Supervolcán es un término que se refiere a un tipo de volcán que produce las mayores y más grandes erupciones de la Tierra. La explosividad real de estas erupciones varía, si bien el volumen de magma producido por la erupción es suficiente para alterar radicalmente el paisaje circundante, e incluso para alterar el clima global durante años, con un efecto cataclísmico para la vida, similar al que pudiera tener un invierno nuclear. El término fue acuñado en el año 2000 por los productores del programa de divulgación científica Horizon, de la cadena televisiva BBC, para referirse específicamente a este tipo de erupciones. Esta investigación dio a conocer el tema ante el público no especializado, permitiendo así otros estudios referentes a los posibles efectos de los supervolcanes. En principio, supervolcán no es un término técnico usado en vulcanología, aunque ya desde el año 2003 ha sido empleado en varios artículos. Empecemos con una leyenda. El volcán Iztaccíhuatl es la tercera montaña más alta de México, con varios picos. La silueta de la montaña, normalmente nevada, tiene forma de una mujer recostada con el cabello extendido hacia el lado opuesto de su cuerpo. Por esta razón se le suele llamar como “mujer blanca” o “mujer dormida”. Cuenta la mitología azteca, que en un castillo vivía una princesa. El rey tenía varios guerreros. De entre todos ellos, la princesa se había enamorado de uno y éste le correspondía. Un día el padre se enteró y decidió mandarlo a luchar. Sin embargo, el rey le dijo a la princesa que él había muerto, cuando en realidad seguía vivo. La princesa murió de pena, quedándose acostada. El guerrero, cuando vio a la princesa muerta, se mató y quedó junto a ella. Se supone que la mujer es el hermoso volcán Iztaccíhuatl, que nos permite ver claramente la silueta de una mujer y que el guerrero es el volcán Popocatéptl, que se logra distinguir a su espalda. El volcán se encuentra a unos 70 kilómetros al sureste de la Ciudad de México y está compuesto por capas de flujos de lava viscosas. Los tipos de roca más comunes son andesitas y dacitas.
Hace alrededor de 3600 años un enorme volcán destruyó Thera, la isla hoy conocida como Santorini. Quienes habitaban aquel pequeño rincón del mar Egeo ignoraban todavía el poder de destrucción de aquellas fuerzas desconocidas. Pero en algún momento hacia el año 1600 a.C. la actividad sísmica dio paso a un fuerte terremoto que destrozó numerosas viviendas de la isla. Los habitantes del puerto de Akrotiri lograron salir a tiempo a la calle. Durante unos días debieron de verse obligados a acampar al raso, mientras retiraban escombros e iniciaban las tareas de reconstrucción. Sin embargo, aquel seísmo no fue sino el amargo preludio de lo que vendría un par de semanas después. El volcán entró en erupción. Situada en el llamado arco Helénico, Santorini se encuentra en una zona de gran actividad sísmica. Entre 150 y 170 kilómetros por debajo de la isla, la placa Africana se hunde por debajo de la Euroasiática. Como consecuencia de este proceso de subducción, en la corteza terrestre se va acumulando magma. En aquella ocasión la acumulación fue tal, que la presión abrió las puertas del infierno. Aquel día apocalíptico de poco les sirvió a las gentes del Mediterráneo todo el conocimiento acumulado a lo largo de su historia sobre las fuerzas que dominaban su mundo. Todo comenzó con un rugido sordo y una oscura nube gris, casi negra, que se elevaba desde la profunda caldera, abierta unos 20.000 años antes por otra erupción volcánica en la parte occidental de la que hasta entonces había sido una isla redonda. Sobre Akrotiri empezó a caer una lluvia de ceniza y piedra pómez. Quien pudo agarró atropelladamente unas pocas pertenencias antes de emprender la huida. Entonces se produjo un estruendo ensordecedor. Una columna de cenizas y rocas volcánicas de más de 30 kilómetros de altura se elevó hacia el cielo. Flujos piroclásticos candentes barrieron la isla, y la cámara magmática se vació en un abrir y cerrar de ojos. Como consecuencia, el techo del volcán se vino abajo y se formó una caldera de hasta 400 metros de profundidad. El mar que bañaba la isla empezó a hervir como un cazo de leche a punto de desbordarse. La enorme cantidad de material volcánico eyectado formó depósitos de hasta 60 metros de grosor, tal y como hoy puede apreciarse en los actuales acantilados de Santorini, que son las paredes de la antigua caldera. Todo quedó sepultado: personas, edificios y prácticamente todo ser vivo.
Es posible que algunos isleños lograsen escapar en barco, pero a Christos Doumas, arqueólogo griego que lleva casi medio siglo investigando el lugar, le cuesta creerlo. «Seguramente no hubo supervivientes. Es probable que el camino del puerto sea un rosario de cadáveres enterrados bajo la ceniza volcánica». Fue una de las mayores catástrofes volcánicas de las que tenemos noticia, lo que hoy llamamos una erupción supervolcánica, mucho más violenta que la del Vesubio en el año 79 de nuestra era, que afectó a Pompeya y Herculano, y similar a la del Krakatoa indonesio en 1883, aunque menor que los grandes supervolcanes de que hablaremos más tarde. Los investigadores intentan hacerse una idea de lo que ocurrió a continuación en el Mediterráneo. Los científicos creen que el estruendo debió de oírse en lugares tan distantes como Escandinavia. A 400 kilómetros a la redonda reinó la oscuridad durante días enteros. Thera se quebró en tres partes y emergieron las islas menores de Therasia y Aspronisi. La flora y la fauna fueron aniquiladas, según el geólogo Walter L. Friedrich, de la Universidad de Århus, Dinamarca. Solo sobrevivieron al cataclismo un par de especies de caracol y algunos lagartos, serpientes e insectos que habitaban la cota más elevada de la isla, el monte Profitis Ilias, de 565 metros de altitud. Ríos y manantiales quedaron envenenados, y el suelo quedó yermo durante generaciones. Akrotiri, una de las primeras ciudades de Europa, casi 17 siglos anterior a Pompeya y con una civilización altamente desarrollada, desapareció bajo el manto de ceniza y piedra pómez. El viento de poniente llevó la nube de cenizas hasta Asia Menor, que quedó cubierta por una capa de diez centímetros de grosor. Las olas de más de diez metros generadas por el consecuente tsunami azotaron las otras islas del Egeo. Durante meses la ceniza volcánica y la piedra pómez flotaron en el mar, empujadas por la corriente hacia el sudeste. La navegación y el comercio marítimo se paralizaron. Transcurrieron siglos hasta que Thera volvió a ser habitable. La creencia de que era posible convivir con fuerzas sobrenaturales quedó profundamente maltrecha. Es probable que el horror ante la desaparición de Thera acabara cristalizando en la creación de un mito que se extendería desde Egipto hasta Grecia. Spyridon Marinatos, desde 1967, investigó el estrato volcánico que sepultó la antigua Akrotiri. A 200 metros de la actual línea de costa localizó, ya en la primera jornada de excavaciones, vasijas de la Edad del Bronce. En años subsiguientes desenterraría las estructuras completas de tres viviendas y parte de otras diez.
Los supervolcanes podrían entrar en erupción mucho mas rápido de lo que pensaban los geólogos. Según los geólogos, un supervolcán puede entrar en erupción “cada 100.000 años después de haberse formado”, o pueden hacerlo “después de 200,000 años”. Pero un estudio realizado por la Universidad de Vanderbit les hizo cambiar de parecer. El estudio señala que algunos de estos supervolcanes podrían activarse durante los próximos 100 años. Una súper erupción causaría que el mundo “se cubriese de tinieblas por varias décadas, logrando que las cenizas llegasen a todos los continentes; el clima tendría un cambio drástico, sometiendo al mundo bajo el frío, este frío sería suficiente para exterminar una gran parte de la población global”, según los expertos. La explosión o erupción de un supervolcán también contribuiría a que piedras volcánicas salieran disparadas, convirtiéndolas en peligrosas bolas de fuego que se precipitarían a tierra, logrando impactar sobre gran parte de la población. La humanidad solamente podría ser espectadora, sin poder hacer nada. Los geólogos han ofrecido diversas perspectivas sobre lo que un supervolcán es capaz de hacer. La profecía bíblica, en Mateo 24, indica que llegará un periodo, llamado Gran Tribulación, en donde el Sol y la Luna no darán más su resplandor a los habitantes de la tierra, ingresando en un periodo de obscuridad, en donde el mundo será cubierto por tinieblas. Tras unos años de obscuridad, será el momento en el que Cristo aparece en su segunda venida junto con los santos arrebatados, para establecer su reino. Cristo acabaría completamente con la obscuridad, que probablemente habría sido causada por “erupciones de los supervolcanes”, apareciendo ante la vista de todo el mundo y trayendo la paz a los que vivan en ese tiempo. Un supervolcán equivale a la potencia de 8 volcanes en erupción. Una explosión de un supervolcán puede superar los 1000 kilómetros cúbicos. Los geólogos creen que la última erupción de un supervolcán ocurrió “hace mas de 74.000 años en Sumatra”. Cuando se refieren a que uno de estos volcanes podría entrar en erupción durante los próximos 100 años, es porque en cualquier momento, a partir de hoy, uno de estos supervolcanes puede despertar. Se cree que, por lo menos, existen 10 supervolcanes alrededor del mundo. Aunque no existe un criterio científico preciso para calificar a un volcán como supervolcán, la palabra se utiliza comúnmente para describir un volcán que puede poner en peligro la civilización global. Un volcán puede ser considerado un supervolcán cuando en una sola erupción expulsa más de 50 veces la cantidad de material que expulsó el volcán Krakatoa.
La erupción de un supervolcán es el único fenómeno natural que se produce en la Tierra y que tiene tal poder destructivo que rivaliza con los cometas y los asteroides como amenaza a la que debemos temer. Los supervolcanes tienden a permanecer activos durante millones de años y sus erupciones se producen con menos frecuencia que las de otros volcanes, si bien cuando se producen son mucho más intensas y violentas. Son bastante difíciles de rastrear en la historia moderna, y sólo conocemos de su existencia en el pasado, a través de las pistas geológicas que nos dejaron. Si bien no hay nada que sugiera que una civilización antigua como la maya hubiera sido capaz de predecir las erupciones volcánicas que se producirían miles de años más tarde, los defensores de la teoría de los supervolcanes apuntan al cambio de los polos magnéticos como el posible detonante de estos eventos. Los mayores supervolcanes tienen un Índice de Explosividad Volcánica de 8 (IEV=8), lo que significa que han expulsado, por lo menos, 1.000 km³ de roca densa. El nivel de eyección es el criterio más importante en términos de riesgo para la supervivencia de nuestra especie. Desastres locales no afectarían a nuestra existencia, pero el nivel de ceniza en la atmósfera resultante de este tipo de erupciones pondría en serias dificultades a todos los habitantes del planeta. Entre las mayores erupciones de supervolcanes, podemos señalar: hace 26.500 de años, Lago Taupo, Nueva Zelanda, unos 1.170 km³ de magma; hace 39.000 años, en Campos Flégreos, Nápoles, Italia, unos 500 km3; hace 74.000 de años, Lago Toba, Sumatra, unos 2.800 km³; hace 254.000 de años, Whakamaru, Nueva Zelanda, entre 1.200 y 2.000 km ³; hace 640.000 de años, Yellowstone, EE.UU., unos 1.000 km ³; hace 2,1 millones de años, Yellowstone , EE.UU., unos 2.500 km ³; hace 2,5 millones de años, Cerro Galán, Argentina, 1.050 km ³; hace 4 millones de años, Atana Ignimbrita, Chile, unos 2.500 km ³; hace 4,5 millones de años, Yellowstone, EE.UU., unos 1.800 km ³; hace 6,6 millones de años, Yellowstone, EE.UU., unos 1.500 km ³; hace 27,8 millones de años; La Caldera Garita, EE.UU., unos 5.000 km ³; hace 29,5 millones años, Sam Ignimbrita, Yemen, unos 5.550 km ³. Como referencia de la magnitud de estas supererupciones, cabe señalar que en la erupción del monte Santa Helena, en el estado de Washington, en la región del Pacífico Noroccidental de Estados Unidos, ocurrida en 1980, el volumen de material expulsado fue de 1,2 km ³, y en el Krakatoa, en el estrecho de Sonda, entre Java y Sumatra, ocurrido en 1883, el material expulsado fue de 25 km³.
