– En la zona industrial Al Quoz de Dubái, en Emiratos Árabes Unidos (EAU), los autobuses trasladan a obreros inmigrantes hasta sus lejanos lugares de trabajo, temprano en la mañana. Por la tarde, o incluso a altas horas de la noche, los trabajadores vuelven a sus campamentos por la misma vía.
Los obreros apenas tienen tiempo para descansar antes de la siguiente jornada laboral. Hasta ocho personas llegan a compartir cuartos pequeños y desaseados. Con sus pertenencias atiborradas en los rincones, casi no tienen espacio para moverse y son vulnerables a las infecciones que se trasmiten unos a otros.
Su día comienza muy temprano, ya que tienen que cocinar los alimentos que llevarán a la obra de construcción, y termina tarde debido a los largos viajes y los frecuentes atascos del tránsito.
En los campamentos conviven trabajadores de distintos países, y la práctica habitual es asignarles habitaciones compartidas según sus nacionalidades, que en general son de Bangladesh, India, Nepal o Pakistán.
El pakistaní Javed Iqbal, de 29 años, llegó a Dubái a través de un intermediario que le vendió una visa de trabajo por unos 3.000 dólares, para lo cual su familia pidió un préstamo a otros familiares. Como solo asistió hasta el cuarto grado, Javed es analfabeto y no pudo encontrar un trabajo en su país de origen.
La única opción que tenía era llegar a Dubái, donde está atrapado en un trabajo en la construcción que paga solo 240 dólares al mes, lo cual no alcanza para cubrir sus gastos personales y, a la vez, enviarle algo a su familia. Mientras tanto, está bajo la inmensa presión de devolver el préstamo que le permitió comprar la visa.
Miles de pakistaníes como él creyeron los cuentos de hadas que les relataban acerca de las perspectivas de crecimiento profesional en EAU, pero allí les esperaba una pesadilla laboral. En su mayoría, estos trabajadores no son especializados y están empleados en el sector de la construcción, que no está funcionando bien en los países del Golfo ricos en petróleo. Como los precios del petróleo en el mercado mundial han bajado, los gobiernos tienen dificultades para pagarles a las empresas constructoras.
“Me inspiró la historia de un tipo del pueblo que se fue a Dubái como albañil hace tres décadas. Ahora es dueño de dos casas y de varias hectáreas de tierra”, contó Muhammad Iqbal, un trabajador migrante de la nororiental región pakistaní de Gujranwala, a IPS. Todos en el pueblo quieren seguir su ejemplo, más allá de la situación existente en el Golfo, añadió.
La dependencia de las remesas
Pakistán depende en gran medida de las remesas, que constituyen 6,9 por ciento de su producto interno bruto, según un informe del Banco Mundial. Más de la mitad de ese monto procede de Arabia Saudita y Dubái. En EAU hay aproximadamente 1,3 millones de trabajadores paquistaníes y cerca de 4,3 millones en Arabia Saudita.
En el último año fiscal, el país recibió 19.900 millones de dólares en remesas, pero en julio las mismas habían descendido 20 por ciento con respecto al mismo mes de 2015. Se cree que los despidos y la falta de pago de salarios a los trabajadores migrantes en la región del Golfo son la causa de esa caída. Algunos temen que habrá más malas noticias debido a la pérdida de empleos en el sector de la construcción.
Pero Ashraf Mehmood Wathra, gobernador del Banco Central de Pakistán, argumenta que es un fenómeno pasajero y que las cosas mejorarán a medida que estos países adapten sus políticas económicas para compensar el impacto de la caída de los precios del petróleo.
La experiencia importa
La mano de obra inmigrante pakistaní en la región del Golfo no es diversificada y se limita principalmente a uno o dos sectores. El gobierno de Pakistán ignoró durante mucho tiempo este aspecto y dejó a merced del sector privado las tendencias internacionales de migración laboral.
En los últimos tiempos, tras el despido de unos 9.000 trabajadores pakistaníes por empresas constructoras en Arabia Saudita, existe la conciencia de que depender de este sector no será una apuesta segura en el futuro.
Los obreros pakistaníes “pueden sobrevivir en las peores condiciones posibles de trabajo y soportar el calor extremo”, según Zahid Mahmood, director general de Material Lab, una empresa líder en pruebas de materiales en Dubái.
Los obreros pastunes, de la parte noroccidental del país, son muy solicitados por esta misma razón. Pero esto, dice, tiene un lado negativo, ya que poco se hizo para asegurar su ingreso a otros sectores laborales. Estos trabajadores llegan a recibir apenas 210 dólares al mes, aunque los albañiles, carpinteros, supervisores, soldadores y otros trabajadores especializados pueden ganar más.
Zahid indicó que hay muy pocos pakistaníes en el sector de servicios, que está dominado por los indios debido a su mejor nivel educativo y de entrenamiento. Hay muy pocos pakistaníes guardias de seguridad o en el sector de la hospitalidad, aunque existe gran demanda por estas profesiones.
Pakistán tendrá que idear una estrategia de desarrollo de recursos humanos adecuada para permanecer en el mercado laboral altamente competitivo y cambiante de la región del Golfo, añade. A Zahid también le preocupan los bajos salarios que se les pagan a los trabajadores pakistaníes y dice que deberían realizarse gestiones para establecer un salario mínimo, por ejemplo, de 300 dólares mensuales.
“El papel del Estado se vuelve importante aquí ya que los trabajadores migrantes en el Golfo no tienen voz. Sin derecho a la asociación ni a reclamar sus derechos, son tan indefensos como uno podría imaginarse”, denunció Khalid Mahmood, de la Fundación para la Educación del Trabajo, con sede en Lahore.
Dilip Ratha, economista del Banco Mundial, señala que el auge de la construcción en el Golfo financiada por los ingresos del petróleo ha terminado y ahora hay menos necesidad de mano de obra inmigrante. Estas economías también intentan generar un espacio para emplear a sus propios ciudadanos, algo que habrá de reducir aún más el mercado de trabajo para los extranjeros, advirtió.
Traducido por Álvaro Queiruga