Por Jonathan Latham, 16 de mayo de 2016
Poco a poco, y por fin, los fabricantes de productos químicos han empezado a retirar el bisfenol A (BPA), que es un conocido disruptor endocrino, del plástico de los productos que venden. Sunoco ya no vende BPA para los productos utilizados por los niños menores de tres años. Francia ha prohibido la utilización de BPA en los envases de alimentos. La Unión Europea ha prohibido el Bisfenol A en los biberones. Estas prohibiciones y retirada de productos es el resultado de una épica investigación científica y una intensa campaña por parte de los grupos de defensa ambiental. Sin embargo, esta serie de restricciones no suponen una victoria para la salud humana. Ni siquiera suponen pérdidas para la Industria Química.
Por un lado, la Industria Química ahora se beneficia de la venta de productos libres de BPA con un incremento en el precio. Esto se hace generalmente utilizando otro producto químico sustituto, el BPS, que las actuales investigaciones sugieren que es aún más peligroso para la salud que el BPA. Pero desde luego, el BPS ha sido menos estudiado que el BPA, de modo que es probable que pasen muchos años antes de que se puedan reunir las suficientes pruebas para su prohibición.
Pero el verdadero escándalo del BPA es que esto se viene repitiendo una y otra vez: se prohíben los productos sintéticos o son retirados del mercado, pero enseguida son sustituidos por otros que son igual de perjudiciales, e incluso peores. Los neonicotinoides, que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) les hace responsables de una enorme catástrofeambiental, están siendo sustituidos por los plaguicidas organofosforados. Los organofosforados ya habían sido anteriormente los sustitutos del DDT y otros plaguicidas organoclorados, de cuyos efectos muchas especies de aves sólo se empiezan a recuperar ahora.
Así que la pregunta más importante y urgente es la siguiente: si las prohibiciones de productos químicos no son efectivas ( o incluso peores), ¿qué debemos hacer cualquiera de nosotros para protegernos, y a los demás, de los retardantes de llama, de los pesticidas, de los herbicidas, de los disruptores endocrinos, de los plásticos y un largo etcétera, pero que no esperan recibir ayuda de los Gobiernos ni de aquellos que contaminan?
¿Cuál será la estrategia básica eficaz para la protección de las personas y de los ecosistemas frente a la exposición de sustancias tóxicas? ¿El objetivo debiera ser la reducción de la exposición de toda la población o la venta de una menor cantidad de productos químicos? ¿O se debiera extender la prohibición, afectando a clases químicas enteras? ¿O se debieran prohibir para usos específicos (por ejemplo, en todos los alimentos y en la agricultura)? ¿O prohibir el uso de productos químicos en algunas zonas en particular (por ejemplo, en zonas cercanas a las escuelas)? ¿O tal vez fuese mejor solicitar el desmantelamiento de las Agencias de Regulación ( con o sin su sustitución), tales como la actual EPA (Agencia de Protección Ambiental)? ¿O debiera considerarse el homicidio químico como un crimen legalmente establecido? ¿O todo lo anterior en su conjunto? Y por último, pero no menos importante, ¿cómo se podrían lograr estos objetivos dado el Régimen político y económico actual?
La primera etapa de una campaña en contra de la utilización de productos químicos tóxicos sería acabar de una vez por todas con la actual mitología en torno a la Ciencia Toxicológica y la evaluación de los riesgos químicos. De hacer esto nos daríamos cuenta de que las regulaciones de los productos químicos no han funcionado. La principal razón, algo fácil de demostrar, es que la experimentación realizada por los toxicólogos son incapaces de generar predicciones de seguridad que con carácter de utilidad se puedan aplicar a otras especies, o incluso a la misma especie cuando habita otros entornos o si se alimenta de otras dietas. Numerosos experimentos científicos han demostrado estas deficiencias, y por lo tanto el elemento más básico de la evaluación de riesgos por exposición a productos químicos es científicamente inválido. Por esta razón, y otras, la supuesta protección que darían las evaluaciones de riesgo químico es una pretensión. Como mostraré, la evaluación de los riesgos no es una realidad, se trata más bien de una compleja ilusión.
Este diagnostico parece ciertamente improbable y también deprimente, pero en cambio revela nuevas oportunidades para poner fin a la contaminación y crear un mundo más sostenible. Porque incluso en un mundo repleto de contaminación química, la verdad puede llegar a desvelarse.
La subsiguiente discusión, hay que hacer notar, no debiera realizar ningún esfuerzo significativo en distinguir los efectos en la salud humana de los efectos sobre los sistemas ecológicos. Mientras que las evaluaciones de riesgos se tratan a menudo en jurisdicciones reguladores independientes, en la práctica los riesgos para las personas y los ecosistemas son difíciles, por no decir imposibles de separar.
