La historia secreta de la Revolución francesa

Creado durante el Segundo Imperio francés para presentar la historia de París, los jardines, los edificios y la decoración interior del Museo Carnavalet poseen la atmósfera de una casa aún habitada, con una excepcional colección de mobiliario y objetos de arte desde la Edad Media hasta el siglo XX, además de las colecciones de pintura, escultura, mobiliario arqueológico, estampas, dibujos y fotografías que ilustran la historia de París y sus orígenes, desde las piraguas neolíticas de Bercy, del 4500 a. C., hasta la actualidad. El museo también conserva la colección más importante del mundo sobre la Revolución Francesa, con el célebre «Juramento del Juego de la Pelota» de David, los retratos de Robespierre, Danton o Marat, las piedras de la Bastilla y los recuerdos de la familia real en el Temple. Asimismo, en el Museo Carnavalet de París figura una reproducción de uno de los cuadros más famosos que se pueden admirar en su interior. Se trata de una alegoría de finales del siglo XVIII que representa los derechos del hombre y el ciudadano, rubricados en 1789. Como en otras obras del mismo estilo, el texto aparece impreso sobre una especie de Tablas de la Ley rodeado de símbolos de la época. Vemos un par de ángeles pintados en la parte superior y, en lo más alto del cuadro, presidiéndolo todo, hay un triángulo con un ojo abierto en su interior irradiando luz. Es el emblema que desde entonces se ha utilizado en todo el mundo para representar a Dios. y también el signo máximo de los Iluminados de Baviera, más conocidos como los Illuminati. Y aquí vale la pena referenciar la frase del escritor francés Jacques Bordiot: “Una revuelta puede ser espontánea, una revolución jamás lo es“.

Entre los investigadores que aseguran que los Iluminados de Baviera no sólo no desaparecieron tras la persecución y desmoronamiento de su organización en Alemania, sino que se reconstituyeron en la clandestinidad y siguieron adelante con sus planes, figura Curtís B. Dalí, que fue yerno del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt y declarado masón. Los distintos libros de historia califican la Revolución francesa como uno de los hechos fundamentales de la civilización moderna, que, entre otras cosas, sirvió para definir algunos de los criterios ideológicos que, desde entonces, han distinguido a la democracia, tales como el concepto de ciudadano, los derechos civiles, el sufragio universal, el humanismo y la libertad de pensamiento. El impacto de los hechos que condujeron a la caída de la monarquía de Luis XVI y su sustitución por una república, aboliendo el mito de que el absolutismo era invencible, fue de tal magnitud que aún hoy los franceses celebran su fiesta nacional el 14 de julio, festejando la toma de La Bastilla y cantando La Marsellesa. Luis XVI de Francia (1754 – 1793) fue rey de Francia y de Navarra entre 1774 y 1789, copríncipe de Andorra entre 1774 y 1793, y rey de los franceses entre 1789 y 1792. Su llegada al trono hizo pensar en grandes reformas del Estado, pero su falta de carácter, las intrigas de su corte y la oposición de los nobles le impidieron llevar a cabo las oportunas medidas reformistas. En cuanto a política exterior tuvo más éxito, debilitando a Gran Bretaña y manteniendo la paz en Europa. Intentó en seis ocasiones realizar reformas, estableciendo un impuesto equitativo que sustituyera a la talla heredada del feudalismo. La talla (taille en francés) es un impuesto directo y personal del Antiguo Régimen en Francia. El proceso de imposición se denomina tallación. A partir de la segunda mitad del siglo XI, la talla era cobrada por el señor feudal para sufragar los gastos de mantenimiento del señorío.

La nobleza del Parlamento de París y la corte de Versalles se negaron a tales reformas, obligando al rey tener que presentar sus propuestas ante una Asamblea de Notables y posteriormente ante los Estados Generales a fin de aprobarlas. En los Estados Generales de 1789, el llamado Tercer Estado, al que no se le concedió el voto por persona que solicitaba, se autoproclamó como Asamblea Nacional, jurando no disolverse hasta dar una Constitución a Francia. El rey cedió ante esta Asamblea Nacional, viéndose obligado más tarde a trasladarse al parisino palacio de las Tullerías. Debido a su desacuerdo con las leyes y reformas previstas, como la confiscación de bienes de la iglesia y la Constitución civil del clero, y viendo lo mermada que había quedado su autoridad, adoptó una doble actitud. En público aparentó estar de acuerdo con la Asamblea, mientras que conspiraba en privado en contra de ella, con la finalidad de eliminar a los revolucionarios del poder. El rey decidió fugarse para unirse a un ejército fiel, pero fue detenido en Varennes-en-Argonne y llevado de vuelta a París, en donde fue suspendido de sus funciones. A pesar de que hubo un movimiento republicano que exigió que el rey fuera castigado, el monarca firmó la Constitución de 1791 y fue repuesto en sus funciones. En un asalto a las Tullerías, el 20 de agosto fue arrestado por su negativa a enviar soldados a luchar contra Austria y Prusia, puesto a disposición de la Convención Nacional, en sustitución de la Asamblea Legislativa constitucional, y procesado. Finalmente fue guillotinado el 21 de enero de 1793.

En general, la imagen que la gente posee de la Revolución francesa suele estar bastante idealizada. Piensa en ella como una época llena de peligros y aventuras, pero también hermosa y heroica, que hubiera merecido la pena vivir. Hay muchos libros escritos sobre los aspectos externos y visibles de los hechos de 1789 y los años posteriores. Pero algunos hechos no suelen aparecer publicados, ya que los Illuminati se han especializado en disimular su presencia en los documentos históricos. Quienes justifican el desencadenamiento del proceso revolucionario a causa de las pésimas condiciones generales de la población francesa, y sobre todo de las sucesivas hambrunas de las clases más pobres, desconocen la influencia de los Illuminati en el fluir de los acontecimientos. Prácticamente todos los pueblos europeos han atravesado en algún momento de su historia circunstancias críticas parecidas o peores, pero nunca, hasta finales del siglo XVIII, se había producido una revolución organizada como la que padeció Francia en aquella época, ni una convulsión político-social como aquella. Tampoco parecen suficientes las razones que se han esgrimido, como el crecimiento de la burguesía, la crisis del absolutismo, o razones similares. Ni siquiera la combinación de todas estas razones. La única gran diferencia entre 1789 y otros momentos parecidos de épocas anteriores radica en la preparación concienzuda del proceso revolucionario, que fue planificada al detalle durante varios años antes de su estallido. Nada quedó al azar. Cuando saltó la primera chispa fue porque la cadena de acontecimientos que seguiría estaba perfectamente planificada en ese sentido, aunque, al final, la violencia y la brutalidad de su desarrollo hizo que sus creadores perdieran parcialmente las riendas del proceso.

Para que se produzca un proceso revolucionario con éxito es imprescindible una situación previa que fuerce a la población a exigir un cambio. En caso de que este cambio no se produce, se multiplicarán los motines y las revueltas, aunque es muy difícil que se llegue a una verdadera revolución, a no ser que existan factores muy concretos que canalicen la misma. Por un lado se necesita un clima cultural e intelectual que alimente y reconduzca las fuerzas involucradas en la revuelta, así como un selecto grupo que se encargue de organizar y movilizar a las masas, dirigiéndolas hacia los diversos objetivos, aunque ellas no se den cuenta de que alguien las está manipulando. El clima cultural que se necesitaba para la Revolución francesa se gestó en los años previos de la Ilustración y el enciclopedismo, y sus principales inspiradores fueron el filósofo Charles Luis de Secondât, barón de Montesquieu, teórico de la división de poderes y que fue iniciado en la masonería durante su estancia en Londres. Por ello, según cierta tradición masónica, puede ser considerado como el primer masón real de Francia. También estuvieron involucrados François de Salignac de la Mothe, más conocido como Fenelón, arzobispo de Cambrai, cuyo secretario y ejecutor testamentario fue Andrew M. Ramsay, uno de los artífices de la masonería moderna. La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual europeo, especialmente en Francia, Reino Unido y Alemania, que comenzó en Inglaterra con John Locke (1632 – 1704), filósofo y médico inglés, y la Revolución Gloriosa, el derrocamiento de Jacobo II de Inglaterra en 1688 por una unión de Parlamentarios y Guillermo de Orange. La Ilustración se desarrolló desde mediados del siglo XVIII, teniendo como fenómeno histórico, simbólico y problemático la Revolución francesa. En algunos países se prolongó al menos durante los primeros años del siglo XIX. Se denominó de este modo por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces y del asentamiento de la fe en el progreso. Los pensadores de la Ilustración sostenían que el conocimiento humano podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos científicos, económicos, políticos y sociales de la época. Este tipo de pensamiento se expandió en la burguesía y en una parte de la aristocracia, a través de nuevos medios de publicación y difusión, así como reuniones, realizadas en casa de gente adinerada o de aristócratas, en las que participaban intelectuales y políticos a fin de exponer y debatir acerca de ciencia, filosofía, política o literatura. A pesar de que la mujer en estos campos no ocupaba un lugar decisorio en la sociedad, algunas de ellas se involucraron en este movimiento.