A pesar de que el material expulsado por el volcán Krakatoa fue muy inferior a los supervolcanes antes indicados, los efectos combinados de flujos piroclásticos, cenizas volcánicas y tsunamis tuvieron resultados desastrosos en toda la región. No hubo ningún superviviente entre los 3000 habitantes de la isla de Sebesi, a unos 13 kilómetros de Krakatoa. Los flujos piroclásticos que viajaron sobre la superficie del agua a 300 km/h mataron alrededor de 1000 personas en Ketimbang, en la costa Sumatra, a unos 40 km al norte de Krakatoa. El recuento oficial de víctimas mortales registrado por las autoridades holandesas, que dominaban Indonesia en aquella época, fue de 36.417 y muchos asentamientos fueron asolados, incluyendo Teluk Betung y Ketimbang, en Sumatra, y Sirik y Semarang, en Java. Las áreas de Banten de Java y el Lampong de Sumatra fueron devastadas. Hay numerosos informes documentados de grupos de esqueletos humanos encontrados sobre balsas de piedra pómez volcánica flotando sobre el océano Índico, que llegaron hasta la costa oriental de África, incluso un año después de la erupción. Algunas regiones de Java nunca fueron repobladas, volvieron a convertirse en selva y ahora constituyen el Parque Nacional de Ujung Kulon. Incluso en lugares tan distantes como Sudáfrica, los barcos se mecieron por los remanentes de los tsunamis y se encontraron cuerpos de víctimas flotando en el océano durante semanas después del acontecimiento. El tsunami que acompañó la mayor de las erupciones fue supuestamente provocado por los flujos piroclásticos gigantescos que entraron en el mar. Cada una de las cuatro grandes explosiones estuvo acompañada de flujos piroclásticos masivos, resultado del derrumbamiento gravitacional de la columna de erupción. Nuevas teorías afirman que fue consecuencia del colapso de la caldera magmática. Como consecuencia, varios kilómetros cúbicos de material volcánico entraron en el mar, desplazando igual volumen de agua de mar.
Los flujos piroclásticos alcanzaron la costa de Sumatra, a una distancia de 40 kilómetros, tras desplazarse por encima del agua sobre un «cojín» de vapor sobrecalentado. A su vez, hay indicios de flujos piroclásticos submarinos que llegaron a 15 km del volcán. En un documental, un equipo de investigación alemán realizó pruebas de flujos piroclásticos sobre el agua, revelando que la ceniza caliente viajó sobre el agua en una nube de vapor a 400 ℃, causando un fatal y devastador tsunami. Tras estas explosiones, la isla quedó completamente destruida y soterrada bajo el mar. Se llama piroclasto (“fuego” y “roto“) o tefra (“ceniza“), a cualquier fragmento sólido de material volcánico expulsado a través de la columna eruptiva arrojado al aire durante una erupción volcánica. Petrológicamente, los piroclastos son fragmentos de roca ígnea volcánica solidificados en algún momento de la erupción, más frecuentemente durante su recorrido aéreo. En sentido estricto, el término tefra alude a un conjunto de tamaños de fragmento (ceniza y lapilli). Se distingue así, por ejemplo, una bomba volcánica de la tefra, aun cuando en sentido amplio una bomba volcánica es un tamaño de tefra. La tefra volcánica consiste en una extensa variedad de partículas de roca volcánica, incluyendo cristales de distintos minerales, rocas de todo tipo, piedra pómez, etc. Se trata de magma que se fragmenta, se expulsa y distribuye por el viento en forma de material suelto. A estos fragmentos, sueltos o compactados, de los que se compone se les denomina, propiamente, piroclastos, que, cuando su tamaño es mínimo, se convierten en ceniza. En erupciones violentas, la tefra puede ser llevada a las altas capas de la atmósfera siendo transportadas por el viento y depositándose a miles de kilómetros. La lluvia de tefra constituye el peligro directo de mayor alcance derivado de la erupciones volcánicas. Puede provocar casos de enterramientos, formación de una suspensión de partículas de grano fino en el agua y aire, transporte de gases nocivos, ácidos, sales y, en las cercanías, calor, e incendios. Las partículas que están en suspensión pueden entrar a las turbinas de los aviones en vuelo generando accidentes.
Se conoce la existencia de alrededor de 50 supervolcanes en el pasado, la mayoría de los cuales hoy en día están extintos. Otros se cree que están inactivos, y por último unos pocos se encontrarían activos. Entre ellos tenemos a Toba, en Sumatra, Indonesia. Su supererupción, hace unos 74.000 años, es considerada la mayor erupción volcánica en de la Tierra en los últimos 25 millones de años. La mayoría de los seres humanos perecieron por esta erupción, y se cree que pudo causar un cuello de botella genético en la humanidad, que pudo haber contribuido a nuestra evolución. Otro supervolcán es el de Yellowstone, Estados Unidos. Su última erupción se produjo hace 630.000 años. Se ha especulado que la fuerza de una nueva erupción de Yellowstone sería el equivalente a mil bombas de Hiroshima explotando por segundo. Otro caso es el de Long Valley, California, EE.UU. Su última erupción fue hace 760.000 años, con unos 600 km ³ de material expulsado. También tenemos el supervolcán de Caldera Valles, en Nuevo México, EE.UU.. Su última erupción se produjo hace 1,15 millones años, con unos 600 km ³ de material expulsado. Luego tenemos el caso de Lago Taupo, Nueva Zelanda. La última supererupción se produjo hace sólo 26.500 años. Ha entrado en erupción aproximadamente cada mil años, siendo la más reciente hace 1.800 años. Está considerado uno de los supervolcanes más grande de la historia, 100 veces más grande que la del monte Santa Helena. Afortunadamente, en aquellos momentos, Nueva Zelanda aún no había sido colonizada por los seres humanos. También tenemos el supervolcán de Campos Flégreos (Campi Flegrei), en Nápoles, Italia. Esta supererupción, ocurrida hace 39.000 años, provocó 500 km ³ de material expulsado. según algunos investigadores, podría haber una gran erupción en las próximas décadas. Asimismo tenemos otros supervolcanes activos de menor magnitud. Uno de ellos es el Caldera Kikai, Japón. Tuvo una supererupción hace 6.300 años. Sigue activo, con erupciones menores que han ocurrido en fechas tan recientes como en 2004. Otro caso es el de Laacher See, Alemania. Potencialmente aún es activo y se sabe que entró en erupción hace 12.900 años. También tenemos el supervolcán de Monte Tambora, en Sumbawa, Indonesia. Su última erupción fue en 1815, matando al menos a 71.000 personas. El supervolcán de Aira, Japón), entró en erupción hace 22.000 años y expulsó 400 km ³ de material, pero aún sigue siendo muy activo. En 1914 una erupción causó la evacuación de 23.000 personas. La ciudad de japonesa de Kagoshima está muy cerca de este supervolcán.
En el documental Supervolcán, emitido por la BBC y por Discovery Channel, se muestran los probables efectos que tendría una erupción del supervolcán de Yellowstone. Los supervolcanes han existido siempre sobre la Tierra. Algunos han tenido erupciones varias veces durante la prehistoria y podrían volverlo a hacer. Identificarlos no resulta fácil. Tan solo por las profundas capas de ceniza que dejaron se tiene una idea del lugar donde pueden estar ubicados. Además, podemos tener algunos supervolcanes situados en el fondo de los océanos y de los que aún no tengamos noticias. Como ejemplo, tenemos los más de 2.600 kilómetros cuadrados de ceniza depositados al este de África y en el Mar Rojo, causados por una erupción desconocida en algún lugar de Etiopía. Quizás por eso la humanidad ha desconocido su existencia durante muchos años. No hay que olvidar que el Parque Nacional de Yellowstone nunca había levantado la menor sospecha de ocultar un supervolcán bajo esta maravillosa naturaleza que cubre su superficie, incluyendo diversas especies de animales, de vegetación, un lago y otros elementos naturales. También hay importantes calderas que todavía no han sido estudiadas en profundidad, siendo un claro ejemplo de ello los 1.196 kilómetros cuadrados de la Caldera de Awasa, en Etiopía, y los 2.600 kilómetros cuadrados en la Caldera de Pastos Grandes, en Bolivia, que rivaliza en tamaño con la caldera del supervolcán más grande del mundo, el del Lago Toba, en Indonesia. En base a las erupciones volcánicas más potentes que han tenido lugar en la historia de la Tierra, erupciones clasificadas como VEI8 en la escala, se han podido ubicar calderas y supervolcanes que cuentan con una impresionante fuerza, tales como la Caldera Aira, en Kyushu, Japón, de la que ya hemos hablado. La Caldera de Aira es una caldera supervolcánica situada al sur de la isla de Kyushu, en Japón. Fue creada por una erupción masiva hace aproximadamente unos 22.000 años. La ciudad de Kagoshima y la ciudad de Sakurajima, que se calcula tiene 13.000 años de antigüedad, se encuentran dentro de su caldera.
