Las aplicaciones para tener citas (dating apps) se han convertido en un fenómeno global, con compañías como Tinder, o Bumble valuadas en miles de millones de dólares y con cientos de millones de usuarios en el mundo. Pareciera que estas aplicaciones son emblemáticas de la condición moderna, en la que la vida ocurre virtual o digitalmente y en la que las personas están demasiado ocupadas para salir a buscar una pareja -y donde los antiguos modos de «ligar» ya no funcionan igual-. Estas aplicaciones son parte del individualismo moderno y del «amor en tiempos del capitalismo digital», donde las cosas se arreglan a través de transacciones previamente establecidas. Dicho eso, muchas personas parecen sentir que son una buena opción.
Más allá de desincentivar su uso, hay algo que un usuario debe saber: estas aplicaciones no están realmente interesadas en ayudarte a encontrar pareja, ni siquiera a ligar, lo que les interesa es que pases más tiempo dentro de su plataforma. Pasar más tiempo en la aplicación no sólo hace más probable que adquieras algunas de sus funciones premium, sino que cada minuto que pases es monetizado y cada «swipe» que haces es tomado en cuenta para la creación de algoritmos más efectivos (es decir algoritmos que te hacen pasar más tiempo en estos sitios). Esto es algo que pasa en muchas redes sociales, pero muchas personas entran a estas aplicaciones en estados de ánimo vulnerables y estas aplicaciones predan estos estados. Y la forma en la que se consumen no es del todo diferente al porno, una especie de soft porn, en el que los hombres y las mujeres se convierten en especie de objetos virtuales disociados de la realidad.
No está de más repetirlo, apps como Tinder o Bumble están diseñadas para que pases gran cantidad de tiempo, gamifican o ludifican el sexo y el amor, lo hacen una especie de máquina tragamonedas, como las de los casinos de Las Vegas. Esto no significa que haya algo intrínsecamente malo en el juego, pero es evidente que son pocas las personas que son capaces de jugar con conciencia y autocontrol y no descubrir luego que llevan horas arrojando monedas con la remota esperanza de que finalmente van a ganar el jackpot. Como es sabido, el juego está arreglado para que la casa (casi) siempre gane.
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