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¿Cómo puede ser que en una de las 25 cimas del planeta, declarada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998, existan vestigios de radiación en su interior? Es muy posible que para entenderlo tengamos que retroceder en el tiempo. Exactamente hasta 1965.
Se suele explicar en los libros de ciencia de la importancia de las grandes cimas en el mundo, de las majestuosas montañas que pueblan nuestro planeta. No sólo sirven para coronarlas y admirarlas, las montañas (y cuanto más grandes mejor) son enormes recolectores de ecosistemas y biodiversidad, de agua para los embalses, origen de muchas de las corrientes más caudalosas esenciales para la vida terrestre.
Un dato sobre esas cimas que gobiernan los picos de la Tierra: todo lo que pasa allí arriba tiene una increíble incidencia debajo, donde nos encontramos. Las cumbres conservan la nieve invernal y van liberando paulatinamente el líquido elemento de las estaciones de primavera y verano. En el extremo, en aquellas regiones áridas, el riego depende precisamente del deshielo de estas cimas.
Por esta razón las alertas lanzadas durante los últimos años por los científicos deberían ser tomadas muy en serio. Dicen que algunas de estas regiones silvestres están desapareciendo con mucha rapidez debido a la agricultura y creación de infraestructuras junto a otros factores terriblemente preocupantes.
Y es muy posible que en ese último grupo de factores se encuentre la historia ocurrida hace varias décadas. Un lugar mágico e irrepetible iba a ser el escenario de una idea espeluznante bajo una premisa: ¿y si mandamos espías a la cima del mundo?
Y así fue. Literalmente.
Nanda Devi sin espías
Nanda Devi se encuentra entre las cimas del mundo. Para ser más exactos, es la vigésimo tercera mayor elevación del planeta, la segunda montaña más alta de la India y la más alta de las que se encuentran completamente en el país. Nanda Devi es también parte del Himalaya Garhwal y su pico es considerado la diosa patrona de la región, de hecho su nombre significa Diosa dadora de felicidad.
En los glaciares de la montaña confluye el río Ganges, uno de los grandes ríos del subcontinente indio. Una fuente de vida que nace en el Himalaya occidental y que tras 2.510 kilómetros de recorrido desemboca formando el mayor delta del mundo con el río Brahmaputra.
Volviendo a la montaña, esta cuenta con un doble pico, la cumbre occidental (la mayor) cuenta con una cima de 7.816 metros, mientras que la oriental cuenta con una cima de 7.434 metros. La cima principal se encuentra protegida por una barrera circular que comprende muchas de las montañas más altas de los Himalayas indios, siendo el interior de este anillo conocido como el Santuario Nanda Devi, espacio donde se encuentran también los glaciares.
Fijaos la dificultad que entraña llegar hasta esta cota que el hombre tardó 50 años en ascenderla desde que tuvo conocimiento de su existencia. Fueron 50 años de arduas exploraciones en busca de los pasajes que llevaran hasta el Santuario. Ocurrió en 1934, gracias a los exploradores británicos H.W. Tilman y Eric Shipton junto a la ayuda de tres sherpas. Dos años más tarde la montaña fue escalada, así que en 1936 Nanda Devi se convirtió en la cima más alta alcanzada por el hombre hasta 1950, momento en el que se alcanza la cima del Annapurna en 1950 (con 8.091 metros).
Pero 14 años después de perder el récord y no muy lejos de allí, el 16 de octubre de 1964 se produce un evento que se repetiría en el tiempo. En el lago Lop Nur, una pequeña y remota región que colindaba con las montañas Kuruk-tagh, se producía la primera prueba nuclear de la República Popular China, primera a la que seguirían hasta 44 en la misma zona.
Esto, evidentemente, no hizo gracia a Estados Unidos. ¿Qué hicieron los norteamericanos?
Los espías en la cima del mundo
Por tanto, lo que estaba pasando al otro lado del mundo tenía a los estadounidenses en un sin vivir. Dos años antes China había derrotado al ejército de la India y la demostración de esas primeras pruebas nucleares no dejaban margen para la duda: tenían un potencial enemigo comunista que no paraba de crecer tanto económica como militarmente.