La mayoría de los súper volcanes con la capacidad de realizar una súper erupción están extintos y aquellos que tienen el potencial para despertar podrían hacerlo dentro de miles de años, aunque nunca se descarta la posibilidad de que esto suceda en cualquier momento. Comparativamente, un supervolcán puede ser considerado como tal cuando en una sola erupción expulsa más de 50 veces la cantidad de material que expulsó el volcán Krakatoa. Pero un supervolcan no es solamente un volcán grande. La principal diferencia es que un supervolcan no se ve, ya que se trata de una acumulación subterránea de magma. Lo que ocurre es que, al no poder liberar presión por estar bajo tierra, el magma va acumulándose, hinchando el terreno y aumentando espectacularmente la presión hasta que estalla. Se sabe que en explosiones anteriores del supervolcán de Yellowstone se lanzaron rocas de tamaño considerable que podrían haber llegado hasta Europa desde América. Una gran provincia ígnea (LIP, del inglés Large igneous province) es una extensa región basáltica a escala continental, resultado de extensas coladas de lava basáltica, o manto de lava fluida emitido por un volcán durante sus erupciones. Estas regiones pueden ocupar, al originarse, varios millones de kilómetros cuadrados, y tener volúmenes del orden del millón de kilómetros cúbicos. En varios casos, la mayoría del material se asienta durante un extenso, pero geológicamente corto, periodo de menos de un millón de años de duración. Las erupciones con un índice de explosividad volcánica (VEI) de valor 8 (VEI-8) son sucesos de dimensiones colosales que expulsan al menos 1 000 km³ de magma y material piroclástico. Una erupción de tal magnitud arrasaría virtualmente toda vida en un radio de cientos de kilómetros, e incluso sepultaría bajo una capa de cenizas algunas regiones continentales bastante alejadas. Las erupciones con un índice VEI-8 son tan poderosas que crean calderas circulares del tamaño de montañas, ya que el derrumbe del material en el sitio de la erupción rellena el espacio vacío de la cámara magmática que había debajo. La caldera puede perdurar millones de años después de que haya cesado toda actividad volcánica. Tal como ya hemos indicado, un dramático documental en dos partes, titulado Supervolcán, fue emitido por la BBC, Discovery Channel y otros canales de televisión por satélite a lo largo del mundo. En este documental se mostraban los probables efectos que podría tener una erupción del supervolcán de Yellowstone. Mediante el montaje conjunto de imágenes de otras erupciones con imágenes generadas por ordenador para describir los sucesos, el programa mostraba que una erupción tal podría tener efectos devastadores en todo el mundo, cubriendo virtualmente los Estados Unidos con una capa de ceniza volcánica de al menos un centímetro de espesor, causando destrucciones masivas en las proximidades y la muerte de plantas y animales a lo largo de todo el continente.
Los elementos dramáticos fueron desarrollados en Supervolcán – la verdad acerca de Yellowstone. En el documental se mostraba la verdad subyacente detrás de la ficción. Un documental deNational Geographic, titulado Earth Shocks, reproduce el impacto destructivo de la rápida erupción del lago Toba hace unos 75.000 años, que causó un fenómeno conocido como la Edad de Hielo milenaria, que duró mil años y acabó con el 75% de la población humana de la época, estimándose que dejo solamente unas10.000 parejas humanas en la Tierra. Una erupción en el supervolcán de Yellowstone era originalmente uno de los escenarios descritos en el documental dramático Día Final (End Day), pero no fue emitido por la BBC por razones desconocidas. En la apocalíptica película 2012 se muestra una posible erupción de Yellowstone. En 1980, el monte Saint Helens entró en erupción con una energía equivalente a una bomba de Hiroshima cada segundo y expulsó 1,2 Km³ de lava y material piroclástico. En 1815, una explosión mucho mayor, la del volcán Tambora, liberó 160 Km³ y provocó un año sin verano. Son dos de las erupciones más conocidas de los últimos siglos, pero ni mucho menos las más potentes que ha habido. Ese honor pertenece al supervolcán situado en la Caldera de la Garita, que hace 27 millones de años expulsó la extraordinaria cantidad de 5.000 Km³ de material, lo que cambió el clima de la Tierra. A diferencia de los volcanes clásicos con forma de cono que conocemos, los supervolcanes son estructuras planas de proporciones gigantescas, que resultan prácticamente indetectables. Antes de entrar en erupción, la presión va aumentando en la cámara de magma hasta que el techo de la misma acaba por ceder y se rompe, permitiendo de esta manera que la lava salga impulsada a gran velocidad hasta que alcanza la superficie, momento en el que se desintegra y explota con gran violencia. Al salir con gran violencia millones y millones de m³ de magma incandescente, el suelo sobre el que se encuentra el supervolcán se hunde irremisiblemente, formando un enorme cráter que recibe el nombre de caldera. A menudo, estas estructuras son tan grandes que sólo se pueden observar desde el espacio exterior.
La Caldera de La Garita es una gran caldera volcánica situada en las montañas de San Juan, cerca de Creede, suroeste de Colorado, Estados Unidos. Recibe su nombre del pequeño municipio al este del lugar. La erupción que creó la Caldera de La Garita es la mayor erupción explosiva conocida en la historia de la Tierra. Los científicos necesitaron más de 30 años para determinar con precisión su tamaño. Y cuando lo hicieron quedaron estupefactos, ya que la formación medía 75 Km de largo por 35 Km de ancho. El estudio de los sedimentos depositados en la zona ha puesto de manifiesto que los sucesos que tuvieron lugar allí hace 27 millones de años fueron cataclísmicos. Más aún, la comunidad científica coincide en señalar que la magnitud de dichos eventos escapa a la de cualquier otro acontecimiento de origen volcánico ocurrido en la Tierra y del que se tenga constancia. Se estima que la fuerza de la supererupción fue equivalente a la explosión de 1.000 bombas de Hiroshima cada segundo. Y la nube de ceniza volcánica que se originó a continuación se elevó, probablemente, hasta los 40 ó 50 Km de altura. Mientras tanto, los piroclastos, en conjunción con los gases volcánicos, destruyeron todo rastro de vida en un radio de 100 Km. La cantidad de material expulsado fue tal que en los alrededores del supervolcán se cree que los restos de ceniza pudieron alcanzar una altura de hasta 60 cm. Unas cenizas que, además, se extendieron en sólo unos días por todo el mundo, cambiando irremisiblemente el clima de la Tierra y provocando extinciones masivas. Los sedimentos en forma de toba volcánica que se depositaron alcanzaron un volumen de 5.000 Km³, una enorme cantidad. Una de las preguntas que surgen ante estos supervolcanes y sus efectos catastróficos, es si existe alguna posibilidad de que un acontecimiento de esta magnitud tuviera lugar hoy en día. Se han hallado supervolcanes en Indonesia, Nueva Zelanda, Sudamérica, Escocia y Estados Unidos, pero la mayoría están extinguidos. La última erupción de estas características se produjo hace 70.000 años en la zona donde ahora se encuentra el Lago Toba. Hay teorías que establecen que sumió a la Tierra en un invierno volcánico y extinguió al 60% de las poblaciones humanas de la época. De todos modos, actualmente no estamos a salvo de una supererupción. En el Parque Nacional de Yellowstone hay un supervolcán activo en cuyo interior está aumentando la presión y que ya ha entrado en erupción en dos ocasiones con anterioridad, hace 2,2 millones de años y 600.000 años, respectivamente. En la primera expulsó 2.500 km³ de material a la atmósfera, mientras que en la segunda expulsó 1.000 km³.
En caso de que volviera a despertar de su letargo, las consecuencias para la vida en la Tierra serían desastrosas. Recientes estudios señalan que las ingentes cantidades de material piroclástico, gases y cenizas que arrojaría devastarían por completo el continente americano. Pero el resto de la humanidad no se libraría de las consecuencias. Tal y como sucediera con el supervolcán de la Caldera de la Garita, las cenizas llegarían a todos los rincones del planeta y contaminarían el agua, arruinarían las cosechas, matarían al ganado e impedirían el tráfico aéreo. A raíz de ello, las hambrunas no tardarían en llegar, especialmente en los países menos desarrollados. En los seres humanos provocaría malformaciones en los huesos por la liberación de fluorina, un gas tóxico. Es causa directa de una enfermedad conocida como fluorosis ósea, que propicia el crecimiento de deformidades en los huesos y mata a las personas o las desfigura de por vida. Asimismo, liberaría sulfuro en forma de gotas de ácido sulfúrico o de aerosoles, que serían proyectados a la atmósfera. Al llegar a la estratosfera, ya libre de nubes o lluvia que los pudieran expulsar, se mantendrían allí durante años y años, creando un velo que redirigiría la luz del Sol fuera de la Tierra y causaría un descenso notable de las temperaturas. La BBC consiguió que el Instituto Max Planck, de Hamburgo elaborara una animación que simulara los efectos globales que tendría una supererupción de este tipo para un documental llamado Supervolcán, la verdad acerca de Yellowstone. De acuerdo a los datos facilitados por este prestigioso centro, tres semanas después de que se produjera la erupción, los aerosoles formarían una capa sulfurosa alrededor del mundo tan densa que provocaría el enfriamiento global a un nivel nunca visto. La temperatura caería en picado y en las latitudes altas de Europa y Norteamérica lo haría en una media de 12 ºC, mientras que en los trópicos bajaría hasta en unos 15 grados. Los monzones del suroeste asiático desaparecerían y con ellos las lluvias y, por lo tanto, las cosechas. Cientos de millones de personas morirían en los siguientes meses por falta de alimentos en las regiones menos avanzadas. Pero es que en el resto del mundo la escasez haría acto de aparición poco después y provocaría el caos generalizado.
Hay que confiar en que ningún supervolcán entre en erupción en las próximas décadas. No obstante, la posible erupción de supervolcanes dormidos durante cientos de años podría predecirse gracias al análisis de los cambios de composición del magma, según un estudio publicado en la revista británica Nature. El grupo de científicos a cargo de la investigación, encabezada por el geólogo Timothy Druittm, de la universidad francesa Blaise Pascal, y por Jon Blundy, de la universidad británica de Bristol, se volcó en estudiar la dinámica interna del magma del famoso volcán de la isla griega de Santorini. Como resultado de este estudio, los científicos llegaron a la conclusión de que hay varios indicios en la composición del magma, a partir de los cuales se puede predecir la próxima erupción. Los supervolcanes son capaces de expulsar decenas de miles de kilómetros cúbicos de magma y ceniza en pocos días y sus erupciones pueden afectar al cambio global del clima. A diferencia de los volcanes normales, los supervolcanes suelen estar localizados en llanuras y no tienen forma de montaña. El período transcurrido entre las erupciones como las de Santorini suele ser de miles de años. Pero los científicos consideran que las modificaciones encontradas en el magma tienen lugar en escalas de tiempo muy breves antes de una erupción, aproximadamente cien años antes de que se produzca. Por ello, un constante estudio de los cambios en el magma en las calderas de los supervolcanes dormidos durante largos periodos de tiempo, pero potencialmente activos, como los de Long Valley y Yellowstone (Estados Unidos) y el de los Campos Flégreos (Italia), permitiría predecir erupciones devastadoras.