El enciclopedismo fue el movimiento filosófico y pedagógico expresado a través de la L’Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, una enciclopedia francesa editada entre los años 1751 y 1772 en Francia bajo la dirección de Denis Diderot y Jean d’Alembert. En la Enciclopedia se incluían tanto textos científicos como dibujos de las nuevas máquinas. Es un libro escrito con los pensamientos de los ilustrados de Inglaterra y Francia, que más adelante provocarán tres revoluciones. El enciclopedismo fue un movimiento filosófico-cultural que se desarrolló en Francia por influencia de la Ilustración. Pretendía catalogar o compilar todo el conocimiento humano de la época a partir de nuevos principios de la Razón. La meta del enciclopedismo siempre fue la divulgación del conocimiento, la democracia del saber, proporcionando las herramientas que se necesitaban tanto en la Revolución Industrial como en el desarrollo económico. Los nuevos desarrollos técnicos, económicos y políticos, como la división de los poderes en el gobierno, debida a Montesquieu, por ejemplo, hicieron que se identificara al siglo XVIII como el Siglo de las Luces. El propio Simón Bolívar en América declaraba «Moral y luces son nuestras primeras necesidades», teniendo el término “luces” el significado general de saber, de educación, de formación integral del ser humano. El enciclopedismo se plasmó en la afamada Enciclopedia, impulsada y editada por Diderot y D’Alembert, y contribuyeron a su redacción algunas de las figuras más notables de la Ilustración, como Voltaire, Rousseau y Montesquieu. La Enciclopedia fue una obra colectiva de 28 volúmenes que empezó a publicarse en 1751, conteniendo conocimientos concernientes a ciencias, artes y oficios además de soluciones a los problemas que aquejaban a la sociedad noble y burguesa. Su objeto concreto era ilustrar a las generaciones futuras, haciéndolas más dichosas y para ello se recopiló cuantos datos le proporcionaba la filosofía y la investigación científica de la Ilustración.

Es evidente que los masones llevaron desde el principio la voz cantante en la Revolución francesa, aunque da la impresión de que había al menos dos clases de masonería actuando, los que podemos considerar masonería estándar y la infiltrada por los Illuminati. Diversas fuentes, empezando por algunos protagonistas de la época, como Marat o Rabaut Saint Étienne, denunciaron en su momento la presencia de agitadores extranjeros, sobre todo ingleses y prusianos, que dirigieron a la gente en los principales acontecimientos, como la toma de La Bastilla o el asalto al palacio de las Tullerías. En las confesiones obtenidas durante el posterior proceso a la fracción extremista aparecen, entre otros agentes, los de un prusiano llamado Koch Mayer, que fue un agente general y banquero, así como traficante de obras de arte. También aparecieron los austríacos Junius y Emmanuel Frey, y un español llamado Andrés María de Guzmán. Junius y Emmanuel Frey eran dos hermanos judíos, de Moravia, dedicados a la Banca. Junius era un conocido francmasón y ambos eran espías austríacos, que fueron utilizados por Pierre-Joseph Proli, el jefe del espionaje imperial austriaco en Francia. Los hermanos llegaron a Francia en la primavera de 1791. Desde el comienzo mostraron una gran generosidad utilizando los fondos provistos por Proli, así como emitiendo opiniones revolucionarias. Asimismo formaron parte del comité que preparaba la insurrección parisina del 9 y 10 de agosto de 1792. Andrés María de Guzmán (1752 – 1794) fue un revolucionario francés de origen español. Pertenecía a una familia de la nobleza española. Hijo de Juan de Dios de Guzmán y de Isidora Ruiz de Castro, condesa de Tilly, realizó estudios militares en la Escuela Militar de Sorèze, nacionalizándose francés en 1781. En 1789 se alistó en el ejército revolucionario, siendo coronel de caballería en 1793. Fue dirigente del Club de los Cordeliers, y pasó a ser la mano derecha de Marat. El 31 de mayo de 1793 hizo tocar a rebato las campanas de las iglesias de París, dando la señal para la revuelta contra los girondinos. Acusado de haber participado en la liquidación del grupo de los indulgentes de Danton, fue guillotinado el 5 de abril de 1794 en París.

Pero no podemos olvidar una de las figuras de mayor interés al inicio de los acontecimientos. Se trata de Felipe de Orleans, posteriormente rebautizado como Felipe Igualdad, que llegaría a ocupar el cargo de maestre del Gran Oriente de Francia. Había sido iniciado en la Gran Logia Unida de Inglaterra y, por tanto, podría haber actuado aconsejado por esta logia, rival de los Illuminati. Luis Felipe II de Orleans (1747 – 1793), fue duque de Orleans desde 1785 y era un miembro de la rama menor de la Casa de Borbón, la dinastía gobernante de Francia. Partidario de la Revolución francesa, fue conocido por los revolucionarios como Felipe Igualdad. Murió guillotinado en 1793 durante el Reinado del Terror. El Gran Oriente en Francia iba a ser el foco detrás de la manipulación y coordinación de la Revolución Francesa. Desde el punto de vista de la Hermandad de Babilonia, esta revolución del “pueblo” no tenía nada que ver con la libertad y todo que ver con su programa para el control mundial. El grito famoso de los revolucionarios franceses: “Libertad, Igualdad, Fraternidad“, es una lema masónico. Las sociedades secretas establecidas en Francia, especialmente las logias masónicas y los Illuminati de Baviera prepararon cuidadosamente el terreno en varios frentes. Por un lado tenían bajo su órbita a escritores jacobinos, como el suizo Marat, financiados directamente por el Gran Maestre francés del Gran Oriente, una poderosa sociedad masónica, el duque de Orleans, primo de Luis XVI y que luego tomaría el nombre de Philippe Egalité (Felipe Igualdad). Contaban, además, con el apoyo de muchos otros influyentes nobles. Pero también manejaban la economía y las finanzas del Rey con la ayuda de Jacques Necker (1732 – 1804),  financiero y político suizo del siglo XVIII.

Los Rothschild pocos años antes habían organizado una reunión en Frankfurt, en la que se había estudiado el desencadenamiento del proceso revolucionario. Según el historiador Alan Stang, uno de los delegados franceses que asistieron a ese encuentro fue el introductor de los Illuminati en Francia, el político, orador y escritor francés Honoré Gabriel Riquetti, más conocido como conde de Mirabeau, presidente de la Asamblea Nacional Francesa en fecha tan crítica como la de 1789, y cuyo nombre simbólico era el de Leónidas. Honoré Gabriel Riquetti (1749 – 1791), conde de Mirabeau, fue un revolucionario francés, escritor, diplomático, francmasón, periodista y político, entre otras cosas. Hijo del matrimonio entre Victor Riquetti, tercer marqués de Mirabeau y de Marie-Geneviève de Vassan, baronesa de Pierre-Buffière, su educación fue estricta y severa. Destacó por su oratoria, especialmente en el Parlamento francés, y fue reconocido por el pueblo como su orador preferido. Figura ya polémica en su tiempo, su paso por la cárcel y los numerosos escándalos que protagonizó no le impidieron ser diputado en el Parlamento y llegar a los Estados Generales como representante del Tercer Estado. El conde de Mirabeau había sido captado por los Illuminat años atrás, durante su visita a la corte prusiana de Berlín como enviado del propio Luis XVI. Gracias a su influencia, los Illuminati penetraron en la logia parisina Los Amigos Reunidos, rebautizada como Philalethes (Buscadores de la Verdad).

Entre los prohombres Illuminati, se distinguieron por su labor proselitista Camille Desmoulins, Louis de Saint-Just, Jean-Paul Marat, André Marie Chénier, y el obispo Charles Maurice de Talleyrand Périgord, de trayectoria tortuosa pero larga, puesto que siguiendo los planes de Weishaupt, el fundador de los Illuminati, reorganizó en noviembre de 1793 las iglesias en Francia, motivo por el cual fue formalmente excomulgado por el Papa. Más tarde fue el encargado de dar el visto bueno a la coronación de Napoleón Bonaparte como emperador francés y, aún después, llegó a ser ministro de Negocios Extranjeros con Luis XVIII durante la segunda Restauración. Una de las obras más célebres del conde de Mirabeau, en la que ya se esbozan algunos de los ideales revolucionarios, es su Ensayo sobre el despotismo, que había redactado durante uno de los encierros a los que le sometió su padre en su juventud, a fin de frenar sus costumbres libertinas. En público, siempre defendió la monarquía constitucional, aunque su propia ideología no podía estar más de acuerdo con los principios revolucionarios. Además de los Illuminati, se ha hablado de la influencia de la orden de los Templarios o, más bien, de sus herederos. La leyenda afirma que, cuando la cabeza de Luis XVI caía guillotinada ante la turba, una voz más alta que las otras gritó: «¡Jacques de Molay, estás vengado!». Recordemos que Jacques de Molay fue el último de los maestres templarios, ejecutado por orden del rey francés Felipe el Hermoso. Cierta tradición masónica liga a las logias con el linaje templario, cuando un puñado de caballeros templarios perseguidos logró embarcar en un buque en el norte de Francia y con destino a Escocia. Allí encontraron refugio en las hermandades de constructores, con las que se fundieron y constituyeron el llamado Rito Escocés Antiguo y Aceptado, diseñado por Andrew Michael Ramsay, preceptor del hijo de Jacobo II Estuardo de Escocia, donde encontraron cobijo algunos de los caballeros templarios que huían de la persecución a que fue sometida su orden tras ser desmantelada por el rey francés Felipe el Hermoso y el Papa Clemente V.

