Publicado por SAIKU – DE TODO UN POCO.
«Tus hijos no tendrán éxito gracias a lo que hayas hecho por ellos,
sino gracias a lo que les hayas enseñado a hacer por sí mismos«.
Ann Landers
Lo que se inculca en nuestra cultura no siempre es lo mejor para nuestros hijos.
Error nº 10: Adorar a nuestros hijos. Muchos de nosotros vivimos en comunidades que se desviven por los hijos. Los estamos criando en hogares completamente centrados en ellos. A nuestros hijos les encanta, claro está, porque nuestras vidas giran en torno a ellos. A la mayoría de nosotros tampoco nos importa, porque su felicidad es la nuestra. Nos entusiasma hacer cualquier cosa por ellos, comprarles cosas, cubrirles de amor y de atenciones.
No obstante, creo que es importante tener en cuenta que nuestros hijos han sido creados para ser amados, no idolatrados. Por tanto, cuando les tratamos como si fueran el centro del universo, creamos un falso ídolo. En vez de un hogar centrado en los niños, deberíamos intentar centrarnos más en el amor. Así, nuestros hijos se sentirán queridos, pero entenderán que en el amor, el altruismo va por encima del egoísmo.
Error nº 9: Creer que nuestros hijos son perfectos. Una cosa que suelo oír de los profesionales que trabajan con niños (orientadores o maestros) es que los padres de hoy en día no quieren oír nada negativo sobre sus hijos. Cuando se menciona la palabra preocupación o problema, la reacción suele ser atacar al mensajero.
La verdad a veces duele, pero cuando escuchamos con la mente y el corazón abiertos, nos mostramos dispuestos a mejorar. Así, podremos intervenir antes de que la situación se nos vaya de las manos. Es más fácil tratar a un niño problemático que reparar a un adulto destrozado.
Una psiquiatra del centro médico Children’s of Alabama me contó hace poco que en la depresión adolescente, resulta clave intervenir con rapidez, puesto que se puede actuar sobre la trayectoria de la vida de un niño. También me dijo que este es el motivo por el que disfruta de la terapia de niños y adolescentes, pues los niños son resilientes y es mucho más fácil intervenir de forma efectiva cuando aún son jóvenes, ya que cuando el problema continúa durante muchos años se incorpora como parte de la identidad de la persona.
Error nº 8: Vivir a través de nuestros hijos. Los padres nos sentimos muy orgullosos de nuestros hijos. Cuando consiguen algo, nos hace más felices que si lo hubiéramos conseguido nosotros mismos.
Lo cierto es que si nos implicamos demasiado en sus vidas, nos resultará más complicado ver dónde acaban ellos y dónde empezamos nosotros. Cuando nuestros hijos se convierten en una extensión de nosotros, puede que los veamos como nuestra segunda oportunidad. Pero, no se trata de ellos, sino de nosotros. Llega un momento en el que su felicidad empieza a confundirse con la nuestra.
Error nº 7: Tratar de ser el mejor amigo de nuestro hijo. Cuando le pregunté a un sacerdote cuál era el mayor error que cometen los padres, estuvo pensándolo un momento y luego contestó: «El problema ocurre cuando los padres dejan de ser padres y no son capaces de asumir sus responsabilidades, aunque a veces cueste».
Como todo el mundo, quiero que mis hijos me quieran. Quiero que reconozcan mis méritos y me tengan cariño. Pero si quiero hacer bien mi trabajo, tengo que aceptar que se enfaden y que a veces no les gusten mis decisiones. Pondrán los ojos en blanco, se quejarán y desearán haber nacido en otra familia.
Pero, tratar de ser el mejor amigo de tu hijo sólo puede llevar a una permisividad excesiva y a que tomes decisiones desesperadas por temor a no contar con su aprobación. Esto no es amor, sino necesidad.
Error nº 6: Entrar en una competición por ser el mejor padre. Todos los padres llevan algo de competitividad en las venas. Lo único que necesitan para despertar al monstruo es que otro padre ponga a su hijo por encima del tuyo.
He oído muchas historias de este tipo que tienen lugar en patios de colegio; historias de amistades rotas y traiciones en las que se entrometieron familias completas y la cosa acabó mal. En mi opinión, el origen se encuentra en el miedo. Tememos que nuestros hijos se queden aparte. Tenemos miedo de que, si no nos ponemos serios e intervenimos para pararle los pies a cualquiera, se sumirán en la mediocridad para el resto de su vida.
Creo que los niños tienen que esforzarse y entender que los sueños no se cumplen así como así, que para ello tienen que trabajar y luchar. No obstante, si fomentamos una actitud de ganar cueste lo que cueste y les permitimos que empujen a otros niños para conseguir ser los primeros, la cosa se nos está yendo de las manos.
Es verdad que en la adolescencia el carácter no nos parece tan importante; en cambio, cuando somos adultos, el carácter lo es todo.
Error nº 5: Olvidarnos de lo maravilloso que es ser niño. El otro día descubrí una pegatina de Tarta de Fresa en el fregadero, lo que me hizo recordar la alegría de vivir con niños.
Llegará un día en que deje de haber pegatinas en el fregadero. Ya no habrá Barbies en la bañera ni muñecas en mi cama ni Mary Poppins en el DVD. Las ventanas estarán limpias, sin huellas, y la casa estará tranquila porque mis hijas saldrán con sus amigos en vez de quedarse en el nido.