El Dr. Mike Voorhies es un paleontólogo de vertebrados que estudió la evolución de los mamíferos y la estratigrafía de las rocas de finales del Cenozoico, en que fueron encontrados fósiles de dichos mamíferos. El año 1917, un joven Mike Voorhies andaba explorando cerca de la pequeña población de Orchard, al este de Nebraska, donde se había criado. Cuando pasaba por una garganta de paredes empinadas, localizó un brillo curioso en la maleza de arriba y subió a echar un vistazo. Lo que había visto era el cráneo perfectamente conservado de un joven rinoceronte, que habían sacado a la superficie lluvias recientes. Y resultó que unos metros más allá se hallaba uno de los yacimientos de fósiles más extraordinarios que se han descubierto en Norteamérica: un abrevadero seco que había servido de tumba colectiva a gran cantidad de animales, rinocerontes, caballos tipo cebra, ciervos de dientes de sable, camellos, tortugas. Habían muerto todos a causa de algún misterioso cataclismo hace unos doce millones de años, en una época que se conoce en geología como el Mioceno. En aquella época, Nebraska se hallaba sobre una enorme y cálida llanura muy parecida al Parque Nacional Serengueti, que es un parque nacional de grandes proporciones (13.000 km2) en Tanzania, África. Los animales se encontraban enterrados bajo una capa de ceniza volcánica de hasta tres metros de profundidad. Lo desconcertante del asunto era que en Nebraska no había volcanes y, que se sepa, nunca los había habido. El lugar donde se hallaba el yacimiento descubierto por Voorhies se llama hoy Parque Estatal del Lecho de Fósiles de Ashfall. Hay en él un centro para visitantes y un museo, con exposiciones sobre la geología de Nebraska y la historia de los yacimientos de fósiles. El centro cuenta también con un laboratorio que tiene una pared de cristal, a través de la cual los visitantes pueden ver a los paleontólogos, entre ellos Mike Voorhies, limpiando huesos. El lugar en donde Voorhies había hecho su primer hallazgo, en lo alto de una quebrada de seis metros de altura, era un lugar bastante insólito para buscar huesos. Pero Voorhies no estaba buscando huesos sino que estaba haciendo un mapa geológico del este de Nebraska, y estaba en realidad echando un vistazo por allí. Si no hubiesen subido por aquella quebrada o si las lluvias no hubiesen dejado al descubierto en aquel momento aquel cráneo, habría seguido su camino y nunca se habría encontrado aquel cráneo de rinoceronte. La razón de que no fuese el lugar adecuado para buscar huesos era que, si buscas huesos, necesitas en realidad roca que esté al descubierto. Esa es la razón de que la paleontología se haga principalmente en sitios cálidos y secos. No es que en esos sitios haya más huesos. Es sólo que allí tienes cierta posibilidad de localizarlos.
Al principio pensaron que los animales habían quedado enterrados vivos, y eso fue lo que dijo Voorhies en 1981 en un artículo publicado en National Geographic. El artículo llamaba al lugar del hallazgo una «Pompeya de animales prehistóricos», lo cual fue desafortunado porque poco después se comprobó que los animales no habían muerto súbitamente ni mucho menos. Padecían todos ellos de una cosa llamada osteodistrofia pulmonar hipertrófica, que es lo que nos podría pasar si respirasemos mucha ceniza abrasiva. Y debieron de respirar muchísima ceniza porque había unos 30 centímetros de espesor de ceniza en un radio de 160 kilómetros. La tierra grisácea y arcillosa era polvorienta pero un poco arenosa. Es un material desagradable para respirarlo, porque es muy fino pero es también muy agudo. Así que, en realidad, los animales vinieron a este abrevadero a refugiarse, pero murieron. La ceniza lo había enterrado todo. Había enterrado toda la hierba y cubierto todas las hojas y convertido el agua en un caldo grisáceo que no se podía beber. No debió de ser nada agradable, la verdad. En un documental de Horizonse indicaba que era una sorpresa la existencia de tanta ceniza en Nebraska. En realidad hacía mucho tiempo que se sabía que en Nebraska había grandes depósitos de ceniza. Se habían extraído cenizas a lo largo de casi un siglo para hacer polvos para productos de limpieza doméstica. Pero, curiosamente, a nadie se le había ocurrido preguntarse de dónde procedía toda aquella ceniza. Voorhies explicó que la primera vez que pensó en ello fue cuando un director de National Geographic le preguntó de dónde procedía toda aquella ceniza y tuvo que confesarle que no lo sabía. En realidad nadie lo sabía. Voorhies envió muestras a colegas de todo el oeste de Estados Unidos preguntándoles si había algo en aquello que pudiesen identificar. Varios meses más tarde, un geólogo llamado Bill Bonnichsen, del Servicio Geológico de Idaho, se puso en contacto con él y le explicó que la ceniza se correspondía con la del yacimiento volcánico de un lugar del suroeste de Idaho llamado Bruneau-Jarbidge. El suceso en el que perecieron los animales de las llanuras de Nebraska fue una explosión volcánica de una envergadura inconcebible hasta entonces, pero lo suficientemente grande para dejar una capa de ceniza de tres metros de profundidad a unos 1.600 kilómetros de distancia, en el este de Nebraska. Resultó que bajo el oeste de Estados Unidos había un inmenso caldero de magma, un punto caliente volcánico colosal, que entraba en fuerte erupción cada 600.000 años aproximadamente. La última de esas erupciones se produjo hace unos 640.000 años. El punto caliente aún sigue allí. En la actualidad le llamamos Parque Nacional de Yellowstone.
El Parque Nacional de Yellowstone está situado en los Estados Unidos, al noroeste del estado de Wyoming. Una pequeña parte del parque se encuentra en los estados vecinos de Idaho y Montana. Creado en 1872, Yellowstone es el parque nacional más antiguo del mundo. Su extensión es de 8.983 km² (898.300 hectáreas), es decir, una superficie más grande que la de la isla de Córcega. Constituye el segundo mayor parque de los Estados Unidos, aparte de Alaska. Yellowstone es famoso por sus fenómenos geotérmicos. En él se encuentran dos tercios de todos los géiseres del planeta, y también numerosas fuentes calientes. Alberga numerosos grandes mamíferos, como osos negros, coyotes, lobos, alces y ciervos; así como manadas salvajes de bisontes y wapitis. El parque constituye el corazón de un extenso y preservado hábitat natural, uno de los últimos ecosistemas intactos de las zonas templadas. Se inscribe en la lista de las Reservas de la Biosfera desde 1976. Recibe cada año la visita de cerca de tres millones de personas, lo que hace de él uno de los parques americanos más frecuentados. El nombre «Yellowstone» (que en español quiere decir «piedra amarilla») procede del color de las rocas que se pueden ver en el gran cañón de Yellowstone (valle en «V») que se formó en las últimas glaciaciones mucho antes de ser erosionado por el río Yellowstone. Contrariamente a lo que pudiera parecer, el color de las piedras procede de la alteración hidrotérmica del hierro que contienen, y no del azufre que también está presente. Junto a las Montañas Rocosas, nacido del deslizamiento de la placa tectónica del Pacífico bajo la del continente americano, el lugar de Yellowstone fue el teatro de explosiones gigantescas, entrecruzadas de fenómenos telúricos más discretos. La última explosión ocurrió hace aproximadamente 640.000 años. La lava acumulada durante milenios bajo la corteza terrestre estalló, proyectando miles de kilómetros cúbicos de rocas. El techo que cubría la cámara magmática se aplastó, formando un cajón de hundimiento llamado caldera, que hoy compone la parte central del parque. A partir de entonces, otras erupciones menores, pero múltiples, llenaron en parte la caldera. Sin embargo, aún se pueden reconocer los bordes escarpados. El vulcanismo sigue siendo muy activo en Yellowstone, donde se contabilizan alrededor de 300 géiseres, dando prueba de la fuerza de las actividades subterráneas. Actualmente, Yellowstone revive una fase similar a la primera etapa. La lava sigue acumulándose, inflando la corteza terrestre. La altitud del fondo del actual cajón de hundimiento ha aumentado en 70 cm durante estos últimos 50 años.
Nuestra ignorancia se debe en buena medida a que se han hecho escasos esfuerzos para coordinar los estudios sobre lo que está sucediendo en la superficie de la Tierra y lo que pasa en su interior. Según Shawna Vogel: «Los geólogos y los geofísicos raras veces asisten a las mismas reuniones o colaboran en la solución de los mismos problemas». Quizá no haya nada que evidencie mejor nuestro insuficiente conocimiento de la dinámica interior de la Tierra que lo mucho que nos sorprende cuando nos juega una mala pasada. Y sería difícil dar con un recordatorio más adecuado de lo limitado que es nuestro conocimiento, que la erupción del monte St. Helens (Santa Helena), en el estado de Washington, en 1980. Por entonces, los estados de la Unión llevaban sesenta y cinco años sin ver una erupción volcánica, así que la mayoría de los vulcanólogos oficiales a quienes se encargó controlar y prever la conducta del St. Helens sólo había visto en acción volcanes hawaianos y resultó que aquél no tenía nada que ver con ellos. El St. Helens inició sus estruendos amenazadores el 20 de marzo. Al cabo de una semana, estaba expulsando magma, aunque en cantidades modestas, hasta cien veces al día, y se estremecía con movimientos de tierra constantes. Se evacuó a la población a 13 kilómetros, una distancia que se consideró segura. Cuando aumentaron los estruendos, la montaña se convirtió en una atracción turística internacional. Los periódicos informaban a diario de cuáles eran los mejores sitios para contemplar el espectáculo. Los equipos de televisión efectuaban varios vuelos al día en helicóptero hasta la cima e incluso se veía gente escalando la montaña a pie. En un solo día volaron sobre la cima más de setenta helicópteros y aeroplanos ligeros. Pero, a medida que fue pasando el tiempo sin que llegase a convertirse en un acontecimiento espectacular, la gente empezó a perder la paciencia y se generalizó la idea de que el volcán no entraría en realidad en erupción.
El 19 de abril empezó a hincharse visiblemente el lado norte de la montaña. Lo más curioso es que ninguna de las personas que ocupaban cargos de responsabilidad se dio cuenta de que eso anunciaba una explosión lateral. Los sismólogos basaban sus conclusiones categóricamente en el comportamiento de los volcanes hawaianos, en los que no se dan los estallidos laterales. La única persona que creyó que podría ocurrir algo grave fue Jack Hyde, un profesor de geología de una escuela politécnica de Tacoma. Indicó que el St. Helens no tenía chimenea abierta como los volcanes hawaianos, así que cualquier presión que se acumulase en su interior tenía que liberarse de forma espectacular y tal vez catastrófica. Sin embargo, Hyde no formaba parte del equipo oficial y sus comentarios despertaron escaso interés. El domingo 18 de mayo, a las 8:32 de la mañana, el lado norte del volcán se desmoronó, lanzando ladera abajo una enorme avalancha de tierra y roca a casi 250 kilómetros por hora. Era el mayor deslizamiento de tierras de la historia humana y arrastró material suficiente para enterrar todo Manhattan a una profundidad de 120 metros. Un minuto después, con el flanco gravemente debilitado, el St. Helens entró en erupción con la potencia de 500 bombas atómicas del tamaño de la de Hiroshima, lanzando una nube caliente asesina a más de 1.050 kilómetros por hora, una velocidad demasiado elevada, sin duda, para que pudiesen escapar los que estuviesen cerca. Resultaron alcanzadas muchas personas que se creía que estaban a salvo en zona segura, y en muchos casos en lugares desde los que ni siquiera se veía el volcán. Hubo cincuenta y siete muertos y veintitrés de los cadáveres no se encontraron. El número de víctimas habría sido mucho mayor si no hubiese sido domingo. Cualquier otro día de la semana habrían estado trabajando en la zona mortal muchos forestales. De todos modos, murieron algunas personas que se encontraban a 30 kilómetros de distancia.