Entonces nació la idea de «la venganza templaria», según la cual, los templarios masones asumirían como objetivo político no sólo el derrocamiento de los herederos de Felipe el Hermoso, sino de toda la dinastía de reyes franceses. En el ritual del grado 30 del rito escocés se puede leer: «La venganza templaria se abatió sobre Clemente V no el día en que sus huesos fueron entregados al fuego por los calvinistas de Provenza, sino el día en que Lutero levantó a media Europa contra el papado en nombre de los derechos de conciencia. Y la venganza se abatió sobre Felipe el Hermoso, no el día en que sus restos fueron arrojados entre los desechos de Saint Denis por una plebe delirante ni tampoco el día en que su último descendiente revestido del poder absoluto salió del Temple, convertido en prisión del Estado para subir al patíbulo (en referencia a Luis XVI), sino el día en que la Asamblea Constituyente francesa proclamó frente a los tronos, los derechos del hombre y del ciudadano». En un principio, la masonería de Francia se definía como una «sociedad de pensamiento» de influencia cristiana, pero pronto renunció a este origen bajo la influencia de ideólogos ingleses, de los que heredó el racionalismo mecanicista que desembocó en las teorías de Voltaire y su círculo. También la influencia de ideólogos alemanes, de los que asumió el fuerte misticismo germano y la orientación del martinismo. François-Marie Arouet (1694 – 1778), más conocido como Voltaire, fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés, que figura como uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. En 1746 Voltaire fue elegido miembro de la Academia Francesa en la que ocupó un asiento con el simbólico número 33. La primera logia masónica había sido constituida en territorio francés en 1725 con el nombre de Santo Tomás de París y fue reconocida por la masonería de Inglaterra siete años más tarde, extendiéndose con rapidez entre la nobleza. François de Neufville de Villeroy, II duque de Villeroy (1644 – 1730), mariscal y aristócrata francés al servicio de Luis XIV durante la Guerra de Sucesión Española y amigo íntimo de Luis XV, fue uno de los primeros iniciados franceses. Y se cuenta que el mismo soberano Luís XV llegó a ingresar en la logia de Versalles junto a sus dos hermanos. Sin embargo, en 1737 fue oficialmente prohibida, ya que británicos y franceses estaban en guerra y la monarquía de París temía que el secreto de sus reuniones sirviera para tramar algún tipo de traición.

Fieles a su tradición de clandestinidad, los masones hicieron caso omiso de la prohibición y prosiguieron sus reuniones, pero con una mayor discreción, en un hotel ubicado curiosamente en el barrio de La Bastilla. Un primo del rey, Luis de Borbón, Conde de Clermont (1709 – 1771), fue un noble francés e hijo de Luis III de Borbón-Condé y de su esposa Luisa Francisca de Borbón, hija mayor sobreviviente e legitimada del rey Luis XIV de Francia y de su amante Madame de Montespan. Dirigió las fuerzas francesas en Alemania durante la Guerra de los Siete Años, en la que asumió el mando en 1758 después de que los franceses invadieran Hannover. Fue quinto Gran Maestre de la Gran Logia de Francia, una de las principales obediencias masónicas de Francia. Según algunas fuentes, el conde fue elegido en 1743 y mantuvo el cargo hasta su muerte, y fue sucedido por su primo, Luis Felipe I de Orleans, conocido como duque de Orleans. La organización masónica fue ganando peso e influencia mientras se extendía por toda Francia y crecía el debate interno sobre si centrarse en el trabajo interno o volcarse hacia la política.  Al acceder a la dirección el duque de Orleans se produjo la fractura definitiva entre el Gran Oriente de Francia y el Oriente de Francia. Los primeros apostaban por la indiferencia religiosa y la intervención activa en el ambiente politico-social del país, mientras que los segundos insistían en que los rituales masónicos se habían constituido originalmente para centrarse en el desarrollo espiritual. Poco antes del estallido revolucionario, existían al menos 629 logias en Francia, de las que sólo en París había 63. Se calcula que el número de francmasones franceses no bajaba de los 75.000. El período revolucionario comenzó con la convocatoria de los Estados Generales, representantes del clero, la nobleza y el pueblo llano. Significativamente, de los 578 miembros del Tercer Estado, al menos 477 habían sido iniciados en diferentes logias masónicas, a los que hay que sumar los 90 masones de la aristocracia y un número todavía indeterminado en el clero.

No se conoce un documento escrito en el que la masonería definiera alguna directiva concreta para gestionar directamente el proceso revolucionario, pero los números de masones involucrados son elocuentes. Todos los ideólogos del nuevo régimen, así como la totalidad de sus dirigentes políticos, sin ninguna excepción, fueron masones. Desde los teóricos e ideólogos, como el filósofo Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau, Jean le Rond D’Alembert, François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, y Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet, hasta los activistas más destacados de la Revolución, el Terror, el Directorio, e incluso el bonapartismo, como los ya citados Mirabeau, Desmoulins, Marat, así como también Maximilien Robespierre, Georges-Jacques Danton, Joseph Fouché, Emmanuel-Joseph Sieyès, y hasta el propio Napoleón Bonaparte. Es aún un misterio saber cuáles de ellos militaban también en las filas de los Illuminati y cuáles eran dirigidos por sus propios compañeros sin darse cuenta, aunque podríamos encontrar alguna pista en los boletines de los clubes jacobinos que utilizaban masivamente el icono Illuminati del Ojo que Todo lo Ve. Los ciudadanos, que ignoraban todos estos movimientos secretos, asumieron como propios de la Revolución una serie de símbolos que en realidad siempre habían pertenecido a la masonería, como el gorro frigio, los colores de la bandera republicana, azul, blanco y rojo, que eran los distintivos de los tres tipos de logias vigentes en la época, así como la escarapela tricolor, creada por Lafayette, francmasón y carbonario. La famosa divisa «Libertad, Igualdad, Fraternidad» e incluso La Marsellesa, himno compuesto por el masón Rouget de L’Isle e interpretado por vez primera en la logia de los Caballeros Francos de Estrasburgo, que se convirtió en el actual himno nacional de Francia. El mismo Felipe Igualdad, en 1793 y tras haber votado a favor de guillotinar a su primo el rey Luís XVI y a su mujer María Antonieta, quiso terminar con la práctica del secreto en la masonería porque, según sus palabras, «en una república no debe haber ningún secreto ni misterio». Quizá porque temía que, al igual que él había conspirado contra Luis XVI, alguien podía conspirar contra él. Aparentemente la masonería, como tal, desapareció del escenario poco después. Y Felipe Igualdad fue guillotinado ese mismo año, después de que su espada ceremonial fue rota en la asamblea del Gran Oriente de Francia.

La revista Humanisme, editada por la Gran Logia de Francia, decía en 1975 que «es conveniente recordar que la francmasonería está en el origen de la Revolución francesa, ya que durante los años que precedieron a la caída de la monarquía, las declaraciones de los Derechos del Hombre y la Constitución Rieron larga y minuciosamente elaboradas en las logias. Y, naturalmente, desde que fue proclamada la República francesa se adopta la divisa prestigiosa que los francmasones habían inscrito siempre en el oriente de su templo: ‘Libertad, Igualdad, Fraternidad’». Muchos historiadores han demostrado hace tiempo que a la gente no se le ocurrió tomar La Bastilla hasta que no fue incitada a ello por una serie de alborotadores profesionales. Frantz Funck-Brentano (1862 -1947), bibliotecario e historiador francés, llega a asegurar en Las leyendas y archivos de La Bastilla que esos agentes fueron contratados por los Illuminati, que movilizaron a bandas de criminales reclutados en Alemania y Suiza para fomentar los desórdenes en París en los días previos a la revolución. En todo caso, cuando la turba se presentó ante los muros de aquella auténtica fortaleza, exigió a su comandante gobernador, el marqués Bernard-René Jordan de Launay, que se rindiera y abriera las puertas. Lógicamente, Bernard de Launay se negó y la muchedumbre inició entonces el ataque, que el batallón de inválidos encargado de la custodia de la prisión rechazó con facilidad. Este batallón estaba compuesto por soldados veteranos que habían sufrido heridas de importancia en actos de guerra. El propio Bernard de Launay era cojo por esta causa. Los asaltantes comprendieron que no conseguirían nada por la fuerza y propusieron un trato, por el que prometieron respetar la vida de todos los soldados y dejarlos ir si a cambio entregaban a los presos y abandonaban pacíficamente el lugar. De esta manera se evitaría un derramamiento de sangre. Teniendo en cuenta la situación general en Francia, y sobre todo en París, así como la imposibilidad para Bernard de Launay de pedir ayuda, éste aceptó el trato. Abrió las puertas de la prisión y en ese momento la multitud irrumpió en su interior.

