Pánicos, fobias específicas, trastorno de ansiedad generalizada, ansiedad social o fobia social, bipolaridad, son algunos de los diferentes tipos de desórdenes que la ansiedad exacerbada puede llegar a provocar. Si bien los especialistas en la salud consideran que la ansiedad es una reacción natural y necesaria para la existencia humana, su exceso y tiranía pueden resultar en trastornos mentales que incapacitan a una persona al grado de resultar en un serios problemas con la vida académica, familiar, de amistad, sexual, de pareja e incluso de salud. En especial cuando los síntomas se prolongan durante más de tres semanas, tales como: problemas para dormir, incapacidad para calmar el cuerpo y la mente, sudoración y temblor tanto en manos como pies, respiraciones cortas al grado de hiperventilación, palpitaciones, sequedad de boca, náuseas, tensión muscular, mareos, miedo exagerado al futuro o a cualquier objeto…
En los últimos años ha surgido una oleada de ansiedad en diferentes poblaciones: desde niños hasta adultos mayores. Se trata de una epidemia que no sólo se propaga por diferentes tipos de funcionamiento cerebral o genético, también por un medio ambiente propenso al estrés, sedentarismo, dieta desequilibrada y una pobre psicoeducación emocional. De acuerdo con Amy Morin, psicoterapeuta especialista en adolescencia y ansiedad, una población que se encuentra actualmente azotada por la ansiedad es la de los adolescentes: “algunos de ellos son perfeccionistas que quieren superan sus metas y viven un miedo acojonante al fracaso. Otros se preocupan muchísimo acerca de lo que sus compañeros pensarán sobre ellos y eso los deja incapaces de funcionar. Algunos han pasado por circunstancias duras a lo largo de su joven vida. Pero otros tienen familias estables, padres que los apoyan y varios recursos.” Por ello, Morin considera que “el incremento de ansiedad refleja los graves cambios sociales y variaciones culturales que se han visto en el último par de décadas.” Entre ellas se encuentran:
– El uso de electrónicos como una vía de escape. El acceso inmediato, eterno y casi gratuito al mundo digital les permite a los niños escapar de emociones incómodas como aburrimiento, soledad y tristeza mientras se envuelven en videojuegos durante reuniones familiares o están inmersos en redes sociales sentados solos en sus habitaciones. Como resultado, generaciones que no pueden enfrentarse a la incomodidad: “sus gadgets electrónicos reemplazaron las oportunidad de desarrollar fortaleza mental, y ni siquiera están ganando las habilidades que necesitan para enfrentar los retos del día a día.”
– La idea de que la felicidad lo es todo en esta vida. Vivimos en una cultura inmersa en la felicidad eterna: los padres consideran que es su obligación hacer a los niños felices todo el tiempo, por lo que cuando están triste o enfadado, son los adultos quienes buscan la manera de regularlos. En consecuencia, los niños crecen creyendo que si en algún momento no sienten la felicidad, algo está mal: no hay un entendimiento de que es normal y saludable sentirse triste, frustrado, culpable, decepcionado y enfadado.
– Los padres dicen mentiras sobre las cualidades de sus hijos. Hacer comentarios como “Eres que el más inteligente de tu grupo” no ayuda a construir una buena autoestima; en su lugar, coloca al niño bajo un nivel de presión de tener que alcanzar esas etiquetas causando un miedo aterrador al fracaso o al rechazo.
– Los padres hacen todo por los adolescentes. Muchos de ellos incluso se convierten en los asistentes personales de sus hijos: trabajan para asegurarse de que tengan tutores, coaches privados y cursos caros. Incluso, les consiguen un puesto en alguna empresa. Es decir, no permiten que “sus hijos hagan las cosas por su cuenta”.
– Los niños no están aprendiendo habilidades emocionales. Al enfatizar todo el aprendizaje en el aspecto académico, existe muy poco esfuerzo para el desarrollo psicoemocional –el cual, por cierto, es indispensable para el éxito en la vida–. No es novedad entonces que cuando un joven sale de la escuela, caiga en un periodo depresivo por no saber cómo regular el estrés, tomar cuidado de sus emociones y gestionar su tiempo.
– Los padres mismos se ven como protectores en vez de guías. Existe una ligera línea entre apoyo y protector. Los padres han asumido el rol de ayudar a sus hijos a crecer con la menor cantidad de heridas físicas o emocionales posibles: la sobreprotección ha provocado que las nuevas generaciones sean muy frágiles a la hora de enfrentar las realidades de la vida.
– La crianza de la actualidad se está llevando a cabo libre de culpa o miedo. Dado que los padres enfocan sus energías en prolongar la felicidad y reducir la más mínima expresión de incomidad, los niños aprenden que las emociones incómodas –como haber hecho algo malo y recibir las consecuencias adecuadas por ello– son intolerables.
– Los niños reciben muchísimo tiempo para “jugar”. Los juegos son indispensables para el desarrollo psicomotriz y psicocognitivo de los niños, en especial aquellos que están estructurados para desarrollar habilidades como salir al parque a jugar y correr, organizar figuras en función del tamaño o forma, etcétera. Sin embargo, en los últimos años los juegos infantiles se han enfocado en no molestar a los adultos, dando lugar sólo a los videojuegos y televisión.
– Las familias de la actualidad ya no poseen una jerarquía. Es decir, ya no existe una o varias figuras con la capacidad de tomar buenas decisiones como líderes, dando como resultado la tiranía de los niños como fundamento de una familia.
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