¿Qué pasaría si la humanidad realmente estuviera cayendo en la imbecilidad, como lo imaginó la película de 2006 Idiocracia? Durante veinte años, los científicos han observado con preocupación que las capacidades intelectuales están disminuyendo a escala global. Se ha observado una disminución en el cociente intelectual en varios países occidentales. Además, hay una explosión de casos de autismo y trastornos de conducta. Los principales implicados en este problema: Los disruptores endocrinos, estas moléculas químicas que interrumpen el funcionamiento de la tiroides, esenciales para el desarrollo cerebral del feto. Presentes en pesticidas, cosméticos, espumas de sofá o plásticos, estas partículas han invadido nuestra vida cotidiana: nos bañamos en una verdadera sopa química. En los Estados Unidos, cada bebé nace con más de cien moléculas químicas en la sangre. Pero, ¿cómo limitar sus efectos? ¿Qué soluciones se pueden implementar para preservar los cerebros de las generaciones futuras?
Ocho años después de estudiar a varones en situación de riesgo, se revela el impacto de los disruptores endocrinos sobre la fertilidad, Sylvie Gilman y Thierry de Lestrade toman de nuevo la alarma al revelar el impacto negativo de estos contaminantes en nuestra inteligencia y la salud mental y cuenta con la participación de investigadores como Barbara Demeneix, la especialista en tiroides y bioquímica estadounidense Arlene Bloom, que lleva desde los años 1970 una feroz batalla contra el uso de retardantes de llama (mezclas químicas añadidas a una amplia variedad productos industriales tales como plásticos, textiles y equipos eléctricos o electrónicos para hacerlos menos inflamables). Sus estudios y otros nos alertan sobre un problema de salud pública que legisladores, bajo la influencia de los lobbies industriales, están dejando de lado.
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