La multitud aplastó a los soldados, los degolló y descuartizó, y paseó después sus restos clavados en bayonetas por las calles de la capital francesa. La misma cabeza del gobernador Bernard de Launay fue clavada en una pica y llevada a Versalles para exhibirla ante las ventanas del palacio, donde la propia reina María Antonieta la contempló con horror. Según algunos historiadores, en el momento de la ocupación de La Bastilla solamente había siete reos, condenados por delitos comunes. Según otros historiadores, había un octavo preso, un libertino llamado Donatien Alphonse François, más conocido como el marqués de Sade, quien precisamente en La Bastilla escribió algunas de sus más famosas obras, como Las 120 jornadas de Sodoma y Justine. Poco después, un constructor, que se cree era masón e Illuminati, llamado Pierre-François Palloy, propuso desmantelar la prisión y construir con sus bloques una pirámide «a imitación de las construidas por los egipcios». Pierre-François Palloy (1755 – 1835), conocido como “el Patriota“, fue un maestro albañil y contratista de obras públicas, famoso por haberse establecido a sí mismo. Obtuvo el estatus de verdadero contratista responsable de coordinar el trabajo de demolición que siguió a la toma de la fortaleza de la Bastilla. Pero el proyecto fue desechado ante sus dificultades técnicas. En los meses siguientes, el gobierno revolucionario encarceló y ejecuto a muchas más personas que las que se habían encarcelado y ejecutado en el Antiguo Régimen. Pero su propaganda consagró la toma de La Bastilla como un heroico suceso popular. Uno de los sectores que había apoyado todo el proceso revolucionario desde el principio había sido el financiero. Además de los Rothschild, el historiador francés Albert Mathiez señala a Jacques Necker, director general de Finanzas y primer ministro con Luis XVI, Étienne Delessert, fundador y propietario de la Compañía Aseguradora Francesa, Nicolás Cindre, agente de cambio y Bolsa, y M. Boscary, presidente de la Caisse D’Escompte y titular de varios cargos políticos, como algunos de los más relevantes banqueros implicados.

La Royal Society inglesa era, y es, más que una agrupación de científicos. En su núcleo es una sociedad secreta creada, de hecho, para limitar la amplitud del conocimiento científico y espiritual. Es curioso ver a iniciados esotéricos detrás de una organización que niega lo esotérico. Esto es más evidente si consideramos otro grupo de iniciados esotéricos que se fusionó con la Royal Society. Se llamaban la Sociedad Lunar porque se reunían una vez al mes en una noche de la Luna llena. Entre sus miembros estaba Benjamin Franklin, un francmasón de alto nivel, así como rosacruz. También fue uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, y estuvo estrechamente vinculado a los francmasones que organizaron la Revolución francesa. Otro de los miembros de la Sociedad Lunar era Erasmus Darwin, el abuelo de Charles Darwin. Franklin era un importante miembro de redes masónicas en Francia, como las logia Nueve Hermanas y la logia de San Juan, que ayudaron a organizar y controlar la Revolución francesa en 1789. Asimismo era un iniciado de la muy exclusiva logia Real de Comandantes del Templo Oeste de Carcassonne, así como miembro del club satánico Hellfire (Fuego del Infierno) junto con su amigo y Ministro de Hacienda británico, Sir Francis Dashwood, que estuvo vinculado a diversos grupos esotéricos, incluyendo el Druid Universal Bond. El Gran Maestre de la masonería inglesa era el primo de la Reina, el Duque de Kent. Pero también había una conexión francesa. Londres y París siempre han sido centros de operaciones importantes de la masonería. Muchas veces las logias francesas e inglesas han luchado por la supremacía, pero todavía son, al final, dos lados de la misma moneda. La Revolución francesa de 1789, significativamente el mismo año en que George Washington se convirtió en el primer presidente de los Estados Unidos, fue organizada por los francmasones y los IIluminati bávaros.

Después de que los revolucionarios ejecutaron a la reina María Antonieta, su hijo, el príncipe Luis Carlos, todavía un bebé, fue puesto bajo arresto domiciliario en el Templo de París. Pocas figuras históricas han tenido una existencia tan enigmática como la del que hubiese sido Luis XVII de Francia, el hijo pequeño del rey Luis XVI y de María Antonieta. Después de que sus progenitores fueran ejecutados en la guillotina durante la Revolución francesa, la suerte del benjamín de la familia y delfín de Francia continúa a día de hoy siendo una incógnita para los historiadores. No se sabe si murió de tuberculosis mientras se encontraba en cautividad o logró escapar al exilio. El príncipe Luis Carlos nació en el Palacio de Versalles el 27 de marzo de 1785, siendo el tercer hijo del rey Luis XVI y de la reina María Antonieta, después de María Teresa Carlota y de Luis José. Como era habitual en los hijos de reyes de la época, la educación del pequeño príncipe fue asignada a institutrices elegidas por la Reina. Se eligieron a la Duquesa de Polignac, la Marquesa de Tourzel y, sobre todo, Agathe de Rambaud, quien fue para Luis Carlos una suerte de segunda madre. Pero la tranquila infancia del príncipe se vio alterada en junio de 1789, cuando su hermano mayor y heredero al trono, Luis José, fallece de tuberculosis tras años de haber padecido severas fiebres. Desde ese momento el pequeño Luis Carlos se convirtió pues en delfín de Francia. La vida del príncipe Luis Carlos, como la de toda su familia, estuvo marcada por el estallido de la Revolución francesa en 1789. En octubre de ese año la Familia Real francesa fue obligada a abandonar su residencia en el lujoso Palacio de Versalles para ser enviada bajo arresto domiciliario al Palacio de las Tullerías de París, donde los Reyes y sus hijos pasaron tres años de reclusión y no poca incertidumbre por el futuro de la institución monárquica y sus propias vidas. Tal es la angustia de Luís XVI y los suyos, que en junio de 1791 la Familia Real intenta, en vano, escapar del internamiento. Este huida fallida, conocida como la Fuga de Varennes, solo sirvió para enardecer los ánimos de los revolucionarios, que reclamaron tomar medidas extremas contra el Rey.

Finalmente, el 10 de agosto de 1792, el Palacio de las Tullerías es asaltado por un gentío exaltado y armado. La Familia Real, que en primera instancia busca refugio en el edificio de la Asamblea Legislativa, es finalmente detenida y enviada a la Torre del Temple. Los acontecimientos se precipitan. El rey Luis XVI es ejecutado en la guillotina el 21 de enero de 1793, mientras que María Antonieta correría la misma suerte en octubre de ese mismo año. Entonces el príncipe Luis Carlos se convierte, a ojos de los monárquicos, en el rey Luis XVII de Francia bajo la regencia de su tío, el conde de Provenza. El joven rey vive meses de auténticas calamidades en la prisión donde se encuentra confinado, mientras los monárquicos franceses diseñan planes para liberarle. Finalmente en 1794, desnutrido y encerrado en una celda sin luz, el rey cae enfermo. En junio de 1795 el rey Luis XVII muere en prisión a la edad de 10 años, oficialmente de escrófula. Nunca se le realizó la autopsia y su cuerpo fue enterrado en una fosa común. Hasta aquí la historia oficial. Sin embargo, poco después del presunto fallecimiento del pequeño rey, el pueblo francés comenzó a especular sobre el posible asesinato del rey, a manos de los revolucionarios más radicales y, más tarde, sobre la eventualidad de que el rey hubiera conseguido evadirse de la prisión y huir al exilio. En 1814 un historiador monárquico afirmó que el rey había sobrevivido, si bien no reveló su paradero. En 1846 la fosa común donde los restos del rey habrían sido sepultados fue exhumada. Tan solo un cuerpo de los allí enterrados mostraba evidencias de haber sido víctima de la tuberculosis, si bien su edad era claramente mayor de diez años y no coincidía con la del rey Luis XVII. Si, en efecto, el rey seguía vivo, ¿cuál sería su identidad actual y dónde se encontraría? A lo largo de los años esta pregunta se la plantearon en los círculos monárquicos franceses e internacionales. Una serie de nombres aparecieron en la prensa, no pocas veces rodeados de historias rocambolescas, detrás de los cuales se escondería supuestamente el rey Luis XVII.

