«Avísame cuando llegues», «¿vienes con alguien?», «ten las llaves preparadas cuando te vayas acercando al portal», «dile que te acompañe». Ocurre frecuentemente: una mujer camina sola por la calle, de noche, apenas hay gente, se asegura de que lleva las llaves en el bolsillo, abre el portal, coge el ascensor y, cuando cierra la puerta tras de sí, respira tranquila. «Ya en casa», escribe por Whatsapp. La escena revela una sensación habitual a la que estos días están poniendo palabras numerosas mujeres a raíz del crimen de Laura Luelmo, la profesora desaparecida el 12 de diciembre en El Campillo (Huelva) cuando salía a correr. La Guardia Civil ha detenido al autor confeso del crimen. Los resultados de la autopsia indican que Laura fue agredida sexualmente.
Nieves (nombre ficticio) tiene 44 años y el miedo le acompaña desde la adolescencia. «Cuando le he contado a mi pareja todas las cosas que me han pasado no lo puede creer. Allí donde he ido a vivir me han pasado cosas». Cuando empezó a salir los móviles estaba aún lejos de aparecer en la vida cotidiana. «Yo mentía, mis padres siempre me decían que volviera acompañada, pero mis amigas vivían en otra dirección, así que yo les decía que sí, pero volvía sola, como una bala, con las llaves en la mano como arma», recuerda. Ese gesto, el de su puño apretando el manojo de llaves -«siempre elegía la más larga como una especie de espada»- es muy repetido por las mujeres. «No sabía hasta qué ha punto, me ha sorprendido después ver que tantas mujeres han hecho lo mismo».
Ya en la veintena, la posibilidad de volver acompañada a casa en las distintas ciudades en las que vivió condicionaba sus salidas nocturnas. «Si alguien se quería quedar más pues tú aguantabas para no volverte sola». La amenaza no desaparece con el tiempo. Hace solo un año, pidió ayuda en el garaje a su vecino, que acabó metiéndose en el coche y ocupando el asiento de copiloto. «Me temblaron las piernas, es que tienes la sensación de que si quieren ponerse en plan fuerte tú no tienes nada que hacer». Precisamente porque no quiere que su hija tenga esa sensación la ha apuntado ya a dos cursos de defensa personal. «Y hace judo. Quiero darle estrategias y recursos que yo no tuve, quiero que le salga automático defenderse, que se sienta capaz de hacerlo». Ella misma espera poder hacer uno de esos cursos de autodefensa.
Aunque no responden a lo que socialmente se ha construido como una agresión –un ataque grave, en el que medie la violencia física extrema, como ha ocurrido en el caso de Laura Luelmo–, la mayoría de mujeres son capaces de contar episodios de agresiones cotidianas que han sufrido a lo largo de sus vidas cuando transitaban por la calle. Miradas, insultos, comentarios sexuales e insinuaciones, persecuciones, tocamientos.
La profesora de sociología de la Universidad Complutense de Madrid Amparo Lasene subraya que el miedo está en la socialización y en la experiencia de las mujeres. «Cuando hablas con mujeres esa experiencia de abordamientos, acoso o de agresiones sexuales forma parte de su cotidianidad», explica. Forma parte también del relato que se traslada a las niñas y ahí radica uno de los problemas: que los mensajes que se envían a mujeres y hombres durante su vida siguen siendo muy diferentes. «A las hijas se les sigue diciendo que tengan cuidado, se les pone horas distintas de llegar a casa, pero seguimos sin preocuparnos lo suficiente por decirles a nuestros hijos que no todo está permitido, que no se les ocurra molestar o invadir a una mujer», señala.
«Tengo 50 años y sigo sintiendo miedo cuando voy sola por la calle, sobre todo de noche y por sitios oscuros o apartados», explica Nieves Gascón. «Yo vivo en una zona de Madrid rodeada de parques y de día es una delicia pero de noche da un poco de respeto. Es algo que sentimos todas las vecinas y compañeras del barrio, lo hemos hablado». También lo siente Ángela, una estudiante de 16 años que asegura compartir esa sensación de inseguridad cuando vuelve de noche a casa, por ejemplo, tras haber quedado con sus amigas. «Me suele pasar cuando hay poca gente o nadie en la calle, cuando siento que hay un hombre o varios que me miran o van cerca», cuenta.
Una sensación que no constituye un caso aislado, como tampoco lo son las estrategias, más o menos conscientes, que muchas mujeres idean para sortear este temor o sentirse más protegidas. «Yo intento decirme a mí misma que tengo que estar tranquila y también, si voy a volver muy tarde, dejo el coche en la parada de metro para ir de allí a casa», explica Nieves. Por su parte, Ángela, que se refiere a este tema como una conversación habitual en su grupo de amigas, reconoce que se avisan unas a otras cuando llegan a casa o se van mensajeando por el camino.
