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Conozco a muchas personas que invierten la mayoría de su tiempo en intentar poner orden y seguro que tú también conoces a otras tantas. En el fondo detestan la tarea a la que se dedican con afán, pero en sus cerebros existe una especie de resorte que les impide salir de esta tiranía que mantienen con devoción. Allí donde la lógica no impera y la locura aparece, su intranquilidad y desasosiego despierta.
Esta especie de enfrentamiento entre cosmos y caos, entre orden y desorden, forma parte de nuestra historia como seres pensantes y sobre todo como seres interpretadores del mundo que somos. El ordentiene un atractivo inegable, el que le da la lógica, el que hace al mundo predecible y, por lo tanto, controlable en gran medida.
Incluso hay quién pretende poner a las emociones este orden, igual que si existiera un armario para ellas en nuestro cerebro y pudiéramos elegir cada día cuál nos ponemos y con qué pensamientos las vamos a conjuntar. Quizás algún día, con ayuda de la tecnología conseguiremos algo parecido, pero también supondrá la prueba de un hecho trágico: nuestra desnaturalización se ha completado.
La locura forma parte de la vida
Podríamos decirlo de otra manera, la parte primitiva sigue siendo parte de la vida. Hablo de la intuición, de la creatividad, de la improvisación y de la genialidad. De la ruptura con lo probable y con lo esperable. De que no todo tenga un porqué y que no pase nada porque no lo tenga, ni en el sentido causal (origen) ni en el sentido pragmático (fin).
Dicho de otra manera, no pasa nada porque suceda algo desligado del pasado y del futuro, y rompa este esquema de pensamiento: que nazca y muera en el mismo momento. De hecho, que esto suceda es una conciliación con el presente, entendido en forma de tiempo y de regalo. Una paradoja semántica preciosa.
¿Por qué estas aquí? ¿Para qué has venido? Ahora eso no importa, puede que ni siquiera lo sepa. El caso es que estoy aquí. No tengo ni idea de qué ha encendido la mecha para que llegara hasta este lugar ni he venido para conseguir algo. Solo estoy aquí, contigo.
¿No es maravilloso?
Aceptar esa locura y disfrutar de ella significa madurar
Sin locura la pasión se queda sin alimento. El orden alimenta la seguridad, pero la locura alimenta el alma y da esperanzas. La locura sana roba corazones y los cuida lejos de toda lógica, porque con su fuerza prefiere mantener vivo a los robados antes que al propio. Enamorarse es una locura que hace a lo ajeno propio.
Enamorarse, lógicamente es una insensatez. Supone una inversión de recursos enorme, una inestabilidad emocional mareante y además hace que el paso del tiempo -nuestro recurso más limitado- se ponga a galopar a velocidades cercanas a la de la luz. Incluso a veces las supera, ya que en este estado todo parece desmaterializarse. Todo, menos el propio amor.
Piensa en esto cuando sientas ese desasosiego porque parece que todo a tu alrededor se descuadra: los esquemas, igual que las estadísticas están para romperlas. Deja a un lado ese cargo de conciencia porque no controlas todo o hay partes de tu vida un tanto caóticas. Esa manera rara y extraña en la que en este momento mantienes un determinado apartado de tu vida es precisamente la que puede inspirarte o la que puede inspirar a otros.
La locura no es el alimento, la sustancia de la vida, pero es lo que le da sabor y la completa. Lo que resalta su gusto y sus matices.
Por algo un ritmo constante a los niños les duerme y a los adultos les aburre. Son las variaciones las que nos despiertan y nos aceleran el corazón, lo que no esperamos lo que le da intensidad a nuestras emociones. Así, la locura es la sal de la vida: peligrosa si se da en exceso, pecadora por ausencia de que un plato no tenga chispa…y la vida es un plato que merece ser saboreado al máximo.