Además de diversos pretendientes extravagantes, el candidato más verosímil durante un tiempo fue el relojero alemán Karl Wilhelm Naundorff, quien no solo presentó una serie de documentos presuntamente originales pertenecientes a la Familia Real francesa, sino que consiguió que una de las nodrizas del Rey aseverara que Naundorff era el monarca desaparecido. El relojero, que comenzó a hacerse llamar Luis Carlos, vivió el resto de su vida como un aristócrata en los Países Bajos, en donde se le permitió incluso usar el apellido Borbón. Sin embargo, en el siglo XX, tras realizarse un examen del ADN de un hueso de la pierna de Naundorff, quien había fallecido en 1845, se demostró que era un farsante. A principios del siglo XXI, el misterio pareció haber sido resuelto. El historiador francés Philippe Delorme realizó un estudio genético en que comparaba un cabello de la reina María Antonieta con los restos encontrados de la fosa común en la que, presuntamente, el pequeño Rey habría sido enterrado. El resultado del análisis reveló que entre los huesos de la tumba se encontraría el cadáver de un familiar de la Reina. Sin embargo, los científicos no pudieron determinar que los restos fueran los del hijo Luís Carlos, dejando por tanto la duda de si en efecto se trataba de Luis Carlos o de algún pariente de María Antonieta enterrado en la fosa común. En definitiva, el misterio del rey Luis XVII sigue sin ser resuelto de una forma categórica. Pero hay otra historia que dice que dos años después el pequeño Luís Carlos fue pasado de contrabando, en un cesto de la ropa sucia, por el doctor Naudin. Se dice que el sobrino retrasado del Marqués de Jarjayes que murió en 1795, fue sustituido por Luís Carlos. El príncipe habría sido llevado en secreto al Palacio de Vendee y habría recibido asilo del príncipe de Condé. Habría sido trasladado después a una fortaleza sobre el río Rin donde vivió bajo el nombre de Barón de Richemont. Luego habría llegado a Inglaterra en febrero de 1804 con el que fue encargado de la nómina real de Francia, George Payseur, y fue protegido por el Rey Jorge III, el monarca en la época de la Guerra de Independencia estadounidense. El Príncipe cambió su nombre a Daniel Payseur, mientras que George Payseur se convertiría en George Bayshore. El Rey Jorge III regaló una embarcación al príncipe, ahora Daniel Payseur, y otorgó 600 acres de tierra a George Bayshore en Carolina del Norte. Cuando llegaron a América recibieron ayuda de la familia Boddie, que estaba relacionada con la monarquía británica.

Los Rothschild estaban involucrados en la Liga Tugenbund, que se formó en 1786 como una sociedad con ritos sexuales. Todos los miembros de la sociedad, incluidas sus esposas e hijas, se habrían reunido en la casa de una mujer llamada Henrietta Herz y habrían tomado parte en rituales sexuales. Entre ellas estaban dos hijas de Moisés Mendelssohn, un agente de los Rothschild que estuvo involucrado en la organización de Revolución francesa. Asimismo, también participaron el Marqués de Mirabeau, un masón también involucrado en la revolución, y Frederick von Gentz, que se convertiría en un agente Rothschild muy influyente. Al conde Alessandro di Cagliostro (1743 –1795), médico, alquimista, ocultista, rosacruz y alto masón italiano, se le atribuye una participación ideológica en la preparación de la Revolución francesa. También se sabe que el conde de Saint-Germain, enigmático personaje, conocido por ser una figura recurrente en varias historias de temática ocultista. entre 1752 y 1762 participó de intrigas diplomáticas, siendo consejero y hasta espía de Luis XV. Ambos, Cagilostro y Saint Germain, pertenecían a logias secretas esotéricas. De ellos se dice que, si bien aparentemente parecían responder a los intereses de algún rey o príncipe, en verdad no actuaban para nadie terrenal y respondían a potencias invisibles, quienes deseaban el desarrollo de una política de revoluciones en Europa que debilitara el poder de las monarquías, permitiendo el surgimiento de ideas renovadoras. Se dice que Saint Germain era un maestro ascendido. Sin embargo, las supuestas apariciones de San Germain después de su muerte no acabaron en 1785. La condesa d’Adhemar, una miembro de la corte francesa que escribió sus memorias, poco antes su muerte en 1822, alegó haber visto a Saint Germain varias veces después de su supuesta muerte, normalmente durante tiempos de revoluciones. Ella afirmó que Saint Germain había enviado advertencias a Luis XVI y Maria Antonieta justo antes de que estallara la Revolución francesa, que ocurrió en 1789.

Charles Gravier, conde de Vergennes, fue un político y diplomático francés que ostentó el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores de su país durante el reinado de Luis XVI. Su política se guiaba por la convicción de que el poder de Gran Bretaña y el Imperio Ruso estaba creciendo demasiado y había que combatirlos. Su rivalidad con los ingleses y su deseo de vengar los desastres de la Guerra de los Siete Años, un conflicto que se desarrolló entre 1756 y 1763, enfrentando a Gran Bretaña y Prusia contra una coalición entre Francia, Austria y sus aliados, lo llevó a respaldar la independencia de las colonias americanas en la Guerra de Independencia americana. Gravier buscó, por medio de negociaciones, asegurar la neutralidad de los Estados del Norte de Europa, sobre todo con Catalina II de Rusia. Al mismo tiempo pactó el apoyo con Pierre de Beaumarchais para el envío oculto de tropas francesas y de armas a los rebeldes americanos. En 1777, el secretario de las Trece colonias americanas informó de que Francia había reconocido a los Estados Unidos y deseaba estrechar una alianza con el nuevo Estado. Gravier, además, animó a Luis XVI a financiar viajes a Indochina, que sirvieron para crear la Indochina francesa en el siglo siguiente. En cuanto a política interna, Gravier fue conservador, participando en las intrigas para eliminar a Jacques Necker, ya que lo consideraba un peligroso innovador, un republicano, protestante y extranjero. En 1781 se convirtió en jefe del concilio del Ministerio de Hacienda y en 1783, respaldó el nombramiento de Charles Alexandre de Calonne como Controlador General de las Finanzas. Gravier murió justo antes de la Asamblea de los Notables de 1787, reunión que él mismo había recomendado al rey. Lo curioso del caso es que Gravier también era francmasón. Él apoyaba a algunos de los francmasones franceses, tales como Voltaire, quien estaba creando el ferviente clima intelectual que conduciría a la revolución francesa. La revolución francesa derribó al rey de Gravier, Luis XVI, una década después de su muerte. Es sorprendente que mientras Gravier estaba vivo, se opuso a todas las reformas en profundidad de la sociedad francesa. En consecuencia, él ayudó a crear el descontento popular que tuvo mucho que ver con el éxito de la Revolución Francesa.

Durante la primera Revolución Francesa el líder rebelde clave fue el Duque de Orleans, quien fue Gran Maestre de la masonería francesa antes de su renuncia en el momento álgido de la Revolución. El marqués de La Fayette, el hombre que había sido iniciado en la fraternidad masónica por George Washington, también jugó un papel importante en la causa revolucionaria francesa. El Club Jacobino, el cual era el núcleo radical del movimiento revolucionario francés, fue fundado por prominentes francmasones. La Revolución Francesa, de manera similar a muchos de los acontecimientos actuales, contaba con diversos grupos en pugna, intereses económicos y financieros contrapuestos, actos de terrorismo, etc. Los historiadores no se ponen de acuerdo acerca de la influencia de las sociedades secretas, íntimamente conectadas con la banca, ni sobre la influencia de los políticos y empresarios británicos en la Revolución Francesa de 1789. Sin embargo, no se tiene documentación sobre la existencia y actividades políticas de las sociedades secretas en la Francia del siglo XVIII. Parece que ni Luis XV ni Luis XVI fueron miembros de logias masónicas ni de sociedades secretas. Se sabe que la masonería había recibido un gran impulso en 1717 con su refundación en Inglaterra. El monarca inglés es considerado como la verdadera cabeza de la estructura piramidal masónica a partir de esta fecha. Por otro lado, en 1776 se fundó la orden de los Illuminati de Baviera con el soporte de algunos de los banqueros, empresarios y nobles más poderosos del mundo de aquella época. Esos sucesos fueron clave para la proliferación de sociedades secretas en Francia durante el siglo XVIII. Hacia el año 1700 prácticamente no existían sociedades secretas en ese país. Sin embargo, en poco más de 80 años llegarían a ser más de 1000, con unos 40.000 miembros, entre los que se encontraban pequeños empresarios y nobles, descontentos con el orden económico-social imperante en Francia. Las condiciones de la economía francesa empeoraron entre 1775 y 1789, ya que Francia había ayudado financiera y militarmente a las colonias norteamericanas para que se independizaran de Gran Bretaña, pero no obtuvo a cambio prácticamente nada, más allá de deudas. La situación empeoró con la firma de dos tratados en 1783 y 1787, mediante los cuales Estados Unidos se comprometía a debilitar sus barreras aduaneras y comenzar una nueva era de libre comercio con Gran Bretaña. En pocos meses la actividad industrial y agropecuaria francesa colapsó debido a la falta de competitividad de sus productos con respecto a los productos ingleses y los importados de las colonias británicas.