Criar a niños pequeños puede ser un trabajo duro y monótono. A veces, es tan agotador física y emocionalmente que nos encantaría que se hicieran mayores cuanto antes. Por otra parte, también tenemos curiosidad por saber cómo será su crecimiento. ¿Cuáles serán sus pasiones? Como padres, esperamos poder descubrir sus dones, para saber aprovechar sus puntos fuertes y animarles a que sigan por la buena dirección.
Pero, cuando proyectamos su futuro y nos preguntamos si ese gusto por el arte le convertirá en Picasso o si su voz melodiosa hará de ella una Taylor Swift, podemos llegar a olvidarnos de disfrutar de lo realmente bueno: los cuentos de antes de dormir, los pijamas de una sola pieza, las cosquillas en la tripa y los gritos de alegría. A veces, nos olvidamos de dejar que nuestros hijos se comporten como niños y disfruten de su infancia.
La presión sobre los niños comienza demasiado pronto. Si queremos echar una mano a nuestros hijos, tenemos que protegerles de estas presiones. Hay que dejar que disfruten y crezcan a su propio ritmo, así que, en primer lugar, deben explorar sus intereses sin miedo al fracaso y, en segundo lugar, no tienen que sentirse agobiados.
La infancia es un momento de juegos y de descubrimientos. Cuando metemos prisa a los niños, les estamos robando una etapa inocente por la que nunca volverán a pasar.
Error nº 4: Criar al hijo que queremos y no al que tenemos. Como padres, nos creamos una imagen propia de nuestros hijos. Esta imagen comienza a confeccionarse en el momento del embarazo, antes incluso de saber el sexo del bebé. En secreto, deseamos que el niño se parezca a nosotros, pero un poco más inteligente y con más talento. Queremos ser su ejemplo y modelar su vida siguiendo el patrón de la nuestra.
Sin embargo, los niños suelen seguir su propio modelo y, además, desconfiguran los nuestros. Al final, son como nunca los imaginamos. Nuestro trabajo consiste en descubrir sus dones innatos y en tratar de guiarlos por el buen camino. Ante todo, inculcarles nuestros propios sueños no va a funcionar. Sólo si entendemos quiénes y cómo son, podremos tener un impacto en sus vidas.
Error nº 3: Olvidar que los hechos pesan más que las palabras. A veces, cuando mis hijas me preguntan algo, me dicen: «Por favor, responde en una frase». Me conocen bien, y saben que aprovecho cualquier lección de la vida diaria y la convierto en un momento de aprendizaje. Quiero que tengan sabiduría, pero de lo que a veces me olvido es de que mis ejemplos ensombrecen mis palabras.
Cómo respondo al rechazo y a la adversidad… Cómo trato a mis amigos y a los desconocidos… Si me peleo con su padre o si nos apoyamos mutuamente… Ellas se dan cuenta de todas estas cosas. Y mi actitud les da permiso para comportarse de la misma manera.
Si quiero que mis hijas sean maravillosas, yo también tengo que aspirar a lo mismo. Tengo que ser la persona que espero que sean ellas.
Error nº 2: Juzgar a otros padres… y a sus hijos. Independientemente de lo mucho que difieras en la forma de educar que tienen otros padres, no es tu misión juzgarlos. Nadie es completamente bueno ni completamente malo; todos somos un poco de todo, todos luchamos contra nuestros propios demonios.
Personalmente, tiendo a ser más benevolente con otros padres cuando yo lo estoy pasando mal. En los momentos en que los niños me lo ponen difícil, entiendo el comportamiento de muchos padres.
Nunca sabemos por lo que alguien está pasando ni cuándo nos veremos en una situación parecida. Aunque, en ocasiones, no podamos evitar tener nuestros prejuicios, deberíamos controlarlos y tratar de entender a la otra persona en lugar de llegar a conclusiones precipitadas.
Error nº 1: Subestimar el CARÁCTER. Si hay una cosa que espero hacer bien con mis hijos es conseguir que tengan un buen CORAZÓN. El carácter, la fibra moral y una brújula interna son los cimientos que forman la base para un futuro feliz y saludable. Esto es más importante que cualquier boletín de notas o que cualquier trofeo que ganen.
Nadie puede exigir un carácter concreto a sus hijos y más teniendo en cuenta que el carácter no significa mucho a la edad de 10 o de 15 años. Los niños a esa edad se preocupan por las recompensas a corto plazo, pero nosotros, como padres, conocemos mejor la historia. Sabemos que lo importante con 25, 30 ó 40 años no es lo largo que lanzaste una vez un balón o si fuiste animadora, sino cómo tratas a los demás y qué piensas de ti mismo. Si queremos fomentar el carácter, la confianza, la fuerza y la resiliencia, tenemos que dejar que los niños se enfrenten a las adversidades y que experimenten el orgullo que se siente al salir reforzado de una situación difícil.
Es complicado ver a nuestros hijos caer, pero a veces es necesario. En ocasiones, hay que preguntarse si intervenir se encuentra entre las mejores opciones. Hay un millón de formas de amar a nuestros hijos, pero, a la hora de buscar su felicidad, conviene ser conscientes de que a veces la pena a corto plazo será recompensada con creces por los beneficios en el futuro.
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