El té tiene su hogar en China desde el inicio mismo de aquella civilización, hace unos 5.000 años. Sin embargo, aunque algunos retazos de la cultura del té siguen presentes en las costumbres chinas, la mayor parte de las más ricas tradiciones que giran en torno a esta planta se ha ido relegando debido al gran impacto provocado por el ateísmo imperante en las últimas décadas. Y no sólo por el ateísmo, también por la velocidad de la vida moderna: la gente ya no puede dedicar su tiempo a sentarse para beber el té lentamente, contemplando y reflexionando sobre la vida, como se hizo siempre.
Curioso es el caso de Estados Unidos, por ejemplo. En la actualidad se ha convertido en típica la escena de hombres y mujeres, caminando hacia la oficina, hablando por teléfono y sosteniendo en la otra mano un café dentro de un vaso de poliestireno. Además, para pedir el café, utilizan una frase que se ha convertido en marca registrada estadounidense: “Un café para llevar…”. La idea de sentarse a tomar una bebida caliente, en tazas de porcelana, denota un privilegio que pocos tienen. El té, afortunadamente, no se ha asociado todavía al “para llevar”, y no debería llegar a ello, porque la cultura de beber té es radicalmente opuesta a la del “para llevar”.
La tradición de beber té, concebida como una parte de la vida, era una manera de nutrir el cuerpo y purificarse en una dimensión más profunda. Durante los procesos de preparación del té, mientras se elabora, se huele y se bebe, la cabeza debería irse purificando, restringiendo los pensamientos complicados, al tiempo que las amistades se van entrelazando y los modales y la virtud se van cultivando. Sobre todo, tomar té ayuda a tranquilizarse, a calmar la mente, algo que va de la mano de la filosofía existencial de la antigua China: de allí viene la importancia de beber té en la vida cotidiana de los ancestros y, en particular, de su ceremonia, que tiene significados internos muy profundos.
La ceremonia china del té alberga significados internos muy profundos. (picdrops/Flickr)
Escuela Fo y Escuela Dao
Las dos escuelas existenciales principales, la Escuela Fo y la Escuela Dao, han desarrollado diferentes culturas del té. Así, el Dao requiere que el hombre, en su búsqueda de la verdad, entre en un estado de libre relax individual. De este modo, el Dao del té en la China antigua constituye un acto solemne que vincula al hombre con el cosmos y los espacios del universo. Por tanto, la cultura del té de los cultivadores del Dao asimila el significado interno del cultivo espiritual. Frente al Dao, la escuela Fo (seguidora de Buda) requiere que el bebedor de té desarrolle y manifieste, además, su benevolencia.
Pero la tradición popular del té está más influida por el confucianismo, que la orienta a experimentar una vida social armoniosa: tomar té es una buena manera de comunicarse y mejorar la amistad. En su conjunto, el té, tomado de su debida forma, ayuda a los bebedores a examinarse a sí mismos, alentándoles a la introspección, a entender mejor a otros y a alcanzar un estado de armonía con la naturaleza y la sociedad.
La calidad del té depende de su cultivo, del mismo modo que el carácter de la gente se vuelve más noble mediante la conducta apropiada. Antiguamente no solo disponían de normas estrictas en cuanto al tiempo ideal o mejor época para cosechar el té –cuando el Cielo y la Tierra estaban en armonía–, sino también sobre cómo recolectarlo:
Un buen té debía ser cosechado por virtuosas mujeres vírgenes, de elevada moral e indiferentes a la fama y a la fortuna. Además, en el momento de la cosecha, no se debía pensar en nada, o solo en cosas buenas. Se creía que solo de esta manera el gusto del té era correcto, puro y sabroso.
En la antigüedad se creía que el té debía ser cosechado por virtuosas mujeres vírgenes, de elevada moral e indiferentes a la fama y a la fortuna. (Fotografía: La Gran Época/ Alex Treadway)
La altura y el agua
Algunos dignatarios buscaban específicamente a mujeres solteras para que cosechasen su té: solo el té cosechado así equilibraba el yin y el yang y podía prolongar la longevidad de quien lo bebía. Este aspecto espiritual del té se conectaba también con otros propósitos. Por ejemplo, se creía que si un hombre y una mujer se llevaban cada uno una bolsa de té y, después de un mes, las intercambiaban, podían alcanzar el equilibrio del ying y yang, compensando los efectos negativos.
Los antiguos chinos evaluaban la calidad del té según la altura de su cultivo. El té normalmente florece en alturas de hasta 1800 metros, y sus sembradores afirman que cuanto menor es la altura más duras resultan sus hojas. Los especialistas insisten en que el que crece más alto es más sabroso, y de hecho el cultivado a mayor altura es más caro, puesto que su ubicación requiere de mayores esfuerzos.
