Encontramos en unos versos del poeta nicaragüense Rubén Darío, gran luminaria del modernismo, una preciosa descripción de una naturaleza incorruptible:
Puede una gota de lodo
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor oscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.
Aunque Darío en ninguna medida parece haber tenido contacto con el budismo en sus cortos y azules años, de cualquier forma hemos querido leer este poema desde la óptica de la naturaleza búdica, simplemente porque es casi imposible que encajen mejor unos versos con el concepto del tathagatagarbha, central en el budismo mahayana. Particularmente la escuela llamada yogacara o cittamatra, una de las principales del budismo mahayana o gran vehículo, defendió la idea que sería fundamental en el desarrolló del budismo zen o del vajrayana, esto es, que todos los seres en su más pura naturaleza son budas. La mente, para esta escuela que se apoya en algunos sutras tempranos, es luminosa y no distinta al nirvana. El sufrimiento y la experiencia de la existencia cíclica o samsara se debe solamente a la impureza de la mente, que es comparada con una joya o un cristal que ha sido ensuciado pero cuya naturaleza brillante es indestructible, de hecho, justo como un diamante. De aquí también tomará el budismo vajrayana, literalmente el sendero del diamante, para postular que la realidad ya está iluminada, sólo se debe reconocerlo o, lo que es lo mismo, eliminar lo que oscurece temporalmente el fulgor de la mente.
Uno de los textos centrales de esta tradición, el Ratnagotravibhaga, un texto aparentemente revelado por el buda Maitreya al yogacarin Asanga, sostiene que las impurezas que mancillan la mente son meramente adventicias. La naturaleza esencial de la mente es radiante y libre de impurezas, esto es, libre de toda condición y sufrimiento. Como comenta el académico Paul Williams, las cualidades de la mente búdica «no tienen que ser realmente producidas, solamente se debe permitir que brillen. Ya que son intrínsecas a la naturaleza de la conciencia en sí misma, el estado de la budeidad nunca cesará». La gota de lodo que cubre la joya es, para el budismo, el error cognitivo que se aferra a una identidad fija y permanente.
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