LR.- Decimos de entrada que las mujeres deberían ocupar, no el cincuenta por ciento, sino el cien por cien de los puestos de trabajo en una empresa, en una lista electoral e incluso en el Gobierno de la nación, si hubiera un número de ellas de mayor valía que de hombres. La meritocracia no debe entender de sexos. Pero una cosa son los merecimientos laborales y otra el establecimiento de cupos por criterios políticos.
Para lo que no está la mujer es para ser exhibida impúdicamente en metrajes y anuncios publicitarios. Ni para servir de moneda de cambio a traficantes de sexo. Ni para aparecer en programas basura que ofenden la dignidad humana.
Para defender los derechos elementales de las mujeres no hacen falta esos grupos que se declaran feministas, que hacen de ello un dogma de fe, y que al final lo que menos les interesa son los derechos reales y efectivos de las mujeres. De hecho, el feminismo ha sido desde sus inicios una rama del marxismo para subvertir el orden natural de la familia a través de la guerra de sexos y para la aniquilación de las poblaciones autóctonas de Occidente.
Podemos reconocer a las representantes de este colectivo a poco que elevemos la mirada y repasemos la crónica española de los últimos años.
Son las mismas feministas que callaron desvergonzadamente cuando los terroristas vascos de ETA asesinaron en la localidad vizcaína de Santuchu a María Dolores Ledo García, embarazada de casi siete meses, y a su esposo, agente del Cuerpo Nacional de Policía.
Son las mismas feministas que el 12 de septiembre de 1989 guardaron silencio o brindaron con cava cuando los terroristas vascos de la ETA asesinaron a la fiscal Carmen Tagle.
Son las mismas feministas que en agosto de 2000 volvieron a callar ante el brutal asesinato por parte de ETA de la guardia civil Irene Fernández Pereda, de 32 años, y de su compañero de servicio en la localidad de Sellent de Gállego (Huesca).
Son las mismas feministas que en 2008 guardaron silencio o participaron activamente, a través de la redes sociales, deseando la muerte a la ex dirigente del PP María San Gil, cuando los médicos le diagnosticaron un cáncer de mama.
Son las mismas feministas que, aún presenciando los hechos, guardaron silencio en octubre de 2010, cuando a Rosa Diez se le impidió dar una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid.
Son las mismas feministas que guardaron silencio ante los ataques, insultos y escraches sufridos por la juez Mercedes Alaya en la puerta de su juzgado.
Son las mismas feministas que en febrero de 2011 guardaron silencio o participaron activamente, a través de las redes sociales, deseando la muerte a Esperanza Aguirre, al serle diagnosticado un cáncer de mama.
Son las mismas feministas que actuaron con la misma mala saña contra Cristina Cifuentes tras sufrir ésta un accidente de tráfico.
Son las mismas feministas que guardaron silencio y jamás condenaron los ataques sistemáticos de los que fue objeto Regina Otaola siendo alcaldesa de la localidad guipuzcoana de Lizarza.
Son las mismas feministas que el 31 de octubre de 2006 callaron indecentemente mientras se acusaba a Guadalupe Bragado, candidata a la alcaldía del PP por Leganés, de haber sido elegida por su partido a través de un casting erótico.
Son las mismas feministas que mantuvieron un silencio cómplice cuando fueron indultados los autores de las muertes de las niñas Olga Sangrador y Sandra Palo, brutalmente asesinadas tras ser violadas y quemadas vivas.
Son las mismas feministas que no se dieron por enteradas cuando Pablo Iglesias fantaseaba sobre Mariló Montero: “La azotaría hasta que sangrase…”.
Son las mismas feministas que no advirtieron el matiz machista de la canción zafia y chabacana de Pablo Echenique en una cena con dirigentes de Podemos: “Chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia”.
Son las mismas feministas que acuden a las mezquitas catalanas a celebrar la ruptura del ayuno en mesas exclusivas para hombres, mientras las mujeres se mantienen alejadas.
