por La Gran Época
El universo era visto como un muy delicado equilibrio, en constante peligro de ser alterado si se cambiaban los poderes de los dioses y las fuerzas elementales de su vida
La Piedra del Sol (Piedra de Axayácatl). Representa los 20 días alrededor del Dios Sol. (Anagoria / Wikimedia Commons) Fondo: Calendario maya. (Nikiac / iStock / Thinkstock)
El universo está lleno de misterios que desafían nuestro conocimiento actual. En “Explorando enigmas” La Gran Época recopila historias sobre estos extraños fenómenos para estimular la imaginación y abrir posibilidades nunca antes soñadas. ¿Serán ciertas? Decídalo usted.
Las ruedas del calendario azteca han sido una fuente de fascinación desde hace siglos. No eran sólo una manera de controlar el tiempo, sino además toda una filosofía completa acerca del tiempo, y en las que cada día tenía un significado religioso. Asimismo, expresan la creencia en el curso cíclico del tiempo, es decir, en la destrucción y recreación sistemática del mundo. El universo era visto como un muy delicado equilibrio, en constante peligro de ser alterado si se cambiaban los poderes de los dioses y las fuerzas elementales de su vida.
Los aztecas no eran los únicos que pensaban de esta manera. Muchos pueblos de todo el mundo han pensado el tiempo como un proceso cíclico. La creencia en la reencarnación, por ejemplo, es un reflejo de ello, así como también la idea del karma (“se cosecha lo que se siembra”). El tiempo concebido como algo cíclico se remonta por lo menos a 3.000 años atrás, pero probablemente data de mucho antes, y era común en Mesoamérica.
El calendario azteca fue una variación de calendarios anteriores, como el famoso y ancestral calendario maya. Compartía además la estructura básica de los antiguos calendarios mesoamericanos. Sin embargo, a diferencia del calendario maya, que es muy preciso, el sistema azteca lo era menos, una fecha determinada por ejemplo, podía hacer referencia a dos momentos diferentes del año. Por esta razón entre los estudiosos existen desacuerdos acerca de cuándo ocurrieron ciertos eventos durante el imperio azteca.
El calendario tenía un ciclo de 365 días, al cual se le llamaba xiuhpohualli (anual), y un ciclo ritual de 260 días llamado tonalpohualli (diario). Estos dos ciclos juntos formaban una rueda calendárica de 52 años. Al xiuhpohualli se lo consideraba como el calendario agrícola, puesto que se regía por el ciclo solar, y al tonalpohualli se lo consideraba el calendario sagrado.
El calendario Tonalpohualli
El sistema de 260 días llamado tonalpohualli, se dividía en 20 períodos de 13 días cada uno, y se representaba con dos ruedas entrelazadas. Tuvo su origen en la observación de los antiguos pobladores, quienes se dieron cuenta de que el sol cruzaba un cierto punto cenit cerca de la ciudad maya de Copán, cada 260 días. Los aztecas no estaban preocupados por si los años (o estos 260 días) coincidían con las estaciones del año, sus años “fluctuaban”.
El número 20 se refería a las cifras de un “hombre entero” (es decir, la suma de los dedos de sus manos y pies), mientras que el número trece representaba su filosofía de las trece direcciones en el espacio. Los primeros centroamericanos creían que este calendario ritual representaba un estado arquetípico de la armonía humana y cósmica.
Cada rotación a través de estos trece números representa una “semana” en este sistema. La primera, sexta, undécima y decimosexta semana se consideraban importantes porque creaban las cuatro divisiones del año. Cada uno de estos veinte días estaba asociado a ciertos objetos o animales, y a una deidad. Por ejemplo, el primer día (‘Cipactili’) estaba representado por un cocodrilo, y era gobernado por el dios de las fiestas, mientras que el segundo día (‘Ehecatl’) estaba representado por el viento, y era gobernado por el dios del fuego, la vida y el espíritu. Esto creaba una especie de mecanismo de adivinación permanente y guiaba sus destinos. Lo utilizaban para planificar diversas actividades, como la siembra de cultivos, la construcción de casas, y hasta para saber cuándo ir a la guerra, todo ello en base a lo que se consideraban como días “afortunados” y “desafortunados”.
Más importante aún era el tonalpohualli, que dividía los días y los rituales, entre los dioses. Para los aztecas esto era extremadamente importante ya que sin esto el mundo pronto llegaría a su fin. De acuerdo con la cosmología azteca el universo está en un equilibrio muy delicado, en el que ciertas fuerzas divinas opuestas compiten por obtener el poder. Para evitar que un dios se volviera más poderoso que otro se le daba a cada dios su propio tiempo y día para gobernar. Para los aztecas era muy importante que ningún dios ganara la lucha por el poder.
El Xiuhpohualli
El calendario anual llamado el xiuhpohualli, llevaba un recuento de 365 días, basado en el ciclo solar con el que estamos más familiarizados. Naturalmente, esto estaba más relacionado con las estaciones del año, por lo que fue utilizado como un calendario agrícola. Estaba dividido en 18 períodos de 20 días cada uno. Dado que esto sumaba 360 días, significaba que había 5 días de transición entre el viejo y el nuevo año, período que era utilizado para los festivales.
Cada 52 años, los dos ciclos principales (el tonalpohualli y el xiuhpohualli), se alineaban el uno con el otro. Esto marcaba lo que se conocía como un “siglo” mesoamericano, y era motivo de una gran celebración religiosa conocida como xiuhmolpilli (“unión de los años”). Este era un festejo que duraba 12 días e incluía el ayuno como símbolo de penitencia. Cuando comenzaba esta celebración se apagaban todos los fuegos de la ciudad. Luego, a la medianoche del duodécimo día del festival, un prisionero era sacrificado por el sacerdote, cuando la estrella de fuego alcanzaba el cenit en el cielo nocturno. El sacerdote entonces iniciaba un nuevo fuego que le daría una vez más la luz a la ciudad. Este reencendido del fuego le aseguraba a la gente que el sol seguiría saliendo durante los próximos 52 años. Era un momento para la renovación.