La compasión constituye la esencia de toda práctica espiritual, pues permite liberarse del egoísmo y profundizar en una forma de autoconocimiento que trasciende al propio individuo en su identificación con los demás, con el prójimo, Dios o el mismo universo. En el budismo la compasión es llamada karuna o maha-karuna (la gran compasión), y en el mahayana y el vajrayana es incluso vista como una especie de sustancia o energía espiritual llamada bodhicitta, la mente o espíritu del despertar. En otras palabras, la compasión -el bodhicitta– es aquello que permite alcanzar la iluminación o el despertar, es estrictamente el método o arte (upaya) para liberarse del sufrimiento del samsara.
Según el gran santo del budismo mahayana, Shantideva: «Ponderando por múltiples eones, los grandes sabios notaron sus beneficios, por los cuales innumerables multitudes son llevadas con suavidad a la alegría suprema”. Los sabios notaron cómo la compasión iba suavizando el corazón y haciendo más flexible y dócil a la mente, hasta el punto de que el bodhicitta es entendido literalmente como una sustancia alquímica:
Como la suprema sustancia de los alquimistas,
toma nuestra carne impura y hace de ella
el cuerpo del Buda, una joya suprema.
Así es el Bodhicitta, en él encuentra tu morada.
Lo que para el budismo es la compasión, para el cristianismo es el «amor al prójimo», como se expresa en el Sermón del Monte, donde Jesús incluso hace referencia a amar a los enemigos y a aquellos que hacen mal. Esta visión es recogida de manera notable por Simone Weil, la filósofa y mística francesa, quien literalmente murió de compasión al solidarizarse de manera radical con las personas que estaban viviendo la ocupación nazi en Francia y comer lo mismo que ellos, en un acto de empatía trascedente. En sus Cahiers -una de las obras maestras del siglo XX- Weil sugiere también que la compasión es un sendero hacia la divinidad, pues lleva a la persona al estado mismo de la divinidad, y «Dios sólo se ama a sí mismo… él quiere, con nuestra cooperación, amarse a sí mismo en nosotros». Weil, quizá influenciada por la Bhagavad Gita que leyó atentamente, señala que la conciencia de que hemos realizado un acto bueno nos produce una recompensa natural, pero nos impide recibir una recompensa supernatural. Es decir, el orgullo, el apego y la satisfacción por lo que hacemos nos impide resonar con la auténtica compasión, que es un vaciarse que hace posible la presencia divina; la recompensa sobrentaural viene del acto desinteresado, de la mano izquierda que desconoce lo que hace la mano derecha.
Weil escribe: «quien sea que ame auténticamente al prójimo, incluso si niega la existencia de Dios, ama a Dios». Y una «compasión sin preferencia» logra lo que la belleza en el sentido platónico, «transfigura la sensibilidad por la iluminación de lo universal», universaliza a la persona. Al concebir la desgracia o mala fortuna de un individuo como miseria humana -y no individual-, sin preferir a uno por sobre otro, entonces «todo hombre se asemeja a Cristo». «Amar al prójimo como a uno mismo, implica que uno lee en cada ser humano la misma combinación de naturaleza y vocación supernatural», una misma tendencia hacia la divinidad, un destino universal.
La compasión se revela como una forma de autoconocimiento, pues «el prójimo es un espejo en el que hallamos el conocimiento de nosotros mismos si es que lo amamos como a nosotros mismos. El autoconocimiento es amor de Dios. ¿Por qué? El silencio de Dios nos fuerza al silencio interior». Ya Platón, el gran maestro de Simone Weil, había equiparado el autoconocimiento con el conocimiento de Dios y esta es la base de una de las sentencias más conocidas del hinduismo -Atman es Brahman-, el alma es igual a Dios, de la cual Weil era consciente, ya que estudiaba sánscrito cuando escribió esto. Pero nos habla de algo más, de un «silencio interior» de un aspecto místico, una «nudité d’esprit» que la compasión permite al vaciarnos de nosotros mismos, y la cual es «una condición suficiente» para el amor de Dios, un vacío que, como escribió Eckhart, obliga a Dios a amarnos, pues en ese estado de kénosis que es la compasión nos hacemos como Dios, y la pura actualidad de Dios es su amor a sí mismo.
Twitter del autor: @alepholo
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