El instinto, la intuición, o lo que algunos llaman sexto sentido, es un regalo maravilloso. Sin embargo, en vez de desarrollarlo, lo vamos perdiendo a medida que abrazamos la racionalidad y la lógica. Al disolverse, dejamos de percibir una parte del mundo, una parte muy importante que puede ayudarnos a desenvolvernos mejor en nuestras relaciones interpersonales o incluso puede salvarnos la vida en una situación de peligro.
De hecho, ese sexto sentido nos ayuda a detectar las microseñales de ansiedad, ira, tristeza o alegría que envían las otras personas y que nos permiten regular nuestro comportamiento. Sin embargo, todo parece indicar que no somos muy hábiles detectando esas microexpresiones porque confiamos más en la lógica que en nuestro instinto.
Así lo demuestra un estudio llevado a cabo en la Göteborg University en el que les pidieron a 60 adultos que intentaran descubrir cuándo los niños mentían. Los participantes vieron una serie de vídeos en los que aparecían diferentes niños contando un hecho que, aparentemente, les había ocurrido. Sin embargo, la mayoría de los adultos no fueron capaces de discernir las historias verdaderas de las falsas.
¿Por qué?
Los psicólogos descubrieron que el problema era que los participantes utilizaban estrategias racionales para detectar las mentiras, como pensar que la falta de detalles en las historias era una señal de simulación. Curiosamente, los niños eran muy prolijos en sus historias y daban detalles muy vívidos incluso cuando mentían. Al basarse en la racionalidad, en vez de recurrir a la intuición, los adultos no eran capaces de detectar las microexpresiones y los pequeños detalles que desvelan una mentira.
No obstante, la intuición infantil está muy desarrollada. En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Ottawa les pidieron a 60 niños de seis años que vieran pequeños vídeos en los que aparecía un actor riendo de verdad o fingiendo la sonrisa. Asombrosamente, los niños podían detectar en la mayoría de los casos las diferencias entre una sonrisa falsa y una genuina, incluso con más acierto que los niños mayores.
La buena noticia es que ese sexto sentido les puede ayudar a mantenerse a salvo de las personas potencialmente peligrosas y, sin duda, les convertirá en adultos más sensibles emocionalmente. La mala noticia es que los adultos nos encargamos de sacrificar la intuición infantil en el altar de la racionalidad, aunque solemos hacerlo sin darnos cuenta, simplemente porque reproducimos los estereotipos y las actitudes con las que fuimos criados.
Pequeñas enseñanzas que debilitan la intuición de los niños
1. Obligarles a abrazar o besar a las personas
Es común ver a padres que obligan a sus hijos a darle un abrazo o besar a personas a las que no les gustaría acercarse. Muchos lo hacen para enseñarles a ser amables. Sin embargo, lo cierto es que no deberíamos obligar a los niños a abrazar o besar a una persona que no le agrada. En primer lugar, por respeto, ya que aunque son niños, tienen el derecho de decidir cómo demostrar su afecto, según su carácter, preferencias y estado de ánimo. De hecho, para los adultos un abrazo y un beso suelen ser simples convenciones sociales, pero para los niños es un acto íntimo y una profunda muestra de afecto.
En segundo lugar, obligar a los niños a darle un abrazo o un beso a una persona, significa acallar su instinto. Si al pequeño no le apetece acercarse a esa persona, es simplemente porque no le entusiasma la idea del contacto físico, lo cual no es un problema, todo lo contrario. Los niños suelen tener un gran instinto sobre las personas que le rodean, por lo que debemos enseñarles a confiar en esta capacidad y dejarles que guarden distancia de aquellos con quienes no se sienten cómodos, al menos hasta que se ganen su confianza.
Por supuesto, esto no significa que dejemos que los niños se conviertan en ermitaños. Sin embargo, si no les apetece dar un abrazo o un beso, un apretón de manos o un simple saludo debe bastar. Para demostrar educación no es necesario besar o abrazar, un simple “buenos días” o un “hasta luego” son suficientes.
2. Enseñarles que los adultos siempre tienen la razón
Normalmente los padres les enseñan a los niños a respetar a todos los adultos, incluso hay quienes se encargan de decir que los adultos siempre tienen la razón. Sin embargo, se trata de una enseñanza que puede convertirse en un arma de doble filo ya que son precisamente los adultos quienes más daño pueden hacerle a un niño.
Enseñarle a un pequeño que los adultos siempre deben estar a cargo de la situación y que es poco respetuoso no escucharles o hacerles caso, implica lacerar su instinto. Los niños que han crecido con este patrón correrán un mayor riesgo de sufrir abusos de los adultos sin decir nada ya que piensan que deben someterse a su voluntad, que es lo correcto.
En cambio, a los niños se les debe enseñar que todas las personas merecen respeto, no solo los adultos, sino también los otros pequeños e incluso los animales. Pero también se les debe decir que si se sienten incómodos o su instinto les avisa de que hay algún peligro, no están obligados a obedecer y deberían contarle lo ocurrido a sus padres.
