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1. Concepto Formal
Se entiende por manipulación un ejercicio velado y sinuoso, irrespetuoso y abusivo del poder. Se trata de un proceso interactivo el cual, del mismo modo que la corrupción y el secretismo, carece de legitimidad a diferencia de la persuasión, el discernimiento o convencimiento que se inscriben en la esfera de la dominación legítima, según la planteara el sociólogo alemán clásico Max Weber en la forma de actos fundamentados en la conciencia, la comprensión y obediencia del dominado. La manipulación parte de relaciones asimétricas de influencia y poder. Ataca psíquica y sociopáticamente la dignidad e integridad de los humanos, así como la autonomía y calidad de vida de las personas. Es una forma de robar su capacidad de decisión propia, de incrementar su alienación o descontrol socio-existencial sobre su destino. Empero, sospechosa y llamativamente no se considera un acto penado por ley, quizás debido a su carácter de evento sumergido, velado, inasible en las sombras del poder fáctico e ilegítimo, generado invariablemente lejos de la esfera de lo público y perceptible. Siempre sobrepasa y se impone por sobre las capacidades reflexivas y deliberativas de sus víctimas, minando su capacidad de decisión y haciendo que el manipulador tenga ventajas desproporcionadas para perseguir su bienestar a costa del daño que inflige a los demás, saltándose, entre otras, las protecciones y garantías del ordenamiento jurídico.
2. Una forma de alienación peligrosa para la Democracia
En consecuencia, la manipulación milita contra toda posibilidad de que los afectados puedan ejercer su raciocinio libremente, definir su situación, defender sus derechos humanos y promover sus intereses en un entorno de lúcida autonomía o liberalidad donde puedan calcular los costos y beneficios de sus acciones. Todo lo cual es un peligro manifiesto para un orden democrático-liberal y sus instituciones electorales, lo mismo que para
cualquier sociedad o Estado de Bienestar. De ahí la importancia estratégica que el fenómeno posee (curiosamente muy poco estudiado) en el campo de la política real o realpolitik, que es el de las relaciones de poder por excelencia donde se establece el balance de ganadores-perdedores de las contiendas por el predominio. No obstante, de la mano con la corrupción y la falta de transparencia, su presencia se extiende a otros territorios de la convivencia social. Sin embargo, la corrupción no es infalible. Pues existen casos en que, si los actores en riesgo sospechan algo de lo que les ocurre antes de ser desarmados e influidos de hecho, pueden ofrecer resistencia a la insinuación o simulación del manipulador, quien intenta sojuzgarles sin que lo sepan. La dificultad extrema radica en que, dentro de las funciones ocultas y sutiles que éste realiza, se halla el fabricar impresiones de la realidad que escondan las tretas, tramas invisibles y montajes utilizados para engatusar a quienes, por no estar conscientes de tales fingimientos, no pueden ofrecer resistencia. Por eso se dice que todo manipulador es también un prestidigitador. Claro está que, al igual a como acontece con la dominación asentada sobre las bayonetas, aquélla que utiliza como arma clave a la manipulación es una supremacía inestable, precisamente por no tener a su favor los elementos de la obediencia, de la disciplina y la racionalidad de las acciones sociales y las relaciones del poder legítimo o autoridad.
3. Manipulación y corrupción organizada
Como lo observamos a primera vista, no es casual que la corrupción, sea su naturaleza casual o sistémica (estructural), tenga en la manipulación y la desinformación armas muy importantes en su beneficio; en cualquier nivel o esfera de la realidad social donde se produzca, incluidas la opinión público-mediática y la dominación de masas, los macro-grupos sociales y hasta los países o bloques de poder geopolítico. Cuando logra sus propósitos, el manipulador no tiene que recurrir al uso manifiesto de la fuerza, ni a la coacción física palpable u otros medios evidentes de ejercer presión. Para él, la relación de poder se torna muy “económica”, ya que no se ve forzado a persuadir ni convencer a sus sometidos. Tampoco tiene que sujetarse a los escrúpulos, valores éticos y procedimientos normales establecidos para regular un ejercicio legítimo y cristalino del poder o de la hegemonía sociopolítica en el sentido propuesto por Antonio Gramsci, y cualquiera que sea su fundamento, tipo e instrumentos, sean los mismos personales o adquiridos del entorno sociocultural, tecnológico o físico. Realmente el manipulador no respeta consideraciones ni protecciones para los actores más débiles o simplemente confiados y desprevenidos – los más expuestos a ser víctimas de las acciones sociales manipulativas – cuando de perseguir sus fines se trata.
