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El psicólogo Carl Jung consideraba que una de las claves en el proceso de individuación –el «Santo Grial» de su psicología– era hacer conscientes aspectos de la mente inconsciente que determinan nuestra conducta de manera permanente por definición, sin que podamos percibirlo. Para ello Jung desarrolló diversas técnicas, incluyendo el uso de mandalas; un método probado por la religión y ahora por la ciencia es la meditación.
Un famoso estudio sobre el libre albedrío realizado en 1983 por el neurocientífico Benjamin Libet pidió a varios voluntarios que apretaran un botón en el momento en el que ellos así lo quisieran, mientras miraban un reloj especial que les permitía observar el tiempo con mucha precisión. Comúnmente la personas pensaban que estaban decidiendo apretar el botón 200 milisegundos antes de que sus manos se movieran –sin embargo, los electrodos revelaron que la actividad en el cerebro que controla el movimiento ocurre 350 milisegundos antes de que se tome una decisión, lo cual sugiere que nuestra mente inconsciente es la que lleva el mando y «decide» cuándo apretar el botón.
Una nueva versión del experimento probó algo similar con un grupo de 57 voluntarios, 11 de los cuales practicaban meditación. El experimento notó que los meditadores manifestaron un lapso de tiempo mayor entre cuando sentían que decidían mover las manos y el momento en el que se movían físicamente –esto fue 149 milisegundos contra 68 milisegundos en las demás personas.
Lo anterior apunta a que los meditadores son capaces de percibir la actividad inconsciente de su cerebro antes que la mayoría de la gente. Según comenta la revista New Scientist, esto fue predicho por el académico budista Georges Dreyfus y afirma la noción de que la meditación permite ser más consciente de los procesos corporales internos. Esto último es de hecho uno de los aspectos esenciales que enseñó Buda y que actualmente se conoce como «mindfulness«, el estado de observación del presente, de la respiración, del aquí y el ahora.