Son las mismas feministas que desoyen las denuncias sobre las ablaciones de clítoris que cada año sufren en España decenas de niñas.
Son las mismas feministas que desatienden a las mujeres musulmanas que sufren la dictadura silenciosa de la sharia en numerosos municipios catalanes, según ha denunciado Hannan Serroukh, coordinadora del Área de Estudios islámicos del GEES.
Son las mismas feministas que llaman racista al periodista que detalla el origen de un violador a condición de que ese violador no sea español.
Son las mismas feministas que dan la espalda a las víctimas de la “Manada” magrebí de Alicante y en cambio se lanzan rabiosamente a tomar las calles en contra de los integrantes españoles de la “Manada” de Pamplona.
Son las mismas feministas que justificaron la brutal agresión de una decena de personas a una chica frente a un bar en Murcia, por el solo hecho de que la agredida exhibía símbolos nacionales.
Son las mismas feministas que profanan semidesnudas los templos católicos y luego se personan como acusación particular contra la líder de un grupo que realizó algunas pintadas junto a la mezquita de la M-30.
¿Cuándo les ha importado a las feministas la vida de una mujer policía o guardia civil? ¿Cuándo han mostrado su solidaridad a las mujeres víctimas de ETA? ¿Cuándo han acompañado a las familias de las niñas violadas o asesinadas por individuos que fueron puestos en libertad, sin cumplir sus condenas, en virtud de una sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo?
La del feminismo radical es una de las dictaduras que nos ha sido impuestas y que apenas tiene contestación social, más allá de medios como éste.
Sin someterlo a consulta pública, se ha acordado el establecimiento de listas electorales “paritarias” (con independencia de los méritos políticos de las “miembras” incluidas en ellas, generalmente escasos o inexistentes). Los partidos políticos se abstienen de criticar nada de la ideología feminista y más aún de introducir en su programa electoral algo que vaya remotamente en contra de los postulados de esta ideología o de los intereses de aquellas identificadas con ella; la menor crítica pública individual de cualquier supuesto feminista deviene cuasi delincuencial.
Los sindicatos hacen pasar la agenda feminista como agenda propia, a pesar de ir en detrimento de la clase obrera en su conjunto.
Políticos y sindicalistas repiten machaconamente el “todas y todos”, demostrando así su obediencia a la ideología feminista y a sus ideólogas.
La aceptación acrítica, en la mayor parte de los medios de comunicación de masas, de cualquier ideologema feminista, incluidos los más extremistas, se ha convertido en imperio.
Los periodistas que no reproduzcan punto por punto las afirmaciones y las negaciones de la ideología feminista son despedidos sin contemplaciones.
Existe un intenso adoctrinamiento feminista en escuelas, institutos y universidades públicas y privadas: todo esto, naturalmente, a cargo del contribuyente, del educando o de ambos. Los “expertos” han de secundar la ideología y la práctica feminista o quedan excluidos.
La Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género no es otra cosa que la abolición de la presunción de inocencia y de la igualdad ante la ley en perjuicio del varón.
Se reparten subvenciones a mansalva a asociaciones feministas e incluso a establecimientos que segregan a los hombres. Existen ya gimnasios y hoteles exclusivos para mujeres; locales de belleza y tiendas de ropa orientadas a un público femenino y vemos también cómo las campañas publicitarias de cualquier producto están en la línea de la ideología feminista.
Lo peor con todo es que denunciando estas cosas puedes ser denunciado. Hemos construído una aparente democracia en la que la libertad de expresión se garantiza, sí, pero a cambio de que defiendas lo que políticamente ha sido establecido como dogma feminista de fe no sujeto a discusiones ni interpretaciones. Esto tiene todas las trazas de una sociedad orwelliana que, por miedo, por resignación o por cobardía, millones de hombres españoles no están siendo capaces de combatir.
Deberían probar a hacer sus shows en una mezquita…