Rincón de la Psicología
La vida significa tomar decisiones. De hecho, tomamos decisiones continuamente, desde que abrimos los ojos hasta que nos acostamos, algunas decisiones son triviales, otras son más importantes. Sin embargo, todas tienen una repercusión en nuestras vidas, aunque no siempre somos capaces de vislumbrar sus consecuencias.
Y es que cada decisión siempre implica decantarse por algo, por lo que también habrá algo a lo que debemos renunciar. Cada decisión nos lleva en un sentido, alejándonos de otro camino, no podemos escapar del Efecto Mariposa. Por eso, cuando llegamos a cierto punto en nuestra vida, deberíamos comenzar a decidir de forma más consciente.
Nunca dejes escapar una oportunidad solo porque a los demás no les guste
La sociedad impone sus reglas, y se encarga de hacérnoslas saber desde que somos muy pequeños. Así vamos aprendiendo que debemos cumplir con lo que los demás esperan de nosotros. Cuando somos pequeños dependemos de la aprobación de los padres, luego de los maestros y compañeros del colegio y más tarde de los amigos y colegas del trabajo. A medida que pasa el tiempo esa red se suele ir haciendo más intrincada, hasta que nos envuelve como si fuera una tela de araña. Aunque podemos notar su existencia y aprender a evadir sus hilos.
De hecho, el problema surge cuando, en el fondo, deseamos que los demás nos den palmaditas en el hombro por nuestras decisiones. Por eso, a veces cometemos el error de elegir lo que quieren los demás, obviando lo que nos satisface y entusiasma verdaderamente. Dejamos escapar oportunidades que nos harían felices solo porque a los otros no les gustan.
De esta forma, decisión tras decisión, terminamos construyendo una vida que no nos satisface, solo para cumplir con los estándares que ha impuesto la sociedad. Esto a menudo significa quedarnos atados a una ciudad que no nos gusta solo porque ahí nacimos o tenemos un puesto de trabajo que tampoco nos satisface, ir a cenas que nos aburren con personas con las que prácticamente no tenemos puntos en común y estar pendientes obsesivamente de nuestro aspecto.
Sin embargo, vivir de esta forma es la manera más segura para llenarse de arrepentimientos y convertirnos en infelices crónicos.
A veces pensar en ti no es egoísmo sino una cuestión de defensa propia
En el viaje de nuestra vida nos suelen acompañar muchas personas. Debemos intentar no hacerles daño, respetar sus decisiones y, siempre que sea posible, llegar a acuerdos que nos permitan mirar en la misma dirección. Eso significa que cuando tomamos una decisión también debemos tener en cuenta cómo esta les afecta.
Sin embargo, una cosa es ser sensibles y considerados y otra muy diferente es sucumbir siempre ante los deseos y las expectativas de los demás. Hay personas tan posesivas que pueden llegar a ahogarnos, en esos casos, pensar en nosotros y elegir lo que nos hace verdaderamente felices no es egoísmo sino una cuestión de defensa propia.
Por otra parte, si hay algo que nos debemos a nosotros mismos es ser felices. Cuando resplandecemos podemos iluminar a los demás y llevarles un trozo de felicidad a sus vidas. Y ese es el mayor regalo que podemos hacerle. Por tanto, nunca te sientas mal por aprovechar las oportunidades que te permiten crecer y darte permiso para ser feliz. El sentido de culpa es la camisa de fuerza que ha creado una sociedad demasiado preocupada porque las personas estén «adaptadas», no tiene nada que ver con la felicidad.
En la vida, como en una montaña rusa, elige siempre la primera fila
Si pensamos en la vida como en una montaña rusa, nos daremos cuenta de que tenemos dos opciones: sentarnos delante y vivir todas las emociones en primera fila, o sentarnos a buen reparo en la tercera o cuarta fila.
En la primera fila podremos vivir intensamente la experiencia, el viento nos despeinará, sentiremos la sensación de vértigo, reiremos y nos aferraremos al brazo de la persona que se encuentra a nuestro lado. Es probable que también tengamos más miedo, a veces es el peaje a pagar por atreverse a vivir nuevas aventuras, pero cuando te bajes, te habrás dado cuenta de que ha valido la pena. Y más tarde, cuando pasen los años, seguirás recordando ese momento.
Si decides sentarte en las filas posteriores no te despeinarás, podrás mantener la compostura, tendrás más control y, sobre todo, siempre tendrás a personas delante que, de cierta forma, serán el modelo que te indicará cómo se supone que reacciones y qué debes sentir. Es probable que durante el viaje te sientas más cómodo porque experimentarás menos sobresaltos, pero cuando te bajes y pasen los años, apenas recordarás aquel momento.
La buena noticia es que, a diferencia de la montaña rusa, en la vida eres tú quien decides dónde quieres sentarte. Nadie te quitará ese asiento, a menos que se lo permitas. Por tanto, no te escondas detrás de excusas, atrévete a elegir lo que realmente te gusta y te hace feliz. No podrás saber cómo será el viaje, pero puedes estar seguro de que valdrá la pena.