El agua para hacer té también se considera clave. Antiguamente se traía el agua del río, de forma que las aguas pertenecientes a corrientes altas guardaban la fuerza y el brío de esos ríos, aportando “demasiado fuego” a quien lo bebía. Por contra, el agua recogida de lentos arroyos a media altura se hallaba llena de energía y era la mejor para prepararlo. Las distintas cualidades debían encajar y complementarse en sus diferentes ámbitos para alcanzar la armonía.
Plantación de té cercana a Hangzhou, China. (Carsten Ullrich/CC BY-SA 2.0)
En el relato titulado “A través de la puerta de la luna”, escrito por L.Z. Yuan, se asegura queQianlong, el famoso emperador de la dinastía Qing del siglo XVIII, exigía no sólo las mejores hojas, sino también la mejor agua para la preparación de su té. Durante sus viajes por todos sus reinos, Qianlong iba clasificando la calidad de las fuentes de agua para elaborar el té. Finalmente, el emperador llegó a la conclusión de que “el agua más ligera es la mejor para hacer té”. El primer premio de dicha clasificación se lo llevó el manantial Fuente de Jade situado a las afueras de Beijing, porque allí “el agua tiene la cualidad de la nieve derretida”.
La nieve derretida como agua perfecta para té se plantea también en otra historia, la novela Jin Ping Mei (Flor del Ciruelo en el Jarrón de Oro), de un autor anónimo del siglo XVI. En esta narración, el personaje Dama Luna va hacia un patio cubierto de nieve, recoge un puñado y lo calienta en la tetera. Para preparar su té utiliza una mezcla especial de té: noble fénix y suave lengua de alondra. La combinación encandila a sus invitados, provocando que uno de ellos escriba este poema en agradecimiento: “En el tarro de jaspe la luz sopla vapor cristalino. En las tazas doradas se acumula una extraña y salvaje fragancia”.
Lo más probable es que estas tazas doradas del poema Jin Ping Mei hayan sido una licencia poética para referirse al brillo de la taza, porque ningún chino bebería té de una taza de metal, salvo en situaciones extremas. Las primeras tazas de té eran de cerámica y luego pasaron a hacerse de porcelana, desarrollándose una gran industria en torno a ellas donde los ricos compraban las más finas y selectas, adornadas con exquisitos brillos y diseños delicados.
Porcelana china blanca y azul para la exportación, con escena europea e inscripción en francés: “El Imperio de la Virtud está establecido hasta los confines del Universo”. Periodo Kangxi (1690-1700). Museo Guimet de París, Francia. (World Imaging/CC BY-SA 3.0)
La indispensable porcelana
Como dice el refrán: “El agua es la madre de té; la tetera es el padre”. Esto se debe a que los utensilios del té no sólo son indispensables para contener al líquido, sino que los más adecuados ayudan a mejorar el tono, aroma y sabor del té. Asimismo, un juego de té hermoso y elegante ayuda a disfrutarlo mejor.
Varias dinastías son famosas por sus porcelanas, pero ninguna tanto como la dinastía Ming. Las tazas de té de esa época continúan siendo las más valoradas a día de hoy, y las pocas que quedan son exóticas piezas de museo, inigualables en manufactura, brillos y formas.
El fundador del Dao del té y autor del ‘Clásico del té’, Lu Yu, de la dinastía Tang, dedicó su vida antera a la investigación de esta planta tan significativa en la vida social. Según sus enseñanzas, en el ritual del té se debe prestar atención a mantener un lenguaje corporal correcto, en un ambiente que permita gozar de la naturaleza: sin ruidos, sin conflictos, sólo con el canto de los pájaros y el río y gozando del perfume de las flores para lograr la elevación del espíritu. Los que gusten de beber té en esas condiciones, desearán una sociedad armoniosa, mayor tranquilidad, menos superficialidad y más sinceridad. En este sentido, las teteras más sencillas ponen de manifiesto que los bebedores no buscan lujos ni extravagancias.
Grupo de chinos tomando té en Hong Kong a principios del siglo XX. (Public Domain)
Por lo tanto, para experimentar la cultura real del té es necesario devolver a esta bebida su inseparable ritual, que consta de dos elementos esenciales: arte y Dao. Si fuera solo arte, tendría forma, pero sin alma. Si sólo se tratara del Dao, existiría el alma, pero sin la forma necesaria para realizarse: como el alma y el cuerpo en el ser humano, ambos aspectos están conectados.
Por tanto, en medio del actual auge mundial de consumo de té, quien quiera vivir esta tradición en plenitud debe saber que el té es un arte (cosecharlo, prepararlo, degustarlo) y que, como todo en la vida, resulta inseparable del Dao.
Imagen de portada: Hojas de té Oolong en el interior de un ‘zhong’ (un tipo de copa de té). (Wikimol/CC BY-SA 2.5)
Autor: La Gran Época
Este artículo fue publicado originalmente en La Gran Época y ha sido publicado de nuevo enwww.ancient-origins.es con permiso.