4. Irracionalidad del poder manipulativo
Cuando la gestión manipulativa resulta ser exitosa, se vuelve una variante eficaz del Maquiavelismo, una filosofía política según la cual los fines justifican los medios – es lo que Weber llamó una “ética de valores absolutos”; por ende irresponsable al rehusar medir las consecuencias de los actos humanos, ello ante la imperiosa necesidad de que el Príncipe mantenga su dominio sobre el súbdito, el fuerte sobre el débil y desposeído de recursos de poder. Al rechazar la transparencia, la argumentación y el cultivo del discernimiento por parte de la persuasión –procesos que en la democracia auténtica se aplican para llegar al consenso–, los manipuladores, en versión del Maquiavelismo, comúnmente apelan a las dimensiones instintivas de la mente individual y colectiva, a impulsos inconscientes, a deseos y aspiraciones insatisfechas, también a dependencias emocionales y pasionales de la conducta individual o de masas, que generalmente operan como fuerza subliminales. Se esmeran por provocar reacciones impremeditadas que no requieran la aquiescencia ni el raciocinio, por obviar discursos que justifiquen las pretensiones de dominio, por evitar todo recurso metódico de justificación y convencimiento.
En contraste, la política influida por las corrientes filosóficas del liberalismo, opuestas a la concepción maquiavélica, presupone que las partes involucradas en las decisiones de nivel colectivo que se toman en una sociedad – por ejemplo, las relaciones entre gobernantes y gobernados–, no estén sujetas a interferencias que eliminen a tal punto la racionalidad, que los dominados no sepan lo que hacen; o lo que les hacen quienes ejercen autoridad o influencia sobre ellos. Aún más, se opera bajo el supuesto de que las relaciones sociales son las variables independientes en esos intercambios y decisiones, y que las relaciones políticas controladas por el gobierno son las variables dependientes. Obviamente que, cuando predomina la acción manipuladora en la esfera del gobierno, se invierten tales variables. Y desde la perspectiva del liberalismo democrático, cuando esto sucede, los individuos y la sociedad pasan a una condición desventajosa y contraproducente de alienación, o sea, se da una pérdida del control sobre las condiciones de existencia. Esto mismo sería aplaudido, desde el polo opuesto, por los seguidores de la escuela maquiavélica de la política, quienes consideran que la función de los gobernantes (incluso de los que se dicen democráticos) es dirigir y sojuzgar desde arriba a los pasivos ciudadanos transformados en una masa amorfa y dócil, en un conjunto desarticulado de “objetos del poder” fácilmente manejables, incapaces de coordinar resistencias o rebeliones, como podrían hacerlo si fueran “sujetos del poder” (o verdaderos ciudadanos).
5. La propaganda y la manipulación subliminal
La llamada psicología de las masas (recordar en esto a Sigmund Freud y Gustave LeBon) descubrió en este siglo las fórmulas y técnicas de la propaganda política para encarar ciertas situaciones críticas de contención o cambio político, en favor de la permanencia de los círculos gobernantes versus las masas dominadas y desprotegidas. Con las experiencias del nazifascismo en Europa y la demostrada utilidad de los mass media tanto allí como en Norteamérica, para efectos de impulsar la movilización de guerra y el apoyo masivo de la población, se puso en claro el enorme potencial persuasivo y manipulativo de la radio, la prensa, el cine y luego de la televisión e Internet con sus redes sociales; sobre todo cuando se trataba de encubrir los verdaderos móviles de muchas de las decisiones en contra de la vida y propiedad de millones de personas y de los intereses de gran cantidad de Estados. En algunos casos, se echa mano del ocultamiento o la tergiversación de imágenes y móviles, con tal de avanzar en la promoción velada de intereses. Surgieron así los llamados por Vance Packard “Hidden Persuaders”, o especialistas en la publicidad subliminal, quienes apelan a la inconsciencia de los ciudadanos y a las percepciones distorsionadas por medio de estímulos muy sutiles, fabricados desde el exterior de los sentidos de los consumidores, para atraer sus votos, o capacidad de compra. Se supone que los efectos subliminales atraviesan la percepción consciente o analítica para inscribirse directamente como cadenas de estímulos inatajables en el inconsciente, desde donde dominan la conducta individual o colectiva en un plano fantasmagórico o espectral. Cuanto mejores sean las técnicas, serán más sutiles las impresiones y más eficaces las reacciones. Los comunicadores ocultos deben cultivar asimismo la desinformación, los datos descontextualizados y las impresiones retorcidas como bases de su gestión. Ésta debe ser definida como puramente técnica o profesional; es decir, como actividad aséptica desde el punto de vista de los contenidos reales de las comunicaciones y de las cualidades intrínsecas de los productos, así como con respecto a posibles valoraciones éticas o connotaciones políticas que requieran explicación y, sobre todo, una plena y consciente justificación. El persuasor escondido no quiere, ni tiene por qué, rendir cuentas; es un sujeto política y socialmente irresponsable, lo cual debe verse con preocupación en el seno de las democracias, donde la publicidad y transparencia de los actos del poder son la base de la legitimidad y de los consensos que se logran establecer entre gobernantes y gobernados, líderes y seguidores en las sociedades liberal-democráticas.