La historia de las alertas toxicológicas que rodean al BPA, que son muchas y científicamente muy bien documentadas, crea un excelente punto de partida para esta tarea.
Haciendo caso omiso de la extrema toxicidad del BPA
De acuerdo con la literatura científica, la exposición al BPA en la edad adulta tiene numerosos efectos: induce defectos en las células y en los espermatozoides (seres humanos), produce cáncer de próstata ( en los seres humanos), riesgo de cáncer de mama ( en los seres humanos y en las ratas), aumenta la presión arterial ( en los seres humanos), produce tumores de hígado y obesidad (en los seres humanos y las ratas) (Grun y Blumberg 2009; Bhan et al., 2014; Prins 2014). Sin embargo, los fetos expuestos al BPA sufren un espectro significativamente diferente de daños: van desde la alteración en el desarrollo de órganos (en los monos) a intolerancia en los alimentos ( en los seres humanos) (Ayyanan et al., 2011; Menard 2014; vom Saal et al., 2014). También en los seres humanos, a edades tempranas, la exposición a BPA puede dar lugar a efectos que, no obstante, se retrasan hasta períodos posteriores de la vida, incluidas anormalidades psiquiátricas, sociales y comportamientos que indicarían funciones cerebrales alteradas ( Braun et al., 2011;Perera et al., 2012; Evans et al., 2014).
Estos son sólo algunos ejemplos de los múltiples estudios científicos realizados. Se estiman unas 200 publicaciones ( otros hablan de unas 1000) las que han estudiado los daños producidos por el BPA. La cantidad de resultados encontrados, la diversidad de especies estudiadas, las consecuencias, las metodologías científicas utilizadas, todo ello representa una masiva acumulación de pruebas científicas de que el BPA es dañino (revisión de Vandenberg et al., 2012). Por tanto, son muchas las evidencias científicas en contra de la seguridad del BPA, con una documentación científica irreprochable.
Sin embargo, a pesar de tener tantas evidencias científicas, las campañas contra el empleo del BPA han tenido sólo un éxito parcial. Todas las prohibiciones o que se deje de comercializar, no tienen en cuenta los hallazgos científicos más alarmantes. Por ejemplo, la prohibición de su uso en los biberones no evitaría la exposición del feto. Tampoco se evitarían los daños incluso por dosis muy bajas de BPA.
Haciendo caso omiso de la toxicidad del BPS
El producto químico más frecuentemente usado para sustituir al BPA es el llamado BPS. Como su nombre indica, el BPS es muy similar en estructura química al BPA (ver Fig 1). Sin embargo, el BPS parece que es absorbido más fácilmente por el cuerpo humano que el BPA y ya se ha podido detectar en el 81% de los estadounidenses (Liao et al., 2012).
La investigación toxicológica del BPS está todavía en sus primeras fases, pero parece ser que es probable que el BPS sea aún más tóxico que el BPA (Rochester y Bolden, 2015). Como el BPA, el BPS también parece interferir en la actividad hormonal de los mamíferos (disruptor endocrino). En mayor medida que el BPA, el BPS altera la formación de las células nerviosas del hipotálamo en el pez cebra y produce hiperactividad en el comportamiento de las larvas del pez cebra expuestas al BPS (Molina-Molina et al., 2013; Kinch et al., 2015). Estos últimos resultados se observaron a concentraciones químicas extremadamente bajas, del orden de 0.0068uM. Esto es unos niveles 1000 veces menores que los niveles aceptables oficialmente aprobados en Estados Unidos. La dosis fue elegida por los investigadores, ya que es la concentración de BPA encontrada en el río cercano al laboratorio.
La sustitución de un producto químico sintético por otro, de modo que el sustituto se convierte más tarde en peligroso, no es una historia nueva. De hecho, una gran parte de los productos químicos a los que se oponen los ecologistas (tales como el herbicida Roundup de Monsanto), aún consideran algunas Industrias que pueden ser sustituidos por otros productos más seguros ( tales como el 2,4, 5-T), todavía no muy difundidos.
Por lo tanto, cuando la UE prohibió el herbicida atrazina, Syngenta lo reemplazó por laterbutilazina. La terbutilazina es químicamente muy similar, y de acuerdo con el investigador Tyrone Hayes de la Universidad de Columbia, parece tener efectos ecológicos y de salud muy similares.
El producto químico diacetilo se tuvo que retirar del mercado por causar “cáncer de pulmón por las palomitas de maíz”. Sin embargo, ha sido sustituido por dímeros y trímeros de la misma estructura química. Desgraciadamente la seguridad de estos multímeros es bastante dudosa, ya que se cree que se descomponen en diacetilo.
