La frescura de la juventud ha invadido el parque Yoyogi de Tokio. Rodeados de botellas de vino, sake -un alcohol japonés elaborado a partir de arroz fermentado-, cerveza y shochu -otro destilado- , mujeres y hombres juegan y se muestran las pantallas de sus teléfonos móviles, beben y comen con los dedos a la sombra de los cerezos en flor.
La fiesta Hanami, que se traduce como la observación de las flores, es un rito primaveral centenario que simboliza la belleza y brevedad de la vida. Pero este mes es imposible no preguntarse si alguno de estos adolescentes de cara sonrosada no estaría tratando de seducir a su acompañante, si habría alguien que, por lo menos, lo estuviera intentado.
El «Japón sin sexo» se ha convertido en una frase repetida por los medios, reforzada por la caída en picado de la natalidad y el envejecimiento de la población, que hace pensar en un futuro Japón sin japoneses. Este retrato de una sociedad célibe es especialmente paradójico en un país con un imaginario cultural lleno de imágenes eróticas, desde los shunga -representaciones sexuales sobre la primavera- grabados en madera del siglo XVII hasta el manga y animé porno, mal llamado hentai –perverso– por los no japoneses. La vida sexual de los japoneses, sin embargo, ha desaparecido casi por completo.
Sobre el fenómeno del sekkusu-banare -lejos del sexo o dejando atrás la vida sexual- he escrito en The Guardian y en el documental de la BBC«No Sex Please, We’re Japanese». Y en ambas ocasiones cabe sugerir algo que ahora sí resulta evidente: no es algo que está pasando solo en Japón.
Los últimos estudios en Estados Unidos, Reino Unido y Alemania también hablan de una tendencia al menor deseo sexual entre los jóvenes, de matrimonios tardíos y de una caída en el número de nacimientos. Una peor perspectiva económica y la inseguridad financiera pueden afectar negativamente al deseo sexual, aunque no es el único factor. La abundante pornografía en Internet, los videojuegos de simulación de citas, y la dopamina que generan las redes sociales consumen gran parte del tiempo y del dinero que antes era empleados para dar salida a este deseo físico.
Al margen del país, el género más inactivo es el masculino. En Japón, los hombres vírgenes y sin interés por el sexo son apodados con nombres peyorativos: soshokudanshi -comedores de hierba pasivos-, otaku -bichos raros asociales- y, lo más radical, hikikomori -personas que se encierran en casa de sus padres sin relacionarse si siquiera con ellos-.
Los hikikomori son personas solitarias nacidas después del boom de la posguerra representados a través de firmes estereotipos en la exitosa película japonesa Train Man de 2005. En el peor de los casos, esta figura también puede interpretarse como la pérdida de relevancia del país en el contexto político internacional: China y EEUU avanzan mientras Japón se queda rezagado.
El informe más reciente de la Universidad de Tokio utiliza datos financieros, regionales y generacionales para analizar la «crisis de virginidad» japonesa. Y no es de extrañar: dentro de la cantidad de varones que no tienen relaciones sexuales, el grupo mayoritario está formado de jóvenes que no tienen un buen trabajo remunerado, un 25%. O son desempleados o trabajan media jornada en ciudades pequeñas y áreas rurales y suburbanas. El dinero y la capacidad de movilidad es relevante para las mujeres, algo de lo que carecen estos hombres. Todavía no hay datos disponibles sobre parejas homosexuales en Japón.
Es llamativa la cantidad de japoneses ya entrados en los treinta que mantuvieron relaciones sexuales en algún momento pero luego las abandonaron y ahora viven sin ningún interés en encontrar pareja. Según uno de los responsables del informe, el doctor Peter Ueda, las normas culturales pueden tener algo que ver con estas cifras. El omiai -matrimonio de conveniencia- persistió en Japón durante los años de crecimiento económico de los ochenta, pero dejó de ser responsabilidad de los ancianos del pueblo para convertirse en una tarea de los directores de empresa. Sin embargo, la modernización, la occidentalización y el derrumbe de la burbuja económica japonesa en el siglo XXI han terminado con esta figura del casamentero.
«La sociedad (japonesa) ya no está tan pendiente de que te cases», cuenta Ueda. «Cada vez más, el encontrar pareja se está volviendo responsabilidad propia y cada uno tiene que defenderse por su cuenta», aclara.
La cultura japonesa es conocida por la importancia que da a la comunidad. La prioridad es el wa, la armonía del grupo, y puede resultar arriesgado tratar de destacar por uno mismo. Tampoco está bien visto publicar en Instagram o en Twitter imágenes o tener un perfil muy llamativo.
Las demostraciones de afecto físico en público siempre se han desaprobado (en mi familia japonesa, nadie me ha abrazado nunca). Hay parejas que se toman de la mano, pero es poco común. El apretón de manos no ha dejado de ser una extraña forma de saludo desde que los japoneses lo conocieron por medio de los occidentales: antihigiénico, raro y reservado para los extranjeros. Lo apropiado es inclinarse y mantener la distancia. Incluso decir ‘te amo’ en japonés –aishiteru- está virtualmente prohibido. Solo se dice como una broma. Más seguro es decir suki -me gustas mucho-.
Todo esto puede hacer que Japón sea la tormenta perfecta en lo que se refiere a un futuro sin sexo, donde el contacto físico y la intimidad cara a cara se terminen separando de nuestras vidas como los pétalos del cerezo.
Traducido por Francisco de Zárate
solo les falta implementar una reproduccion selectiva en maternidades sin madres y sin sexo