Francia se vio envuelta en un abultado déficit externo de cuenta corriente que implicaba, además, que el oro y la plata en circulación se transferían a Londres a cambio de bienes de consumo. La recesión acaecida a raíz de los tratados comerciales, además de la propia escasez de moneda, agravaba aún más la situación económica francesa. La producción francesa, tanto agropecuaria como la de su industria, quedó arruinada. Los ingleses deseaban establecer en Francia una monarquía parlamentaria a su propio estilo, con una cámara alta ocupada por miembros de sociedades secretas, que podría haber dado a Inglaterra un gran poder sobre Francia. Las sociedades secretas establecidas en Francia, especialmente las logias masónicas y los Illuminati de Baviera prepararon entonces cuidadosamente el terreno en varios frentes. Por un lado tenían bajo su órbita a escritores jacobinos, como el suizo Marat, financiados directamente por el Gran Maestre francés del Gran Oriente, una poderosa sociedad masónica, y al duque de Orleans, primo de Luis XVI, conocido como Felipe Igualdad. Contaban, además, con el apoyo de muchos otros influyentes nobles. Pero también manejaban la economía y las finanzas del Rey con la ayuda de Jacques Necker (1732 – 1804), financiero y político suizo del siglo XVIII. Necker fue en tres ocasiones encargado de las finanzas de la monarquía francesa por el rey Luis XVI: en 1776, 1788 y 1789. Necker era acreedor de la corona francesa y fue precisamente por este hecho que fue nombrado en el cargo. Entre la ayuda a las colonias norteamericanas en su guerra por la independencia, las exenciones impositivas a la nobleza y al clero, y la situación recesiva que vivía Francia, Luis XVI necesitaba ganarse la confianza de los acreedores para mantener su inestable equilibrio. Y por esta razón no tuvo más remedio que poner a Necker a cuidar de las finanzas. Necker recurrió a la fácil solución de endeudar exponencialmente a Francia y maquillar las cuentas públicas para que los préstamos siguieran aflorando, de modo que la corte pudiera mantener su nivel de gasto.

Necker aconsejó a Luis XVI la llamada a los Estados Generales, una especie de asamblea conformada por los nobles, el clero y la burguesía. Fue él también quien planteó que la burguesía contara con la mitad de los votos. Su aspiración secreta era provocar un estado de cosas para que Francia adoptara el sistema político inglés, o sea una oligarquía financiera y terrateniente bajo la apariencia de una monarquía constitucional. Sin embargo, los Estados Generales se mostraron hostiles a Necker, aunque no al Rey. Se declararon en asamblea soberana y decidieron instituir un régimen político en que la idea era aplicar una monarquía constitucional mucho más democrática que la inglesa, sin Cámara de los Lores. Pero la idea no cayó bien en Inglaterra ni entre las sociedades secretas instaladas en Francia. En julio de 1789 Luis XVI expulsó del país a Necker y consideró la posibilidad de aliarse con los Estados Generales. En ese momento la oligarquía financiera inglesa y las sociedades secretas estuvieron a punto de perder todo el poder en Francia. Y fue entonces cuando se planteó un acto revolucionario en París para revertir esta peligrosa situación para los intereses financieros ingleses. Por un lado las sociedades secretas y los banqueros manipularon a las masas descontentas por medio de la prensa francesa, comprada por los intereses británicos. El objetivo era que se manifestara de manera violenta, argumentando de que la expulsión de Necker iba a representar graves consecuencias para Francia. Así nació la idea de llevar a cabo un ataque a la Bastilla, que era una cárcel en la que prácticamente no había presidiarios. Al mismo tiempo, gracias a la presencia en París de tropas suizas, que eran favorables a los intereses británicos, ordenaron al jefe militar de la Bastilla que abriera fuego contra el pueblo. Estos factores combinados motivaron la muy sangrienta revuelta conocida como la Toma de la Bastilla, que realmente fue un proceso contrarrevolucionario manejado por Inglaterra, los banqueros y las sociedades secretas, con el objetivo de enfrentar a Luis XVI con la Asamblea Nacional. Agotado el periodo de la Convención, los hombres de negocios ocuparon la práctica totalidad de los puestos de importancia en la Administración republicana.

La Revolución francesa degeneró finalmente en uno de los momentos más dramáticos de la historia de Francia debido a la implantación de una dictadura impuesta por el Terror jacobino, consagrada en el decreto del 14 de diciembre de 1793, que suspendía la Constitución, la división de poderes y los derechos individuales. Esta fecha corresponde al calendario republicano francés, que fue un calendario propuesto durante la Revolución francesa y adoptado por la Convención Nacional, que lo empleó entre 1792 y 1806. El diseño intentaba adaptar el calendario al sistema decimal y eliminar del mismo las referencias religiosas. El año comenzaba el 22 de septiembre, coincidiendo con el equinoccio de otoño en el hemisferio norte. Aquel decreto, sumado a la creación de un tribunal revolucionario sumarísimo, llevó al primer ensayo de régimen totalitario en la Europa moderna. Pese a presumir de anticlerical y antimonárquico, lo que incluía la persecución de la nobleza, algo contrario al ideal de igualdad, se calcula que el número de víctimas mortales durante este período no bajó de las 40.000 y, de ellas, un 70 % fueron trabajadores y otro 14 %, gentes de clase media. Sólo el 8 % de las víctimas fueron de origen noble y otro 6 % pertenecía al clero. Buen ejemplo del tratamiento que los líderes revolucionarios dieron a las mismas masas que los encumbraron fueron las matanzas de La Vendée, una rebelión que llegó a convertirse en una verdadera guerra civil y que enfrentó a los partidarios de la Revolución francesa y a los contrarrevolucionarios, donde la Convención se propuso «exterminar a los bandoleros para purgar completamente el suelo de la libertad de esa raza maldita». La palabra bandoleros era un eufemismo para referirse a toda la población.

Al principio los habitantes de La Vendée habían apoyado el levantamiento, creyendo en las promesas de prosperidad que traería la caída de la monarquía. Sin embargo, la sucesión de desatinos que se sucedieron después del triunfo del régimen republicano, acabó por provocar una insurrección de los pobladores de la región. La Convención no se podía permitir ninguna revuelta que pusiera en peligro el futuro del inestable régimen, así que envió al ejército a la zona. La brutal represión y las consiguientes matanzas de hombres, mujeres y niños se extendieron bastante tiempo después de que la rebelión fuera formalmente aplastada, como demuestra la masacre de Nantes, en la que centenares de personas fueron ahogadas después de ser amarradas a embarcaciones, que posteriormente hundieron. Al final la Revolución francesa acabó devorando a sus propios hijos y el ideal de fraternidad estalló cuando empezaron a sucederse las traiciones entre sus dirigentes. Jacques-René Hébert, político, revolucionario y periodista francés, por ejemplo, fue guillotinado con el visto bueno de Danton, pero éste subió al patíbulo poco más tarde empujado por Saint Just y Robespierre, quien, según algunos investigadores, había sido designado por Adam Weishaupt, el fundador de los Illuminati, para conducir la revolución. Pero las cabezas de éstos también rodarían en la denominada Reacción de Termidor, que desembocó en el Directorio, constituido por masones como Joseph Fouché o Paul François Jean Nicolas, vizconde de Barras. Este último también aparece, según varias fuentes, como miembro de los Illuminati. Fue el encargado de elegir a Bonaparte para dirigir el ejército francés, pese a su juventud. Reacción de Termidor o Convención Termidoriana son los nombres que recibe el periodo de la Revolución francesa que se inicia el 28 de julio de 1794, tras la caída de Robespierre, y termina el 26 de octubre de 1795, fecha en la que la Constitución del Año III establece el Directorio. El nombre de “termidor” procede de uno de los meses de verano en el calendario republicano y hace referencia al 9 de termidor del año II (27 de julio de 1794), fecha en la que, con la caída de Robespierre, se puso fin al período de la República Francesa de dominio de los jacobinos, dando paso al dominio de los republicanos conservadores, llamados precisamente termidorianos.

Después llegó el golpe de Estado del 18 Brumario, en el que la figura más visible y el gran protagonista fue Napoleón, en aquellos momentos un héroe popular tras sus victorias contra los enemigos europeos de la Revolución francesa. El golpe de Estado del 18 de brumario del Año VIII en Francia hace referencia al golpe de Estado dado en esa fecha del calendario republicano francés, correspondiente al 9 de noviembre de 1799, como dice el calendario gregoriano, que acabó con el Directorio, última forma de gobierno de la Revolución francesa, e inició el Consulado con Napoleón Bonaparte como líder. Napoleón había ingresado durante su campaña de Italia en la logia Hermes de rito egipcio, aunque según otros autores ya había sido iniciado en una logia marsellesa de rito escocés cuando era solo un teniente del ejército. Durante su mandato, siempre se rodeó de masones, algunos de ellos en contacto directo con los Illuminati. Su propio hermano José, al que impuso como rey de España, donde recibió el apelativo popular de Pepe Botella, llegó a ser Gran Maestre. José I Bonaparte, también conocido como Pepe Botella, fue un político, diplomático y abogado francés, hermano mayor de Napoleón Bonaparte. Asimismo fue diputado por Córcega en el Consejo de los Quinientos y secretario del mismo. Luego estuvo nuevamente en el Cuerpo Legislativo y fue ministro plenipotenciario y miembro del Consejo de Estado. Fue Príncipe y Gran Elector del Primer Imperio Francés, rey de Nápoles con el nombre de José I, y rey de España entre el 6 de junio de 1808 y el 11 de diciembre de 1813 con el nombre de José I, además de teniente general del Imperio francés. El Consejo de los Quinientos fue la Cámara baja legislativa francesa del Directorio, que junto con el Consejo de Ancianos (Cámara alta) fue instituida por la Constitución del año III de la Revolución francesa. Esta Constitución había sido adoptada por la Convención Termidoriana en agosto de 1795 y puesta en vigor el 23 de septiembre del mismo año. En ella se establecía un sistema legislativo bicameral en Francia.

