El nacionalismo podría considerarse una enfermedad que se intensifica cada tanto en la historia, especialmente cuando un pueblo se siente amenazado. Es por ello que quizás sean buenas noticias que existe una tendencia a la alzar en considerarse ciudadanos globales y no de una nación como primera concepción en los individuos, si es que podemos confiar en esta encuesta de la BBC que fue realizada en 18 países con 20 mil personas.
Según el sondeo, la tendencia de verse como un ciudadano del mundo es más común en economías emergentes, liderado ene ste caso por Nigeria (73%), China (71%), Perú (70%) e India (67%) y España en quinto lugar. Esto contrasta con los países que están recibiendo olas de inmigrantes como es Alemania, donde en los últimos 15 años hay menos personas que se sienten cosmopolitas (sólo un 30%).
España, entre los países europeos, es el que tiene una mentalidad más abierta a las interrelaciones, la exogamia y en general a la apertura a los migrantes. Rusia y Alemania son más cerrados.
Sobre el nacionalismo vienen a colación las palabras de Borges, el escritor argentino que logró estatura universal abrazando la literatura sin fronteras. Borges dijo que los nacionalistas en su país eran (y podemos extrapolar) «quienes por un lado ponderan lo nacional, lo argentino y al mismo tiempo tienen tan pobre idea de lo argentino, que creen que los argentinos estamos condenados a lo meramente vernáculo y somos indignos de tratar de considerar el universo». Consideró que también el nacionalismo era «un mal de época», y que por el contrario era más lúcido «sentir todo el mundo como nuestra patria», puesto que «ser cosmopolita no significa ser indiferente a un país, y ser sensible a otros, no. Significa la generosa ambición de querer ser sensible a todos los países y a todas las épocas, el deseo de eternidad…»
Realmente el nacionalismo –y esto no significa que no valoremos lo que tenemos cerca y ayudemos y nos enfoquemos primero en lo local– es una cortedad de visión, una más de las trabas y taras que tiene el ser humano que no logra ir más allá de la programación social y de la dicotomía como modo de percepción.
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