Bajo los frecuentes mensajes de peligro se esconde, coinciden las expertas, el aviso de que la responsabilidad de que no les ocurra nada recae en las propias mujeres. Así lo explica la experta en violencia sexual Bárbara Tardón, autora de la reciente investigación de Amnistía Internacional Ya es hora de que me creas, para la que «la ideología y el sistema patriarcal ha construido y consolidado esa sensación de miedo en las mujeres. Es algo estructural que en definitiva se erige como un dispositivo de control que nos condiciona y nos impide ser libres, ejercer nuestros derechos y transitar libremente por los lugares y de la forma en la que tenemos derecho».
Es una de las principales conclusiones del estudio ¿La calle es mía? Poder, miedo y estrategias de empoderamiento de mujeres jóvenes en un espacio público hostil, publicado por Emakunde, el Instituto Vasco de la Mujer, en 2016. El miedo de las mujeres a ser agredidas en la calle, analiza el informe, es una forma de «discriminación» en sí mismo, dado que restringe su libertad de movimiento y genera un malestar emocional «sistemático». Por otro lado, alerta de la importancia de evitar que este temor sea una forma de invisibilizar las agresiones que se producen en el espacio privado: «Creemos que ese riesgo solo está en los espacios públicos, pero el peligro también está en casa», zanja Tardón.
«Me han dicho cosas por la calle de joven y ahora también. Me han llegado a perseguir, por ejemplo, al salir a caminar al parque», cuenta Nieves. «Lo más agresivo fue cuando volviendo a casa de repente veo a un hombre que pasa una vez por delante de mí y luego vuelve a pasar, me giro y se abre el abrigo y comienza a masturbarse».
El miedo como dispositivo de control
Estas agresiones cotidianas se unen a los mensajes culturales sobre el miedo que forman parte del proceso socializador de las mujeres. En ello coinciden las expertas consultadas para este reportaje, que tal y como analiza el estudioProyecto de Investigación Social sobre Acoso Sexual Callejero: Análisis del sentimiento de inseguridad de las mujeres, al transitar a solas por la calle durante la noche, confirman que las mujeres experimentan esta sensación en mayor grado «por miedo a sufrir un ataque sexual». Un temor, prosigue la investigación, que «es adquirido durante la socialización desde el nacimiento».
«El miedo que sentimos tiene mucho que ver con las cosas que nos han transmitido. Desde pequeña te dicen ‘cuídate de esto o de lo otro’ porque eres potencial víctima. Esto se suma a las cosas que hemos vivido, a nuestras propias experiencias. Algo que hay que sumar al peso que te cargan a ti de que tienes que se capaz de protegerte», sostiene la psicóloga especializada en violencia machista Itziar Fernández. Es decir, no se trata de una sensación infundada, pero está muy vinculada a que «a las mujeres nos han enseñado culturalmente que el peligro está en la calle». Frases como «no vayas sola», «llámame cuando llegues al portal» o «cógete un taxi» son repetidas habitualmente por madres y padres preocupados por lo que les pueda pasar a sus hijas.
«Todos los sábados que salgo». Es la respuesta de Andrea, de 28 años, a la pregunta de si ha sentido miedo o amenaza como algo constante en su vida. «Antes igual era menos consciente, ahora lo somos más, porque hablamos más de lo que pasa», dice. En la tienda en la que trabaja, todas sus compañeras siente esa alerta, «sean las tres de la mañana o mucho antes». «El móvil en la mano siempre, con el número de de mi novio o de mis padres marcado, por si acaso, es una de las formas que tiene Andre de ‘convivir’ con este miedo. También cruzarse de acera, acompañarse entre amigas a casa, vigilar hasta que traspasan el portal, enviarse mensajes una vez en casa.
Nieves reconoce que, aunque intenta no condicionar a sus dos hijas, de 15 y 18 años, con este tipo de mensajes, hay un miedo relativamente inevitable. «No se lo he querido transmitir, pero al fin y al cabo ellas también me cuentan que les han dicho cosas por la calle, por ejemplo. La mayor muchas veces se queda en casa del novio o se organizan entre las amigas para quedarse a dormir en unas u otras casas. A la pequeña a veces la vamos a buscar en coche si se hace muy tarde», afirma. «A veces salgo con mi hermana que tiene dos años más que yo. Volvemos juntas a casa y mi padre aun así nos dice: ‘¿pero volvéis solas?'», ejemplifica Ángela.
https://www.eldiario.es/sociedad/mujeres-caminar-aprendizaje-agresiones-cotidianas_0_847965715.html
Algo mal deben estar haciendo las madres en el momento de educar a sus hijos varones