Cuando las cosas no marchan como Estados Unidos quiere casi siempre suelen entrar en la ecuación el mismo grupo de personas. La Agencia Central de Inteligencia americana se puso manos a la obra para ver cómo podían detener este crecimiento, o cómo mínimo, de qué forma podrían vigilar sus pasos.
Las primeras pesquisas fueron preocupantes para la CIA. Todas las pruebas indicaban que los científicos chinos estaban más adelantados de lo que creían en la carrera nuclear. Y desde luego, aquello no suponía nada buena para la ya de por sí frágil Guerra Fría. Y no sólo Estados Unidos, la India tras su derrota fronteriza se sentía maltratada y afligida.
Por tanto surgió una extraña pareja. India y Estados Unidos firmaron un pacto secreto para combinar sus esfuerzos en labores de espionaje contra China. Hablamos de una época donde los satélites de reconocimiento eran demasiado primitivos para el propio espionaje y los aviones de vigilancia de alto vuelo no gozaban de gran prestigio.
En cambio había una vía que podían explorar, un punto de vista alternativo. En algún momento en esas reuniones secretas que mantuvieron ambos países, alguien soltó una frase parecida a: ¿y si mandamos espías a las montañas?
Si no fue así, fue muy parecido, porque el resultado de las agencias de inteligencia fue un maravilloso plan de vigilancia de las pruebas de armas de China desde la cima de la India: llevarían espías a Nanda Devi. ¿Por qué?
En el imaginario de la CIA se pensó que la montaña ofrecía una vista despejada e inigualable de las pruebas que estaba llevando a cabo China en Lop Nur. En este punto vale la pena pararse y pensar una vez más, ¿de verdad pensaban que en 1965 y desde una cima podían espiar una región a cientos de kilómetros? Eso creyeron, porque unos meses después de que tuviera lugar aquella prueba nuclear china pusieron en marcha toda la maquinaria.
Todo por la patria
El 9 de enero de 1965 Robert Schaller se había levantado temprano como todos los días. Schaller era un joven y prometedor médico en el Hospital de la Universidad de Washington en Seattle además de un apasionado de la montaña. Ese día y como recordaría muchos años después, se encontraba de ronda cuando de repente oye su nombre a través del intercomunicador.
Schaller se dirige al vestíbulo y cuando enfila el largo pasillo recto hasta el vestíbulo divisa a lo lejos la figura espigada de un tipo vestido de negro que le mira fijamente. Cuanto más se acerca menos dudas le quedan de que ese hombre le está esperando. Al llegar al vestíbulo aquel tipo con gafas oscuras y un abrigo se acerca y le dice:
¿Es usted Robert Schaller, verdad? Tengo una oferta irrechazable a la que no podrá decir que no.
Aquel tipo siniestro se saca de los bolsillos del abrigo un billete de avión y le dice al médico: ¿cómo te gustaría ir a Himalaya?
El hombre ya tenía toda la atención de Schaller. Ambos salen a los alrededores del hospital para charlar. El tipo le cuenta que la CIA buscaba un médico con experiencia en electrónica y montañismo, una combinación de requisitos que produjo rápidamente muy pocos candidatos. Schaller era sin duda uno de ellos, el primero en la lista según el enigmático personaje.
Si acepta la intrigante propuesta, a cambio de su servicio (y silencio) la agencia le ofrecía mil dólares al mes, unas cifras increíbles para aquellas fechas. Schaller no vivía mal, pero aquello era mucho dinero. No sólo le ofrecían la oportunidad de viajar a una de las grandes montañas del planeta con los gastos pagados, es que además le iban a pagar como resultado de una misión patriótica trabajando para la agencia como un espía.
Una vez que dio el sí no tardaron mucho en programar el entrenamiento. Fueron semanas intensas donde los propios colegas del hospital se preguntaban con curiosidad por las ausencias de Schaller. Se pasada días fuera de su lugar de trabajo y conforme fueron pasando las semanas su cambio físico se hizo palpable. No sólo había perdido peso, el joven doctor parecía más fuerte y de constitución atlética.
