«Aunque un día se llegasen a suprimir los ejércitos y los cañones, al día siguiente los humanos inventarían otros medios de hacerse la guerra. No es suprimiendo a alguien o algo del exterior que se puede restablecer la paz. La paz es, en primer lugar, un estado interior y es en sí mismo que el ser humano debe empezar a suprimir las causas de la guerra. Mientras esté habitado por el descontento, la rebeldía, la envidia, el deseo de poseer cada vez más, haga lo que haga, no sólo mantendrá en su fuero interno los gérmenes del desorden, sino que sembrará estos gérmenes por todas partes a su alrededor.
El que come y bebe cualquier cosa deja entrar en su organismo ciertos elementos nocivos que le enfermarán. Y entonces ¿qué paz puede tener cuando ha trastornado su organismo? La misma ley existe en el plano psíquico: aquél que ingiere cualquier pensamiento y cualquier sentimiento, enfermará. La paz es pues también la consecuencia de un saber relativo a la naturaleza de los alimentos con los que el hombre se alimenta en el plano psíquico. Sólo puede instalarse en aquél que se esfuerza por alimentarse con pensamientos justos y sentimientos generosos. Solamente un ser así puede aportar la paz a su alrededor: de todas las células de su cuerpo, de todas las partículas de su ser físico y psíquico emana una armonía que impregna los más mínimos actos de su vida cotidiana.»
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