6. Política de imágenes y el vídeopoder (o vídeocracia)
Con el enorme desarrollo actual de las “redes sociales” los manipuladores han hallado un nuevo campo de acción torcida, el cual se presta muy bien para guardar un factor que interesa sobremanera al manipulador de personas, grupos o sociedades enteras: el anonimato. Además de que las redes potencian enormemente el impacto colectivo que tanto interesa a los “Hidden Persuaders” y a quienes defienden el uso del poder para cualquier objetivo que se proponga un dominador en control de la situación. Las “redes” sin embargo no tienen en sí el menor poder preventivo sobre estas anomalías en el uso subrepticio del poder ya que nadie es allí una auténtica autoridad formal o informal. Se trata, pues, de un campo abierto a los designios de cualquier manipulador. Más aún, con la irrupción de la televisión y de las redes digitalizadas o telemáticas en el campo de las luchas políticas y electorales, ha traído un cambio cualitativo en las relaciones de poder en las democracias. Principalmente porque ha puesto al descubierto el enorme potencial manipulador de los mass media, de sus dueños y directores; un poder con el cual se logra mejor que con otros el predominio de la imagen y la forma sobre el contenido y el fondo de los mensajes que se lanzan al público. Por esto es que ahora hablamos del surgimiento de una “sociedad del espectáculo”, así como de una política transformada casi en un apéndice de la industria cultural del entretenimiento y la farándula. De allí la tentación de los comunicadores televisivos, y en particular de los propagandistas y mercadólogos políticos contemporáneos, por recurrir al uso de la manipulación simbólica y subliminal en la televisión y otros medios masivos (incluida la Internet), en vez de agudizar la persuasión y el descernimiento del público masivo (en general, de la ciudadanía) con base en argumentos y análisis sopesados de hechos, tendencias y tramas de coyuntura.
El nuevo vídeopoder lleva la manipulación y a sus distintas formas de desinformación y tergiversación intencionadas y planificadas, a escalas masivas; haciéndola más sugestiva, sutil y efectiva que en el pasado, cuando la prensa y la radio dominaban el escenario. Cuando la manipulación sugestiva e inconsciente se vuelve consustancial con el uso del poder y la influencia personal en cualquier campo de la actividad humana y social, profesionalizándose al máximo de su potencial, se presta entonces como una excelente arma técnica para la conspiración. La manipulación desenfrenada de gustos y preferencias, de actitudes y demás componentes profundos de la psique individual y colectiva, ya no es un instrumento deleznable solo en manos de los dirigentes de regímenes autoritarios o totalitarios, como el nazifascismo. Si bien es cierto, fue en éstos donde los métodos de la propaganda masiva fueron perfeccionados y se emplearon con audacia sin límites durante la primera mitad del siglo XX –en especial por el Tercer Reich–, en las democracias de masas se ha vuelto casi una norma la aplicación de esos métodos en los procesos electorales posteriores a la II guerra mundial, para lo cual son incesantemente perfeccionados en laboratorios de técnicas subliminales y de la publicidad mercadológicamente orientada.
Los juegos mediatizados en las vídeocracias de nuestro tiempo, recorren espacios ensanchados como nunca antes; y tienen mayor potencia y alcance sobre las realidades sociales y políticas que cualquiera de los imaginados a finales de la Edad Media. De igual manera se expanden y agravan sus posibles implicaciones éticas, cuando la manipulación, mediante los hilos ocultos del poder, salta ya por encima de las fronteras nacionales, universalizándose en la “aldea global” que presagió Marshall McLuhan a principios de los años de 1960.
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Bibliografía:
- Aubuchon, Norbert: The Anatomy of Persuasion, Estados Unidos, 1997.
- Bursten, Ben: Manipulator: A Psychoanalytic View, Estados Unidos, 1973.
- Cialdini, Robert B.: Influence: The Psychology of Persuasion, Estados Unidos, 1993.
- Coons, Christian y Weber, Michael (Eds.): Manipulation: Theory and
Practice, Estados Unidos, 2014.
- Habermas, Jürgen: Historia y Crítica de la Opinión Pública, España, 1981.
- Merton, Robert K.: “The Self-Fulfilling Prophecy” en Aaron Rosenblatt y Thomas F. Gieryn (Eds.),Social Research and the Practicing Profession, Estados Unidos, pp. 248-67, 1982.
- Packard, Vance: Las Formas Ocultas de la Propaganda (trad. de The Hidden Persuaders), Chile, 1992.
- Sartori, Giovanni: “Video Power,” en Government and Opposition, Inglaterra, Winter, págs.39-53. Estados Unidos, 1988.
- Weber, Max: Economía y Sociedad, México, 1964.
En base a la infinidad de ejemplos y en contra de los conceptos, principios y deseos, la realidad es que la manipulación, la alineación y la corrupción son la norma en la democracia representativa.
Cada país, nación o república, en cada período de tiempo comprendido con los diferentes administradores, las sociedades experimentan esas acciones con diferentes alcances y métodos, tradicionales o novedosos, actualizados.
El sistema democrático representativo es comparable con un motor vetusto, corroído, con fugas de presión (calafateado con mocos), que utiliza combustible de alto poder, combustible que representa al potencial humano.