Tras el golpe de Estado del 18 de Brumario que puso fin al Directorio, el Consejo de los Quinientos fue disuelto por Napoleón Bonaparte. En España, la proclamación de José I Bonaparte como monarca fue precipitada por el incremento de la violencia que siguió al episodio del Levantamiento del 2 de mayo y culminó un periodo de convulsiones e intrigas políticas, debidas a una estrategia del emperador francés Napoleón I para obtener la abdicación del trono de la dinastía reinante de Carlos IV de España, también llamado «el Cazador», fue rey de España desde el 14 de diciembre de 1788 hasta el 19 de marzo de 1808. Accedió al trono poco antes del estallido de la Revolución francesa, y su falta de carácter hizo que delegase el gobierno de su reinado en manos de su esposa María Luisa de Parma y de su valido, Manuel Godoy, de quien se decía que era amante de la Reina, circunstancia aceptada como cierta por diversos historiadores. Estos acontecimientos frustraron las expectativas con las que inició su reinado. El empeoramiento de la economía y el desbarajuste de la administración revelan los límites del reformismo, mientras que la Revolución francesa pone encima de la mesa una alternativa al Antiguo Régimen. La llegada al poder de Napoleón en 1799 y su proclamación como Emperador en 1804 alteró las relaciones internacionales y se renovó la alianza con Francia. Napoleón necesitaba, en su lucha contra los británicos, contar con la colaboración de España, sobre todo de su escuadra. Por ello, presionó a Carlos IV para que restituyera su confianza en Godoy. Éste asumió de nuevo el poder en 1800 y firmó el Convenio de Aranjuez de 1801 por el que ponía a disposición de Napoleón la escuadra española, lo que implicaba de nuevo la guerra contra Gran Bretaña. Godoy declaró en 1801 la guerra a Portugal, principal aliado británico en el continente, antes de que lo hiciera Francia. Este conflicto, conocido como la Guerra de las Naranjas, significó la ocupación de Olivenza por España, que además obtuvo el compromiso de Portugal de impedir el atraque de buques británicos en sus puertos.

En 1805, la derrota de la escuadra franco-española en la batalla de Trafalgar por la Armada británica modificó la situación radicalmente. Frente a la hegemonía de Gran Bretaña en los mares, Napoleón recurrió al bloqueo continental, medida a la que se sumó España. En 1807 se firmó el Tratado de Fontainebleau que estableció el reparto de Portugal entre Francia, España y el propio Godoy, y el derecho de paso por España de las tropas francesas encargadas de su ocupación. Con tal sucesión de guerras se agravó enormemente la crisis de la Hacienda; y los ministros de Carlos IV se mostraron incapaces de solucionarla, pues el temor a la revolución les impedía introducir las necesarias reformas, que hubieran lesionado los intereses de los estamentos privilegiados, alterando el orden tradicional. La presencia de soldados franceses en territorio español aumentó la oposición hacia Godoy, que estaba enfrentado con los sectores más tradicionales por su política reformista y su entreguista hacia Napoleón. A finales de 1807 se produjo la Conjura de El Escorial, conspiración encabezada por Fernando, Príncipe de Asturias e hijo de Carlos IV, que pretendía la sustitución de Godoy y el destronamiento de su propio padre. Pero, frustrado el intento, el propio Fernando delató a sus colaboradores. En marzo de 1808, ante la evidencia de la ocupación francesa, Godoy aconsejó a los reyes que abandonaran España. Pero se produjo el Motín de Aranjuez, levantamiento popular contra los reyes, aprovechando su presencia en el palacio de Aranjuez. Godoy fue hecho preso por los amotinados y Carlos IV, ante el cariz de los acontecimientos, abdicó en su hijo Fernando VII. Napoleón, receloso ante el cambio de monarca, convocó a la familia real española a un encuentro en la localidad francesa de Bayona.

Fernando VII, bajo la presión del Emperador francés y de sus padres, devolvió la Corona a Carlos IV el día 6 de mayo, sin saber que el día antes Carlos IV había pactado la cesión de sus derechos a la corona en favor de Napoleón, quien finalmente designó como nuevo rey de España a su hermano José. Con las anteriores medidas, Napoleón se aseguraba la influencia y primacía del Primer Imperio Francés e incrementaba la dependencia española en relación a los intereses políticos, económicos y militares bonapartistas, en detrimento de sus enemigos, principalmente Portugal y Gran Bretaña. Sin embargo, lejos de obtener una legitimación ante la mayoría de la opinión pública y de frenar la dinámica de enfrentamiento armado, esta proclamación fue rechazada por los órganos de poder autóctonos españoles, como el Consejo de Castilla y la Junta Suprema Central, así como, más adelante, por las Cortes reunidas en Cádiz, decidiendo la generalización del conflicto de la llamada Guerra de la Independencia Española. En este contexto, el gobierno de José I Bonaparte, que debía distinguirse por su carácter reformista surgido de la Carta de Bayona, solo pudo ejercerse en las áreas bajo el control militar del Ejército imperial, y aunque la mayor parte de sus acciones no pudieron concretarse ante el continuo hostigamiento o fueron derogadas durante el reinado de Fernando VII de España, otras perduraron, como las mejoras de urbanismo en varias ciudades. La Constitución de Bayona, también llamada Carta de Bayona o Estatuto de Bayona, y denominada oficialmente en francés Acte Constitutionnel de l’Espagne, fue una carta otorgada promulgada en la ciudad francesa de Bayona el 7 de julio de 1808 por José Bonaparte como rey de España e inspirada en el modelo de estado constitucional bonapartista. José I Bonaparte fundó la Gran Logia Nacional de España y fue Gran Maestro del Gran Oriente de Francia y del Gran Oriente de Italia. Asimismo fue distinguido con la Gran Águila de la Legión de Honor. En España fue apodado despectivamente como Pepe Botella o Pepe Plazuelas.

En una fecha tan simbólica como la Nochebuena del 1799, Napoleón impulsó la nueva Constitución, que estableció el Consulado y permitió que una paz relativa se fuera instalando en el interior del país. A cambio, utilizó las energías bélicas aún latentes para su propio beneficio, construyendo el ejército más poderoso de su época y lanzándolo a la conquista de Europa. Al principio, el emperador sumó una victoria tras otra, aunque no todas ellas fueron de índole militar. En 1810, por ejemplo, confiscó uno de los tesoros documentales más preciados para una organización como la de los Illuminati, los Archivos Vaticanos, que fueron trasladados a París. Se habla de varios miles de valijas con documentación de todo tipo. La mayor parte fue devuelta tiempo después, pero no toda y no se sabe si el resto de la información relevante fue copiada. El Archivo Secreto Vaticano cuenta con una documentación importante, más de 150.000 ejemplares repartidos en unos pasillos que llegan a abarcar en más de 85 kilómetros. Esta documentación puede llegar a tener alrededor de ochocientos años de historia y se tiene acceso sólo con previa autorización del Vaticano. Los documentos que incluyen textos de los primeros cristianos fueron trasladados al Vaticano en 1783 hasta que se trasladaron a París en 1810 por órdenes del emperador Napoleón, perdiéndose varios documentos de la biblioteca en su regreso al Vaticano. Entre los documentos figurarían los que tratan sobre cómo se fundó realmente el Cristianismo y quiénes fueron sus primeros seguidores. Asimismo, se supone que hay los escritos del Papa Clemente V, que registraron el último juicio a la Orden del Temple, mejor conocida como Caballeros Templarios, que también tratarían sobre las razones por la que quienes fueron considerados como modelo en las cruzadas fueron posteriormente ejecutados y desaparecieron oficialmente alrededor del año de 1310. Muchos son los mitos y leyendas que rodean a la biblioteca, dando origen a rumores que no se han podido comprobar hasta el día de hoy, ya que según el mismo Vaticano son muchos los archivos que no se han terminado de analizar.