La persona que tuvo más suerte ese día fue un estudiante graduado llamado Harry Glicken. Había estado controlando un puesto de observación a nueve kilómetros de la montaña, pero tenía una entrevista en la universidad, en California, el 18 de mayo, y tuvo que dejar el puesto un día antes de la erupción. Le sustituyó David Johnston, que fue el primero que informó de la erupción del volcán. A los pocos segundos, había muerto. Su cadáver nunca apareció. Pero, por desgracia, la suerte de Glicken fue temporal. Once años después fue uno de los cuarenta y tres científicos y periodistas que perecieron en una erupción mortífera de roca fundida, gases y cenizas, lo que se llama flujo piroclástico, en el monte Unzen de Japón, debido a la interpretación errónea v catastrófica de la conducta de otro volcán. Los vulcanólogos pueden ser o no los peores científicos del mundo haciendo predicciones, pero lo que es indiscutible es que son los peores en lo de darse cuenta de lo malas que son sus predicciones. Menos de dos años después de la catástrofe del Unzen, otro grupo de observadores de volcanes, dirigido por Stanley Williams de la Universidad de Arizona, se adentró por la periferia de un volcán activo llamado Galeras, en Colombia. A pesar de las muertes de los últimos años, sólo dos de los dieciséis miembros del equipo de Wiliams llevaban cascos de seguridad u otros medios de protección. El volcán entró en erupción y mató a seis científicos y a tres turistas que los habían seguido, e hirió de gravedad a algunos más, incluido Williams. En un libro extraordinariamente poco autocrítico, titulado Surviving Galeras, Williams decía que sólo pudo «mover la cabeza asombrado» cuando se enteró después de que sus colegas del mundo de la vulcanología habían comentado que había pasado por alto o desdeñado importantes señales sísmicas y había actuado de forma imprudente. «Es muy fácil criticar después de los hechos, aplicar el conocimiento que tenemos ahora a los acontecimientos de 1993», escribió. Sólo se consideraba responsable de haber tenido la mala suerte de acudir allí cuando el volcán «se comportó de forma caprichosa, como suelen hacer las fuerzas naturales. Me equivoqué y asumiré la responsabilidad. Pero no me siento culpable de la muerte de mis colegas. No hay culpas. Se produjo una erupción».
Volviendo al estado de Washington, vemos que el monte St. Helens perdió 400 metros de cima y quedaron devastados 600 kilómetros cuadrados de bosque. Quedaron calcinados árboles suficientes como para construir unas 150.000 casas. Los daños se calcularon en 2.700 millones de dólares. Surgió una columna de humo y cenizas que alcanzó una altura de 18.000 metros en menos de diez minutos. Un aparato de unas líneas aéreas, que se encontraba a 48 kilómetros de distancia, informó que había sido víctima de una granizada de rocas. Noventa minutos después de la explosión empezó a caer ceniza sobre Yakina, Washington, una comunidad de 50.000 personas situada a unos 130 kilómetros de distancia. Como es natural, la ceniza oscureció el día y lo cubrió todo, atascando motores, generadores y equipo eléctrico, asfixiando a los peatones, bloqueando los sistemas de filtración y paralizando toda actividad. Hubo que cerrar el aeropuerto y las autopistas de entrada y salida de la ciudad. Hay que tener en cuenta que todo eso pasaba en la dirección del viento de un volcán que llevaba dos meses gruñendo de una forma amenazadora. Sin embargo, Yakima no contaba con sistemas de emergencia para posibles erupciones. El sistema de radio de emergencia de la ciudad, que debía entrar en acción teóricamente en una situación crítica, no lo hizo porque «el personal del domingo por la mañana no sabía manejarlo». Yakima estuvo paralizado y completamente aislado durante tres días, con el aeropuerto cerrado y las vías de acceso bloqueadas. La población quedó cubierta por una capa de ceniza de 1,5 centímetros tras la erupción del volcán. Imaginemos lo que sería una erupción en Yellowstone.
En la década de los sesenta, mientras estudiaba la historia volcánica del Parque Nacional de Yellowstone, Bob Christiansen, del Servicio Geológico de Estados Unidos, quedó intrigado por algo por lo que sorprendentemente no se había interesado nadie antes. No podía encontrar el volcán del parque. Hacía mucho tiempo que se sabía que Yellowstone era de naturaleza volcánica, ya que eso era lo que explicaba todos sus géiseres y demás fuentes de vapor, y lo único que tienen los volcanes es que, en general, son bastante notorios. Pero Christiansen no podía encontrar por ninguna parte el volcán de Yellowstone. Lo que no conseguía encontrar concretamente era una estructura denominada caldera. Casi todo el mundo imagina, cuando piensa en los volcanes, la forma cónica clásica de un Fuji o un Kilimanjaro, que es algo que se forma cuando el magma de la erupción se acumula en un montículo simétrico. Estos montículos pueden formarse con notable rapidez. En 1943, en Paricutín (México), un campesino se asustó al ver que salía humo de una zona de sus tierras. Al cabo de una semana, era el asombrado propietario de un cono de 152 metros de altura. Dos años después, el cono tenía ya casi 430 metros de altura y medía más de 800 metros de anchura. Hay en total unos 10.000 volcanes de ese tipo claramente visibles en la Tierra. Y salvo unos centenares, están casi todos extintos. Pero existe otro tipo de volcanes menos famosos que no necesitan formar una montaña. Se trata de volcanes tan explosivos que se abren de forma violenta en un solo y potente estallido, dejando atrás un enorme pozo la caldera. Yellowstone debía de ser; sin duda, un volcán de este segundo tipo. Pero Christiansen no encontraba la caldera por ninguna parte. Sin embargo, la NASA estaba probando algunas nuevas cámaras de gran altitud haciendo fotos de Yellowstone. Christiensen se dio cuenta, al ver las fotos, de por qué no había conseguido localizar la caldera. Prácticamente todo el parque (9.000 kilómetros cuadrados) era una caldera. La explosión había dejado un cráter de casi 6 kilómetros de anchura, demasiado enorme para poder apreciarlo desde ningún punto situado a nivel del suelo.
En algún momento del pasado, Yellowstone debió de estallar con una violencia superior a la escala de cualquier cosa conocida por los seres humanos. Resulta, pues, que Yellowstone es un supervolcán. Se asienta encima de un enorme punto caliente, un depósito de roca fundida que se inicia a un mínimo de 200 kilómetros bajo tierra y se eleva casi hasta la superficie, formando lo que se llama una superpluma. El calor del punto caliente es lo que alimenta todas las chimeneas, termas, géiseres y ollas de lodo burbujeante. Debajo de la superficie hay una cámara de magma que tiene unos 72 kilómetros de ancho, aproximadamente las mismas dimensiones del parque, y unos 13 kilómetros de espesor en su parte más gruesa. Es como andar sobre una enorme montaña de explosivos. La presión que ejerce un depósito de magma de esas dimensiones, sobre la corteza que está encima, ha elevado Yellowstone y el territorio del entorno aproximadamente medio kilómetro más de lo que estaría sin ella. Según el profesor Bill McGuire del Colegio Universitario de Londres, «no podrías acercarte a un radio de 1.000 kilómetros de él» en plena erupción. Las consecuencias que seguirían serían aun peores. El tipo de superplumas sobre las que se asienta Yellowstone se parece bastante a algunos vasos. Son estrechas por abajo pero van ensanchándose a medida que se acercan a la superficie para crear grandes cuencos de magma inestable. Algunos de estos cuencos pueden tener una anchura de hasta 1.900 kilómetros. De acuerdo con las teorías actuales, no siempre entran en erupción de una forma explosiva, pero a veces estallan en una emanación enorme y continua, una avalancha de roca fundida como sucedió en las traps del Decán, en la India, hace 65 millones de años. En este caso cubrieron un área de más de 500.000 kilómetros cuadrados y probablemente contribuyesen a la extinción de los dinosaurios, tal vez con sus emanaciones de gases nocivos.
Las traps del Decán forman una gran provincia ígnea situada en la meseta del Decán, en el centro-oeste de la India. Es una de las mayores formaciones volcánicas de la Tierra. Se componen de varias capas de inundaciones basálticas solidificadas que abarcan una zona de 500.000 km2 y 2000 metros de espesor, con un volumen de 512.000 km3. El término «trap» ha sido utilizado en geología desde 1785-95 para estas formaciones rocosas. Proviene de la palabra sueca «escaleras» (trapp), en referencia a la estructura en forma de colinas escalonadas que componen el paisaje de la región, propio de las formaciones basálticas. Las traps del Decán se formaron hace entre 60 y 68 millones de años, al final del periodo Cretácico. La mayor parte de la erupción tuvo lugar en los Ghats occidentales (junto a Bombay), hace 66 millones de años. Esta serie de erupciones pudieron desarrollarse en menos de 30.000 años. Se estima que el área cubierta originalmente por flujos de lava pudo superar los 1,5 millones de km2, aproximadamente la mitad del tamaño actual de la India. La erosión y la tectónica de placas redujeron la región cubierta por las traps del Decán al tamaño actual de 500.000 km2. El interés mediático por la extinción de los dinosaurios, surgido a raíz del planteamiento de la llamada «hipótesis de Álvarez» y del hallazgo del cráter de Chicxulub, se tradujo en una avalancha de publicaciones científicas sobre el tema. Un gran número de expertos cuestionaron la posibilidad de que tal evento hubiese podido, por sí solo, acabar con el 75 % de las especies. Entre las más populares, se encuentran la teoría de los múltiples impactos, que plantea la posibilidad de que el impacto astronómico hubiese sido similar al observado en 1994 cuando el cometa Shoemaker-Levy 9 colisionó con Júpiter, es decir, que el asteroide se fragmentó en varias partes antes de la colisión, siendo el de Chicxulub solo uno de ellos. También las traps del Decán pudieron tener efecto sobre la vida del final del período Cretácico. Esta última teoría define que, debido a su magnitud, las traps del Decán desempeñaron un papel importante en la extinción masiva del Cretácico-Terciario, también conocida como extinción masiva del límite K/T, que acabó con los dinosaurios no aviares.
El enfriamiento repentino a consecuencia de la emisión de gases volcánicos sulfurosos en la formación de las traps, así como las concentraciones localizadas de gases nocivos para las formas de vida de la época, pudieron haber contribuido de manera significativa a las extinciones en masa. La liberación de gases volcánicos durante la formación de las traps, especialmente de dióxido de azufre, podría haber contribuido al cambio climático de la época. Los datos indican un descenso medio de la temperatura de 2 °C en este periodo. En 2004, Archibald y Fastovsky propusieron un escenario que defiende la relevancia de las traps del Decán en la extinción de los dinosaurios. En concreto, estos autores afirman que se debió a una combinación de factores, que incluyen la actividad volcánica, el descenso del nivel del mar y la colisión de un objeto contra la Tierra. Sin embargo, actualmente existe un amplio consenso entre la comunidad científica sobre la exclusividad del impacto de Chicxulub en la responsabilidad de la extinción de los dinosaurios, que habría producido una gran nube de polvo que bloqueó la luz del sol, reduciendo considerablemente las temperaturas en todo el planeta, en un acontecimiento similar a un invierno nuclear. En palabras del geofísico Sean Gulick, de la Universidad de Texas en Austin, «más de un 95 % de los científicos que estudian el límite K/T están de acuerdo en que Chicxulub es el evento que supuso la extinción masiva del Cretácico-Terciario». A pesar de ello, la escasez de registros fósiles que aporten más información, así como los efectos que la erosión y la tectónica de placas tienen sobre las huellas geológicas de eventos pasados en la Tierra, dificultan en gran medida la asunción de cualquier teoría. Aunque la colisión de Chicxulub sea, según los expertos, la razón principal de la extinción de los dinosaurios, las pruebas admiten la aparición de las traps del Decán y del cráter Shiva en el mismo periodo, con un intervalo inferior a dos millones de años. Con independencia de su origen y desarrollo, tales accidentes geográficos tuvieron que suponer un cambio drástico a nivel global, de consecuencias desconocidas. Las evidencias muestran pocos registros fósiles en una franja comprendida entre algunos millones de años antes del límite K/T hasta pocos después, lo que parece indicar una extinción gradual fruto de una concatenación de eventos adversos.
