S. Sostres (ABC).- La estabilidad nunca fue la característica de Carles Puigdemont. Colérico y bipolar, el expresidente de la Generalitat siembra el desconcierto y una cierta sensación de caos en sus equipos de trabajo. En los últimos meses, sus más estrechos colaboradores le han puesto el apodo de «Maniac Mansion» a su residencia en Waterloo, por sus constantes crisis y desconfianzas.
Uno de los últimos debates que sus imágenes desde Bélgica han generado es si había engordado. Lo que podría parecer una cuestión frívola tiene sin embargo una respuesta más grave. Si se le ve más lleno no es porque calme la nostalgia de su tierra comiendo demasiado, sino porque en su última paranoia cree que quieren asesinarle. Sus personas de confianza aseguran que sale muy poco de Maniac Mansion y que cuando sale lo hace provisto de un chaleco antibalas, y que por ello aparece más rechoncho en los retratos. «¡No está gordo, está loco!», exclama uno de los habituales de Waterloo, harto de los desvaríos de su jefe.
Puigdemont ha tendido siempre a creer en teorías de la conspiración y en la brujería, afición que comparte con su esposa, Marcela Topor. Al poco de fugarse creyó durante algunos meses que el gobierno belga y el español estaban trabajando secretamente para activar su extradición por sorpresa con el objetivo de pillarle desprevenido y que no pudiera defenderse. Hay que realmente creer en los espíritus, como Puigdi y Mars creen, par a vivir fabulando que al gobierno belga se le pueda ocurrir hacer algo tan responsable y tan serio.
Chaleco antibalas
Pero sus prevenciones contra los sicarios imaginarios que en su delirio le persiguen no se limitan al chaleco antibalas, porque teme –lo mismo que un disparo– morir envenenado. El último domingo de 2018, en la habitual «happy hour» en la que sale al jardín a saludar a los que han ido a visitarlo desde España, unos admiradores quisieron obsequiarle con una caja de los famosos pastelitos de Rasquera, comprados en la célebre pastelería Piñol Puig de este pueblo de la provincia de Tarragona. Por no parecer borde, ni que despreciara el regalo, abrió la caja pero en lugar de comerse uno, los ofreció a los agentes que se ocupan de su seguridad, por ver si contenían algún tipo de veneno. «Al ser tan dulces», le dijo a uno de sus colaboradores, «es más fácil que el veneno no se note».
No hay constancia de que los mossos que pudieron morir envenenados por los dulces de Rasquera se hayan rebelado contra Puigdemont, ni siquiera de que sepan que su jefe les expuso a este peligro, pero nadie en Maniac Mansion confía en la cordura del que hace un año veían como al líder indiscutible que encarnaba la épica de los que querían una Cataluña independiente.
Ahora, una de sus más íntimas colaboradoras desde que se fugó, Elsa Artadi, ha decidido abandonar el Govern, para no quemarse con las excentricidades de Puigdemont y Torra, y presentarse de número dos de Quim Forn al ayuntamiento de Barcelona en las próximas elecciones municipales. Artadi, que sabe que su gobierno no tiene recorrido más allá de la publicación de la sentencia por el 1 de octubre, prefiere hacer un «Artur Mas», que antes de ser candidato a la Generalitat aguantó cuatro años en el ayuntamiento, formándose como político haciéndole la oposición al entonces alcalde Pasqual Maragall.
Miedo y soledad
Para cerrar el círculo que une los finales con los principios, y según denuncian los propios convergentes, hartos de su cinismo, quien más problemas le está creando a Artadi para afrontar esta nueva etapa es Jaume Clotet, su jefe de gabinete, y actual secretario de comunicación de la Generalitat. Clotet es uno de esos independentistas que basa su argumentación en que «España nos roba» y que la Generalitat ni tiene presupuesto ni sirve para nada, y ahora se niega a abandonar su cargo y su sueldo como secretario de comunicación porque quiere compaginarlo con el nuevo puesto de jefe de su campaña para el que Artadi le reclama.
La independencia como abstracción y España como realidad. Los que conservan sus cargos autonómicos, y por lo tanto españoles, no sólo se aferran a ellos sino que hasta pretenden acumularlos. Los que se fugaron creyéndose más listos que los demás, enloquecen de miedo y de soledad.