Los pesticidas Bt producidos por los cultivos transgénicos son considerados ( por los agricultores y la Agroindustria) como sustitutos más seguros que los organoclorados, carbamatos y los insecticidas organofosforados. Estos productos químicos reemplazaron al DDT, prohibido su uso en la agricultura tras la publicación de Primavera Silenciosa de Rachel Carson. Así mismo, el DDT era un sustituto del plomo-arseniato. Se pueden encontrar muchos otros ejemplos de lamentables sustituciones.
La prohibición de productos químicos ( o con frecuencia la retirada del producto por parte del fabricante) y la consecuente sustitución por otros, a veces es celebrada como una victoria. Pero los fabricantes de productos químicos saben que la sustitución de un producto por otro es parte normal de su negocio. Debido a la resistencia a las malas hierbas y a las plagas, se suelen buscar sustitutos independientemente de la presión de los grupos de defensa del medio ambiente.
Los fabricantes también saben que, dado que las aprobaciones y los permisos iniciales se basan principalmente en la documentación aportada por el solicitante (que a menudo es incompleta), los problemas de seguridad se suelen manifestar más tarde, cuando se realizan estudios independientes y se van acumulando datos. Teniendo en cuenta el actual Sistema, es casi inevitable que los productos químicos que fueron desarrollados hace más tiempo (o más ampliamente utilizados) tengan un historial de seguridad más dudoso, mientras que los nuevos sean considerados más seguros.
Malos actores: la defensa de las manzanas podridas en Toxicología
En estos ciclos de sustitución de un producto tóxico por otro, probablemente el BPA se convierta en todo un clásico.
Grupos de defensa del medio ambiente se convierten en participantes activos en esa cinta transportadora de productos tóxicos cuando se consideran ciertas sustancias químicas como las manzanas podridas. Algunos se refieren explícitamente a determinadas sustancias químicas comomalos actores. Un producto químico considerado un mal actor implica de manera muy pronunciada que los organismos de regulación de productos químicos no tendrían la culpa.
Pero hagámonos una pregunta, ¿en qué sentido químico o biológico se puede considerar al BPA un mal actor? ¿Hay, por ejemplo, una explicación específica de cómo pasó los controles de la red de protección?
La respuesta a esta pregunta, en muy pocas palabras: basta con recordar los resultados obtenidos anteriormente. El BPA es un disruptor endocrino y que afecta a la reproducción de los mamíferos; altera las funciones cerebrales; tiene impacto en el desarrollo de las células; causa obesidad, y probablemente cáncer; también está relacionado con la disfunción eréctil. Son muchos los trabajos de investigación sobre los efectos nocivos del BPA, diversos, reproducibles y cuyos efectos se extienden a muchas especies. En resumen, son fáciles de detectar (por ejemplo, vom Saal et al., 2014).
Así pues, mientras que los científicos que se encuentran fuera del circuito de la regulación han encontrado problemas, el sistema formal de regulación nunca ha establecido, aunque pueda parecer sorprendente, que el BPA, antes de que se usara en los plásticos, que sea un disruptor endocrino, es decir, que altera las funcionales hormonales. Y a pesar de las aplastantes evidencias científicas publicadas al respecto, las Agencias de Regulación no consideran al BPA como un peligro para la salud. De modo que la respuesta más clara a la pregunta de que el BPA sería un mal actor, es que no hay ninguna razón especial para que el BPA haya podido pasar los controles de la red de protección. En lugar de eso, lo que sugiere lo que ha ocurrido con el BPA, es que disponemos de un sistema de regulación disfuncional.
Enmarcando el problema, la consideración de la contaminación causada por unos pocos productos químicos que serían malos actores es algo incompatible con los hechos observando en otros casos. Hay muchos productos químicos aprobados inicialmente por los Sistemas reguladores, que más tarde han sido restringidos o prohibidos (siempre bajo la presión pública): la atrazina, endosulfán, Roundup (glifosato), lindano, bromuro de metilo, yoduro de metilo, 2,4,5-T, clorpirifos, el DDT y otros. Sobre otros muchos otros productos químicos también recaen muchas evidencias científicas de ser nocivos, sin embargo nada se ha hecho al respecto. Y por supuesto, las Agencias de Regulación han encontrado una ingente cantidad de malos actores: los pesticidas organofosforados, PCB, pesticidas organoclorados, los clorofluorocarbonos, neonicotinoides, los ftalatos, retardantes de llama, compuestos perfluorados, y así sucesivamente.
¿Cuántos malos actores deben contabilizarse antes de que consideremos malo todo el espectáculo?