Las superplumas pueden ser también responsables de las fisuras que hacen que se separen los continentes. Esas plumas no son tan raras. Hay unas treinta activas en la Tierra en este momento y son responsables de muchas de las islas y cadenas de islas más conocidas, como los archipiélagos de las Azores, las Canarias v los Galápagos, la pequeña Pitcairn en mitad del Pacífico Sur y muchas otras. Pero, aparte de Yellowstone, son todas oceánicas. Nadie tiene la menor idea de cómo o por qué acabó Yellowstone bajo una placa continental. Sólo hay dos cosas seguras. Una es que la corteza en Yellowstone es fina y que el mundo que hay debajo es caliente. Pero, si la corteza es fina, debido al punto caliente o si el punto caliente está allí porque la corteza es fina es motivo de debate. La naturaleza continental de la corteza hace que sus erupciones sean enormemente distintas. Mientras los otros supervolcanes tienden a emitir lava de modo constante y de una forma relativamente benigna, Yellowstone lo hace de forma explosiva. No sucede a menudo, pero cuando sucede es mejor encontrarse a bastante distancia. Desde su primera erupción conocida de hace 16,5 millones de años, ha entrado en acción unas cien veces, pero es sobre las tres erupciones más recientes sobre las que realmente se ha escrito. La última fue un millar de veces mayor que la del monte St. Helens, la penúltima fue 280 veces mayor y, la antepenúltima, fue tan grande que nadie sabe exactamente cuán grande fue. Fue por lo menos 2.500 veces mayor que la de St. Helens, pero quizás 8.000 veces más monstruosa. No tenemos absolutamente nada con lo que podamos compararla. La mayor explosión de tiempos recientes fue la de Krakatoa, Indonesia, en agosto de 1889, y fue de tal magnitud que reverberó por todo el planeta durante nueve días e hizo agitarse las aguas en zonas alejadas como el canal de la Mancha. Pero, si imaginamos que el volumen de material eyectado en Krakatoa es del tamaño de una pelota de golf, el de la mayor erupción de Yellowstone sería del tamaño aproximado de una esfera detrás de la cual podría esconderse una persona. A esa escala, la erupción del monte St. Helens no sería más grande que un guisante. La erupción de Yellowstone de hace dos millones de años emitió ceniza suficiente como para enterrar todo el estado de Nueva York, hasta una profundidad de 20 metros, o el de California hasta seis metros. Fue esa ceniza la que creó los yacimientos fósiles que halló Mike Voorhies en el este de Nebraska.
Esa explosión se produjo en lo que hoy es Idaho, pero la corteza de la Tierra se ha desplazado por encima de ella a lo largo de millones de años a un ritmo de unos 2,5 centímetros al año, de manera que hoy está directamente debajo del noroeste de Wyoming. El punto caliente propiamente dicho se mantiene en el mismo sitio, como un soplete de acetileno dirigido hacia un techo. Deja en su estela el tipo de fértiles llanuras volcánicas que son ideales para cultivar patatas, como hace mucho que descubrieron los campesinos de Idaho. La lluvia de cenizas de la última erupción de Yellowstone cubrió por completo, o en parte, 19 estados del oeste, más zonas de Canadá y de México, casi la totalidad de la parte de Estados Unidos situada al oeste del Misisipí. Hay que tener en cuenta que esa zona es el granero del país, una región que produce aproximadamente la mitad de los cereales del mundo. Y conviene recordar que la ceniza no es como una gran nevada que se derretirá con la llegada de la primavera. Si quisieses volver a cultivar, tendrías que encontrar algún sitio donde poner toda la ceniza. Después de los atentados del 11 de septiembre, hicieron falta miles de trabajadores durante ocho meses para retirar 1.800.000.000 de toneladas de desechos de las 6,5 hectáreas del emplazamiento del World Trade Center de Nueva York. Imaginad lo que llevaría limpiar todo el estado de Kansas. Y eso sin considerar siquiera las consecuencias climáticas. La última erupción de un supervolcán en la Tierra se produjo en Toba, en el norte de Sumatra, hace 74.000 años. Nadie sabe exactamente lo grande que fue, pero desde luego fue tremenda. Los testigos de hielo de Groenlandia muestran que a la explosión de Toba siguieron como mínimo seis años de «invierno volcánico». El acontecimiento se cree que pudo llevar a los seres humanos hasta el borde de la extinción, reduciendo la población global a sólo unos cuantos millares de individuos. Eso significaría que todos los seres humanos modernos surgieron de una base de población muy pequeña, lo que explicaría nuestra carencia de diversidad genética. En todo caso, hay ciertas pruebas que sugieren que, durante los 20.000 años siguientes, el número total de habitantes de la Tierra no llegó a ser nunca superior a unos cuantos miles. No hace falta decir que es mucho tiempo para dedicarlo a recuperarse de una sola erupción volcánica.
Todo esto fueron hipótesis hasta 1973, en que un extraño suceso lo hizo súbitamente trascendental. El agua del lago de Yellowstone, en el centro del parque, empezó a cubrir las orillas en el extremo sur; inundando un prado, mientras que, en el extremo opuesto del lago el agua retrocedió de forma misteriosa. Los geólogos efectuaron una rápida investigación y descubrieron que una gran zona del parque había experimentado un abultamiento amenazador Ese abultamiento estaba elevando un extremo y haciendo retirarse el agua del otro. Luego, en 1984, toda la región central del parque se hundió 20 centímetros. Ahora parece que está elevándose de nuevo. Los geólogos comprendieron que la única causa posible de esto era una cámara de magma inestable. Yellowstone no era el emplazamiento de un antiguo supervolcán, sino que era el emplazamiento de uno activo. Fue también, más o menos por entonces, cuando consiguieron descubrir que en el ciclo de erupciones de Yellowstone se producía de promedio una gran explosión cada 600.000 años. La última fue hace 630.000. Desgraciadamente parece, pues, que podríamos estar cerca de una nueva explosión. Según Paul Doss, geólogo del Parque Nacional de Yellowstone: “Puede que no lo parezca, pero estamos sobre el volcán activo mayor del mundo”. Yellowstone, no hace falta decirlo, es de una belleza sensacional, con montañas majestuosas, prados salpicados de bisontes, riachuelos, un lago azul cielo, fauna y flora naturales en cantidades desmedidas. Arriba en Beartooth Gap hay rocas de casi 3.000 millones de años, unas tres cuartas partes del tiempo transcurrido desde el principio de la Tierra, y luego se tienen aguas termales. Puede verse un espacio vacío situado a lo lejos, en una cadena de montañas, llamadas Gallatius, hacía el oeste, que se hace visible sobre una elevación. Este hueco tiene 100 kilómetros de anchura. Durante mucho tiempo nadie pudo entender por qué estaba ahí ese hueco, hasta que Bob Christiansen se dio cuenta de que tenía que ser porque las montañas simplemente habían estallado. Cuando te encuentras con 100 kilómetros de montañas que han desaparecido del mapa, sabes que estás tratando con algo muy potente. A Christiansen le llevó seis años dar con la clave. ¿Qué era lo que hacía que Yellowstone estallase? Nadie lo sabe. Los volcanes son cosas extrañas. No los entendemos en realidad.
El Vesubio, cerca de Nápoles, en Italia, estuvo activo trescientos años hasta que tuvo una erupción en 1944 y luego sencillamente se paró. Ha estado silencioso desde entonces. Algunos vulcanólogos piensan que Yellowstone se está recargando de energía a lo grande, lo que es un poco preocupante, ya que alrededor de él viven dos millones de personas. Pero nadie lo sabe. Y si Yellowstone fuese a estallar ¿qué avisos se tendrían? Como no tenemos testigos de la última vez que estalló, nadie sabe cuáles son las señales de aviso. Lo más probable sería que hubiese enjambres de terremotos y algún levantamiento superficial y, posiblemente, algunos cambios en las pautas de conducta de los géiseres y de las chimeneas de vapor, pero la verdad es que nadie lo sabe. El problema es que casi todas las cosas que constituían señales y avisos ya estaban presentes en cierta medida en Yellowstone. Los terremotos son generalmente un precursor de las erupciones volcánicas, pero en el parque hay ya montones de terremotos. La mayoría de ellos son demasiado pequeños y no se aprecian, pero son terremotos de todos modos. También podría considerarse un cambio en la pauta en las erupciones de los géiseres, aunque también éstas varían impredeciblemente. El géiser más famoso del parque era en tiempos el Excelsior. Solía entrar en erupción regular y espectacularmente llegando a alturas de 100 metros, pero en 1888 se paró sin más ni más. Luego, en 1985, volvió a entrar en erupción, aunque sólo llegó a una altura de 25 metros. El géiser Steamboat es el más grande del mundo, especialmente cuando estalla lanzando agua a 120 metros en el aire, pero los intervalos entre sus erupciones han oscilado entre sólo cuatro días y casi cincuenta años. Según Doss, aunque estallase hoy y luego volviese a hacerlo la semana que viene, eso no nos diría absolutamente nada sobre lo que podría hacer la semana siguiente, la otra o dentro de veinte años. El parque entero es tan imprevisible que es imposible en realidad extraer conclusiones de casi nada de lo que pasa. Evacuar Yellowstone no sería fácil. El parque recibe unos tres millones de visitantes al año, la mayoría de ellos en los tres meses de temporada alta del verano. En el recinto hay relativamente pocas carreteras y no se quieren ensanchar, en parte para aminorar el tráfico, en parte para preservar un ambiente pintoresco, y en parte, debido a limitaciones topográficas. En el periodo álgido del verano puede ser fácil que lleve medio día cruzar el parque y varias horas llegar a cualquier lugar situado dentro de él.