Uno de sus compañeros más cercano le insistió para que le contara la verdad. Fue tal la insistencia que Schaller arregló con la CIA una coartada oficial. Desde entonces, aquellas ausencias fueron motivadas por la repentina llamada de una agencia gubernamental para entrenarse como científico-astronauta, aunque sin dar muchos más datos.
Claro que la realidad era bien distinta, y fue un secreto que tuvo que guardar incluso ante su familia.
Las misiones en los entrenamientos casi siempre comenzaban de manera parecida. Schaller debía aventurarse en un túnel de lona que conducía a un avión con ventanas oscurecidas. No estaba sólo, durante los intensos entrenamientos estuvo acompañado por celebridades que iban a convertirse en espías ciudadanos como él. Gente como el famoso escalador de Yosemite, Tom Frost, o el que iba a ser el capitán de la expedición y famoso alpinista por sus expediciones al Everest, Mohan Singh Kohli. El resto de los presentes no eran conocidos para el doctor, pero pensó que serían científicos o profesores debido a sus altos conocimientos en tecnología nuclear.
Tras las primeras pruebas estos nuevos espías pasaron varios meses familiarizándose con los saltos desde un helicóptero, cómo demoler objetivos con explosivos o incluso manejar hardware experimental de energía atómica que había sido desarrollado exclusivamente para la misión. Por último y no menos importante, Schaller y el resto se debían preparar para el ascenso arrastrándose junto al material de la misión por los acantilados de Alaska.
Para el mes de Octubre Schaller ya no era Schaller, era más parecido a John Rambo. Había pasado un año desde aquella primera prueba nuclear china y la tripulación de escaladores clandestinos ya estaba lista para iniciar la ruta. Todos ellos se reunieron en el Santuario, la fortaleza natural de las cumbres que rodeaban el objetivo, Nanda Devi.
En este punto es conveniente recalcar que por aquellas fechas únicamente 6 personas habían logrado llegar a la cumbre del gigante. Quizás más importante que este dato, de esos seis, tan sólo tres habían regresado del escalofriante descenso. Y para complicarlo todo un poco más, nos faltaba añadirle el dato más perturbador de todo. El capitán Mohan Singh Kohli y su equipo de agentes espías debían subir con un compañero sorpresa. Era el quid, la razón de toda la misión, un paquete pesado de vigilancia.
Se trataba de un sistema de monitorización que precisaba de energía atómica para funcionar. El artefacto contenía un generador SNAP 19C que convertía el calor del plutonio en electricidad, lo que posteriormente permitiría monitorear posible actividad nuclear (de China).
Así que tenemos a un grupo de personas, expertos en diferentes campos pero hasta hace unos meses personas normales, reconvertidos en espías por la causa en la increíble misión de escalar la cima de una de las montaña más altas del planeta donde sólo han sobrevivido tres personas. Ah, y cargados con un dispositivo atómico.
¿Qué podía salir mal?
Plutonio en Himalaya
Así fue como comenzaron ese lento ascenso la docena de intrépidos escaladores y sherpas. Durante el día, el equipo de monitorización dificultaba tremendamente el progreso, en cambio cuando llegaba la noche el artefacto atómico era capaz de proporcionar calor extra a los aventureros. Y es que en el interior del generador había suficiente plutonio para alimentar al sistema de vigilancia durante más de mil años, lo que a efectos prácticos supondría que tanto Estados Unidos como la India podrían vigilar a los chinos por los siglos de los siglos.
Los días pasaron mientras el grupo trepaba las rampas de Nanda Devi. El doctor Schaller no perdía la oportunidad de anotar en su diario todo lo que acontecía mientras fotografiaba con su cámara las espectaculares vistas. Tras unos días cruzando los glaciares el equipo llegó por fin a High Camp, la última parada antes de la cumbre. El famoso pico que tanto peligro entrañaba estaba a tan sólo 300 metros de los hombres.
Sin embargo, una vez que el equipo ya estaba instalado, los sherpas comenzaron a mostrarse inquietos. El cielo empezó a oscurecerse y las nubes se volvieron cada vez más negras. El aire helado se mezclaba con la humedad y los hombres más expertos lo tuvieron claro: se acercaba una gran ventisca.