3. Decirles que siempre les protegeremos
Los padres desearían mantener siempre a salvo a sus hijos, protegerles del peligro y evitar cualquier problema. Sin embargo, se trata de una misión imposible. De hecho, ni siquiera es una pretensión sana ya que los niños deben aprender a defenderse solos y deben cometer sus propios errores ya que solo así desarrollan la resiliencia infantil.
Por eso, decirles que siempre les mantendremos a salvo equivale a generar un falso sentido de la seguridad, es como lanzarlos a una selva sin un kit de protección que pueda usar para sobrevivir en ese entorno tan inhóspito. El problema es que al sentir esa falsa sensación de seguridad, el instinto se anestesia y no se activará cuando sea necesario.
Por supuesto, esto no significa que no debamos tranquilizar al niño cuando tiene miedo ni implica que debamos exponerlo a peligros innecesarios, pero la principal tarea de los padres no es proteger eternamente a sus hijos sino enseñarles a protegerse por sí mismos.
4. Minimizar sus temores
4. Minimizar sus temores
Algunos padres, con el objetivo de tranquilizar a sus hijos, minimizan sus temores o incluso hacen caso omiso de ellos. Les dicen frases como «son tonterías, no debes tener miedo» o «ya eres grande para temerle a la oscuridad«. Sin embargo, estas frases no cumplen su objetivo, no calman al niño, al contrario, se convierten en una barrera entre el pequeño y sus padres. El niño se siente incomprendido y aprende a ocultar sus miedos.
Por otra parte, el miedo es una emoción completamente natural que no se debe desestimar ya que tiene un valor defensivo. Cuando catalogamos el miedo como algo negativo, el niño se avergüenza de sentirlo y poco a poco va acallando su instinto, que es precisamente el encargado de advertirle de los peligros o de las situaciones desconocidas que podrían entrañar cierto riesgo.
Por eso, en vez de minimizar sus temores, deberíamos validarlos. Vale aclarar que no se trata de alimentar el miedo, sino de compartir su preocupación y sus emociones, explicarle de dónde provienen y aprovechar esa oportunidad para enseñarle a vencer ese temor.
5. Llenar su agenda sin dejarles tiempo libre
La intuición no solo nos alerta del peligro, también nos indica aquellas cosas que nos hacen sentir bien. De hecho, el instinto nos señala, entre todas las opciones posibles, aquellas que nos harán más felices, las que mejor nos complementa y satisface. Desgraciadamente, perdemos muy pronto ese sexto sentido para la felicidad, a medida que dejamos de lado lo que nos agrada para involucrarnos en actividades de conveniencia. Perdemos la capacidad para saber lo que nos hace felices cada vez que en lugar de un «me gusta» colocamos un «debo».
Por eso, llenar la agenda infantil con actividades extraescolares o tareas perfectamente estructuradas impuestas por los adultos, sin dejar espacio para el juego libre, también significa lastrar el instinto y subordinarlo cada vez más a los convencionalismos sociales. Esa es la razón por la cual muchas personas, que han perdido el contacto con su “yo” más profundo, se dejan llevar por lo que desean los demás, sin saber qué es lo que realmente desean ellas o les hace felices.
¿Qué es realmente la intuición?
Para comprender cómo funciona la intuición, es importante saber que en el cerebro existen dos sistemas: uno emocional y otro racional. El sistema intuitivo se basa en nuestras experiencias, en lo que nos han legado nuestros antepasados a través de los genes y en las emociones que experimentamos. El segundo sistema es lógico y funciona de manera más lenta ya que nos permite evaluar las diferentes opciones y tomar una decisión más racional.
El sistema intuitivo es el que nos alerta de un posible peligro, pero también el que nos señala las cosas que nos resultan agradables y generan una sensación de bienestar. Obviamente, es fundamental que ambos sistemas se complementen y trabajen en equilibrio. De hecho, puede ser tan negativo tomar decisiones basándose solo en el instinto como decidir únicamente desde la racionalidad.
Por eso, es tarea de los padres y los educadores fomentar la confianza de los niños en su instinto, en ese sexto sentido para el peligro y la felicidad, y a la vez, enseñarles a evaluar esas intuiciones desde la lógica, para encontrarles un sentido y tomar la mejor decisión posible.
Fuentes:
Gosselin, P. et. Al. (2010) Children’s ability to distinguish between enjoyment and non-enjoyment smiles. Infant and Child Development; 19(3): 297–312.
Stromwall, L.A. et. Al. (2007) Children’s prepared and unprepared lies: Can adults see through their strategies? Applied Cognitive Psychology; 21: 457-471.
Denes-Raj, V. & Epstein, S. (1994) Conflict between intuitive and rational processing: When people behave against their better judgment. Journal of Personality and Social Psychology; 66(5): 819-829.
Yang, Z. (1921) Giving up Instincts in Psychology. The Journal of Philosophy; 18(24): 645-664.