Siembre hablamos de la Alquimia, pero pocas veces mencionamos a la piedra filosofal, quizá una de las cosas que más atraen a todo el mundo cuando comienza a leer sobre este tema. Y por qué no decirlo, es lo que atrae a la mayoría de iniciados en la ciencia, aunque con el paso del tiempo descubran que no es eso lo realmente importante.
La piedra filosofal (Latín de lapis philosophorum) es una sustancia legendaria que se supone es capaz de convertir metales base, especialmente plomo, en oro (chrisopeia). También se cree que es un elixir de la vida, útil para rejuvenecer y posiblemente para ser inmortal.
Durante muchas décadas ha sido la sustancia más buscada, investigada por alquimistas como Sir Isaac Newton, Nicolás Flamel o Frater Albertus. La Piedra era el símbolo místico central de la alquimia, el cual representaba la perfección, la iluminación y la felicidad celestial. El descubrimiento de la piedra filosofal se conocía como el Gran Trabajo.
Los orígenes de la piedra filosofal se sitúan en el antiguo hinduismo. El Yoga Vasistha, escrito entre los siglos 10 y 14 d.C., contiene una historia sobre la Piedra Cintamani. Un gran sabio hindú escribió sobre el contenido espiritual de Gnosis usando una metáfora de la piedra filosofal.
El Santo Jnaneshwar (1275-1296), escribió usando 17 referencias sobre la piedra filosofal que explícitamente convertía metal en oro. El sabio de la India en el siglo VII, Thirumoolar, en su clásico Tirumandhiram explica el camino del hombre hacia la inmortalidad divina. En el verso 2709 declara que el nombre de Dios, Shiva o el dios Shambala, es un medio alquimista para convertir el cuerpo en oro inmortal. Su poesía resuena con alcanzar la espiritualidad inmortal. Y desde que al dios Shiva se le representa en una escultura de piedra ese puede ser el posible origen.
Otro santo de la India, Ramalinga Swamigal (1823-1874), es conocido por haber disuelto aparentemente su cuerpo perfeccionado en una luz blanca, igual que otro santo conocido como Manickavasagae que se cree que le sucedió lo mismo en el siglo VII. En el testimonio clásico de Ramalinga, “La divina canción de la gracia”, describe la transformación de su cuerpo denso en un cuerpo de luz:
“¡Oh Dios! El Amor Eterno me acaba de otorgar un cuerpo de oro”.
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