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Estamos en una fase del capitalismo en la que por mor del interés competitivo del mismo se están fraguando distintos niveles en los derechos (o mejor dicho en las posibilidades de vida) de los ciudadanos. El capitalismo, por una parte, estimula el trabajo remunerado ya que el beneficio de los capitalistas estriba en mezclar distintos factores, entre ellos al trabajador, al objeto de producir bienes y servicios que vendan en el mercado a un precio superior a los costes de los factores empleados. Por lo que a los factores utilizados se les retribuye con una cantidad inferior al importe de la facturación por la venta de los bienes y servicios usados.
Entre los factores utilizados, como cualquier otra mercancía, el hombre es tratado como el más flexible de ellos. Hasta el punto de que, por una parte, puede ser un factor dinamizador y creativo que impulse las mejoras productivas y la calidad del servicio y, por otra, puede ser un factor mecánico que realiza funciones sencillas y repetitivas. Hay otras tareas, también, a las que “de momento” el capitalismo no encuentra rentabilidad y son aquellos trabajos no remunerados que históricamente han recaído principalmente sobre la mujer. El Estado de Bienestar quiso poner cierto remedio a esta situación injusta con servicios públicos gratuitos y esenciales para una vida sin sobresaltos. Entiéndase sanidad, educación, pensiones, desempleo, servicios sociales, etc.; pero las crisis imprevisibles pero seguras del capitalismo salvaje, financiero, de casino, han revertido la situación.
Este capitalismo, en consecuencia, es una loca carrera hacia una mayor rentabilidad y ésta la consigue bien aumentando la productividad, bien mediante la opacidad de la información que permite abusos que rozan la ilegalidad y desde luego sobrepasan una ética de mínimos. El aumento de productividad de los factores tira hacia la baja los salarios de aquellos trabajadores que realizan tareas sencillas y repetitivas que son, así, fácilmente reemplazables por máquinas y robots. La esclavización, mediante ampliación de horas e inseguridad, de los trabajadores es previa mientras dura la opacidad de la información y el engaño social, además, nos viene demostrando hasta qué punto los empleados son flexibles y pueden aguantar situaciones injustas y mal pagadas. Esta situación, es previa como se ha dicho y será finalmente sustituida por la utilización de robots que no se quejan, aguantan lo que les echen, son previsibles en su productividad, pueden trabajar las 24 horas del día y no necesitan un salario para vivir.
Pero incluso la robotización está consiguiendo asumir tareas cada vez más complejas y en un capitalismo darwinista hará que los que trabajen sean cada vez menos, eso sí mejor pagados. Aquellos que consigan un trabajo alienante serán también un número que se irá reduciendo y la masa de los sin empleo aumentará sin remedio. Esto es una realidad que no podemos parar si no es mediante un cambio en los valores sociales. No podemos vivir para producir sin desmayo, la tierra ya nos está avisando; para trabajar cada día más en menos tiempo, son las máquinas las que nos ganan; para enriquecernos más individualmente, el destino es la desigualdad; para tener como único Dios a adorar la economía, hay poner el hombre en el centro.
En este contexto el capitalismo individualista que culpa a las personas de su situación sólo considera que el mercado obrará el milagro a la larga (Keynes decía a la larga todos muertos), que el mercado asignará los factores de producción allí donde puedan ser más rentables y útiles a la población. Vemos que se sigue mezclando la economía con la religión en estos tiempos. El mercado es el Dios hacedor de la multiplicación de los panes y los peces. Pero, en una sociedad centrada en el trabajo, la realidad es que hay mucha gente sin él, hay mucha gente con trabajos que no sé por qué se llaman así, hay mucha gente desesperada, y hay otros que viven despilfarrando muchas de las cosas que otros necesitan para vivir.
Estamos obligados hacer algo, cuanto antes. Estamos obligados a cambiar las políticas de austeridad con las que nuestros propios ciudadanos mediante el voto, a veces forzado, a veces inconsciente, nos amenazan. Estamos obligados a mirar a la cara a aquel que lo ha dado todo y no tiene nada. Estamos obligados a respetar al hombre pero condenar sus hechos cuando van en contra de su sociedad y de la naturaleza. Es el momento de buscar otras políticas que den un resultado diferente. Herramientas para su consecución las hay, entre ellas la Renta Universal Garantizada y el Trabajo Garantizado son medidas fáciles de aplicar siempre que tengamos claro que no conseguiremos superar la crisis con menos gasto, que los déficits públicos permiten superar aquellas fases en las que el sector privado se encuentra endeudado hasta las cejas, que la obsesión por los déficit y la creación de deuda facilita la vida a unos y hunde a otros en una vida sin expectativas.