La riqueza de Séneca es un tema célebre y controversial. Sabemos que el filósofo nacido en Cordoba al servicio de Nero obtuvo enormes riquezas. Tenía numerosas propiedades, en Bayas, en Mentana, en Alba Longa, varias en Egipto, etc. Casio reporta que una revolución ocurrió en Bretaña cuando Séneca cobró sus préstamos a la aristocracia. Nassim Taleb incluso habla de que Séneca habría sido en algún momento el hombre más rico del mundo, algo que es discutible, pero de cualquier manera la idea es la misma. El tema es controversial pues Séneca es uno de los filósofos estoicos más importantes y en apariencia dicha riqueza entra en conflicto con los postulados del estoicismo.
La controversia sobre su riqueza no es un tema a posteriori, en su misma vida Séneca recibió estas acusaciones y respondió a ellas. La clave estriba, según el orador y estadista romano, en la forma en la que se gana la riqueza (que debe de ser ética) y en la relación que se tiene con ella (que debe de ser de indiferencia y desapego). Algunos historiadores ponen seriamente en duda la coherencia de Séneca ya que al parecer hizo sus riquezas en parte recolectando interés sobre préstamos y argumentan también que a diferencia de otros estoicos Séneca trata con mucho mayor fijación el tema de la riqueza. De cualquier manera, todo esto es una interpretación basada en fuentes un tanto oscuras. Tenemos, sin embargo, las propias palabras de Séneca sobre la riqueza, las cuales, vengan de una persona congruente o no, siguen siendo algunas de las reflexiones más agudas sobre el tema. Una primera muestra:
Aquel que añora riquezas siente temor a causa de ellas. Ningún hombre, sin embargo, disfruta de una bendición que trae ansiedad; siempre está tratando de añadir algo más. Mientras que se pregunta cómo incrementar su riqueza, se olvida de cómo usarla… cesa de ser el amo y se convierte en el esclavo.
Aquello que el hombre sueña es la libertad se convierte en una prisión. Séneca incluso habla de las riquezas como una enfermedad y dice «nos perteneceríamos a nosotros mismos si estas cosas no fueran nuestras», la paradoja que le ocurre a muchas personas de que entre más cosas tienen menos se tienen a sí mismos. Séneca, sin embargo, no condena la riqueza per se condena cierta actitud. En otra parte dice: «es un gran hombre quien usa platos de barro como si fueran de plata; pero es igualmente grande aquel que usa plata como si fuera barro». No apegarse ni a la riqueza ni a la pobreza. Aunque es preferible tenerla, quizás porque eso permite dedicarse a cultivar cosas verdaderamente importantes.
Pues el hombre sabio no se considera indigno de los regalos de las manos de la Fortuna: no ama la riqueza pero prefiere tenerla; no la deja entrar a su corazón, sólo a su hogar; y aquella riqueza que es suya no la rechaza sino que se le queda, deseando que brinde mayor espacio para que practique la virtud.
En este sentido vemos que la riqueza es vista como un medio para practicar la virtud y existen relatos que hablan sobre la generosidad de Séneca, aunque no del tipo de filantropía que vemos hoy en día, sino con sus amigos.
Nassim Taleb, quien es otro millonario filósofo, sugiere que Séneca sólo tomó la parte positiva de la riqueza y no la negativa y constantemente la examinó, creando una valiosa reflexión.
No hay duda de que el tema es complejo. Pero a diferencia de aquellos historiadores revisionistas que descalifican a Séneca quizás lo más acertado es considerarlo a luz de sus propias palabras cuando dice: «No soy un hombre sabio y nunca lo seré. No he llegado a la salud y nunca llegaré. Estoy aliviando mi gota, no curándola.» Séneca fue un hombre sumamente brillante, complejo e imperfecto, y quizás no haya sido hipócrita (aunque no podemos estar seguros). Quizás su filosofía es simplemente el reflejo de su conflicto interno y de su lucha, de sus intentos de vivir conforme a altos ideales en un mundo corrupto y con una naturaleza imperfecta. Aunque fue un hombre muy rico, sufrió también mucho. Padeció desde joven numerosas enfermedades, hasta el punto de que cuando Caligula lo sentenció al suicidio obligado, el emperador desistió en cumplir la sentencia pensando que la propia enfermedad de Séneca la cumpliría. Y su vida concluiría con otro suicidio obligado, el cual parece haber sido especialmente largo y agónico. Pese al extremo dolor, según relatos (quizás un tanto romantizados), Séneca mantuvo la entereza propia de un estoico hasta el final y su actitud frente al suicido obligado ha pasado a la historia como un ejemplo de alta virtud moral frente a la tiranía, acaso emulando a Sócrates, cuya muerte había sido gran inspiración para los estoicos.
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