Sin mucho tiempo que pensar, el capitán Kohli concluyó que había que retroceder y posponer la misión hasta que llegara la primavera. El capitán también ordenó que el paquete de vigilancia debía quedarse en la montaña para agilizar el descenso. El hombre ordenó que lo amarrasen a la ladera de la montaña, junto a unas rocas. El equipo entonces aseguró la antena, dos conjuntos de transceptor y el generador nuclear sobre las rocas. Luego partieron a toda prisa antes de que llegara la ventisca.
Cuando llegó la primavera el equipo regresó para recuperar el equipo nuclear y finalizar la misión dejándolo en la cima de la montaña. Ocurre que cuando llegaron a High Camp allí no había nada. Ni rastro del equipo ni del escondite donde supuestamente lo habían guardado. Las primeras pesquisas llevaron a pensar que la cornisa de piedra se habría derrumbado de la ladera de la montaña por una avalancha, donde presumiblemente se habría incrustado el generador y sus siete barras de plutonio en las profundidades del hielo de los glaciares.
La escena debía de ser tragicómica. Esa docena de aventureros habían pasado en cuestión de segundos de ser unos héroes patriotas en una de las misiones más asombrosas de aquellos tiempos, a verse en la posibilidad de ser los protagonistas de un desastre de proporciones desconocidas. Nadie podía estar seguro de lo que sería del núcleo en el interior del glaciar, aunque parecía claro que nada bueno.
Peor aún, el combustible nuclear podría llegar a caer en las manos equivocadas. ¿Se imaginan si los chinos finalmente se hacen con el sistema? La otra perspectiva alarmante no era mejor. La losa de hielo migratorio podría moler lentamente el plutonio en una pasta y acabar depositándolo en las aguas que confluyen en el Santuario, lo que irremediablemente acabaría trasladando el material radioactivo al vital río Ganges. ¿Qué ocurrió?
Que durante los años siguientes la CIA estuvo enviando decenas de escaladores con contadores Geiger junto a una flota de helicópteros equipados especialmente para peinar los campos de hielo y detectar cualquier rastro del sistema perdido. Mientras, el doctor Schaller y su equipo se dedicaron a escalar una montaña vecina y a instalar sin éxito un sistema similar de observación de explosiones y monitoreo de posibles misiles. Cuando terminaron esta misión se unieron a las labores de búsqueda para localizar el plutonio extraviado, pero no había rastro del artefacto.
Como curiosidad, el intrépido doctor logró hacer cumbre en la cima Nanda Devi. Aunque lo tenían prohibido, aprovechó en las horas previas al alba para subir sin autorización. A medida que la expedición del Himalaya llegaba a su fin, el funcionario gubernamental oficial del equipo le pidió a Schaller todas las fotos que había tomado para ayudarlo a presentar el informe de la fracasada misión.
Schaller aceptó, pero sus documentos jamás le fueron devueltos, según la CIA por motivos de seguridad. Y es que desde el mismo día en el que todos regresaron a Estados Unidos, los hombres reclutados por la CIA debieron guardar el más absoluto silencio. La misión no había existido.
Aquella aventura asombrosa en una de las grandes cimas del mundo le costó a Schaller su matrimonio. El hombre se rehízo y volvió a su profesión como médico. Y aguantó con el secreto durante varias décadas sin decirle nada a nadie. Hasta el año 2005, momento en el que el capitán Kohli publicaba su libro Spies in the Himalayas: Secret Missions and Perulous Climb y destapaba todas las aventuras que vivieron en los 60.
Entonces Schaller le pudo contar al mundo que él fue parte de aquella misión. Un plan fallido que deja una de las preguntas más perturbadoras sin responder. En el 2005 y tras el libro, un grupo de investigadores aseguraban que las muestras de agua del Santuario que desembocan en el río Ganges mostraban indicios claros y preocupantes de plutonio-239, un isótopo que, desgraciadamente para los integrantes de la misión, no ocurre naturalmente.
Quizá no ahora, pero puede que en años, decenios o siglos desde este mismo momento, nuestros futuros habitantes del planeta perciban una señal de ese generador nuclear escondido en los confines de la tierra, en la tumba helada del Nanda Devi.
Dicen que la naturaleza es sabia. Esperemos que no sea vengativa.