Hay personas que tienen una capacidad enorme de sobreponerse a los contratiempos o a eventos emocionales muy dolorosos -podríamos decir que tienen una personalidad resiliente, de supervivientes-. Por otro lado, mantenerse en pie ante las adversidades no significa ser de goma. Se requieren grandes dosis de actitud positiva, perseverancia y entereza.
La pérdida de un ser querido, el abuso físico o psíquico, las catástrofes naturales o el fracaso en algún área de la vida son circunstancias que nos ponen a prueba. Se puede desarrollar la capacidad de ser fuerte en condiciones dramáticas y nadar contracorriente. Es lo que conocemos en psicología como personalidad resiliente.
Existen dos tipos de personalidad resiliente. Podemos distinguir entre la capacidad de proteger la propia identidad bajo presión en condiciones destructivas. Por otro lado está la habilidad de mantener una actitud vital positiva en circunstancias nocivas. Es un proceso dinámico de adaptación a entornos adversos y vivencias traumáticas.
Sufrimiento y cerebro
El sufrimiento psicológico modifica el cerebro. Mantener un estado de alerta constante genera cantidades de cortisol que en circunstancias normales no son necesarias. Nuestro sistema de alerta necesita el cortisol para preparar a nuestro organismo en caso de emergencia. Pero cuando los niveles son excesivos y constantes, el crecimiento se ve obstaculizado. También afecta las respuestas inmunes y la capacidad de atención.
La testosterona juega un papel crucial en las situaciones de estrés crónico. Estas situaciones hostiles provocan que los niveles de testosterona se reduzcan considerablemente, lo que a su vez hace que las capacidades asertivas del individuo se reduzcan. Se da una falta de atención y aparecen problemas en la búsqueda de soluciones. Se genera poca creatividad e ideas estereotipadas (repetición de esquemas de lo vivido).
¿La personalidad resiliente es una categorización?
En situaciones de estrés postraumático se puede hacer una distinción gradual entre la personalidad no resiliente y la personalidad resiliente. Existen muchos grados entre ambos extremos. En las personalidades poco resilientes se reactiva la memoria de los recuerdos traumáticos de manera más intensa y más frecuentemente. Se hace de manera compulsiva y en forma de pensamientos intrusivos. Estos recuerdos activan áreas del cerebro como el locus coeruleus, la amígdala, el hipocampo y el neocórtex.
La personalidad resiliente parece ser el resultado de varios procesos que contrarrestan estas activaciones en las situaciones hostiles. La dehidroepoandrosterona (DHEA) tiene aquí un papel destacado. Es la encargada de disminuir la actividad del colesterol y también de inhibir los excesos de glucocorticoides y glutamato.
Se previenen de esta forma los infartos cardíacos e isquémicos. Se ha observado que, estadísticamente, sujetos con mayor capacidad intelectual y mayor actividad cognitiva tienen niveles de resiliencia más altos. Parecen ser capaces de manejar y procesar más fácilmente los traumas.
La empatía, el autoconocimiento, el sentido del humor, el enfoque positivo de las situaciones y la consciencia en el presente son varias de las capacidades que pueden observarse en las personas resilientes. Son personas flexibles, que buscan un propósito significativo de sus vidas. Poseen unas buenas habilidades para la interacción social y saben convivir con la frustración y la incertidumbre.
La resiliencia se puede entrenar
Nuestras emociones y la forma de afrontar un acontecimiento no están tan condicionadas externamente como lo están internamente. La clave está en la manera que tenemos de interpretarlo. Entrenar la resiliencia es entender que las emociones negativas nos bloquean y las positivas nos empujan al cambio.
Es desarrollar la capacidad de emitir respuestas positivas en situaciones adversas. En muchos casos no está en nuestra mano cambiar las circunstancias, pero si podemos desarrollar fortalezas que nos faciliten las respuestas que nos ayuden a reducir el malestar.
Son muchas las medidas que podemos adoptar en este sentido. Reescribir nuestra historia, prestar ayuda a los demás, reducir el estrés y estar dispuesto mentalmente a reorganizar creencias y objetivos. Cambiar el discurso personal nos permite ver el mundo y vernos a nosotros mismos de una manera diferente.
Empezar a considerar los conflictos como oportunidades de crecimiento. Recordar cómo otras veces hemos superado obstáculos en el pasado genera también una mayor capacidad de resiliencia.
Ser fuerte requiere grandes dosis de perseverancia y de confianza en todo lo que con habilidad y esfuerzo podemos llegar a desarrollar. Al mismo tiempo que aprendemos del pasado y nos permitimos experimentar emociones fuertes, haciendo al mismo tiempo una gestión inteligente de las mismas.
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