No es la estimulación temprana, la disciplina y ni siquiera los buenos hábitos de estudio los predictores más fiables del éxito académico de los niños sino algo mucho más sencillo que, afortunadamente, los padres no tienen que aprender en ningún manual. Lo que predice los logros académicos y las competencias sociales de los niños es el cuidado sensible.
Desgraciadamente, en una sociedad obsesionada con el éxito y la competitividad, los niños están obligados a abandonar la infancia demasiado pronto. Las expectativas que ponemos sobre sus hombros a menudo son demasiado pesadas para sus frágiles rodillas. Cuando los padres se preocupan porque sus hijos sean los mejores, cuando llenan su agenda de actividades extraescolares que les “prepararán para la vida” y matan su imaginación a golpe de responsabilidades excesivas, les arrebatan lo más valioso que tiene un niño: su infancia.
Y lo peor de todo es que se ha demostrado que una educación académica temprana no mejora los resultados de los niños a largo plazo.
¿Qué es el cuidado sensible?
Cuidar a un niño no significa simplemente arroparlo, alimentarlo y mantenerlo al seguro. Estas son necesidades básicas para la supervivencia pero no bastan para que un niño sea feliz y desarrolle satisfactoriamente su esfera emocional.
La calidad del cuidado infantil se refiere a los comportamientos y estrategias que ponen en práctica los padres para cuidar, proteger y estimular el crecimiento de sus hijos. Los psicólogos han analizado miles de relaciones entre las madres y sus bebés, para individuar las características imprescindibles del cuidado sensible, ese que verdaderamente potencia el desarrollo afectivo y cognitivo de los niños.
– Aceptación. No solo implica una aceptación incondicional sino también sentimientos de amor, ternura, protección y goce compartido. De hecho, aunque no son capaces de explicarlos, los niños perciben estos sentimientos desde muy pequeños, al igual que perciben el rechazo, la rabia, el resentimiento o la irritación de sus padres.
– Cooperación. Significa que los padres deben ser capaces de conectar emocionalmente con su hijo, considerándolo como una persona autónoma y activa, aunque se trate solo de un bebé. Los padres validan y respetan los deseos y sentimientos del niño, no consideran que sus hijos son de su propiedad ni los controlan o castigan según sus propias expectativas y deseos.
– Accesibilidad. Es la disponibilidad física y psicológica de los padres para satisfacer las necesidades de su hijo y priorizarlas. Implica cercanía y contacto físico, pero también una disponibilidad emocional y la capacidad de mostrar gusto por estar y compartir con el pequeño. Estos padres no son distantes emocionalmente ni dejan que sus hijos crezcan en manos de la tecnología.
– Sensibilidad. Se refiere a la habilidad de los padres para estar atentos a las señales del bebé, interpretarlas adecuadamente y responder de forma rápida. En esta “comunicación”, al inicio no verbal, el niño no solo recibe validación sino que también aprende a conectar emocionalmente con los demás.
En práctica, los padres que ponen en práctica un cuidado sensible son aquellos que captan las necesidades de sus hijos y responden de forma rápida y adecuada a ellas. Estos padres respetan a sus hijos, son capaces de adoptar su punto de vista y establecen una relación positiva con ellos, proporcionándoles la seguridad y la confianza que necesitan para que exploren el mundo y se desarrollen.
Una característica fundamental de estos padres es que no solo son capaces de comprender y validar los estados emocionales de sus hijos sino que además se ajustan al momento evolutivo. Esto significa que no violentan el desarrollo ni pretenden que sus hijos crezcan más deprisa, dándoles responsabilidades o llenándoles de tareas que no son adecuadas para ese momento de sus vidas.
El estudio que demostró la importancia de la sensibilidad en el cuidado de los niños
Psicólogos de las universidades de Delaware y Minnesota analizaron a 243 niños que habían nacido en la pobreza, en riesgo de exclusión social. Les dieron seguimiento desde que nacieron hasta que cumplieron los 32 años. Durante los primeros 3 años de vida, observaron atentamente cómo los padres se relacionaban con sus hijos.
A medida que pasaba el tiempo, los niños, que después se convirtieron en adolescentes y luego en jóvenes, se fueron sometiendo a una serie de pruebas en las que se evaluaba su nivel de adaptación social, además de tener en cuenta las opiniones de los profesores y sus resultados académicos.
Los resultados mostraron que incluso a los 30 años, las diferencias en el cuidado que habían recibido durante su infancia tenía un profundo impacto. Estos investigadores están convencidos de que las experiencias infantiles, sobre todo durante los primeros años de vida, tienen un papel crucial en las habilidades intelectuales y sociales que desarrollaremos a lo largo de la vida.
De hecho, es en esa etapa cuando se desarrolla el tipo de apego, el cual nos convertirá en personas seguras, abiertas a las nuevas experiencias y estables emocionalmente o, al contrario, nos transformará en personas más rígidas, con miedos y dependencias. Obviamente, esta actitud permeará todas las esferas de nuestra vida, desde nuestras relaciones con los demás hasta la imagen que tengamos de nosotros mismos e incluso el éxito que tengamos en nuestra vida profesional.
Esto nos indica que es el amor y la sensibilidad durante los primeros años de la vida, no el exceso de actividades extraescolares o la presión por mejorar, son los aspectos que marcan una diferencia significativa en la vida de los niños.
Fuentes:
Raby, K. L. et. Al. (2014) The Enduring Predictive Significance of Early Maternal Sensitivity: Social and Academic Competence Through Age 32 Years. Child Development; 86(3): 695-708.
Egeland, B. et. Al. (1993) Resilience as process. Development and Psychopathology; 5: 517-528.