El Alquimista San Vicente de Paul

Alq-1Entre los arquimistas que han utilizado oro para aumentarlo, con ayuda de fórmulas que los conducen al éxito, citaremos al sacerdote veneciano Panteo (1); a Naxágoras, autor de la Alchymia denudata (1715); a De Locques; a Duclos; a Bernard de Labadye; a Joseph du Chesne, barón de Morancé, médico ordinario del rey Enrique IV; a Blaise de Vigenere; a Bardin, del Havre (1638); a Mademoiselle de Martinville (1610); a Yardley, inventor inglés de un procedimiento transmitido a Garden, guantero de Londres, en 1716, y luego comunicado por Ferdinand Hockley al doctor Sigismond Bacstrom (2), y que constituyó el tema de una carta de éste a L. Sand, en 1804; finalmente, al piadoso filántropo san Vicente de Paúl, fundador de los padres de la misión (1625), de la congregación de las hermanas de la caridad (1634), etcétera.

 

Vamos a detenemos un instante en esta grande y noble figura, así como en su labor oculta, generalmente ignorada. Sabido es que en el curso de un viaje que realizó de Marsella a Narbona, san Vicente de Paúl fue apresado por unos piratas berberiscos y llevado cautivo a Túnez.
Tenía entonces veinticuatro años (3). Se nos asegura también que consiguió rescatar para la Iglesia a su último amo, un renegado, y que regresó a Francia y estuvo en Roma, donde el papa Paulo V le recibió con grandes muestras de consideración. A partir, de este momento, emprendió sus fundaciones piadosas y sus instituciones caritativas. Pero lo que se guarda bien de decimos es que el padre de los niños hallados, como se le llamaba en vida, había aprendido la arquimia durante su cautiverio.
Así se explica, sin que haya necesidad de intervención milagrosa, que el gran apóstol de la caridad cristiana encontrara medios para realizar sus numerosas obras filantrópicas (4). Era, por otra parte, un hombre práctico, positivo, resuelto que no descuidaba en absoluto sus asuntos, de ningún modo soñador ni inclinado al misticismo. Por lo demás, un alma profundamente humana bajo la apariencia ruda de hombre activo, tenaz y ambicioso.
Poseemos de él dos cartas muy sugestivas acerca de sus trabajos químicos. La primera, escrita a Monsieur de Comet, abogado de la Corte de primera instancia de Dax, fue publicada muchas veces y analizada por Georges Bois en Le péril occultiste (París, Victor Retaux, s.f.). Está escrita en Aviñón y fechada en 24 de junio de 1607. Tomaremos ese documento, que es bastante largo, en el momento en que Vicente de Paúl, habiendo acabado la misión por la que se encontraba en Marsella, se prepara a regresar a Tolosa.
Alq-2
“…Hallándome a punto de partir por tierra —dice—, me convenció un caballero con quien estuve albergado, para que me embarcara con él hasta Narbona, en vista del tiempo favorable que hacía. Y me embarqué para aprovechar la ocasión y para ahorrar o, por mejor decir, para mi desdicha y para perderlo todo. El viento nos fue tan favorable -que poco nos faltó para llegar aquel mismo día a Narbona, que se hallaba a cincuenta leguas, si Dios no hubiera permitido que tres bergantines turcos que costeaban el golfo de León (para apresar las barcas que procedían de Beaucaire, donde había feria, que se tiene por una de las más bellas de la Cristiandad) no nos hubieran dado caza y no nos hubieran atacado con tanta energía que dos o tres de los nuestros fueron muertos y el resto, heridos, e incluso yo, que recibí un flechazo que me servirá de reloj el resto de mi vida, por lo que nos vimos obligados a rendirnos a aquellos piratas, peores que tigres.
Sus primeros estallidos de rabia les llevaron a hacer mil trozos de nuestro piloto, a hachazos, por haber dado muerte a uno de los principales de entre ellos, además de cuatro o cinco hombres que los nuestros les mataron. Hecho esto, nos encadenaron después de habernos tratado groseramente y prosiguieron su rumbo cometiendo mil latrocinios, pero dando la libertad a aquellos que se rendían sin combatir, luego de haberlos despojado. Y finalmente, cargados de mercancía, al cabo de siete u ocho días, tomaron la ruta de Berbería cubil y espelunca de ladrones de la peor especie del gran turco, y así que llegamos nos pusieron a la venta con el sumario de nuestra captura, que decían haber efectuado en un navío español, por que sin esa mentira hubiéramos sido liberados por el cónsul que el rey mantiene allí para garantizar el libré comercio de los franceses.
El procedimiento de nuestra venta consistió en que, luego que nos hubieron dejado en cueros vivos, nos procuraron a cada uno un par de bragas, una sobrevesta de lino y un gorro, y nos pasearon así por la ciudad de Túnez, a donde habían ido a vendernos. Habiéndonos hecho dar cinco o seis vueltas por la ciudad, con la cadena al cuello, nos condujeron al barco a fin de que los mercaderes acudieran a ver quién podría comer y quién no, a fin de demostrar que nuestros achaques no eran en absoluto mortales.
