Ding dong. Google llama a la puerta para entrar, literalmente, hasta la cocina. El inminente lanzamiento de su Home en Estados Unidos lleva a un nuevo nivel el aparentemente eterno debate sobre la privacidad: ¿cuánta información personal estamos dispuestos a ceder para disfrutar de una herramienta que solo es útil si conoce al detalle hasta lo más íntimo de nuestras vidas?
A cambio de 129 dólares —algo más de 115 euros al cambio actual— los orgullosos compradores del altavoz podrán tener en su casa un aparato que, enchufado a la corriente, nos pondrá la música que le pidamos, dará respuesta a (casi) todas nuestras dudas y ofrecerá las indicaciones necesarias para que salgamos a tiempo hacia el trabajo sin sufrir el clásico atasco matutino. En resumen, llega como el soporte físico del inteligente Google Assistant, cuya labor, al menos en teoría, es hacer la vida de sus usuarios más fácil.
Obviamente, todo tiene un precio y no siempre es exclusivamente pecuniario. “Si lo compras, tienes que asumir que la privacidad baja un poco más“, señala el jurista especializado en nuevas tecnologías Jorge Morell. “Si esto te genera dudas a nivel privacidad, no te lo compras“. Por una parte, parece lógico: para que Google nos recomiende una ruta para el trabajo, debe saber dónde estamos y hacia qué lugar queremos ir. Además, para activarse con un simple “Ok Google”, tiene que escuchar de forma pasiva todo lo que decimos. Sin embargo, aún hay más características de Google Home que dejarán la privacidad de sus usuarios bajo mínimos.
Los futuros compradores no encontrarán estos detalles en los términos y condiciones del nuevo dispositivo. Una vez más, Google remite a la política de privacidad común al resto de sus servicios y aplicaciones. “Todo encaja con todo en el fondo. Es una pieza más del puzle“, explica Morell. Sin embargo, hay un recóndito lugar en el que el buscador muestra algunas pinceladas de hasta dónde llegará su Home para llevar a cabo sus funciones: la sección de dudas frecuentes acerca del dispositivo.
Barra libre de información para tu familia
El golpe más duro a la privacidad de los futuros usuarios de Home llega de la mano del acceso a ciertos servicios. Para que el asistente de Google sea realmente útil a través de su altavoz, la compañía recomienda autorizar su conexión al correo electrónico y al calendario. “Cuando le das acceso a eso, cualquier persona puede pedirle a tu Google Home esa información”, explica Morell. Así, no habrá secretos bajo tu propio techo: cualquier miembro de tu familia (e incluso algún invitado cotilla) puede preguntarle al altavoz cuáles son tus planes para los próximos días o qué correos tienes sin leer. Home hace que la intimidad digital sea una utopía.
Otro asalto a la privacidad de los usuarios —con su consentimiento, aunque lo habitual será darlo sin haber leído estas políticas— está asociado a esa atenta escucha a la que está obligado el altavoz de Google. Para saber cuándo decimos “Ok Google”, Home hace lo mismo que cualquier teléfono Android: si bien no graba constantemente al usuario, escucha una cantidad de segundos (que no especifica) de cuando en cuando (sin concretar tampoco la frecuencia) en busca de esa frase. Hasta ahí, salvo la falta de concreción, todo parecer lógico. Sin embargo, aún hay más: oiga o no el “Ok Google”, Home guarda esa información sonora en el propio dispositivo para eliminarla más adelante. Por desgracia, tampoco especifica cuándo la borra ni para qué la guarda.
“Esto supone que, si una madre o un padre compra este aparato y lo pone en el salón, está entregando la vida de todos los miembros de la familia a Google“, señala el también experto en derecho tecnológico Pablo Burgueño, que indica que “además de a los que viven dentro del propio espacio familiar, Google también va a poder escuchar a través de este aparato los ruidos externos y los de los vecinos“. Si hay un Home cerca de ti, aunque sea en la vivienda de al lado, es probable que Google te conozca cada vez mejor.
El propio Burgueño indica, además, que este asalto autorizado a la privacidad familiar adquiere unos tintes aún más inquietantes si alguno de estos dispositivos se cuela en las oficinas de una empresa. De hecho, ya sucede con los teléfonos móviles: “Conversaciones privadas, confidenciales, que no deben ser reveladas a terceros, van a ser escuchadas por Apple o Google en Estados Unidos, analizadas para meterlas dentro de un sistema de inteligencia artificial y, además, van a ser entregadas al Gobierno estadounidense si este lo considera necesario”, reflexiona Burgueño.
Más allá de este posible espionaje corporativo más o menos encubierto de lo último de Google y de otros asistentes como Siri o la Alexa de Amazon, el aparato va acompañado de otro golpe a la privacidad de sus usuarios que, no por obvio, es menos peligroso: para configurar el dispositivo, se le pedirá a su propietario que dé la dirección exacta de su residencia. Con todos los detalles posibles. Y, en caso de no dársela por las buenas, el propio altavoz la obtendrá por las malas, a través de la IP. Lo necesita para saber la zona horaria o dar información meteorológica concreta.
¿Y mi seguridad?
Obviamente, y tal y como subraya el abogado Sergio Carrasco, “nadie te obliga a ponerlo en tu casa”. Sin embargo, antes de tomar la decisión, hay otro aspecto relevante que debemos analizar: si estos altavoces sabrán a la perfección cuándo estamos en casa, cualquier grieta en su seguridad pondrá en bandeja de plata a los delincuentes el acceso a tu domicilio.
“Igual que pasa con las cámaras de seguridad, podría suceder que cualquier persona acceda y lo active de forma remota“, recuerda Carrasco. Además, hace hincapié en una leve incoherencia que llega junto a Home y el resto de asistentes: “Todo el mundo se está concienciando de poner la pegatina encima de la webcam, pero ahora pondrán un dispositivo en casa que, en caso de acceder remotamente, podría indicar quién está en casa y quién no“.
Así, la línea que separa nuestra privacidad de lo que deben saber las compañías tecnológicas se hace aún más fina y, de paso, pone una vez más sobre la mesa el necesario cambio de los términos y condiciones que aceptamos casi por obligación, generalmente sin leer. “Este tipo de términos y condiciones en relación con la protección de datos tiene que ser breve, conciso y muy claro, que sea muy muy fácil de entender”, recuerda Burgueño. Sin embargo, a día de hoy, eso no es más que una utopía.
En cuanto a la defensa de nuestra propia privacidad, todas las fuentes consultadas parecen estar de acuerdo: “Volverá a haber problemas con la Unión Europea porque se vuelve a tratar de datos europeos que, antes o después, van a acabar en Estados Unidos“, resume Carrasco. Si bien, en realidad, la llegada de aparatos como Google Home o Amazon Echo no trae consigo algo radicalmente nuevo (los móviles ya escuchan y registran nuestra ubicación para mandarla al otro lado del Atlántico), el hecho de que entren en el ámbito más íntimo de los usuarios, sus propias casas, derriba la última frontera de nuestra privacidad.