En el otoño del año 2000, representantes del Servicio Nacional de Parques y del Servicio Geológico de Estados Unidos, junto con algunos académicos, se reunieron y crearon el llamado Observatorio Volcánico de Yellowstone (OVY). Existían va cuatro organismos de este tipo (en Hawai, California, Alaska y Washington), pero, aunque parezca extraño, no había ninguno en la mayor zona volcánica del mundo. El OVY es en realidad una idea más que una realidad, un acuerdo para coordinar esfuerzos en el estudio y el análisis de una geología tan diversa como es la del parque. Una de sus primeras tareas fue elaborar un «plan de riesgos de terremotos y erupciones volcánicas», un plan de actuación en caso de una crisis. La idea es que una vez que esté listo habrá tres personas (Christiansen, de Parque Menlo, California, el profesor Robert B. Smith de la Universidad de Utah y Doss del propio parque) que valorarán el grado de peligro de cualquier cataclismo potencial y aconsejarán al superintendente del parque. El superintendente tomará la decisión de evacuar o no evacuar el parque. Para las zonas adyacentes, no hay ningún plan. No es mucha ayuda en caso de que Yellowstone estallase de verdad a lo grande. Por supuesto, ese día puede tardar decenas de miles de años en llegar, aunque Doss piensa que ese día puede no llegar nunca. Aunque haya seguido una pauta en el pasado no significa que siga ateniéndose a ella. Hay algunas pruebas que indican que la pauta puede ser una serie de explosiones catastróficas, seguidas de un largo periodo de quietud. Puede que ahora estemos en él. Lo que se aprecia ahora es que la mayor parte de la cámara de magma está cristalizando y enfriándose. Está liberando los materiales volátiles. Para una erupción explosiva se necesitan tener atrapados materiales volátiles. Hay, por otra parte, abundantes peligros de otro género en Yellowstone y en su entorno, como se hizo evidente de una forma devastadora la noche del 17 de agosto de 1959, en un lugar llamado lago Hebgen, a la salida misma del parque. Este día, cuando faltaban veinte minutos para la medianoche, se produjo allí un terremoto catastrófico. Tuvo una magnitud de 7,5, que no es una cosa demasiado enorme para un terremoto, pero fue tan brusco y desgarrador que derrumbó toda la ladera de una montaña. Era el punto culminante de la temporada de verano, pero afortunadamente por entonces no iba tanta gente a Yellowstone como ahora. Se desprendieron de pronto de la montaña, a una velocidad de más de 160 kilómetros por hora, varios millones de toneladas de rocas, que se precipitaron con una fuerza y un empuje tales que el borde delantero de la avalancha ascendió 120 metros por la ladera de una montaña del otro lado del valle.
Había una parte de la zona de acampada de Rock Creek en su trayecto y se la llevó por delante. Murieron veintiocho campistas, diecinueve de los cuales quedaron tan enterrados que nunca llegaron a recuperarse los cadáveres. La devastación que causó la avalancha fue tan rápida como caprichosa. Tres hermanos que dormían en una misma tienda resultaron ilesos. Sus padres que dormían en otra tienda contigua fueron arrastrados y no se halló rastro alguno de ellos. Según Doss, algún día se producirá un gran terremoto. Hay que contar con eso. Ésta es una gran zona de falla para terremotos. A pesar del terremoto de lago Hebgen y de otros peligros conocidos, Yellowstone no tuvo sismógrafos permanentes hasta la década de los setenta. Si quisieses apreciar la majestuosidad y la inexorabilidad de los procesos geológicos, no podrías elegir un sitio más peligroso que los Tetons, esa cordillera de suntuosos picachos que se alza justamente al sur del Parque Nacional de Yellowstone. Hace nueve millones de años los Tetons no existían. El terreno que rodea Jackson Hole no era más que una llanura cubierta de hierba. Pero luego se abrió una falla de 64 kilómetros de longitud dentro de la Tierra y, desde entonces, una vez cada novecientos años aproximadamente, los Tetons experimentaron un terremoto grande de verdad, lo suficiente para elevarlos otros dos metros más de altura. Han sido estos tirones repetidos a lo largo de eones los que les han alzado hasta sus majestuosas altitudes actuales de 2.000 metros. Esos novecientos años son una media un tanto engañosa. Según dicen Robert B. Smith y Lee J. Siegel en “Windows into the Earth” [Ventanas hacia la Tierra], una historia geológica de la región, el último terremoto importante de los Tetons se produjo hace entre cinco mil y siete mil años. Así que puede que los Tetons sea la zona del planeta donde antes toque un gran terremoto. Las explosiones hidrotérmicas son también un peligro significativo. Pueden producirse en cualquier momento y prácticamente en cualquier sitio sin que sea posible predecirías. Según Doss, gran parte de los visitantes van a ver las cuencas térmicas.
Hay más géiseres y fuentes termales en Yellowstone que en todo el resto del mundo. Hay 10.000, y nadie sabe cuándo se puede abrir una chimenea. En Duck Lake hay una masa de agua de un par de cientos de metros de anchura. Es sólo una gran laguna. Pero este gran agujero no estaba aquí antes. En algún momento de los últimos quince mil años se produjo aquí una explosión de muchísima envergadura. Debieron de ser varias decenas de millones de toneladas de tierra, roca y agua, a temperaturas muy elevadas, las que salieron despedidas a velocidades supersónicas. La última explosión significativa que se produjo en el parque fue en un sitio llamado Pork Chop Geyser en 1989. Dejó un cráter de unos cinco metros de ancho. No es algo enorme ni mucho menos, pero sí bastante grande si uno hubiese estado allí en aquel momento. No andaba nadie por la zona, afortunadamente, así que no hizo daño a nadie, pero aquello sucedió sin aviso. En el pasado muy remoto ha habido explosiones que han hecho agujeros de más de kilómetro y medio de anchura. Y nadie puede decirte cuándo y dónde podría volver a pasar. Lo único que podemos hacer es tener la esperanza de no estar allí cuando pase. También son un peligro los grandes desprendimientos de rocas. Hubo uno bastante grande en Gardiner Canyon en 1999, pero tampoco en ese caso afectó a nadie, afortunadamente. Los peligros de Yellowstone afectan tanto a los empleados del parque como a los visitantes. Doss había tenido una terrible evidencia de eso en su primera semana de trabajo. Una noche, ya tarde, tres jóvenes empleados de verano estaban dedicados a una actividad ilícita consistente en nadar en las charcas de agua caliente o simplemente flotar en ellas. Aunque el parque no lo pregona por razones obvias, no todas las charcas de Yellowstone son tan calientes como para que resulten peligrosas. En algunas resulta muy agradable meterse y quedarse flotando en el agua, y algunos de los empleados de verano tenían la costumbre de darse un chapuzón por la noche, aunque las normas prohibiesen hacerlo. Esos tres habían cometido además la estupidez de no llevar linterna, lo que era extremadamente peligroso, porque gran parte del terreno que rodea las charcas de agua caliente es inestable y frágil y es fácil hundirse en él y escaldarse en chimeneas que puede haber debajo. El caso es que cuando regresaban a los dormitorios llegaron a un arroyo que habían tenido que saltar antes. Retrocedieron unos pasos para coger carrerilla, se cogieron de la mano, contaron hasta tres, corrieron y saltaron. En realidad, no era un arroyo. Era una charca hirviente. Se habían extraviado en la oscuridad. No sobrevivió ninguno de los tres.
Los Campos Flégreos son una vasta área volcánica situada a 9 km al noroeste de la ciudad de Nápoles, cuya mayor parte está bajo el mar. Constituyen un supervolcán. Su nombre deriva de la palabra griega phlegraios (ardientes). Su nombre no se debe realmente a la actividad volcánica, sino más bien a los numerosos fenómenos hidrotermales que lo caracterizan, tales como fumarolas, solfataras y aguas termales, de las que ya se sirvieron los romanos. La zona aún tiene 24 bocas de cráteres y elevaciones volcánicas, y algunas presentan manifestaciones gaseosas activas, como el área de la Solfatara de Pozzuoli, o hidrotermales, como en el lago de Agnano, Pozzuoli, y lago Lucrino, así como también fenómenos de bradisismo, periódico descenso o ascenso del nivel del suelo, muy visible en el templo de Serapis, en Pozzuoli. En el año 2003 se instituyó el Parque Regional de los Campos Flégreos. Están situados en el Golfo de Pozzuoli, al noroeste del Golfo de Nápoles, en la región de Campania. En esta zona se encuentran las comunas de Pozzuoli y de Cumas. Más de 500.000 personas viven en la caldera, y más de 1,5 millones en el área o en las proximidades. En los Campos Flégreos se reconocen tres períodos o fases geológicas. Hace unos 40.000 años, la actividad volcánica explosiva alcanzó el clímax con la explosión del volcán Archiflégreo, erupcionando más de 200 km3 de magma, que diseminó piroclastos en toda la región de Campania, que al sedimentar crearon toba volcánica, muy usada en la antigüedad como piedra constructiva. Hace unos 12.000 años tuvo lugar otra gran erupción que formó una pequeña caldera dentro de la principal, centrada en la ciudad de Pozzuoli. La última gran erupción del 1538, generó el nacimiento de una nueva colina volcánica, el llamado Monte Nuovo. Se ha levantado del suelo 2 metros desde 1970. Es un supervolcán con un IEV 7,3 aún en actividad. El tercer período está datado entre 8000 y 500 años atrás. Se caracteriza por la puzolana blanca que constituye el material del que está formada la mayor parte de los volcanes que forman los Campos Flégreos. Se coloca dentro del cráter primordial del segundo período. Con una actividad inicial al suroeste, en la zona de Bacoli y de Bayas, entre 10.000 y 8000 años atrás; una actividad intermedia en el área central, la zona entre Pozzuoli, la montaña Spaccata y Agnano, entre 8000 y 3900 años atrás; y, finalmente, una actividad más reciente que se mueve hacia occidente para formar el lago del Averno y el Monte Nuovo, entre 3800 y 500 años atrás.
La caldera, que está esencialmente a nivel del suelo, es accesible a pie. Contiene muchas fumarolas, cuyo vapor puede ser visto siendo emitido, y varios estanques de barro hirviente. Algunos conos y cráteres subsidiarios se extienden dentro de la caldera. Uno de estos cráteres ha sido llenado por el lago Averno. Actualmente el área de los Campos Flégreos comprende los barrios napolitanos de Agnano y Fuorigrotta, la superficie de Pozzuoli, Bacoli, Monte de Procida, Quarto, y las islas Flégreas, como Isquia, Procida, Vivara. Patrick Moore, científico canadiense y miembro de Greenpeace, solía citar los Campos Flégreos como un ejemplo de por qué los cráteres de impacto sobre la Luna deben ser de origen volcánico. Aun cuando estén reducidas respecto a cómo eran en la antigüedad, sin embargo, son numerosas todavía las fuentes de aguas termales que manan de la zona. Son famosas las diseminadas en la isla de Isquia; también en la península en Agnano o las termas de Pozzuoli. En Pozzuoli hay numerosos edificios monumentales de la época romana, entre los cuales se cuenta el Macellum (mercado), llamado Templo de Serapis, y el templo de Augusto. Está también el tercer anfiteatro de Italia, el Anfiteatro Flavio de Pozzuoli y también la Solfatara, cráter volcánico activo que presenta manifestaciones volcánicas con fumarolas y pequeños lagos de barro hirviente. En este lugar se rodó el film Totò all’Inferno. La playa de Miliscola, en Bacoli, era sede de la escuela militar romana. El lago Averno era para los antiguos la entrada del Infierno y también depósito militar de los navíos del Imperio romano, llamada Portus Iulius. Del lago surge también una gran sala termal romana llamada Templo de Apolo. En Cumas está el famoso antro de la Sibila de Cumas. Se trata de la colonia griega más antigua de la Magna Grecia. De la antigua ciudad, poco excavada, es visitable la parte baja de época romana, con el área del Foro y los edificios públicos cercanos, la «crypta romana» y sobre todo la acrópolis. A modo de puerta de la ciudad se encuentra el Arco Felice, un arco con ladrillos de la época romana, construido en un corte efectuado en la colina por el que la antigua Via Domiciana entraba en Cumas.
