos con respecto al universo y su historia. Igual de sorprendente es la existencia de conjuntos megalíticos en otras zonas alejadas del occidente europeo. En abril de 1998 se dio a conocer la existencia de un milenario observatorio astronómico, al estilo de Stonehenge, en Nabta, Egipto. En el norte de la costa este de los Estados Unidos encontramos diversos dólmenes en Nueva Inglaterra, Massachusetts, Pennsylvania, Virginia y Vermont.  Todo ello nos hace pensar de nuevo en la influencia de la Atlántida. Pensar que una civilización europea, anterior a los vikingos y a Colón, hubiese podido cruzar el Océano Atlántico causa mucha polémica, aunque ciertas leyendas irlandesas lo insinúan. Por el momento no hay mucho material para llegar a una respuesta satisfactoria. Por si fuera poco un conjunto de piedras con ciertos aires megalíticos han sido ubicados recientemente en una zona bastante alejada de los conjuntos de la costa este de los Estados Unidos. Una especie de Stonehenge ha sido localizado en México. Se encuentra en un lugar conocido como las Aguilas, en las proximidades de Cuautla de la Paz, en el estado de Jalisco. Al igual que en el verdadero Stonehenge, en el solsticio de verano un rayo de luz logra colarse entre dos monolitos e ilumina una piedra ubicada a 15 metros de distancia. Parece que este conjunto megalítico desempeñaba funciones tanto ceremoniales como astronómicas.

Según Sinnet no se sabe si los adeptos de la Atlántida residieron mucho tiempo en la Europa occidental antes de comenzar a introducir su enseñanza entre el pueblo. Probablemente así ocurriría. Pero lo cierto es que las piedras que ahora se elevan en Stonehenge, en Salisbury Plain, fueron colocadas allí hacia el final de la sumersión parcial intermedia del continente atlante, hace unos cien mil años. El recinto exterior y las piedras de los grandes trilitos son de una composición que parece indicar fueron extraídas de las canteras de las inmediaciones. Pero el recinto interno y el altar de piedra son de una formación totalmente diferente, y las piedras no pueden identificarse con ninguno de los estratos rocosos de esta parte de Inglaterra. Esta piedra sólo se encuentra en Cornualles, en Gales y en Irlanda, pero no más cerca. De modo que los materiales del circulo interno tuvieron que ser traídos de alguna de esas regiones. Se podría suponer que los constructores de Stonehenge trajeron los bloques de piedra a través de varios cientos de kilómetros, cubierto entonces de selvas vírgenes, o por mar, cuando en los alrededores hay piedra abundante, tan buena y tan duradera como la utilizada. Las dimensiones y peso de los bloques de piedra empleados en Stonehenge son suficientes para desbaratar la teoría que asigna la construcción al rey Arturo. En cambio, para un templo místico, los sutiles atributos de las diferentes clases de piedra, que los ocultistas distinguen por su magnetismo, podrían aconsejar el empleo de dos calidades diferentes de piedras. El culto de los primitivos druidas, que eran los Maestros ocultos que se ubicaron en Stonehenge, era grandioso y sencillo. Había procesiones, cánticos y ceremonias simbólicas relativas a acontecimientos astronómicos, especialmente a la salida del Sol en la mitad del verano, cuando grandes multitudes se reunían para contemplar cómo los rayos del Sol, en el momento  de su salida, pasaban a través de una abertura opuesta al altar e iluminaban la piedra sagrada. En aquellos días no se ofrecían sacrificios impíos, y la única ceremonia externa de naturaleza sacrificial que tenía lugar, debía hacerse con una libación de leche que se vertía sobre la piedra.

De acuerdo con el simbolismo de los primitivos ritos ocultos, se concedía una gran importancia a la serpiente como emblema de múltiple significado. Y como los druidas adeptos podían fácilmente dominar a estos animales, se llevaba una serpiente viva para que se deslizara hasta la piedra del altar, en la ceremonia de la salida del Sol, y se bebiera la leche. Hay muchos conceptos erróneos con respecto de lo que se ha llamado “Culto de la Serpiente” de la antigüedad. El maestro druida, durante las ceremonias de Stonehenge, en los días del culto  acostumbraba a marchar en algunas de las procesiones con una serpiente viva alrededor de su cuello. Más tarde, cuando la influencia de los adeptos desapareció, varios milenios después, los decadentes maestros druidas la usaban por tradición. Pero por razones de prudencia llevaban una serpiente muerta. Sus prácticas degeneraron hasta que un día la piedra del altar fue inundada con sangre de víctimas humanas, en lugar de con leche, siendo esta la única clase de religión druídica que registraron en sus escritos los historiadores romanos. Probablemente llegó un momento en que los primeros adeptos abandonaron aquel pueblo. En Egipto, aparentemente los adeptos consiguieron implantar sus ideas, pero en las islas británicas no. Y, de esta manera, mientras Egipto permaneció como centro de una alta civilización hasta un periodo relativamente reciente, los habitantes de las islas británicas volvieron a la barbarie. Hasta algunos milenios antes de la conquista por Roma, permanecieron   aun débilmente impregnados de las remotas tradiciones, y luego se hundieron en la decadencia.

Fuentes:

  • Alfred  Percy Sinnet – Las Pirámides y Stonehenge
  • Charles Berlitz – El Misterio de la Atlántida
  • Ignatius Donnelly  – La Atlántida: el mundo Antediluviano
  • William Scott- Elliot – Historia de los atlantes
  • Edouard Schure – Atlántida
  • Platón – Critias o la Atlántida
  • Bernard Cornwell – Stonehenge
  • Sam Christer – El enigma Stonehenge

Un gran número de evidencias apoyan la leyenda sobre la Atlántida

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