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Como es usual, el problema para acordar la producción total petrolera del grupo, es Irán. Está produciendo 3,8 millones de barriles diarios y su meta es llegar a 4,2 millones. En su descargo hay que decir que hace poco le levantaron el embargo y por primera vez en años puede exportar crudo.
En los últimos días los precios del barril de crudo siguieron descendiendo. Lo que torna más difícil -para la próxima reunión de la OPP- que lleguen a un acuerdo los dos grandes rivales del grupo: Arabia Saudita e Irán. La posibilidad – tan esperada por muchos productores- de acordar un volumen de extracción que permita una mejoría de precios, parece desvanecerse.
La tesis de Teherán es que Riyad aumentó su producción en un millón de barriles diarios desde 2014, mientras insiste en que los demás reduzcan el nivel de extracción.
El nudo de la cuestión es éste: Arabia Saudita dice que está dispuesta a bajar su nivel de producción de 10,7 millones de barriles diarios, a 10,2 millones, siempre que Irán congele su extracción en 3,7 millones. Los iraníes aseguran que solamente pueden considerar la propuesta cuando lleguen a 4,2 millones diarios, nivel que no piensan resignar.
Nadie tiene certeza de que se produzca la próxima reunión (a finales de noviembre), y mucho menos de que tenga éxito. Los rumores señalan que los sauditas estarían dispuestos a incrementar su producción diaria a 11 millones de barriles (algunos incluso hablan de 12 millones).
Este escenario se da en el medio de un contexto de grandes transformaciones que amenazan modificar dramáticamente – y pronto- la tradicional estructura de la industria petrolera. El actual modelo de organización de las empresas no es sustentable con precios por debajo de US$ 50 el barril. La abundancia mundial del recurso, lleva a menores precios y obliga a poner foco en costos, eficiencia, y velocidad de reacción. La capacidad de explorar ya no es un diferenciador, al igual que el talento en los recursos humanos, que no escasea. No es necesario recurrir en este momento a megaproyectos.
Tanto en la explotación tradicional, como la bajo el agua, como la no convencional o en inversión en energías alternativas, hacen falta modelos organizacionales diferentes a los que emanan de la casa central.
Los tremendos avances tecnológicos producen gran disrupción en la forma de trabajar y aportan cambios sustantivos en productividad. La robotización avanza de modo creciente. Los empleos humanos obligan a una creciente interacción con las máquinas. Big data y analytics crean oportunidades para reinventar la forma de operar.
Además, las grandes transformaciones demográficas hacen sentir su impacto. Los actuales y los nuevos empleados demandan cambios en el entorno laboral, y sobre todo expresan preocupación sobre el papel de las empresas de petróleo y gas en la sociedad en la que actúan, y la forma desfavorable en que son percibidas. En cuanto a los millennials, no tienen directamente interés expreso en trabajar en este tipo de empresas. Un verdadero problema a futuro.