Este reportaje forma parte del dossier sobre muerte digna de#LaMarea39
“La desnudamos y la vestimos con sus mejores galas, la perfumamos y ungimos como una novia preparándola para los esponsales. No sólo estaba bella sino que esa emoción nos envolvió a todos. Normalmente, los familiares directos se ven embargados por la confusión y el dolor de ver morir a un ser querido, pero saber aceptar y acompañar a la persona llena de paz y belleza a los que parten y a quienes se quedan”, cuenta Francisco Torres, que quiere compartir la historia de su madre y la experiencia de acompañarla en ese último viaje. “Primero fue la lucha por la vida, intentando reanimarla con un equipo del SAMUR, pero cuando era evidente lo inevitable Olga nos trajo la aceptación y el acompañamiento, dando belleza y dignidad a ese emocionante momento”, añade.
Olga Román es una asistente sanitaria que, además de cuidar de enfermos, cuenta con una vocación especial para el acompañamiento de las personas en fase terminal a través de su servicio de asistencia denominado Hacia el morir natural, acompañando un buen morir. Olga tuvo un primer contacto inesperado con la muerte a los 19 años. “El primer enfermo que atendí fue una anciana con cáncer de páncreas. Me tocó velarla una noche entera, yo no tenía aún formación para atender enfermos, sólo mi sentido común y un amor profundo por aquella criatura que a mí me resultaba una verdadera maestra. Fue una noche muy larga, ella se retorcía de dolor y yo tenía una impotencia dramática. No podía aliviar el dolor material, pero acompañarla en aquel momento abrió una puerta en mi vida hacia una nueva vía que transitar”, relata esta granadina. El buen morir puede tener significados diferentes. Para ella, una muerte digna es dar la oportunidad de elegir la forma de hacer ese trayecto: “Es la vivencia plena, consciente y elegida libremente de cómo atravesar este acontecimiento fundamental de nuestra vida –afirma–. La dignidad es poder elegirlo uno mismo, a lo sumo la familia, pero lo importante es que no se imponga la forma de vivir algo tan íntimo y tan personal”.
La sociedad occidental camina bajo el precepto de la búsqueda del bienestar de forma que las necesidades básicas, generalmente materiales, puedan estar cubiertas. Gracias a eso se han conseguido grandes avances en el plano sanitario que han mejorado considerablemente la calidad y la esperanza de vida. Sin embargo, las necesidades emocionales han sido relegadas mayoritariamente al ámbito privado. Además, en ocasiones, el sistema sanitario puede infantilizar o ser un poco invasivo con los enfermos, según su experiencia: “A veces le decimos al enfermo cómo se debe sentir, no estés triste, no sufras, o incluso le decimos cómo y dónde debe morir sin prestar suficiente atención a sus reclamos, y muchas veces eso les causa sufrimiento. Pero cuando perciben que son respetados tal y como son sienten una liberación”.
Los cuidados de acompañamiento en casos de muerte natural consisten en la atención consciente y respetuosa de la persona en todas sus dimensiones, física, psicológica, emocional y espiritual. Hay, obviamente, un trabajo de cuidados físicos, pero el diferencial es la preocupación por el cuidado psicológico y afectivo de la persona que va a morir y de sus seres cercanos, con el respeto por las creencias espirituales de la persona si las hubiese.
Para Olga, su trabajo se basa en crear un entorno y unas circunstancias en las que la persona se sienta acogida, relajada y respetada, de forma que se pueda crear un espacio de protección y confianza que favorezca la comunicación sincera con el paciente, con la familia y entre ellos mismos, así como las debidas despedidas. Ella parte de la necesidad de trabajar la aceptación de la muerte, ya que la negación y el no enfrentamiento de la situación pueden crear más sufrimiento: “Hay que permitir que quien se está muriendo se vaya”.
Para ella, los enfermos han sido sus verdaderos maestros: “Tal vez donde somos más humanos es en el dolor, es cuando somos nosotros mismos sin máscaras, sin defensas”. El filósofo y psicoanalista francés Marc-Alain Descamps considera que la relación con la muerte se ha vuelto conflictiva a partir del momento que la civilización humana se ha desnaturalizado, es decir, se ha desconectado de la naturaleza con el objetivo material de dominarla.
Descamps destaca la capacidad de ciertas sociedades para percibir la llegada del final de sus vidas. Los aborígenes australianos, por ejemplo, sienten cuándo van a morir. Durante varios días su comunidad prepara la despedida y la persona en cuestión parte sola cuando cree que es el momento adecuado. Se adentra en el desierto y busca el lugar para su reposo. Se sienta en la arena y bloquea sus sistemas corporales hasta que le llega la muerte.
La cultura occidental, por el contrario, se aferra a la vida incluso cuando la persona carece de consciencia de su propia existencia, lo que despierta diferentes opiniones. Los lamas tibetanos, que pueden hablar de la muerte entre risas y la tratan como una faceta más de la vida, se asombran del apego incondicional de los occidentales a la vida. Para ellos, basta sentarse en posición de meditación y esperar su final.
“Para nosotros, la muerte es una parte importante de la vida, no debemos negar la voluntad de Ituko Ovoti (nuestro Gran Dios)”, afirma Simone de la etnia indígena Terena, en Mato Groso do Sul, Brasil, a La Marea. Ella relata que en su aldea se organizan regularmente reuniones para conversar sobre la muerte.
Según Descamps, la aceptación natural de la muerte no está reservada a la espiritualidad, sino al pleno contacto con la naturaleza. De esta forma destaca la capacidad de los campesinos de percepción y aceptación de su vida y de su muerte. “No querer contemplar la muerte hace que seamos incapaces de afrontarla y esto genera también un empobrecimiento de la vida”, afirma Mar López, especialista en salud mental, quien considera que tratar de prolongar la vida a toda costa es una cierta forma de negarla. Mar creó en 2007 la Fundación Vivir un Buen Morir para ofrecer servicios de acompañamiento y diversas formaciones, cursos y debates, porque considera importante la divulgación de una pedagogía de la aceptación que llegue a todo el mundo. “No querer morir cuando la vida se agota, no es una buena muerte”, concluye.