En Bayas, sumergida en el mar, está la villa del emperador romano que venía a deleitarse con el mar y el teatro. Se edificaron allí casas y villas de gran lujo que eran impropiamente llamadas «templos», como el de Mercurio, Venus o Diana. Allí se experimentaron nuevas soluciones arquitectónicas para la construcción de cúpulas, que luego fueron aplicadas en Roma, como en la construcción del Panteón de Agripa. La comuna de Quarto atravesaba la Vía Apia y estaba enteramente construida en el enorme cráter de un volcán apagado. La zona presenta el cráter del Monte Nuovo, el monte más joven de Europa y junto al enorme cráter de los Astroni. También presenta la tumba de Agripina y de Escipión el Africano. En la zona de Arco Felice hay un acueducto romano. En Bayas, arrabal de Bacoli, fueron inventadas las termas. Ya hemos visto que la ciudad de Nápoles, en Italia, se encuentra a pocos kilómetros de un supervolcán que duerme bajo los Campos Flégreos. Su erupción podría ser catastrófica. Eso al menos es lo que creen muchos científicos. En 2009 se efectúo una perforación a una profundidad de 4.000 metros, pero fue finalmente prohibida por el alcalde por razones de seguridad. Los Campos Flegreos son una caldera de 13 kilómetros de diámetro, cuyo origen está vinculado a dos grandes erupciones volcánicas que se produjeron hace 14.000 y 39.000 años. El sitio ha conocido nuevas actividades magmáticas, lo que ha generado algunas pequeñas erupciones, en que la última fue en 1538, seguidas por fases de descanso. Un estudio que utilizó el satélite Envisat en 2006 mostró una elevación del suelo en 2,8 centímetros en menos de doce meses.
Este hecho demuestra la existencia de flujo de magma subterráneo que puede incluso, según algunos científicos, alimentar a un supervolcán en formación. Estas estructuras son particularmente destructivas cuando se produce una erupción. De hecho, pueden liberar más de 1.000 km3 de material en tan sólo unas pocas horas o días, tienen un impacto importante en el clima y sobre todo matarían a miles o millones de personas. En 2013 geólogos del Observatorio Vesubiano de Italia informaron de un aumento progresivo en la actividad volcánica de los Campos Flégreos, en relación a la intensidad de las fumarolas, la actividad sísmica y una elevación del terreno. El lugar corresponde a un conjunto de numerosas calderas volcánicas que se encuentran en la costa de la provincia de Nápoles. Tras violentas erupciones en el pasado se dieron origen a numerosos conos y cráteres volcánicos que ahora están entre zonas pobladas. Entre el 1 de enero 2012 y el 8 de enero 2013 se registró un aumento de la elevación del terreno, especialmente desde junio del 2012, y en enero, de un total de nueve centímetros. Las persistentes fumarolas del volcán aumentaron de tamaño e intensidad especialmente desde 2005. La actividad de enero superó a todos los demás períodos. La actividad magnética del volcán también se vio afectada aumentando notablemente. En el pasado reciente, se vieron otras fuertes elevaciones del suelo en 2007, entre los años 70 y 73, y entre los años 82 y 84. Posteriormente esta actividad descendió y el terreno también. En 1984 en el área de los Campos Flégreos se inició un proceso de lento abajamiento del suelo, y otro leve aumento del suelo fue en 1989 y 2004. En mayo de 2005 se observó otro pequeño alzamiento de hasta 11 milímetros y en el 2005 a 2006 otra elevación de 13 milímetros. En su historia eruptiva, se reconoce que la última fue en 1538, la cual resultó menor de todas las demás que se evidencian en su historia, después de 3000 años de tranquilidad. Desde entonces se observa la persistente actividad de fumarolas. En dichos lugares hay zonas sulfatadas con manifestaciones gaseosas que dieron origen a las aguas termales de Agnano, Pozzuoli y Lucrino. Eventos anteriores del volcán aplanado fueron muy violentos y formaron numerosas calderas, dando origen a varios conos y cráteres volcánicos. El 11 de enero de 2013 la Protección Civil informó que está realizando el plan de evacuación de Nápoles en caso de alguna emergencia en los Campos Flégreos y el vecino volcán Vesubio, que se cree está interconectado.
También se estudió otro de los volcanes activos y que está en erupción desde diciembre de 2012, el Stromboli, en una alerta de “alta crisis” por una corriente de lava que está aumentado por la ladera noreste, a lo largo de una abertura de fuego. La ladera desciende directamente al mar. Otra de las laderas del volcán que forma una isla, está poblada. En época romana, Pozzuoli era una importante ciudad comercial, Baia era una famosa localidad residencial y Miseno era la sede de la flota militar romana. Los primeros hallazgos que se produjeron se fechan alrededor del 1920, cuando se amplió el muelle del puerto y fueron extraídos del mar esculturas, elementos arquitectónicos y fistulas con sellos imperiales. En los años 40 gracias a la realización de algunas fotos aéreas se localizó frente al lago Lucrino la zona arqueológica sumergida del Portus Julius. Pero fue solo en los años 60 cuando se empezó la primera campaña de releve arqueológico subacuático en el mar de Baia. En los mismos años fue redactada la primera carta arqueológica de la zona. Fueron hallados una calle rodeada enteramente por edificios, uno de ellos el Ninfeo del imperator Claudio, y se localizó la línea de costa a unos 400 metros de la actual. En 1969 tuvo lugar uno de los hallazgos mas espectaculares. Después de una tormenta vieron la luz dos esculturas de altísima calidad que aun mantenían su posición originaria en el ábside de un edificio rectangular. Se trataba de “Ulises y el compañero con el odre” en el Ninfeo de Claudio.
La teoría de la catástrofe de Toba explica un hecho que se produjo en el norte de la isla de Sumatra, en Indonesia, hace entre 70 y 75 mil años, cuando un supervolcán situado en el lago Toba entró en erupción. Algunos estudios afirman que esto produjo un cuello de botella en la especie humana, influyendo en su evolución, así como un invierno volcánico con descensos de temperatura a nivel global durante 6 o 7 años. La teoría afirma que, cuando se restableció el clima y los demás factores, los humanos se empezaron a extender a partir de África. La teoría establece que la evolución humana fue afectada por un reciente acontecimiento de tipo volcánico. Fue propuesta en 1998 por Stanley H. Ambrose, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Este acontecimiento habría reducido la población mundial a 10 000 o incluso unas 1000 parejas reproductoras. El conocimiento sobre la prehistoria humana es en gran medida teórico, pero está basado en las evidencias obtenidas de fósiles, la arqueología y las evidencias genéticas. En los últimos tres a seis millones de años, tras la supuesta separación de los linajes de humanos y simios del tronco común de homínidos, la línea humana se ramificó en varias especies. La teoría catastrófica de Toba establece que una inmensa erupción volcánica cambió el curso de la historia al producir la casi extinción de la población humana, un tipo de acontecimientos que se denominan «cuello de botella de población». Hace entre 70.000 y 75.000 años, el supervolcán del lago Toba, en el norte de la isla indonesia de Sumatra, explotó como una caldera con una fuerza 3000 veces superior a la erupción del monte Santa Helena, dejando como rastro el actual lago Toba, el lago volcánico más grande del mundo, de 100 x 30 km y 505 metros de profundidad. Se han encontrado restos directos de esta explosión hasta en lugares alejados varios miles de kilómetros, como el sur de la India. Según Ambrose, esto produjo una caída de la media de las temperaturas en unos 3 a 3,5 °C, con un invierno volcánico global que pudo durar entre seis y siete años. En las regiones templadas produjo una disminución de las temperaturas globales en 15 °C de promedio, lo que representa un cambio drástico en el ambiente, que debió producir múltiples cuellos de botella de población en varias especies humanas que debían existir en la época, incluyendo la nuestra, e incluso llevando a la extinción a muchas de ellas.
Una combinación de evidencias geológicas y modelos computacionales apoya la factibilidad de la teoría de la catástrofe de Toba, mientras que la evidencia genética sugiere que todos los humanos actuales, a pesar de la aparente variedad, provienen de un mismo tronco formado por una población muy pequeña. Utilizando las tasas promedio de mutación genética, algunos genetistas han estimado que esta población humana original vivió en una época que concuerda con el acontecimiento de Toba. Esta teoría establece que cuando el clima y otros factores fueron propicios, los humanos nuevamente se expandieron a partir de África, migrando primero al Oriente Medio, y luego a Indochina y Australia. Las rutas migratorias crearon centros de población en Uzbekistán, Afganistán e India. Las subsiguientes adaptaciones al medio produjeron los diferentes rasgos y tonalidades en el color de la piel, que hoy en día se observan en la población humana, a partir de un reducido grupo de humanos, similar genética y físicamente a los actuales bosquimanos. Sabemos muy poco sobre lo que sucede debajo de nuestros pies. Y, por supuesto, la idea de que los continentes andan moviéndose por la superficie como nenúfares en un estanque hace bastante menos de una generación que es de conocimiento público. «Aunque pueda parecer extraño –escribió el físico Richard Feynman-, tenemos una idea más clara de la distribución de la materia en el interior del Sol de la que tenemos del interior de la Tierra». La distancia desde la superficie de la Tierra hasta el centro es de 6.370 kilómetros, que no es tanto. Se ha calculado que si abrieses un pozo que llegase hasta el centro de la Tierra y dejases caer por él un ladrillo, sólo tardaría 45 minutos en llegar al fondo. Nuestros propios intentos de penetrar hacia el centro han sido en realidad modestos. Hay una o dos minas surafricanas de oro que llegan hasta una profundidad de más de tres kilómetros, pero la mayoría de las minas del planeta no llegan más allá de unos cuatrocientos metros por debajo de la superficie. Sí la Tierra fuese una manzana, aún no habríamos atravesado toda la piel. Aún nos faltaría bastante para a llegar a esto, en realidad. Hasta hace poco menos de un siglo, lo que los científicos mejor informados sabían sobre el interior de la Tierra no era mucho más de lo que sabía el minero de una mina de carbón. Es decir, que podías cavar en el suelo hasta una cierta profundidad y que luego habría roca y nada más. Más tarde, en 1906, un geólogo irlandés llamado R. D. Oldham se dio cuenta, cuando estaba examinando las lecturas de un sismógrafo correspondientes a un terremoto que se había producido en Guatemala, que ciertas ondas de choque habían penetrado hasta un punto situado muy profundo dentro de la Tierra v habían rebotado luego en un ángulo como si se hubiese encontrado con una especie de barrera. Dedujo de eso que la Tierra tenía un núcleo.
Fuentes:
- Mike Mullin – Cenizas
- Bill Bryson – Una breve historia de casi todo
- BG, Mason – The size and frequency of the largest explosive eruptions on Earth
- Oppenheimer – Eruptions that shook the world
- De Silva & Shanaka – Arc magmatism, calderas, and supervolcanos
- US Geological Service – Steam Explosions, Earthquakes, and Volcanic Eruptions—What’s in Yellowstone’s Future?
- Greg Breining – Super Volcano: The Ticking Time Bomb Beneath Yellowstone National Park
- John Savino – Supervolcano
- John Seach – Campi Flegrei Volcano