En las últimas semanas hemos vuelto a tener noticias importantes sobre nuestra herencia neandertal. Los resultados, publicados en revistas de mucho prestigio, se van repitiendo y van quedando pocas dudas sobre el hecho de nuestra hibridación con Homo neanderthalensis en momentos puntuales y lugares muy concretos. Aunque los expertos señalan el hecho de los respectivos linajes de humanos modernos y neandertales divergieron hace mucho tiempo, al punto de estar en el límite de la capacidad para tener descendientes fértiles, el caso es que un cierto porcentage del genoma neandertal ha pervivido en las poblaciones que Homo sapiens. Los grupos subsaharianos, de los que procedemos las poblaciones recientes, no tuvieron contacto con los neandertales y quedaron exentos de esa hibridación. Los expertos vuelven a señalar la circunstancia de la ventaja que tuvo el mestizaje para la colonización de las latitudes más elevadas. Nuestra adaptación se habría visto favorecida por los genes que nos prestaron los neandertales. Curiosa paradoja, cuando fueron ellos los que terminaron por desaparecer.
La avalancha de datos sobre los genes está eclipsando publicaciones previas sobre este mismo asunto, cuando todavía no se conocían datos sobre el genoma de los neandertales. Un caso muy celebrado fue el de un esqueleto infantil encontrado en un yacimiento de Portugal, que se conoció como el caso del “niño de Lapedo”. En esta localidad se encuentra el abrigo de Lagar Velho, donde se han excavado niveles estratigráficos con datos arqueológicos de los períodos Gravetiense y Solutrense. Estos períodos, que se caraterizan por elementos culturales muy particulares y bien definidos, se han atribuido a las poblaciones europeas más antiguas de nuestra especie. La datación del niño de Lapedo se ha estimado en unos 24.000 años antes del presente.
Los expertos que investigaron este esqueleto, de unos cuatro años de edad, se fijaron en algunos caracteres particulares de los dientes y en la proporción de los segmentos de sus miembros superiores e inferiores. El diagnóstico de los expertos es que aquel niño nació como resultado del mestizaje entre miembros de Homo neanderthalensis y de Homo sapiens. Los resultados y conclusiones de aquel trabajo fueron duramente criticados por dos razones. En primer lugar, aquellos expertos estaban transgrediendo el paradigma aceptado por la mayoría: neandertales y humanos modernos nunca habían hibridado. La segunda crítica no tenía en cuenta ese paradigma, sino que se limitaba a comentar que los argumentos esgrimidos por los estudiosos del niño de Lapedo carecían de fundamento.
Es obvio decir que los autores del estudio del niño de Lapedo y de otros restos óseos encontrados en diferentes regiones de Europa han reivindicado con gran alborozo sus descubrimientos a raíz de las últimas conclusiones de los genetistas. Sin embargo, no podemos engañarnos. Los estudios genéticos tienen capacidad para concluir sobre un hecho que sucedió hace miles de años. Pero unos cuantos caracteres en unos huesos no tienen el mismo poder discriminante. Se puede decir que el niño de Lapedo pudo resultar de un hibridación entre neandertales y humanos modernos, pero los restos óseos no pueden demostrarlo de manera incontestable. Al César lo que es del César.
Siempre pongo un ejemplo contundente. Si ponemos encima de la mesa todos los cráneos de neandertales y de primeros sapiens europeos conocidos hasta la fecha, la separación es tajante. Cualquier persona, aunque no tenga el entrenamiento necesario, es capaz de distinguir sin error a unos y otros. Ante este hecho, cabe concluir que los genes neandertales heredados por las poblaciones de humanos modernos que salieron de África han interesado a características que no afectaron necesariamente al esqueleto, sino a otros aspectos de nuestra anatomía y fisiología. Se habla del color de la piel, de la resistencia a determinadas enfermedades o de otros caracteres que no son visibles en los fósiles, pero que nos ayudaron en nuestra adaptación a la vida en latitudes elevadas.
Los próximos años se me antojan interesantísimos, a la espera de nuevos datos sobre el genoma de los neandertales y de otros grupos humanos contemporáneos, quizá de Asia o tal vez de América. Estoy convencido de que nos seguiremos sorprendiendo de los resultados que nos ofrecerá la paleogenética, este nuevo ámbito tan apasionante de la prehistoria.
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Muy acertada la reflexión y conclusión del autor del articulo.