Hecho esto, nos condujeron a la plaza, a donde los mercaderes fueron a examinarnos igual que se hace para comprar un caballo o un buey, haciéndonos abrir la boca para inspeccionar nuestros dientes, palpando nuestros costados, sondeando nuestras llagas y haciéndonos caminar al paso, trotar o correr, luego sostener fardos y después luchar para ver la fuerza de cada uno, y otras mil clases de brutalidades.
“Fui vendido a un pescador, quien pronto se vió obligado a deshacerse de mí, pues nada le era tan adverso como la mar. Después, del pescador pasé a ser propiedad de un anciano, médico espangírico, soberano déspota de quintaesencias, hombre muy humano y tratable que, por lo que me dijo, había trabajado cincuenta años en busca de la piedra filosofal, y aunque su esfuerzo resultó vano en cuanto a la piedra en sí, logró, con toda seguridad, otras formas de trasmutación de metales. Y para dar fe de ello, declaro que a menudo lo vi fundir tanto oro como plata juntos, colocarlos en laminillas, poner luego un lecho de algún polvo, luego otro de láminas y después otro de polvo en un crisol o recipiente de fundir de los orfebres, mantenerlo al fuego veinticuatro horas y, por fin, abrirlo y hallar la plata convertida en oro. Y, más a menudo todavía, lo vi congelar o fijar el azogue en plata fina que vendía para hacer limosnas a los pobres. Mi ocupación consistía en mantener el fuego en diez o doce hornos lo que, a Dios gracias, no me producía más pena que placer.
Mi dueño me amaba mucho, y se complacía en gran manera habiéndome de alquimia y, más aún, de su ley, a la que se esforzaba por atraerme prometiéndome mucha riqueza y todo su saber. Dios mantuvo siempre en mí la creencia en mi liberación, por las asiduas plegarias que dirigía a Él y a la Virgen María, por cuya única intercesión creo firmemente haber sido salvado. La esperanza y firme creencia que tenía de volver a veros, pues, señor, me movió a rogar a mi amo asiduamente que me enseñara el medio de curar los cálculos, en lo que cada día le veía operar milagros. Lo que él hizo fue mandarme preparar y administrar los ingredientes…
“Permanecí con aquel anciano desde el mes de septiembre de 1605 hasta el mes de agosto siguiente; en que fue apresado y conducido al gran sultán para que trabajara para él, mas en vano, pues murió de pena por el camino. Me legó a su sobrino, verdadero antropomorfita (5) que pronto me revendió tras la muerte de su tío, porque oyó decir que Monsieur de Breve, embajador del rey de Turquía, venía con buenas y expresas patentes del gran turco para redimir a los esclavos cristianos. Un renegado de Niza, en Saboya, enemigo por naturaleza, me compró y me condujo a su temat (así se llama la propiedad que se posee como aparcero del gran señor, pues el pueblo no tiene nada, ya que todo es del sultán). El temat de aquél estaba en la montaña, donde él país es en extremo cálido y desértico”
Después de haber convertido a aquel hombre, Vicente partió con él, diez meses después, “al cabo de los cuales —continúa el cronista— nos salvamos en un pequeño esquife y él vigésimo octavo día de junio arribamos a Aguas Muertas, y, poco, después, a Aviñón, donde el señor vicelegado recibió públicamente al renegado, que iba con lágrimas en los ojos y sollozos en la garganta, en la iglesia de San Pedro, en honor de Dios y para edificación de los espectadores. Señor mío…, este honor me obliga a amar y cuidar ciertos secretos de alquimia que le he enseñado, que él reconoció más que si io gli avessi dato un monte di oro (6), porque toda su vida ha trabajado en ello y de ninguna otra cosa obtiene más contento… —Vincent Depaúl” (7).
En enero de 1608, una segunda epístola, dirigida desde Roma al mismo destinatario, nos muestra a Vicente de Paúl iniciando al vicelegado de Aviñón, del que acaba de hacer mención, y muy bien situado en la Corte, gracias a sus secretos espagíricos. “…Mi estado es tal, pues, en una palabra, que estoy en esta ciudad de Roma, donde continúo mis estudios sostenido por monseñor vicelegado, que es de Aviñón, el cual me dispensa el honor de amarme y desear mi progreso, por haberle mostrado muchas cosas hermosas y curiosas que aprendí durante mi esclavitud de aquel anciano turco a quien ya os he descrito que fui vendido, del número de las cuales curiosidades es el comienzo, no la total perfección, el espejo de Arquímedes, un recurso artificial para hacer hablar una cabeza de muerto de la que aquel miserable se servia, para seducir al pueblo, diciéndole que su dios Mahoma les comunicaba su voluntad mediante aquella cabeza, y otras mil bonitas cosas geométricas que he aprendido de él, de las cuales mi señor se muestra tan celoso que ni siquiera permite que me acerque a nadie, por miedo a que yo las enseñe, pues desea tener él solo la reputación de saber las cosas, las cuales se complace en hacer ver alguna vez a Su Santidad y a los cardenales.”
Alq-3

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