Un estudio señala que la variación de la frecuencia cardíaca, trabajando en conjunción con el pensamiento, hace posible que se reflexione más sabiamente sobre problemas sociales
Científicos de la Universidad de Waterloo (Canadá) han analizado el corazón y su relación con la sabiduría. Lo han hecho desde la perspectiva de las fluctuaciones de los latidos. Así, han descubierto que las personas con mayor variabilidad en dichas fluctuaciones son capaces de reflexionar más sabiamente sobre problemas sociales complejos. Por Yaiza Martínez.
Imagen: AnnaER. Fuente: Pixabay.
Desde hace unos años, la sabiduría (entendida como una virtud humana asociada a la empatía, la compasión o el altruismo) está siendo estudiada por la ciencia desde diversos ámbitos.
Uno de ellos es el de la neurología. Esta disciplina ha señalado que la sabiduría tiene una base cerebral o neurológica. Por ejemplo, lacorteza media pre-frontal estaría relacionada con el altruismo; elneurocircuito de la recompensa con la promoción de actitudes pro-sociales; y la actividad monoaminérgica con la regulación emocional.
Ahora, un estudio llevado a cabo por científicos de la Universidad de Waterloo (Canadá) arroja nueva luz sobre el tema, tras haber estudiado otro órgano del cuerpo: el corazón.
Los latidos ‘saben’
Investigadores como la matemática Annie Marquier (especialista en el estudio de la intersección entre la ciencia y la conciencia y fundadora del Instituto para el Desarrollo de la Persona de Quebec) ya habían señalado que el corazón contiene un sistema nervioso independiente y bien desarrollado, con más de 40.000 neuronas y una compleja y tupida red de neurotransmisores. Por tanto que, de alguna manera, el corazón puede “pensar”.
Pero los científicos de la Universidad de Waterloo han analizado el corazón y su relación con la sabiduría desde otro punto de vista: las fluctuaciones de los latidos.
Según sus resultados, la variación de la frecuencia cardíaca, trabajando en conjunción con el pensamiento, hace posible que los individuos reflexionen más sabiamente acerca de problemas sociales complejos.
El estudio -de Igor Grossmann, profesor de psicología de la Universidad de Waterloo, y colaboradores de la Universidad Católica de Australia- abre nuevos caminos hacia la comprensión de esta virtud, pues es el primero que muestra que la fisiología del corazón, específicamente la variabilidad de la frecuencia cardíaca durante la actividad física baja, está relaciona con un juicio menos sesgado, más sabio.
Si hay egocentrismo no se oye al corazón
En general, el ritmo cardíaco humano (variación en el intervalo de tiempo entre los latidos) tiende a fluctuar, incluso en estado de reposo.
Esta variabilidad rítmica del corazón está relacionada con el control, por parte del sistema nervioso, de las funciones de los órganos. Pero esa parece no ser su única función, pues la presente investigación ha revelado que las personas que presentan frecuencias cardíacas más variadas son capaces de razonar de una manera más inteligente y menos sesgada.
Sin embargo, en la investigación esto sólo sucedió cuando se pidió a los participantes que reflexionaran sobre problemas sociales desde la perspectiva de la tercera persona (con más distancia).
En cambio, cuando se les pidió que razonaran sobre los mismos temas desde la perspectiva de la primera persona, no se halló relación alguna entre la frecuencia cardiaca y la sabiduría de sus juicios.
Según Grossman y su equipo, este hecho apunta a que una mayor variabilidad de la frecuencia cardíaca “sirve” para ser más sabios, solo si en primer lugar se ha superado el punto de vista egocéntrico.
Órganos “pensantes” y autoconciencia
El corazón no es el único órgano del cuerpo humano que, además de hacer funciones puramente fisiológicas, contribuye a nuestras capacidades cognitivas. Se sabe que también existe un sistema nervioso entérico o un “segundo cerebro” en nuestros intestinos.
Este segundo cerebro está formado por una compleja red de neuronas que recubre nuestras vísceras y que, además de encargarse de que las funciones digestivas funcionen correctamente, nos genera ciertas sensaciones, como el miedo o la angustia que nos permiten permanecer alerta ante una situación de peligro.
El hecho de que el corazón, el cerebro, e incluso los intestinos, generen consciencia (entendida esta como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno) no solo arroja luz sobre algunas de nuestras capacidades cognitivas, como la sabiduría; sino que además invita a preguntarnos sobre la fiabilidad del conocimiento del cuerpo para algunas cosas (¿estará la intuición relacionada con el sistema nervioso entérico o la simpatía hacia otras personas con la ‘inteligencia’ cardiaca?)
Curiosamente, hace poco, otro trabajo revelaba que los humanos solemos ubicar nuestro ‘yo’ bien en el cerebro bien en el corazón, en función del autoconcepto que tengamos; y que esa «elección» nos hace tomar decisiones distintas. Pero este estudio no aclaraba si esto afecta o no a la sabiduría de dichas decisiones.
Referencia bibliográfica:
Joseph Ciarrochi et al. A Heart and A Mind: Self-distancing Facilitates the Association Between Heart Rate Variability, and Wise Reasoning. Frontiers in Behavioral Neuroscience, April (2016). DOI:10.3389/fnbeh.2016.00068.
Me regocija observar que aún desconocemos muchísimo de nuestro propio cuerpo. Mientras haya misterios habrá emoción en vivir. Si lo supiésemos todo, la cosa se volvería muy, pero muy, aburrida.