Tras haber derrotado a casi todos sus enemigos, las tropas napoleónicas fracasaron en los extremos de Europa. En España, donde la guerrilla y la resistencia popular propiciaron las primeras derrotas del hasta entonces invencible ejército francés y, sobre todo, en Rusia, cuya campaña concluyó en un desastre absoluto, especialmente cuando los rusos incendiaron el Moscú recién conquistado y, con la ayuda del frio invierno forzaron a la expedición francesa, carente de pertrechos, a iniciar una trágica retirada. Se dice que algunos dirigentes Illuminati juraron venganza contra el pueblo ruso y su zar por haber frustrado sus planes. Las guerras napoleónicas reportaron grandes beneficios al entonces denominado Sindicato Financiero Internacional, en el que figuraban nombres tan relevantes como Nathan Mayer Rothschild, Boyd, Hope o el filósofo, economista, pensador y escritor inglés Jeremy Betham. Y sólo dos meses después de la llegada de Bonaparte al poder nació el Banco de Francia. Napoleón es nombrado para el primer consulado, que era el máximo cargo en el gobierno de aquella época. Apenas nombrado, Napoleón constituyó el Banco de Francia, a iniciativa de los banqueros suizos que habían financiado el golpe de Brumario. En poco tiempo el Banco de Francia, nada menos que un banco privado con banqueros suizos, socios de los ingleses, como algunos de sus más importantes accionistas, sería el agente monopolista en la emisión de dinero. Por primera vez se percibía una estabilidad política, cosa deseada por las sociedades secretas, que se encontraban exhaustas tras la descontrolada revolución que ellas mismas habían iniciado. En aquellos tiempos Napoleón era visto como un oficial ambicioso que podía adaptarse fácilmente a las sugerencias de los banqueros que lo rodeaban, sobre todo por el hecho de que inicialmente se mostraba favorable a la masonería, y de hecho existe bibliografía que habla acerca de su pertenencia a la misma. Pero más adelante Napoleón no resultó ningún sumiso servidor. Muy pronto, en 1802, tras la efímera paz firmada con el Reino Unido, se negó a firmar tratados comerciales parecidos a los que había firmado Luis XVI, con lo que causaba que la recesión se cerniese principalmente sobre Inglaterra, que no podía colocar en Francia sus grandes excedentes productivos fruto de la Revolución Industrial. La guerra por motivos económicos estaba nuevamente al acecho. Los banqueros de uno y otro lado, muchas veces socios entre sí, aprobaban un nuevo estado de guerra en Europa, dado que las confrontaciones de ese tipo exigían fuertes expansiones de crédito a altas tasas de interés, pagadas por los gobiernos, que eran siempre los mejores deudores de la Banca. Además, aún no se preveía que Napoleón iba a revelarse como un auténtico genio político y militar, difícil de manejar. Pero cuando empezaron a darse cuenta ya era tarde. Napoleón no se mostraba dispuesto a dejarse presionar por sociedad secreta alguna, por más poderosa que fuera. Se había coronado emperador y nuevamente la situación estaba fuera de control para los ingleses en Francia.

Más aún, Napoleón, sabiendo que el futuro estaría dominado por las burguesías, intentó generar una burguesía auténticamente francesa e independiente de la británica, entregando tierras abandonadas por la aristocracia a los nuevos burgueses que le seguían incondicionalmente. Su creación del Banco de Francia había sido un arreglo de compromiso con los banqueros pro británicos para consolidar su poder personal en Francia. Pero es probable que en su cabeza rondara la idea de cmodificar las cosas en lo financiero una vez consolidado su poder continental, cosa que finalmente no ocurrió. Durante las Guerras Napoleónicas (1796 -1815), la adinerada familia de banqueros Rothschild apoyó por igual a Napoleón y a Wellington; pero la jugada maestra la hicieron tras la batalla de Waterloo, del 15 al 18 de junio 1815. Concretamente uno de sus miembros, Nathan Mayer Rothschild, fue espectador privilegiado de la batalla. Inmediatamente después de ser derrotado Napoleón, parece ser que Nathan Mayer Rothschild utilizó un complejo sistema de palomas mensajeras que cubrió en pocas horas los 362 Km. de distancia que separan Waterloo de Londres. Por ello, los Rothschild fueron los primeros londinenses en conocer la decisiva noticia que marcaría el inicio de la nueva Europa. Rápidamente sacaron partido de ello, pues vendieron masivamente sus Bonos del Estado Británico a precios dispares haciendo creer al resto del mercado que Inglaterra había perdido la trascendental batalla. El resultado fue el hundimiento de la London Stock Exchange. Sin embargo, y antes de que se descubriera la verdad, los Rothschild compraron de nuevo, en secreto, cantidades masivas de esos mismos Bonos del Estado a precios irrisorios. Al llegar la noticia de la victoria de Wellington, los precios se dispararon y los Rothschild obtuvieron un beneficio de £1.000.000 en un sólo día. Tras Waterloo, sus negocios no hicieron más que incrementar sus beneficios en Europa.

El Banco de Francia era una institución privada cuyo presidente y administradores no eran nombrados por la Asamblea Nacional, sino por los accionistas mayoritarios. Recibió desde el principio un trato notable de la nueva Administración. Entre sus privilegios ejerció el de recibir los fondos de la Hacienda Pública francesa. Y, tres años más tarde, también solicitó y obtuvo la facultad exclusiva de la emisión de papel moneda. Este sistema de control financiero y por tanto económico y consecuentemente político fue exportado en años sucesivos a otros países europeos y a los Estados Unidos. El historiador británico McNair Wilson asegura que la verdadera razón de la caída de Napoleón fueron las medidas que tomó contra los intereses comerciales de los banqueros, especialmente cuando organizó un bloqueo total contra Inglaterra, a la que siempre consideró la principal potencia enemiga. En esto coincide con el análisis de otros investigadores, que señalan que Napoleón no fue más que un instrumento en manos de los Illuminati. Su misión consistía en edificar una Europa unida, basada en los principios inspiradores de la Revolución francesa. Pero lo abandonaron cuando fracasó en la campaña de Rusia y empezó a tomar sus propias decisiones en lugar de acatar las órdenes que recibía en secreto. Se ha demostrado que los hermanos Nathan y James Rothschild financiaron los ejércitos del duque de Wellington, que fue el gran vencedor sobre las tropas de Napoleón.  De cualquier manera, durante el imperio napoleónico hubo una expansión de los principios revolucionarios por todo el continente europeo, así como también de los principios de los Illuminati. Aunque la aventura finalizó de forma diferente a como había sido planificada en secreto, lo cierto es que, cuando Napoleón cayó definitivamente, el antiguo orden europeo ya había quedado destruido por completo. Los Illuminati se dieron por satisfechos y permitieron una reordenación temporal del continente europeo, en el que se redistribuyeron los territorios conquistados, a fin de conseguir un cierto equilibrio de poder entre las potencias triunfantes. El Congreso de Viena sólo fue la cara visible de las negociaciones secretas que sirvieron, entre otras cosas, para consolidar la restauración de la monarquía en Francia con un débil Luis XVIII como rey, y al mismo tiempo eligieron a Suiza como el país neutral por excelencia, con el fin de poder servir mejor a sus intereses financieros.

Entretanto, los tres monarcas más importantes de aquella época, el zar Alejandro I de Rusia, Francisco II de Austria y Hungría y Federico Guillermo III de Prusia, firmaron en septiembre de 1815 la Santa Alianza, un pacto por el cual se comprometían a ayudar a cualquier rey que se comprometiera a defender los principios cristianos en todos los asuntos de Estado, haciendo de ellos «una hermandad real e indisoluble». Todos recordaban lo que le había ocurrido a Luis XVI y a María Antonieta y ninguno deseaba volver a tener en Europa otro proceso revolucionario similar. Pero nadie sospechaba que el ministro austríaco de Exteriores, el príncipe Klemens Wenzel Lothar von Metternich, el llamado árbitro de la paz en el Congreso de Viena, fuera un agente más de los Rothschild. Metternich fue un político, estadista y diplomático austríaco, que sirvió durante veintisiete años como ministro de Asuntos Exteriores del Imperio austriaco, además de ejercer en simultáneo como primer ministro desde 1821, momento en que se creó el cargo, hasta la venida de las Revoluciones de 1848. Fue el gran enemigo de Napoleón I. A lo largo de su dilatada carrera, Metternich se mostró como un firme conservador, opuesto a los movimientos liberales y pro-revolucionarios, dedicándose a la defensa de las monarquías europeas, siendo a través del Congreso de Viena el arquitecto de la «Europa de Hierro», que restauró el Antiguo Régimen a lo largo de los diferentes países del continente, tras la caída del Imperio Napoleónico. Pero los intentos posteriores de recomposición política e Europa sólo sirvieron para causar sucesivas convulsiones y nuevas revoluciones que salpicaron además al continente americano y acabaron conduciendo a la tremenda guerra mundial que comenzó un caluroso verano de 1914, tal como ya habían predicho dos insignes illuminati, Giuseppe Mazzini y Albert Pike, que en una extraña correspondencia, especialmente entre 1870 y 1871, se referían a las tres próximas guerras mundiales que iban a acontecer para que se cumpliesen los objetivos de los illuminati.

Fuentes:

  • Paul H. Koch – Illuminati
  • David Icke – El gran secreto
  • Charles Porset – La Masonería y la Revolución Francesa: del mito a la realidad
  • Christian Jacq – La masonería
  • Augustin Barruel – Memoria para servir a la Historia del Jacobinismo
  • Mario Corvalan – La revolución francesa y la masonería
  • Eduardo R. Callaey  – El mito de la revolución masónica: la verdad sobre los masones y la Revolución francesa, los iluminados y el origen de la masonería moderna
  • Juan Calatrava Escobar – Estudios sobre la Revolución Francesa y el final del Antiguo Régimen
  • Piotr Kropotkin – Historia de la Revolución Francesa
  • Albert Soboul – La Revolución francesa
  • Michel Vovelle – Introducción a la historia de la Revolución Francesa
  • Marcel Auche – Les francmaçons de la Révolution

La historia secreta de la Revolución francesa

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