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Desde que la Unión Europea cerró sus fronteras a fines de marzo refugiados e inmigrantes, unas 60.000 personas se han quedado atrapadas en Grecia.
Luego de esperar durante meses para hacer las entrevistas para gestionar la solicitud de asilo, muchos están buscando otras formas de salir adelante.
El agobiado gobierno de Grecia empezó a trasladar a estas personas desde campos informales hechos con tiendas de campaña a campos de acogida levantados a toda prisa en viejas barracas y en fábricas vacías.
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La mayor parte son lugares inhóspitos y aislados que carecen de muchos servicios básicos, en los que -por lo general- no se permite el acceso a las pequeñas organizaciones no gubernamentales y a los voluntarios independientes que ayudaban a hacer la vida más llevadera en los viejos campos improvisados.
La estación de gasolina de EKO petrol cercana a la frontera con Macedonia parece perfectamente normal ahora, pero hace menos de un mes albergaba a unas 2.000 personas.
Entonces, los niños jugaban a saltar la cuerda en la entrada llena de tiendas de campaña, había un puesto de comida que servía falafel y un médico voluntario procedente de Birmingham curaba las heridas de la guerra así como las dolencias de cada día, mientras los niños más pequeños aprendían el alfabeto junto al dispensador de combustible.
Entre quienes venían cada día a llenar el tanque estaba un taxista griego que aprovechaba para visitar a una familia siria de la que se había hecho amigo. También aparecía un hombre en un Mercedes negro. «Probablemente es un traficante», comentó una enfermera catalana. «Ellos vienen a diario», agregó.
El Gobierno tiene la esperanza de que al controlar la entrada de los campos oficiales logrará mantener a raya a los traficantes de personas. Pero, como las fronteras permanecen cerradas y las condiciones en Grecia son muy difíciles, su negocio sigue creciendo.
Las duras condiciones en Quíos
Es mucho más difícil escabullirse de forma ilegal si uno se encuentra en las islas del Egeo, donde hay unas 8.400 personas a la espera de saber si podrán pedir asilo en Europa o si deben ser devueltas a Turquía, tras el acuerdo suscrito entre Bruselas y Ankara el 20 de marzo.
En la isla de Quíos queda el pueblo de Halkeios, de apenas 600 habitantes, al que hasta hace poco solían llegar pocos visitantes.
Halkeios se encuentra en lo alto de la montaña, cerca de la abandonada planta de aluminio Vial, que ahora las autoridades griegas han convertido en un campo de refugiados en el que conviven juntas más de 1.000 personas, sumando familias enteras, hombres solteros y menores de edad sin acompañantes adultos.
Las condiciones en Vial son deprimentes. Ha habido peleas, intentos de suicidio y, por lo menos, una violación.
Una de las pocas distracciones disponibles es dar un paseo por los campos del pueblo, pero incluso eso ha causado problemas con los pobladores de la localidad.
Hace unas semanas, Kyria Nafsika lideró un bloqueo con tractores de la carretera que llega hasta Vial con el objetivo de evitar que se siguieran colocando más contenedores para dar albergue a los refugiados.
«Me han arruinado. Se han robado todo lo que he plantado. Europa tiene que abrir sus fronteras. Estas personas sufren aquí y nosotros sufrimos con ellos«, dice esta granjera mientras se para detrás de su portón cerrado con candado.
Un poco más abajo en la misma carretera, el expolicía Kyrios Marinos se muestra más empático.
«Mi abuelo llegó aquí desde Turquía durante un intercambio de habitantes en 1922», afirma.
«Muchos de nosotros venimos de familias de refugiados. Los griegos no les dieron la bienvenida, los ven como si fueran turcos. Los sirios nos ayudaron en aquella época y ahora es nuestro turno», agrega.
Su esposa, Foteini, trae un manjar de flores de limón en almíbar. Ella dice que le da a los refugiados tanto como puede, especialmente a los niños, pero luego más de ellos aparecen en su puerta.
«Esa mujer, Merkel, los invitó. Recibió a los que tenían dinero y luego dijo que no más. ¿Qué puede hacer Grecia? Nosotros teníamos hambre y, después, llegó gente aún más hambrienta. Al final, nos comeremos unos a otros».
Educando a los niños
En la ciudad principal de Quíos hay otros dos campos que son alimentados y mantenidos totalmente por voluntarios y organizaciones no gubernamentales.
La mayor parte de su esfuerzo se centra en alcanzar las necesidades básicas -comida, vestimenta, atención sanitaria e información, pero también sufren una peligrosa escasez de esperanza.
Dos jóvenes voluntarios han abierto una escuela informal para los numerosos niños que están allí, en un local que antes pertenecía a un restaurante. Lo primero que aprenden es a formarse en pareja mientras dicen «Buenos días» en griego a todo el que pasa por el lugar.
Nick Millet, uno de los fundadores, dice que el objetivo era dar cierta estructura a la vida de los niños, dado que algunos de ellos no han asistido a la escuela durante más de un año.
Están siendo educados por cuatro maestros de educación primaria sirios,quienes también están apoyando el proyecto.
«Nadie es ilegal», dice un brillante mural en el patio, mientras en el salón de clases, los niños recitan el alfabeto.
Un anciano que vive junto al lugar sonríe. «Ellos han arreglado esto bastante bien. Ese lugar era antes un desastre», dice.