Se abre el telón y aparece el Banco de España. ¿Cómo se llama la película? El supervisor ciego. Porque si aquí casi todos los ladrones han actuado con las manos libres, saqueando el país a cara descubierta, y algunas entidades financieras han hundido el barco para convertir a los remeros en náufragos y a los almirantes y oficiales en dueños de la isla, eso se ha producido en medio de la pasividad absoluta del organismo que debía controlar la marcha de nuestra economía y los movimientos de las entidades que nos llevaban al precipicio. El Banco de España no sólo es que no viese lo que se nos echaba encima, sino que negó que existiera, quiso tranquilizarnos y lanzó a los cuatro vientos el mensaje de que no iba a ocurrir nada porque el sistema era fuerte, casi invulnerable, y por lo tanto no debíamos intranquilizarnos ni tomar precauciones. Cuando las cajas fuertes se quedaron vacías y los hombres de negro de Bruselas se subieron al avión, llegaron los rescates, los desahucios, los recortes, el miedo, los expedientes de regulación de empleo, la reforma laboral que nos ha convertido en la nación europea donde más ha crecido la desigualdad y aquel vibrante discurso del gobernador en el que aseguraba que había que aceptar esas medidas por patriotismo y en que se calló que inmediatamente a continuación iba a subirse el sueldo. Lo hizo y ahí sigue. No pasó nada.
Ahora nos hemos enterado, gracias a un trabajo del periodista Carlos Segovia en el diario El Mundo, de que muchos inspectores del propio Banco de España se quejan de que sus superiores les afean que señalen y denuncien las malas prácticas de algunas de esas entidades; que les recomiendan que hagan la vista gorda ante ciertas irregularidades y, en ciertos casos, hasta los sancionan por husmear donde no deben, que es en las cocinas donde se corta el bacalao: antes de meterte en camisa de once varas, mira las iniciales que lleva bordadas en el pecho. Hay apellidos que no se tocan. Luego no digas que no estabas avisado. Mala cosa, cuando la lancha del guardacostas lleva en el mástil la bandera pirata.
El asunto es tan impresionante que no se puede creer que sea nuevo, y eso no hace más que empeorar las cosas, afilar las sospechas y llenar el aire de preguntas incómodas. ¿El Banco de España no vio, o cerró los ojos? ¿Se equivocó, o mintió? ¿No supo echarle el guante a los atracadores, o formaba parte de la banda? He puesto esas comas, que no hacen falta, para que las dos mitades de la frase se alejen y se vea lo que va de una a otra.
En España no funcionan los famosos órganos reguladores, desde la CNMV al propio Banco de España, pero según se va tirando de la manta y se le ven a los ídolos los pies de barro, lo que parecía simple ineficacia ya se interpreta de otro modo, empieza a teñirse de oscuridad. Igual es que todo esto obedece a un plan, no es algo que no haya podido o no se haya sabido evitar, sino una estrategia cuyo fin era arrasar los derechos de los ciudadanos, empequeñecer la democracia y someterlo todo al poder del dinero, al totalitarismo de guante blanco de unas élites insaciables que se reparten el pastel en un banquete en el que nosotros hacemos de camareros. Algunos, eso sí, están dispuestos a creer que afilarles el cuchillo y lamer las cucharas antes de meterlas al lavavajillas, los convierte en parte de la fiesta.
Tenemos un problema, y es que cuanto más sabemos de casi todas nuestras instituciones, más monstruos descubrimos encerrados en sus armarios y más crece la sensación inquietante de que, lejos de controlarse entre ellas, más bien se cubren las espaldas, cada una es la coartada de la anterior o su refugio, cuando no su cómplice. Nos quedan los jueces y los periodistas. Cuidémoslos, porque el día que falten ya no quedará nada. Porque del Gobierno, al menos de éste, no podemos esperar más que la siguiente mentira. ¿Se acuerdan de que a los ciudadanos no iba a costarnos un euro el rescate a los bancos? Pues eso. Y así todo. Y así nos va.
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